Diana Kari
Wild Huntress
Hace 2 horas
No había escuchado nunca sobre la presencia de un gran felino en las afueras de la ciudad, aunque la mayoría de la gente no se alejaba tanto de la civilización cuando salía a recoger cualquier recurso que se necesitara y aquellos que sí lo hacían no tenían la costumbre de reportar sus avistamientos a las demás personas. Al no tener un mentor que me ayudara a aprender los conceptos básicos de cacería mi capacidad de rastreo no era lo suficientemente buenas como para darle seguimiento a una presa que activamente buscaba esconderse de mí, afortunadamente ese no podría ser el caso ya que estaba siguiendo el rastro de una bestia salvaje que aún no era consciente de mi presencia y que además tan solo contaba con sentidos primitivos que si bien no era algo que no se debía tomar a la ligera no se comparaba con las historias que había escuchado sobre cazadores del pasado que me contaba mi madre, ella aseguraba que todo lo que sus clientes más famosos le contaban era cierto pero yo aún creía que la mayoría de esas hazañas tenían que ser cuando menos ligeramente exageradas pues ciertas acciones parecían imposibles de realizar por seres humanos.
A medida que fueran pasando los minutos se volvió más difícil el seguir los rastros que anteriormente el felino había dejado por ahí, pero también parecían ser más recientes. Sabía que los pumas, leopardos y panteras eran capaces de escalar a los árboles con suma facilidad y estaba en el entendido que los tigres también eran capaces de hacerlo aunque estos eran mucho más pesados así que suponía que les costaría un poco más. De cualquier modo tenía que estar volteando hacia arriba de vez en cuando pues no quería que un rugido seguido de un gran zarpazo fuera lo último que mis oídos escucharan y mis ojos vieran. La oscuridad de la noche comenzaba a consumir la tenue luz que el sol ofrecía en los últimos momentos del día para dar comienzo a la noche, ahora cada paso que diera tendría que ser medido pues a pesar de que mi presa no sabía que existía alguien dándole caza sus sentidos eran muchísimo superiores a los míos cuando caía la noche.
No pasó mucho tiempo para que escuchara un ruido no tan lejano a mí, un quejido que parecía provenir de un ciervo o alguna especie similar a ellos, sentir mis orejas levantarse mientras me quedaba congelada en el punto en donde estaba parada. Ni un solo movimiento podía hacer antes de estar completamente segura del origen de tal sonido. Mi intuición, y un poco de sentido común, me decían que se trataba del felino que seguía, que de manera curiosa seguramente estuviera cazando por su parte. Otro quejido más se escuchó, ahí noté que el ruido provenía de mi lado derecho solo que varios metros más adelante. Este fue mucho más discreto que el primero, como si la vida estuviera escapando de la presa del felino y se rindiera ante un destino inevitable. Tan solo esperaba que mi presa estuviera consumiendo a la suya para que estuviera distraída cuando saltara para empalarla con mi lanza, imaginaba que ese sería el mejor movimiento porque, en caso de acertar, sería un movimiento casi fulminante ante casi cualquier situación pues dejaría una enorme herida abierta además de que le imposibilitaría a mi contrario el hecho de poder escapar si quedaba clavada en el piso. También era probable que hacer un movimiento tan audaz pudiera dejarme indefensa ante las garras o los colmillos con los que la bestia buscaría atacarme antes de rendir su vida ante un ser que probablemente pesara un cuarto y midiera apenas la mitad.
Mi corazón comenzó a latir de manera acelerada, sabía que esto era lo que estaba buscando desde hace mucho tiempo, cerré los ojos durante un segundo antes de comenzar a emprender mi lento avance. Tenía que ser lo que sigue de sigilosa porque tan solo un pequeño ruido podría alertar a la bestia haciendo que perdiera el factor sorpresa y dándole únicamente dos opciones; o correr o atacar primero. Las dos me resultaban perjudicial así que, guiándome solo con la luz de la luna, volteaba a ver el lugar en donde acomodaría mis pisadas para evitar cualquier pequeña rama o follaje que fuera capaz de hacer el más mínimo sonido.
Finalmente mis ojos pudieron ver la presa que habían estado rastreando todo este tiempo. Un tigre se encontraba a las orillas de un riachuelo con pequeño ciervo frente a él, muerto obviamente y con el cuello lleno de sangre. No había que ser un genio para adivinar qué era lo que había sucedido. Unos arbustos, acompañado de todos los arboles a mis espaldas hacían que el tigre no pudiera verme aun, o al menos así lo pensaba ya que este, después de levantar la mirada durante un segundo para buscar cualquier amenaza, siguió consumiendo su bien merecida presa.
A medida que fueran pasando los minutos se volvió más difícil el seguir los rastros que anteriormente el felino había dejado por ahí, pero también parecían ser más recientes. Sabía que los pumas, leopardos y panteras eran capaces de escalar a los árboles con suma facilidad y estaba en el entendido que los tigres también eran capaces de hacerlo aunque estos eran mucho más pesados así que suponía que les costaría un poco más. De cualquier modo tenía que estar volteando hacia arriba de vez en cuando pues no quería que un rugido seguido de un gran zarpazo fuera lo último que mis oídos escucharan y mis ojos vieran. La oscuridad de la noche comenzaba a consumir la tenue luz que el sol ofrecía en los últimos momentos del día para dar comienzo a la noche, ahora cada paso que diera tendría que ser medido pues a pesar de que mi presa no sabía que existía alguien dándole caza sus sentidos eran muchísimo superiores a los míos cuando caía la noche.
No pasó mucho tiempo para que escuchara un ruido no tan lejano a mí, un quejido que parecía provenir de un ciervo o alguna especie similar a ellos, sentir mis orejas levantarse mientras me quedaba congelada en el punto en donde estaba parada. Ni un solo movimiento podía hacer antes de estar completamente segura del origen de tal sonido. Mi intuición, y un poco de sentido común, me decían que se trataba del felino que seguía, que de manera curiosa seguramente estuviera cazando por su parte. Otro quejido más se escuchó, ahí noté que el ruido provenía de mi lado derecho solo que varios metros más adelante. Este fue mucho más discreto que el primero, como si la vida estuviera escapando de la presa del felino y se rindiera ante un destino inevitable. Tan solo esperaba que mi presa estuviera consumiendo a la suya para que estuviera distraída cuando saltara para empalarla con mi lanza, imaginaba que ese sería el mejor movimiento porque, en caso de acertar, sería un movimiento casi fulminante ante casi cualquier situación pues dejaría una enorme herida abierta además de que le imposibilitaría a mi contrario el hecho de poder escapar si quedaba clavada en el piso. También era probable que hacer un movimiento tan audaz pudiera dejarme indefensa ante las garras o los colmillos con los que la bestia buscaría atacarme antes de rendir su vida ante un ser que probablemente pesara un cuarto y midiera apenas la mitad.
Mi corazón comenzó a latir de manera acelerada, sabía que esto era lo que estaba buscando desde hace mucho tiempo, cerré los ojos durante un segundo antes de comenzar a emprender mi lento avance. Tenía que ser lo que sigue de sigilosa porque tan solo un pequeño ruido podría alertar a la bestia haciendo que perdiera el factor sorpresa y dándole únicamente dos opciones; o correr o atacar primero. Las dos me resultaban perjudicial así que, guiándome solo con la luz de la luna, volteaba a ver el lugar en donde acomodaría mis pisadas para evitar cualquier pequeña rama o follaje que fuera capaz de hacer el más mínimo sonido.
Finalmente mis ojos pudieron ver la presa que habían estado rastreando todo este tiempo. Un tigre se encontraba a las orillas de un riachuelo con pequeño ciervo frente a él, muerto obviamente y con el cuello lleno de sangre. No había que ser un genio para adivinar qué era lo que había sucedido. Unos arbustos, acompañado de todos los arboles a mis espaldas hacían que el tigre no pudiera verme aun, o al menos así lo pensaba ya que este, después de levantar la mirada durante un segundo para buscar cualquier amenaza, siguió consumiendo su bien merecida presa.