¿Sabías que…?
... el Reino de Oykot ha estrenado su nueva central hidroeléctrica.
[Diario] [D - Pasado] El primer paso de la venganza
Kael
El Fantasma del Mar
Cinco años antes.

Habían pasado varios días el ataque a su aldea. Desde entonces no había día que los ecos de los gritos resonaran en la cabeza de Kael. Toda esa vorágine de dolor, angustia y la pérdida en su pecho, consumiéndole, devorandole. Desde aquella trágica tarde, su mundo había sido arrasado como una isla sumergida por un tsunami. Se encontraba en la costa de su aldea sumido en la penumbra de su propia existencia contemplando las olas y estando en un lugar olvidado, un lugar que pronto ninguna leyenda contaría y sería perdido de los anales de la historia.

El aire estaba cargado de humedad salina, y el sonido de las olas rompía con fuerza contra las rocas. Sentado junto a los restos del fuego de una casa quemada, Kael absorbía el entorno como un lobo solitario. Su mirada, un reflejo de profunda tristeza, se perdía en el horizonte. Había perdido a Lira, su amada, y frente a él solo había un abismo interminable de recuerdos punzantes.

La escena de aquella noche fatídica se repetía en su mente con la claridad de un fantasmagórico sueño. El polvo y el fuego habían formado un remolino de destrucción, y él, que había soñado con una vida llena de aventuras, sólo había encontrado la agonía de su impotencia.

Lentamente, levantó su mano derecha, la única que le quedaba, una extremidad robusta, cuyo brazo había sido el pilar que había sostenido sus sueños. Yacía bajo el peso de la frustración, mientras su ojo izquierdo vendado, ahora creando un vacío y sangriento hueco en su rostro, sentía el dolor punzante de un recuerdo que le persiguió hasta el último rincón de su ser.

"He de cambiar", murmuró para sí mismo, "no puedo quedarme aquí sumido en mis propios lamentos. Salazar Stone no se detiene, y mi ira debe encontrar un camino". Con esas palabras resonando en su mente, Kael se levantó, sabiendo que el camino hacia su venganza comenzaría desde aquel momento.

Kael sabía que el odio se había enraizado en su corazón como un árbol de raíces profundas. Permitir que ese odio floreciera y se convirtiera en poder sería su única opción. La decisión de forjar un nuevo destino lo llevó a un punto de no retorno. Desde esa noche, su vida tomó un giro sombrío.

Comenzó un intenso régimen de entrenamiento; un ciclo de dolor y disciplina que transformaría su ser. Una taberna oscura, cerca del puerto del Reino de Oylot se convirtió en su campo de batalla. Un simple malentendido escaló en una pelea de bar. Kael se enfrentó a varios hombres, deshabilitando con precisión sus movimientos. Su percepción se había visto mermada por la falta de un ojo, igual que su capacidad de ataque y defensa por la falta de un brazo, pero esto no hizo que se echara para atrás. Su entrenamiento había tenido sus frutos, y aunque no estuviera acostumbrado a pelear se resolvió bastante bien. Demasiado bien. Esto es lo que necesitaba, entrenar contra gente, aprender de cada combate. Ese era el camino para lograr su objetivo.

Cada golpe que daba era una liberación de la ira que lo consumía. Cada golpe que recibía hacía que su mente volviera a ese día, a ese lugar donde lo perdió todo, aumentando su ira hasta niveles inesperados. Su ojo derecho ardía con furia, mientras que su brazo derecho se convirtió en un instrumento de dolor. La resistencia de su cuerpo se forjó a través de la brutalidad; sus enemigos caían como hojas secas.

Aquel lugar, repleto de sombras y mentiras, era un hervidero de rumores sobre la temible figura de Salazar Stone, un enemigo con un arsenal de criminales dispuestos a aplastar a cualquiera que desafiara su poder. Kael escuchó historias de sus hazañas, su despiadada ambición y cómo había amedrentado a todos los que se atrevían a enfrentarlo.

Un par de días pasaron y Kael, que había acumulado una colección de hematomas considerable, se dio cuenta de que cada golpe en su cuerpo era un recordatorio de su propósito. La persistencia lo llevó a encontrar a otros hombres descontentos con la tiranía de Stone; aquellos que, así como él, deseaban que el caos terminara.

Finalmente, un día, encontró una pequeña tripulación de inadaptados que rápidamente lo aceptaron como uno de los suyos: un cocinero llamado Jaggar, con un humor tan afilado como su cuchillo; y Helena, su mujer, la chica de los cabellos de fuego, con una determinación que igualaba al fuego en su corazón.

Los días se convirtieron en semanas mientras la tripulación en la que estaba Kael adquiría notoriedad en la isla, no lo suficiente para siquiera tener recompensa, pero si lo suficiente para que las carretas de los mercaderes pensaran lo suficiente si merecía la pena ir por ella zona de la isla. Al mismo tiempo, cada interacción también devolvía ecos del pasado. Las noches se volvían particularmente difíciles para él, cuando los recuerdos se manifestaban en forma de fantasmas en la oscuridad. Cada vez que cerraba los ojos, podía escuchar el crujir de la puerta, el grito desgarrador de Lira, como si el tiempo nunca hubiera transcurrido realmente.

Pero en medio de esa tristeza, también brotaba una feroz determinación. "Nada me detendrá", afirmaba hacia la brisa del mar; a cada palabra, empezaba a estrangular el dolor, convirtiéndolo en un recurso de ánimo y fuerza.

"¿Qué es lo que buscas en este camino de guerra?", le preguntó Helena, observando el tormento en su rostro. A pesar de que ella había decidido unirse a su misión, también comprendía que la venganza podría profundizar aún más las heridas de su alma.

“Busco justicia. Busco destruir la oscuridad que me ha llevado a esta vida”, respondió Kael, con la voz fría. Sin embargo, en el fondo, su corazón anhelaba la posibilidad de redención a través de la venganza.

Con el tiempo, la tripulación de Kael se hizo conocida por asestar golpes certeros a las pequeñas embarcaciones de Stone. Pero su objetivo siempre había sido el corazón de la bestia, y ese corazón era el barco insignia del temido capitán pirata.

Eventualmente, Kael y su tripulación se encontraron cara a cara con un grupo de los hombres de Salazar en su propia isla. Habían acampado cerca de una de las playas más recónditas de la isla en busca de refugio y provisiones sin llamar mucho la atención de la ciudad. Era una fiesta de alegría y música, pero también una fiesta de sombras y de secretos. Kael asintió a sus compañeros antes de lanzarse al caos.

El enfrentamiento fue feroz; uno tras otro, sus enemigos caían. Kael atravesó la multitud, sintiendo el ardor de la lucha alimentándolo. Pero, en medio de la brutalidad, su mente se vio interferida por recuerdos de Lira. Se preguntó si en su búsqueda de venganza había encontrado un nuevo propósito o si estaba cayendo en una trampa de dolor que nunca terminaría.

Finalmente, tras una feroz batalla, Kael se encontró ante el capitán de la banda rival, un hombre al que se le podía mirar a los ojos y ver algo completamente inesperado. No fue la mirada de una persona cuerda que estaba haciendo su trabajo, no, era la mirada de un sádico, un psicópata que por pertenecer a la banda de un Yonkou le permitían hacer lo que quisiera en gana en el East Blue con su pequeña tripulación. Un pequeño pez que pensaba que era un tiburón. Allí a la luz de la hoguera fue entonces cuando lo vio detenidamente; era aquel lugarteniente del pasado que había arrebatado todo lo que amaba.

“Te recuerdo, tu y los tuyos me convirtieron en lo que soy ahora. ¡Es hora de que conozcas el sufrimiento!”, gritó Kael, lanzándose hacia su oponente. Los combates se convirtieron en una danza de muerte, el acero chocando con el acero mientras la rabia hervía en su interior. Pero había un momento en el que recordó el grito de Lira, y la sentencia se hizo aún más clara: “No te convertirás en el monstruo que deseas destruir”. “Demasiado tarde, ya soy el monstruo” murmuró para sus adentros.

Finalmente, con la ayuda de sus compañeros Kael pudo derribar a su enemigo, sintiendo el peso de la venganza derramarse sobre su alma. Pero justo cuando se apoderaba de la victoria, una epifanía lo invadió.

“Esto no nos devolverá nuestro pasado, pero sí que evitará que pasen cosas peores en el futuro”, exclamó en voz alta, mientras el resto de sus compañeros se acercaban a él. Jaggar tenía una mala herida en el costado y Helena le ayudaba a mantenerse en pie como buenamente podía.

La ferocidad se extinguió momentáneamente en su intervención. Al mirar a su alrededor, Kael se dio cuenta de que la tragedia que había marcado su vida no podría ser borrada a través de la violencia. La oscuridad que había germinado en su corazón no era la respuesta pero sí un instrumento que utilizar.

“Todo esto debe terminar, pero todavía no. Todavía no.”, murmuró, aceptando que la lucha eterna contra la oscuridad no lo llevaría hacia donde deseaba estar. Lira nunca habría querido eso para él.

Con sus compañeros a su lado y el firme deseo de cambiar las tornas, Kael T. Draven decidió que no solo lucharía por su venganza, sino que liberaría a otros de la misma trampa que él había caído: el deseo de destrucción ciega. Había encontrado su razón para embarcarse en esta búsqueda, no solo como un cazador de sombras, sino como un faro para aquellos perdidos en la oscuridad.

La herida de Jaggar había empeorado considerablemente y no podría seguir luchando ni navegando hasta dentro de un buen tiempo, y Helena no le abandonaría por esto. Decidieron separar sus caminos en ese momento.

La lucha había sido dura, pero Kael emergió transformado. Había aprendido que la venganza podía llevarlo a la ruina, pero también había erigido nuevas esperanzas entre el caos; un camino que no solo contemplaba la destrucción, sino la iluminación.

“Debo seguir adelante”, se susurró a sí mismo, antes de ver el horizonte que se extendía más allá del mar. La vida le ofrecía una vez más la posibilidad de soñar.

Con el viento soplando en su rostro, el mar gesticulaba historias de nuevos comienzos. Kael estaba listo para navegar, no hacia el abismo de la venganza, sino hacia el descubrimiento de la esperanza. Una vez más, sería el explorador de su propio destino.

La oscuridad lo había tratado de consumir, pero al final, era un hombre marcado por el dolor que también había hallado la capacidad de amar, incluso si era un amor perdido. Cada ola que golpeaba contra las rocas ahora resonaba como un eco de vida, porque entendía que la verdadera fuerza radica en seguir adelante, no en dejarse gobernar por el odio.
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