Atlas
Nowhere | Fénix
28-11-2024, 03:08 PM
Día 33 de Verano del 724
Al otro lado de la barrera
Pues sí, era todo un fastidio. Nada nuevo bajo el sol, por otro lado, pero a algún iluminado le había parecido que mi informe sobre la captura de Broco Lee era insuficiente. "Demasiado escueto", habían sido las palabras exactas con la que esa mujer me había abordado en el pasillo para advertirme de que debía repetirlo. ¿Acaso no era suficiente con los de todos mis compañeros? Habíamos estado juntos en el terreno, ¿por qué hacía falta otro maldito papel en el que pusiese lo mismo con otras palabras? No lo entendía. Jamás lo haría.
Fuera como fuese, lo cierto era que por el momento ese informe tendría que esperar hasta que no tuviese ninguna cosa más importante que hacer —hasta que a mí me diese la gana, vaya—. En aquella ocasión, no obstante, sí que tenía un motivo para posponer la elaboración de ese dichoso documento. Apenas me había duchado y me había tumbado un rato cuando unos nudillos chocaron con la puerta de la habitación en la que me había resguardado —que no escondido— para descansar.
—Ha llegado un encargo de la capitana Montpellier, señor —dijo una voz al otro lado. ¿Cómo sabían que estaba allí?
—Pasa —respondí después de incorporarme en la cama y sentarme en el borde.
—Al parecer está habiendo algunos problemas de descoordinación en el ala este, señor, y la capitana solicita que coordine las labores de reparación durante al tarde de hoy.
—¿Cómo que problemas de descoordinación? ¿Eso qué quiere decir?
—Creo que lo mejor es que vaya usted mismo a comprobarlo, señor.
Suspiré, exasperado, antes de ponerme en pie y dirigirme hacia la zona en cuestión. El ala este del G-31, el cuartel de la Marina en Loguetown, había sido arrasado hacía unas semanas como consecuencia de un ataque lanzado por un grupo organizado que aún estaba en proceso de ser investigado. De cualquier modo, el Gobierno Mundial no podía permitirse el lujo de ver malherido su baluarte principal en el East Blue, por lo que, si bien el proceso de investigación y contraataque había dado comienzo, se estaba priorizando la reconstrucción.
Caminé a paso calmado —el mío, no tenía otro— por los barracones del G-31, saliendo al patio de armas y redirigiéndome desde allí hacia el área calcinada que ocupaba la zona en la que antes estaba el ala este. La zona había cambiado mucho desde que fuese arrasada. Los escombros habían sido retirados y cada vez había menos excavadoras y más grúas. Las pilas de rocas irregulares apartadas poco a poco iban siendo sustituidas por grupos de listones de madera y bloques de piedra organizados.
En principio todo debía marchar bastante bien. Más rápido o más lento, pero en la dirección correcta, pero algo debía estar enturbiando el proceso. No tardé en descubrirlo. A unos doscientos metros de mí, cerca del límite del perímetro del cuartel un nutrido grupo de marines formaba un círculo en torno a algo o alguien. No aceleré el paso, sino que mantuve un ritmo constante al tiempo que agudizaba los oídos para intentar distinguir qué demonios pasaba. Los gritos se fueron haciendo más claros conforme la distancia entre el contingente de trabajadores y yo se reducía, quedándome claro que allí estaba teniendo lugar una pelea.
No hacía demasiado tiempo que Octojin, Camille y yo nos habíamos visto involucrado en algo similar. Pensaba que sólo nosotros —en particular Octojn y yo, y sobre todo yo— podíamos ser tan imbéciles como para armar semejante escándalo en una situación como aquélla, pero quedaba manifiestamente claro que no era así.
—¿Se puede saber qué está pasando aquí? —dije en voz alta, sin gritar pero buscando transmitir un tono de autoridad del que, sinceramente, dudaba poder hacer gala—. ¿No os parece suficiente con el trabajo que tenemos por delante como para encima empezar con estas estupideces?
Efectivamente, nadie allí me hizo caso. En el centro del corro, dos tipos corpulentos combarían a puñetazo limpio y sin clemencia alguna. Suspiré una vez más, entre cansado y aburrido por lo esperpéntico del espectáculo, antes de dedicarle una mirada al recluta que había venido a buscarme y que me había acompañado hasta allí. El muchacho puso cara de circunstancia y se encogió de hombros. Tenía razón: había sido mucho más rápido que lo viese con mis propios ojos que esperar una descripción precisa por su parte.
En cualquier caso, estaba cansado y no dispuesto a permitir que aquel grupo de descerebrados me sacase de mis casillas. En ocasiones hacía falta un poco de mano dura con quien no se atenía a razones. De esta forma, cuando los allí presentes quisieron darse cuenta ya había pasado a ocupar el centro de la escena. Sendas patas azuladas envueltas en llamas pisaban las espaldas de ambos contendientes, que habían ido a dar de bruces con el suelo ante la potencia de mi empuje. De pie sobre ellos, manteniéndolos firmemente sujetos contra el suelo pero sin apretar demasiado —lo último que quería era enviarles a la enfermería o, peor aún, tener que encargarme yo de sanar sus heridas—, guardé silencio durante unos largos segundos en los que dejé que la imagen calase en todos los que estaban allí presentes.
—Me da igual el motivo por el que os estéis peleando —comencé—. No sé si la novia de uno le ha puesto los cuernos con el otro o si alguno tiene que llamar papá al contrario debido a una relación inesperada. Pase lo que pase y sea cual sea el problema, no tiene nada que ver con lo que habéis venido a hacer aquí. Nos han amputado un brazo en nuestra car ay no hemos podido hacer nada para evitarlo. Vuestras discusiones dan completamente igual. Si no os lleváis bien no trabajéis juntos. Poneos cada uno en un extremo opuesto de la zona y trabajad por separado... Voy a quedarme por aquí lo que queda de día. Más os vale que no tenga que venir de nuevo a interrumpir una riña infantil como ésta.
Sin decir nada más me alejé del grupo y aguardé hasta que comenzaron a realizar sus labores de nuevo. Era perfectamente consciente de que la capitana me había enviado a mí para que experimentase en primera persona lo que se sentía al ver a dos descerebrados golpearse como si fueran el ombligo del mundo cuando había cosas más importantes, para que lo viese todo desde el otro lado de la barrera. Tenía sentido, puesto que aquello había sido más aleccionador que diez sermones seguidos.
En cualquier caso, dediqué lo que quedaba de día, tal y como había dicho, a coordinar, organizar y mantener la vigilancia sobre aquel grupo de marines que, una vez calmadas las aguas, resultó ser de lo más eficiente en las tareas que se les habían encomendado.