Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
[Autonarrada] [ T1 ] The Lighthouse
Arthur Soriz
Gramps
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15 de verano
año 724

La tarde estaba fría en Rostock. El cielo... cubierto por nubes espesas, como si el mismo mar se hubiera levantado de mal humor y decidiera permear todo en ese espeso vaho. El viento que sopla desde el norte corta fino haciendo que mis ojos se entrecierren un poco. Había pasado la mañana entrenando para mantener mi cuerpo cálido... y mientras el resto de los reclutas se prepara para el día, yo me encontraba en la plaza central junto con el Sargento Viren Drax... más específicamente frente a una pequeña multitud de aldeanos agitados. Desde que me uní a la Marina, la gente parecía haberse dedicado a encontrar razones para pedir ayuda, como si de algún modo extraño supieran que me ofrecería a ayudarles sin importar cuán simple fuera el problema a resolver.

Me acerco a la gente, ajustándome la chaqueta que vestía tratando de parecer lo más calmado posible a pesar de que en mi interior algo me dice que esto no será tan simple como llevar unas cajas por el puerto o rescatar a un gato atrapado en un árbol. El grupo está nervioso, y se siente en el aire esa ansiedad que flota como una niebla.

¡Recluta Soriz! —me llama un hombre robusto, de rostro curtido por el sol... y su voz suena como un trueno que resuena en la plaza—. El faro… el faro no ha prendido en varias noches, y hemos tenido accidentes. Dos barcos se han estrellado contra los arrecifes.

Esa información me hace fruncir ligeramente el ceño, mi corazonada estaba acertada... esto no sería un trabajo tan simple por más que esperara que sí. El faro es crucial para la seguridad de las embarcaciones que transitan por las costas de Kilombo. Sin él, los barcos que se acercan de noche corren un riesgo mortal.

¿Dos barcos? —pregunto, tratando de ordenar mis pensamientos mientras intento concentrarme en el rostro preocupado del pescador—. ¿Y qué ha pasado con el faro? ¿Por qué no se enciende?

Eso es lo que no sabemos... — responde una mujer mayor esta vez, su voz ligeramente temblorosa—. Algunos dicen que se ha apagado porque el viejo Krane ya no tiene fuerzas, otros hablan de… cosas extrañas que ocurren cerca del faro. Mi hermana asegura que ha visto luces raras por la noche. ¡Luces que vienen del agua!

Mis ojos se estrechan y siento que una pequeña chispa de alarma empieza a encenderse en mi pecho, de nuevo con las supersticiones sobrenaturales... vaya que a Kilombo le gusta creer en fantasmas. He oído historias de supersticiones en islas lejanas... pero nunca las había tomado en serio. Sin embargo las palabras de la anciana suenan inquietantes, y si la gente está hablando de ello eso quiere decir que ya ha sido suficiente para crear un aire de pánico.

¿Krane? —pregunto, tratando de obtener más detalles. Esta es la primera mención de él y parece clave—. ¿El viejo Elroy Krane? Imposible, es más joven que yo y duro como una mula.

Un hombre con una gorra de pescador, alto y con la cara llena de arrugas se adelanta y responde.

Sabemos que le conoces... Pero en los últimos meses, ha cambiado. No se le ve en el pueblo ya... y cuando lo hace es solo para comprar lo mínimo. Ya no habla con nadie como solía hacer.

Voy haciendo mentalmente un recorrido rápido de los eventos. Las cosas no parecen cuadrar. El faro está apagado, las luces extrañas en el agua, y ahora la actitud cada vez más solitaria del farero. Todo parece sugerir que hay más en este asunto de lo que los aldeanos pueden ver a simple vista.

¿Y qué más saben sobre el faro? ¿Algo que les haya dicho Krane al pasar? —pregunto, mi voz firme... tratando de poner orden en la situación.

Mi hijo estaba pescando cerca del faro la semana pasada. — interviene una mujer de cabello blanco, con los brazos cruzados sobre el pecho—. Dijo que vio algo raro en el agua. Dijo haber visto un brillo verde como si el mar mismo estuviera ardiendo bajo la superficie con algo sobrenatural. Y… juró haber oído un zumbido. Algo como un ruido metálico, como si algo estuviera despertando en las profundidades.

Esas palabras me golpean como un martillo en la boca del estómago. Un brillo verde, zumbidos bajo el agua… claramente no podía confiar demasiado en el testimonio de un niño, pero debía tenerlo en cuenta de todos modos por si a futuro necesitaba hacer comparativas con mis propios hallazgos.

Entiendo. — respondí con calma, aunque por dentro siento la tensión de los pueblerinos acumulándose—. Quédense tranquilos, voy a investigar personalmente el faro. Nadie más debe acercarse hasta que tengamos una explicación clara de lo que está pasando.

Los aldeanos asienten, algunos todavía visiblemente nerviosos. Cuando se dispersan me giro y veo a Drax... el sargento que me dio la bienvenida a la Marina luego de ese 'duelo' que tuvimos como prueba de mi valía como soldado. Se le veía esperando al margen, observando con atención. Llevo ya un par de años con él desde que ingresé a la Marina, y hemos trabajado juntos en algunas misiones menores, pero en su mirada siempre hay algo que no logro leer del todo. Sabe que cuando alguien tiene esa "mirada" de preocupación, como la que tengo yo ahora, no hay vuelta atrás.

¿Vas a hacerlo tú solo? —me pregunta, su voz tranquila, casi parecía despreocupado. No es que no confíe en mi, más bien lo ve como algo de lo que puede ocuparse el pueblo mismo, pero sabe también que me negaba a quedarme cruzado de brazos sin hacer nada al respecto cuando puede estar sucediendo algo más grave de por medio.

El sargento Drax es un hombre con un aura despreocupada pero también un tanto pragmático... cosa que honestamente respeto pero hay veces que hay que tomar cartas en el asunto uno mismo, hacer que la gente vuelva a confiar en la Marina en vez de la desconfianza constante que se pianta en sus corazones día a día.

Tengo que ir, Drax. Si lo dejo a terceros la gente se pondrá aún más nerviosa. Además, conozco la isla entera como la palma de mi mano, no te preocupes de más.

Drax asiente lentamente, como si estuviera pesando sus palabras. Al final, simplemente se encoge de hombros.

Está bien, pero ten cuidado. Si algo sale mal, te quiero de vuelta en una pieza.

Le sonrío brevemente antes de girarme, y la marcha hacia el faro comienza. Mientras camino, mis pensamientos no dejan de dar vueltas alrededor de lo que podría estar sucediendo. El faro es vital para la seguridad del pueblo, pero si los reportes de luces y zumbidos son ciertos, esto podría ser mucho más grave de lo que parece. El faro está a varios kilómetros, pero estoy decidido a llegar antes de que caiga la noche.

[ · · · ]

Tras lo que se sintió como una pequeña eternidad caminando por el empinado sendero que conduce hacia el faro, mis piernas sienten el peso del esfuerzo y los músculos de mis pantorrillas arden ligeramente. La costa de Kilombo siempre me resultó algo impresionante, con sus acantilados que se sumergen abruptamente en el mar turquesa y la solitaria torre del faro erguida haciendo contraste contra el horizonte que cada vez se oscurecía más... dejándole la tarde su merecido lugar a las primeras sospechas de la noche. A medida que me acerco el faro se hace más imponente... pero también más solitario. La construcción de piedra envejecida... cubierta por musgo y líquenes que parecen abrazar cada rincón. Es difícil imaginar que esta estructura haya sido una vez el pilar de la seguridad marítima de la isla, pero lo sigue siendo hasta hoy en día para fortuna de los navegantes.

Finalmente, tras cruzar un pequeño puente de madera y esquivar algunos arbustos... llego a la base del faro. La puerta de metal está ligeramente entreabierta y adentro la luz que sale por las rendijas me transmite una sensación familiar, incluso nostálgica de tardes viniendo con mi padre hasta este lugar entablando conversaciones que se sentían eternas con el viejo Kane. Inhalo profundo y empujo la puerta con determinación.

Dentro el aire se siente denso y cargado, como si hubieran pasado meses desde la última vez que alguien aireó el lugar. El farero, Elroy Krane, estaba sentado en una silla de madera, mirando al mar a través de una ventana rota. Su cabello gris, su barba desordenada y su piel curtida por años en la costa y bajo el sol le dan una apariencia de hombre que ya está con un pie y medio dentro de la tumba. Sin embargo cuando entro en la habitación... él giró hacia mí con una velocidad sorprendente para su edad, como si me estuviera esperando.

Arthur Soriz, ¿no es así? — preguntó con una voz aguardentosa, pero con una claridad inquietante—. No puedo decir que me sorprenda que estés aquí.

Me quedo momentáneamente sorprendido. La serenidad con la que me saluda es extraña... pero su mirada es aún más perturbadora. Sus ojos, aunque nublados por la edad, parecen ver más de lo que debería, su mente seguramente divagando por un sin fin de mundos inexistentes.

Así es, soy yo. — contesté en un tono firme, pero mostrando la tranquilidad de alguien que lo conoce hace años por más que hayamos dejado de venir tan seguido luego del accidente de mi padre—. Vine a hablar contigo por el faro. He escuchado que hay problemas.

Krane suelta una pequeña risa, aunque no parece divertida. Su mirada se pierde nuevamente en el horizonte.

Problemas, ¿eh? —musitó—. No se preocupen por mí. Es el mar el que no perdona. He estado aquí más tiempo del que querría, pero la gente de Rostock siempre habla, siempre tiene preguntas. A veces, los faros no deben prenderse, y otras veces… las luces simplemente son lo que son. Luces que vienen y se van.

El tono de Krane se vuelve más confuso, como si sus palabras fueran ecos perdidos en la mente de un hombre que ha estado demasiado tiempo sin hablar con nadie, probablemente los primeros síntomas de que ya no estaba en sus cabales... fuera por la edad o su autoimpuesta soledad. Me sentí un tanto incómodo, pero necesitaba saber más así que decidí indagar.

¿De qué luces estás hablando, Krane? Varias personas en Rostock mencionaron algo sobre luces verdes en el agua que parecen tener vida propia. ¿Te refieres a eso?

Krane se agita en su silla... un temblor pasa por su cuerpo pero su rostro no muestra miedo. Al contrario, parece más como si estuviera repasando una idea lejana.

Luces verdes, sí… claro, claro. El mar está lleno de secretos, joven. Esas luces las he visto muchas veces. A veces, me pregunto si son simplemente el mar llamando. Pero yo… yo sé lo que son. Son las luces de los que se hundieron. Las que nunca deben volver.

No puedo evitar fruncir el ceño. La referencia a los muertos me pone aún más nervioso y confirma cuanto más mis sospechas de que el viejo Krane ya no está apto para ser el farero... su cordura desvaneciéndose a cada nueva palabra que sale por sus resquebrajados labios.

¿Qué quieres decir con eso? —pregunto, acercándome un poco más, observando cómo sus manos tiemblan sobre sus rodillas—. ¿Las luces son peligrosas? ¿Qué ha estado pasando aquí?

Krane me mira fijamente, y por un momento, parece que va a responder de manera sensata. Pero de repente, su rostro se contorsiona en una mueca de locura.

El mar… el mar no se olvida, muchacho. No se olvida. Hay quienes se hunden, y hay quienes permanecen. Eso lo sabes bien. Tú y yo… sabemos bien lo que ha pasado. Lo que pasó con la navegación. Y la gente sigue viniendo aquí, buscando respuestas, pero no las encontrarán. Las respuestas siempre están en el mar. Y en las luces.

Una extraña sensación de incomodidad se asienta en mi estómago. Algo no está bien en su mente, y aunque sus palabras suenan como delirios, hay algo en la forma en que habla que me hace cuestionar la realidad de lo que dice. Es como si el hombre estuviera atrapado en un ciclo de recuerdos rotos y el mar lo hubiera consumido lentamente.

Krane, escúchame… —trato de interrumpirlo, pero él continúa sin hacerme caso... como si estuviera hablando consigo mismo, ya perdido en sus divagues. Mi paciencia por suerte me permite aceptar el hecho de que su demencia no es algo que haya elegido sufrir, es tan simplemente la edad jugándole una mala pasada. Tendría que descubrir por mi cuenta qué es lo que tanto estaba mirando el viejo Krane; la gente de Rostock no puede estar viviendo con este miedo sin fundamento. Algo no encajaba.

Finalmente, al mirar por la ventana rota que da hacia el mar veo un destello en la superficie del agua. Un brillo verdoso como si todo el océano estuviera respirando a través de esos pequeños puntos de luz. Y en un instante... mi mente se aclara recordando viejos relatos de mi padre y vivencias de tiempos pasados cuando veníamos a visitar a Krane. Plankton. Es solo plankton bioluminiscente. Las luces verdes no son más que microorganismos que brillan en la oscuridad. El brillo es natural, pero la paranoia del farero ha convertido algo tan común en una amenaza sobrenatural.

Las luces… son solo plankton, Krane. — digo finalmente, sin poder ocultar mi desconcierto—. No hay nada extraño en ellas. Solo son luces que producen ellos mismos.

Krane me observa en silencio por un largo momento, su rostro arrugado y su mirada turbada. Finalmente, parece comprender, pero su expresión no cambia.

Tal vez… tal vez sea eso, muchacho. Tal vez. Pero en mis años en el mar, las cosas no siempre son lo que parecen. Y las respuestas… las respuestas nunca vienen cuando uno las busca. Solo cuando el mar decide dártelas.

El farero ha dejado claro que su mente está rota, pero ya no hay más que hacer aquí. El mar seguirá su curso, y las luces seguirán brillando, ajenas a los miedos humanos. Tras escuchar las palabras incoherentes de Krane y ver el profundo estado de demencia que ha invadido su mente, me quedó claro que no hay nada más que pudiera hacer allí. El hombre parece atrapado en un mundo de delirios que la razón no puede tocar... El regreso a Rostock es lento y cansado. La misión, aunque resuelta, no deja de tener un tono triste, el ver cómo incluso una persona tan fuerte es víctima inevitable del tiempo. La única solución a este problema era una lamentable pero necesaria...

Un farero capacitado para que la luz del faro volviera a funcionar adecuadamente.

Al llegar al centro del pueblo me encuentro con varias de las personas con las que hablé temprano en la tarde... que me miran con expectación, ansiosos por escuchar lo que tenía que decirles. La anciana que había hablado conmigo antes, junto con otros miembros de la comunidad, se agrupan en un medio círculo a mi alrededor... casi que viéndose impacientes por lo que iba a contarles.

Entonces, ¿Qué pasó, Arthur? ¿Es cierto lo que decían sobre el faro? — pregunta la anciana, su voz temblorosa.

Respiro hondo antes de hablar, con tono serio.

El faro está funcionando, pero su operador no lo está. El viejo Krane ha estado sufriendo de demencia senil a saber desde cuándo, pero por lo que me dijeron ustedes ya hace varios meses... quién sabe si más tiempo. Lo he encontrado en un estado deplorable... delirando sobre luces fantasmales en el mar. Las luces verdes que han estado viendo no es más que plankton que brilla en la noche y parece que se mueve por la marea en las costas. No hay ninguna amenaza real, pero es evidente que el hombre ya no está en condiciones de seguir operando el faro. Deben buscar un reemplazo lo antes posible.

Los aldeanos se miran entre ellos, algunos con una mezcla de alivio y desconcierto. La anciana suspira aliviada, pero también con una tristeza evidente.

Pobre Elroy… —murmura, mirando al suelo—. Siempre fue un buen hombre, nos encargaremos de ayudarle y encontrar reemplazo... gracias por la ayuda, Arthur.

Es un momento difícil... y la tensión en el aire es palpable. La gente ya no está tan aterrada, pero la preocupación por el funcionamiento del faro sigue a flor de piel; al menos ahora tienen una decisión que tomar aunque no la tomaría por ellos.

Voy a informar a la Marina sobre lo ocurrido — avisé, mirando a los demás que me rodeaban—. Lamentablemente tengo que hacer un informe sobre esto, pero estoy seguro que el viejo Krane estará bien.

El trabajo aquí está terminado, aunque la sensación de haber estado ante la fragilidad de la mente humana persiste. A veces las amenazas no son externas... sino internas, y es un recordatorio sombrío de lo fácil que es perderse en los propios delirios.

Cuando llego de nuevo a la base G-23 para presentar mi informe, las palabras fluyen con facilidad. La Marina entenderá la situación, y aunque no es una misión que traiga gloria ni nada por el estilo, al menos sé que he cumplido con mi deber. A veces, las misiones más simples son las que dejan una marca más profunda en uno mismo.
#1


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