Kullona D. Zirko
Payaza D. Zirko
12-11-2024, 07:03 AM
Imaginemos a Mamadda D. Zirko emergiendo de las aguas, una figura absolutamente imponente con sus 37 metros de altura, que casi parecían tocar el cielo. Su cuerpo estaba cubierto por un traje de payaso rosado, vibrante y desproporcionado, que, si bien parecía un disfraz en cualquier otra persona, en ella adquiría un aire estrafalario y poderoso. Los tonos rosados de su atuendo se mezclaban con el salitre y las algas que se habían adherido durante su travesía, dándole un aspecto todavía más surrealista, como si fuera una especie de colosal sirena salida de algún cuento extraño y antiguo.
El pelo de Mamadda, de un tono rosa tan chillón como su traje, caía en gruesos mechones alrededor de su cara y sus hombros, empapado y desordenado después de su largo viaje. Bajo la intensa luz del sol, cada mechón brillaba con una mezcla de sal y humedad, enredándose de tal manera que parecía casi una melena salvaje. Su maquillaje corrido le daba un aspecto a medio camino entre lo cómico y lo siniestro, los labios pintados y las mejillas enrojecidas por el color habían dejado rastros desiguales en su piel, formando extrañas manchas que acentuaban su excentricidad.
A pesar de su cansancio, Mamadda seguía moviéndose con esa energía incombustible que la caracterizaba. No parecía preocupada por su aspecto ni por el agotamiento evidente en su respiración jadeante. La gigantesca payasa avanzaba, dejando tras de sí un rastro de agua de mar en la arena y, a cada paso, sus pies hundían el terreno ligeramente, como si Kilombo misma se inclinara ante su llegada. No había espacio para dudas o vergüenza en su mente, había recorrido kilómetros y kilómetros nadando y caminando, y eso era motivo de orgullo, no de esconderse.
Al acercarse a la base de la Marina G-23, Mamadda se palpó los bolsillos, que en su caso eran tan grandes como tiendas de campaña para alguien de tamaño normal, pero estaban completamente vacíos. Había perdido hasta la última de sus posesiones en el trayecto, y ahora lo único que le quedaba era su inquebrantable determinación. Sin embargo, ese pequeño detalle no la detuvo ni un segundo. La falta de pertenencias era irrelevante para ella, todo lo que realmente necesitaba estaba en su interior, en esa chispa de ambición y ganas de justicia que la había traído hasta aquí.
Con cada bocanada de aire que tomaba, Mamadda sentía cómo el cansancio iba cediendo poco a poco, y su enorme cuerpo recuperaba algo de energía. Respiró hondo, sintiendo el aire salado que la envolvía. La playa a sus pies parecía pequeña en comparación con su tamaño, y, mientras miraba la fortaleza de la Marina, sintió una especie de respeto genuino hacia aquella estructura que había capturado su atención desde hacía tiempo.
A pesar de su cansancio, no pudo evitar esbozar una sonrisa torcida, una que, gracias a su maquillaje corrido, tenía un toque de locura y determinación. Era la clase de sonrisa que cualquiera vería en un payaso antes de un truco peligroso, y en Mamadda, aquella expresión adquiría un significado especial. Cansada, sucia y sin nada en sus bolsillos, estaba lista para enfrentarse a lo que viniera a continuación.
El pelo de Mamadda, de un tono rosa tan chillón como su traje, caía en gruesos mechones alrededor de su cara y sus hombros, empapado y desordenado después de su largo viaje. Bajo la intensa luz del sol, cada mechón brillaba con una mezcla de sal y humedad, enredándose de tal manera que parecía casi una melena salvaje. Su maquillaje corrido le daba un aspecto a medio camino entre lo cómico y lo siniestro, los labios pintados y las mejillas enrojecidas por el color habían dejado rastros desiguales en su piel, formando extrañas manchas que acentuaban su excentricidad.
A pesar de su cansancio, Mamadda seguía moviéndose con esa energía incombustible que la caracterizaba. No parecía preocupada por su aspecto ni por el agotamiento evidente en su respiración jadeante. La gigantesca payasa avanzaba, dejando tras de sí un rastro de agua de mar en la arena y, a cada paso, sus pies hundían el terreno ligeramente, como si Kilombo misma se inclinara ante su llegada. No había espacio para dudas o vergüenza en su mente, había recorrido kilómetros y kilómetros nadando y caminando, y eso era motivo de orgullo, no de esconderse.
Al acercarse a la base de la Marina G-23, Mamadda se palpó los bolsillos, que en su caso eran tan grandes como tiendas de campaña para alguien de tamaño normal, pero estaban completamente vacíos. Había perdido hasta la última de sus posesiones en el trayecto, y ahora lo único que le quedaba era su inquebrantable determinación. Sin embargo, ese pequeño detalle no la detuvo ni un segundo. La falta de pertenencias era irrelevante para ella, todo lo que realmente necesitaba estaba en su interior, en esa chispa de ambición y ganas de justicia que la había traído hasta aquí.
Con cada bocanada de aire que tomaba, Mamadda sentía cómo el cansancio iba cediendo poco a poco, y su enorme cuerpo recuperaba algo de energía. Respiró hondo, sintiendo el aire salado que la envolvía. La playa a sus pies parecía pequeña en comparación con su tamaño, y, mientras miraba la fortaleza de la Marina, sintió una especie de respeto genuino hacia aquella estructura que había capturado su atención desde hacía tiempo.
A pesar de su cansancio, no pudo evitar esbozar una sonrisa torcida, una que, gracias a su maquillaje corrido, tenía un toque de locura y determinación. Era la clase de sonrisa que cualquiera vería en un payaso antes de un truco peligroso, y en Mamadda, aquella expresión adquiría un significado especial. Cansada, sucia y sin nada en sus bolsillos, estaba lista para enfrentarse a lo que viniera a continuación.