King Kazma
Shiromimi
29-07-2024, 06:47 PM
20 de Primavera del 724
Vaya un fiasco. El cofre no valía para vender con la cerradura forzada, el contenido tenía un mordisco que no se podía disimular de ninguna manera… Aquel robo no había servido para nada. Bueno, sí había servido para algo. Para darle un poder que desconocía y quitarle la habilidad de nadar, perfecto para un pirata. Todo ese asunto le hizo estar más irascible de lo normal todo el resto del día. ¿Acaso no era lógico? Tenía un negocio millonario y sólo se le ocurrió darle un mordisco. Si se hubiera fijado antes en que la fruta más que exótica era rara directamente… En fin, no servía de nada darle vueltas a aquello, lo hecho hecho estaba y sólo le quedaba mirar hacia delante y continuar con su vida con las nuevas restricciones que tenía impuestas.
Irse sin pagar de los sitios era lo más complicado para él, ya que destacaba bastante. En una multitud mayoritariamente humana, un conejo blanco con chaleco rojo pues era fácilmente identificable. Así que siempre se las tenía que ingeniar de una forma u otra. Para irse del lugar donde había comido aquella fruta del diablo según salió del local, se metió en el callejón y pegó un salto hasta el tejado, atravesando edificios de esa forma hasta caer en una calle bastante alejada. Y es que no podía llamar mucho la atención como delincuente en aquel lugar, tenían una base marina llena de sus correspondientes marines y él estaba solo. Era pronto para que le pusieran precio a su cabeza. Y más cuando algunas posibles rutas de escape se le habían cerrado permanentemente. Ya no podía esconderse en el puerto, bajo los muelles. Ni saltar por un acantilado hasta el mar. ¿Podía ganar algo de dinero? Sí. Podía fregar unos platos y ganar unos billetes para ir tirando sin llamar tanto la atención. Pero no lo iba a hacer. La libertad de un pirata incluía la libertad frente al dinero. Si se ponía a trabajar para ganarlo igual que cualquier otra persona, estaría tan esclavizado por el dinero como los demás. Un pirata conseguía lo que quería y necesitaba de dónde quisiera. Si los demás no eran lo suficientemente fuertes como para defender su propiedad, entonces no la merecían.
A lo largo del día pensó en aquel pensamiento. Tal vez se había pasado pensando eso. Se culpaba a sí mismo porque no se había defendido de los repetidos abusos de los demás chavales de su pueblo natal. Si hubiera empezado a pegar patadas cuando tenía diez años, tal vez lo hubieran respetado. O temido. En cualquier caso, le habrían dejado en paz y no tendría que haberles dado una paliza para mandarlos al hospital y ahora estaría en su casa con sus padres. ¿Quería eso? ¿Quería volver? No. Añoraba a sus padres, le querían y él los quería, pero preferían pasar desapercibidos a defender a su propio hijo, enseñarle que debía tragar con cualquier injusticia que la vida le trajera en lugar de pelear por algo mejor, aspirar a que le respetaran. Así que necesitaba eso. Necesitaba escapar y vivir su vida como él quería. Siempre vio el mundo a través de las palabras e ilustraciones de los libros de historia y era su sueño verlo con sus propios ojos.
Al final entró en una taberna de mala muerte. Un lugar en el que no importaría nada si se ponía violento. Tenía pinta de ser uno de los locales frecuentados por piratas y otros delincuentes, así que no se molestarían en avisar a la marina si había una reyerta. Cosa bastante probable ya que él tenía los nervios a flor de piel por lo que había pasado. Y no tardó mucho en caldearse el ambiente de hecho. Era el único mink allí dentro. Un ambiente mucho más normal y al que estaba más acostumbrado viajando por el East Blue. Haber visto tantas razas distintas arriba tal vez lo había descolocado un poco. Y esa gente no era especialmente civilizada. Sabía lo que iba a pasar más temprano que tarde por cómo le miraban y hablaban. Así que aprovechó para disfrutar de su bebida todo lo que pudo hasta que esos tipos finalmente se levantaron de su mesa y se dirigieron a él. – Conozco gente que pagaría mucho para tener un mink esclavo. Dame una sola razón para no darte una paliza y venderte al mejor postor. – Dijo el que parecía ser el jefe del trío. King le dirigió una mirada y continuó bebiendo su jarra de cerveza , como si creyera que al ignorarlos se iban a ir sin más. Obviamente estaba esperando el primer golpe de esa supuesta paliza que le iban a dar.
Y llegó. Claro que no alcanzó a impactar en su objetivo. King no era un civil cualquiera. Cualquier mink tenía unos reflejos superiores a la mayoría de humanos, pero él había estado entrenando por su cuenta, viajando solo, entablado todo tipo de peleas… Se había curtido y podía esquivar ese puñetazo fácilmente. Y en cuanto lo hizo arrojó el contenido de su jarra directamente a la cara de aquel tipo para que le entrara en los ojos. Chilló de dolor mientras intentaba secárselos. Los otros dos desenfundaron sus espadas. Eso era un poco más problemático. Pero King se las podía ingeniar. Puso la mesa entre él y sus atacantes cuando descargaron sus espadas contra él, clavándolas en la madera, lo que le permitió desarmarlos fácilmente y propinarles dos patadas que los mandaron hasta la pared. Mientras se regocijaba en su victoria, el primero había logrado sobreponerse a la ceguera cervecera y lo agarró por el chaleco para estamparlo contra la pared. Al parecer casi no le había entrado cerveza en los ojos. Iba a darle una patada para romperle una pierna y que lo soltase, pero los otros dos le sujetaron las piernas. Mierda… Fue entonces cuando, tras recibir un par de puñetazos en la cara, su cuerpo entero pasó de blanco a rojo anaranjado y el local se llenó de olor a carne quemada. Aquellos bravucones le soltaron entre gritos de dolor mientras las llamas se extendían desde la espalda de King, por la madera que había estado tocando en la pared. ¿Aquel era el poder que le había dado la fruta del diablo? No encontraba otra explicación, aquello claramente no era el elektro de los mink del que le habían hablado sus padres. Se calmó, notó que no tenía calor a pesar de estar rodeado de llamas y salió a toda prisa del local. Era una buena excusa para no pagar. Un incendio.
Vaya un fiasco. El cofre no valía para vender con la cerradura forzada, el contenido tenía un mordisco que no se podía disimular de ninguna manera… Aquel robo no había servido para nada. Bueno, sí había servido para algo. Para darle un poder que desconocía y quitarle la habilidad de nadar, perfecto para un pirata. Todo ese asunto le hizo estar más irascible de lo normal todo el resto del día. ¿Acaso no era lógico? Tenía un negocio millonario y sólo se le ocurrió darle un mordisco. Si se hubiera fijado antes en que la fruta más que exótica era rara directamente… En fin, no servía de nada darle vueltas a aquello, lo hecho hecho estaba y sólo le quedaba mirar hacia delante y continuar con su vida con las nuevas restricciones que tenía impuestas.
Irse sin pagar de los sitios era lo más complicado para él, ya que destacaba bastante. En una multitud mayoritariamente humana, un conejo blanco con chaleco rojo pues era fácilmente identificable. Así que siempre se las tenía que ingeniar de una forma u otra. Para irse del lugar donde había comido aquella fruta del diablo según salió del local, se metió en el callejón y pegó un salto hasta el tejado, atravesando edificios de esa forma hasta caer en una calle bastante alejada. Y es que no podía llamar mucho la atención como delincuente en aquel lugar, tenían una base marina llena de sus correspondientes marines y él estaba solo. Era pronto para que le pusieran precio a su cabeza. Y más cuando algunas posibles rutas de escape se le habían cerrado permanentemente. Ya no podía esconderse en el puerto, bajo los muelles. Ni saltar por un acantilado hasta el mar. ¿Podía ganar algo de dinero? Sí. Podía fregar unos platos y ganar unos billetes para ir tirando sin llamar tanto la atención. Pero no lo iba a hacer. La libertad de un pirata incluía la libertad frente al dinero. Si se ponía a trabajar para ganarlo igual que cualquier otra persona, estaría tan esclavizado por el dinero como los demás. Un pirata conseguía lo que quería y necesitaba de dónde quisiera. Si los demás no eran lo suficientemente fuertes como para defender su propiedad, entonces no la merecían.
A lo largo del día pensó en aquel pensamiento. Tal vez se había pasado pensando eso. Se culpaba a sí mismo porque no se había defendido de los repetidos abusos de los demás chavales de su pueblo natal. Si hubiera empezado a pegar patadas cuando tenía diez años, tal vez lo hubieran respetado. O temido. En cualquier caso, le habrían dejado en paz y no tendría que haberles dado una paliza para mandarlos al hospital y ahora estaría en su casa con sus padres. ¿Quería eso? ¿Quería volver? No. Añoraba a sus padres, le querían y él los quería, pero preferían pasar desapercibidos a defender a su propio hijo, enseñarle que debía tragar con cualquier injusticia que la vida le trajera en lugar de pelear por algo mejor, aspirar a que le respetaran. Así que necesitaba eso. Necesitaba escapar y vivir su vida como él quería. Siempre vio el mundo a través de las palabras e ilustraciones de los libros de historia y era su sueño verlo con sus propios ojos.
Al final entró en una taberna de mala muerte. Un lugar en el que no importaría nada si se ponía violento. Tenía pinta de ser uno de los locales frecuentados por piratas y otros delincuentes, así que no se molestarían en avisar a la marina si había una reyerta. Cosa bastante probable ya que él tenía los nervios a flor de piel por lo que había pasado. Y no tardó mucho en caldearse el ambiente de hecho. Era el único mink allí dentro. Un ambiente mucho más normal y al que estaba más acostumbrado viajando por el East Blue. Haber visto tantas razas distintas arriba tal vez lo había descolocado un poco. Y esa gente no era especialmente civilizada. Sabía lo que iba a pasar más temprano que tarde por cómo le miraban y hablaban. Así que aprovechó para disfrutar de su bebida todo lo que pudo hasta que esos tipos finalmente se levantaron de su mesa y se dirigieron a él. – Conozco gente que pagaría mucho para tener un mink esclavo. Dame una sola razón para no darte una paliza y venderte al mejor postor. – Dijo el que parecía ser el jefe del trío. King le dirigió una mirada y continuó bebiendo su jarra de cerveza , como si creyera que al ignorarlos se iban a ir sin más. Obviamente estaba esperando el primer golpe de esa supuesta paliza que le iban a dar.
Y llegó. Claro que no alcanzó a impactar en su objetivo. King no era un civil cualquiera. Cualquier mink tenía unos reflejos superiores a la mayoría de humanos, pero él había estado entrenando por su cuenta, viajando solo, entablado todo tipo de peleas… Se había curtido y podía esquivar ese puñetazo fácilmente. Y en cuanto lo hizo arrojó el contenido de su jarra directamente a la cara de aquel tipo para que le entrara en los ojos. Chilló de dolor mientras intentaba secárselos. Los otros dos desenfundaron sus espadas. Eso era un poco más problemático. Pero King se las podía ingeniar. Puso la mesa entre él y sus atacantes cuando descargaron sus espadas contra él, clavándolas en la madera, lo que le permitió desarmarlos fácilmente y propinarles dos patadas que los mandaron hasta la pared. Mientras se regocijaba en su victoria, el primero había logrado sobreponerse a la ceguera cervecera y lo agarró por el chaleco para estamparlo contra la pared. Al parecer casi no le había entrado cerveza en los ojos. Iba a darle una patada para romperle una pierna y que lo soltase, pero los otros dos le sujetaron las piernas. Mierda… Fue entonces cuando, tras recibir un par de puñetazos en la cara, su cuerpo entero pasó de blanco a rojo anaranjado y el local se llenó de olor a carne quemada. Aquellos bravucones le soltaron entre gritos de dolor mientras las llamas se extendían desde la espalda de King, por la madera que había estado tocando en la pared. ¿Aquel era el poder que le había dado la fruta del diablo? No encontraba otra explicación, aquello claramente no era el elektro de los mink del que le habían hablado sus padres. Se calmó, notó que no tenía calor a pesar de estar rodeado de llamas y salió a toda prisa del local. Era una buena excusa para no pagar. Un incendio.