Zane
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17-11-2024, 02:03 PM
Día 1 de Otoñ.
Años 721.
Isla de Demontooth.
Años 721.
Isla de Demontooth.
Era un día precioso en la isla de Demontooth. El aire tenía ese olor tan característico a hojas secas y tierra húmeda del otoño. La luz del sol atravesaba las copas desnudas de los árboles, cuyas hojas habían sucumbido a la gravedad y el viento, cayendo al suelo y creando un sendero que mostraba un degradado de colores cálidos: amarillos, anaranjados, marrones y, como un breve resquicio primaveral, alguna verdosa. Era una estampa preciosa.
El demonio de cabellos rojizos y cuernos limados, paseaba a su linda Pomerania por el sendero para que hiciera sus deposiciones y jugueteara un poco. Era un placer para su corazón verla juguetear entre las hojas, lanzándose sobre los montones y verla corretear de un lado para el otro.
—No te alejes mucho, princesa —le dijo Zane, con tono firme, pero al mismo tiempo dulce y delicado. Tan solo tenía esa voz aterciopelada con su preciada mascota.
Aquel día era de esos en el que el tiempo parecía que no se aclaraba, que estaba completamente dividido. En la sombra hacía fío, una sensación que te ponía los bellos de punta y la piel de gallina, mientras que, en las zonas bañadas por el sol, este te abrazaba y te hacía sentir calor. Era como un aviso de que el verano estaba yéndose y el invierno acechaba no muy lejos de allí. El cielo estaba despejado. Algunas nubes blancas surcaban el cielo, movidas por un viento casi inexistente esa mañana.
El camino lo llevo hacia la zona más occidental de la isla, concretamente hacia lo que los nativos conocían como el diente oeste, también llamado como Jigoku no Ashi, un lugar destinado para aquellos que querían aprender artes marciales. Allí solía haber arduos luchadores que buscaban mejorar su cuerpo y su mente, enfocándose en la disciplina del Taekwondo. Solían ser gente seria y poco pendenciera, que no buscaba problemas, pero también tenía adeptos que buscaban la boca a la mínima de cambio. Zane se había planteado inscribirse en más de una ocasión, pero tampoco es que tuviera muchas ganas de hacerlo, sobre todo porque no quería apalancarse en ningún lado.
Zane se sentó en el suelo, apoyando su espalda en un árbol, mientras observaba con detenimiento como su Pomerania jugaba con las hojas, saltando de un montoncito a otro feliz. El pelirrojo sonreía al verla, sin embargo, exhaló un suspiro y su gesto se volvió ligeramente serio. ¿La razón? El invierno se acercaba de nuevo, así que tenía que encontrar un trabajo que no solo le proporcionara un sustento para vivir, sino que también le permitieran quedarse a dormir, tanto él como a Princesa. En ese entonces, el pelirrojo se encontraba viviendo en una casa de ocupa a las afueras de Villa Shimotsuki, la cual pertenecía a una familia que tan solo venía a la isla durante las estaciones frías, así que pronto tendría que abandonarla. Si fuera por él, no le importaría vivir en el bosque, usando los abrigos montañosos para protegerse del frío e intentar vivir de cazar animales salvajes. Pero esa no era buena vida para su perrita.
Durante ese breve momento de reflexión perdió a la perra de vista y no la encontraba. Se levantó de golpe y se puso a buscarla, miro hacia un lado, luego hacia el otro y no parecía estar.
—¡Princesa! —alzó la voz el miembro de la tribu de los demonios, con gesto de preocupación—. ¿Dónde estás princesa?
Emitió un silbido, en un tono agudo para que la perra pudiera escucharlo mejor. Siempre lo hacía para llamarla, pero esa vez parecía no responder. Por primera vez en mucho tiempo, su corazón se aceleró muchísimo, casi tanto como su respiración. Tragó saliva y se puso a dar vueltas buscando a su perra. Entonces, escuchó un ladrido no muy lejos de allí. Rápidamente, fue hacia la procedencia de aquel sutil aullido y la encontró. Era Princesa golpeando una especie de fruta extraña. Tenía una forma que no había visto antes y, aunque no parecía nada apetecible, había algo de ella que le llamaba.
—No vuelvas a escaparte, ¿entendido? —le dijo al perro, golpeándole muy suavemente con el dedo índice en el hocico. Para luego cogerla y meterla en la capucha de su cazadora, tras su cabeza—. Ahora a dormir.
Zane luego cogió la fruta, la olisqueó un poco y la limpió con la manga. Tras eso, le dio un mordisco. Era un sabor desagradable, con una textura bastante extraña. Era suave, pero al mismo tiempo áspera, también dulce como una cereza, pero ácida como un limón. Sin embargo, el regusto que le dejó en la garganta fue amargo como la achicoria. No le gustó nada. Sin embargo, en la casa quedaba poca comida, así que ese sería su sustento del día.
Lo que no supo en ese momento, es que aquella extraña fruta cambiaría su vida para siempre.