
Qazan
Qazan
10-01-2025, 01:53 PM
(Última modificación: 10-01-2025, 07:54 PM por Moderador Doflamingo.)
1 de Invierno
El sol apenas despuntaba cuando llegué al puerto del Reino Orange. Lo primero que noté fue el olor: una mezcla de sal, frutas maduras y algo que definitivamente era pescado... aunque no quise investigar demasiado al respecto. El barco se deslizó entre otras embarcaciones, algunas tan destartaladas que parecían un milagro flotante, y otras tan imponentes que me hicieron sentir como si estuviera entrando a la casa de un noble sin invitación.
—¡Quitaos de en medio! ¡Necesito un muelle donde no me hundan el suelo! —. Rugí, mientras saltaba desde la cubierta y aterrizaba en el muelle con un estruendo que hizo saltar a un par de gaviotas. La madera crujía bajo mis pies, pero al menos no se rompió. Punto para el carpintero. No todo la gente de nuestro mundillo sabe crear estructuras consistentes que aguanten grandes pesos.
Un niño pequeño me señaló con los ojos más abiertos que una puerta de taberna. —¡Mami, mira! ¡Un pez con pantalones!— Me sacudí el agua de las aletas y le devolví la mirada con una sonrisa que mostró todos mis dientes. —Es orca, pequeño. Y estos pantalones son de seda importada. La madre lo arrastró lejos mientras me seguía lanzando miradas nerviosas. Clásico. Pensé para mi mismo. Siempre pienso que la gente se acostumbrará, pero nunca falla: una orca caminando por el puerto siempre es un espectáculo. En fin, el pan de cada día. Terminé de divagar.
El puerto estaba vivo, más de lo que esperaba. Mercaderes gritaban precios, artistas callejeros hacían malabares con frutas que, para ser honesto, parecían mejores para comer que para lanzar, y un grupo de marineros cantaba algo sobre un pulpo gigante que les robó el ron. Que putada... Aunque peor es que te roben la comida... Preguntadle a Gretta. Se me dibujó una sonrisa gigante mientras aguantaba las risas al recordar la de veces que hacíamos enfurecer a Gretta escondiéndole la comida por el barco, aunque la broma duraba poco, ese hocico es todo un prodigio de la naturaleza. Mi estómago rugió al ver un carrito lleno de naranjas jugosas.
—¡Bienvenido, amigo! ¿Una naranja para empezar el día? Solo cinco berries. —Me dijo el vendedor, un hombre bajito con un bigote más grande que su sonrisa. Tomé una sin preguntar y la aplasté en mi mano, sorbiendo el jugo directamente. El ruido hizo que algunos se giraran a mirarme, pero no me importó. Sabía bien. —Esto es una delicia. ¡Dame diez más!— Le dije al vendedor mientras me rechupeteaba todo el brazo al escurrirse el zumo por este.
Mientras masticaba una naranja entera, cáscara incluida, mis ojos se detuvieron en dos figuras encapuchadas que se movían rápido entre la multitud. Parecía que intentaban no ser vistas, lo que siempre es la mejor manera de llamar la atención. —¿Piratas? ¿Saqueadores? ¿O tal vez alguien que sabe dónde puedo encontrar respuestas? —. Murmuré para mí mismo. El Reino de Orange era tan particular como decían los rumores, de seguro que una buena idea sería pasar desapercibido o intentar no llamar la atención en exceso... Suerte.
Sin pensarlo mucho, comencé a seguir a las figuras encapuchadas, manteniendo una distancia suficiente para no asustarlas. O eso creía yo, porque, siendo una orca de tres metros y pico, pasar desapercibido es más una fantasía que una realidad. Doblaron una esquina hacia un callejón oscuro. Era el típico lugar donde te emboscan, te roban o te ofrecen un mapa del tesoro por cinco monedas y un trozo de tu dignidad. Decidí arriesgarme.
—¡A ver, encapuchados misteriosos! ¿Se perdieron o buscan algo? Porque si es una dieta de naranjas, tengo un carrito justo ahí atrás. —Mi voz retumbó en el callejón como un tambor gigante. Las figuras se detuvieron en seco. Una de ellas, la más alta, giró lentamente la cabeza hacia mí. Bajo la capucha, brillaban dos ojos dorados que parecían hechos de fuego líquido. La otra figura retrocedió un paso, pero no salió corriendo, lo cual ya era un logro.
—¿Qué quieres, orca? —Preguntó la alta, con una voz que sonaba como si llevase de fiesta varios días sin pasar por casa. —Saber qué hacen dos personajes tan llamativos como vosotros en un lugar como este —Respondí cruzándome de brazos. —Y, si no es mucho pedir, también me gustaría saber qué hay en ese cráter del que todos hablan. —Hubo un silencio largo. Tan largo que empecé a preguntarme si había dicho algo mal. Pero entonces, la figura más baja se quitó la capucha, revelando un rostro joven, lleno de pecas y con una sonrisa nerviosa.
—¿Te gusta el caos? Porque si es así, acabas de encontrarte con las personas correctas —dijo, mientras sacaba de su bolsa una joya deslumbrante, una gema del tamaño de mi puño que brillaba con un fulgor digno de cuentos de hadas. Mis ojos se entrecerraron. Había visto bastantes tesoros en mi vida como para saber que esa joya no era algo que alguien llevara casualmente en el bolsillo. Era una pieza de colección, digna de un rey.
—Hermosa, ¿no? La tomamos prestada del lugar equivocado. Pero, oye, tal vez tú quieras cuidarla por nosotros. —La figura alta habló con una sonrisa burlona, mientras lanzaba la joya hacia mí. Atrapar la gema fue un acto reflejo, y en cuanto la sostuve, un grito resonó desde el extremo del callejón. —¡Ahí están! ¡Atrápenlos! ¡La joya de la princesa! —Un grupo de guardias del Reino Orange apareció, armados hasta los dientes y con expresiones que prometían problemas. Mis nuevos "amigos" aprovecharon la confusión para desaparecer entre las sombras, dejándome con la joya en la mano y a los guardias corriendo hacia mí. —¡Eh eh eh, esto no es lo que parece! —grité, pero mi voz no tenía muchas posibilidades contra las lanzas que se acercaban. —Genial, ahora soy una orca sospechosa de robo real. ¡Qué manera de empezar el día! —dije con tono irónico, de verdad que el día había empezado muy bien, un zumito matutino, unos rateros en un callejón.
Los guardias no estaban de humor para charlas, y antes de que pudiera explicar algo más, me rodearon. Aunque eran al menos una docena, la ventaja numérica no les servía de mucho contra este Gyojin bien entrenado. Usé mis aletas para desarmarlos con facilidad, las lanzas volaron por el aire, y algunos de los guardias acabaron en el suelo, aturdidos. Mi tamaño y fuerza jugaron a mi favor. —¿De verdad quereis seguir con esto? —pregunté, levantando una lanza con una sola mano y doblándola como si fuera un alambre.
Sin embargo, mi victoria fue breve. Entre la multitud, un hombre con armadura adornada en oro y una capa púrpura apareció, imponiendo un silencio inmediato. Su presencia era innegable. Era un alto rango de la guardia real, posiblemente el capitán. —Basta. —Su voz era fría y cortante. Antes de que pudiera reaccionar, me lanzó una red de acero reforzado que me envolvió por completo. Mi fuerza no era suficiente para romperla. —¡Esto es un malentendido! ¡Esa joya no es mía! —protesté mientras me levantaban y me llevaban hacia el palacio. Nadie me escuchó. Las calles estaban llenas de murmullos y miradas curiosas mientras pasábamos.
En el palacio, las cosas no mejoraron. Fui llevado directamente a la sala del trono, donde un consejero, con cara de pocos amigos, leyó en voz alta mi "sentencia". No importaba lo que dijera, nadie estaba dispuesto a creerme. La joya era demasiado valiosa, y yo era el culpable perfecto. —Qazan, orca, por el robo de la joya real, serás condenado al patíbulo. —El consejero me miró con desdén, como si yo fuera un espectáculo de feria. —No si el día se ha puesto interesante, eso seguro. —
Dije con tono burlón ante todo lo que estaba sucediendo a mi alrededor.
Horas más tarde, estaba en el centro de la plaza, con la multitud reunida para ver mi ejecución. Estaba atado, pero no intimidado. Mi tamaño hacía que la plataforma de madera crujiera bajo mi peso.—Esto va a salir mal, lo siento en las aletas... —murmuré. Y, efectivamente, cuando el verdugo se preparó para terminar con todo, la plataforma cedió bajo mi peso, rompiéndose en mil pedazos. Caí al suelo con un ruido ensordecedor, cubierto de astillas. La multitud se quedó en silencio, y luego estalló en carcajadas.
—¡Ni siquiera el patíbulo puede con una orca! —gritó alguien. Los guardias no lo encontraron tan gracioso y se apresuraron a terminar el trabajo de una manera más directa. Con espadas desenvainadas, se acercaron mientras yo aún estaba atado. Todo parecía perdido, hasta que una voz resonó desde las escaleras del palacio. —¡Deténganse ahora mismo! —La multitud se giró, y los guardias se congelaron. Era una joven, con un vestido dorado y una tiara en la cabeza. Su porte era regio, pero su expresión estaba llena de determinación. —¡Princesa! —murmuraron los presentes.
La princesa descendió con gracia, caminando directamente hacia mí. Levantó una mano para silenciar cualquier objeción y habló con firmeza. —Yo estaba presente durante el robo. Vi a los ladrones y este hombre, esta orca, no es uno de ellos. Libérenlo de inmediato. —Su voz era un mandato que nadie se atrevió a cuestionar. —¡Hombre mi niña! Ya era hora eh, me parece muy bien que tengas asuntos que tratar pero yo tambien. —Dije mientras con un simple tirón partía las ataduras que me habían puesto. —Por un momento pensaba que me iba a tener que liar a ostias, gracias por la ayuda. — Dije al tiempo que me sacudía el polvo. Toda la gente allí reunida quedó perpleja al ver que de haber querido podía haber liado una revuelta curiosa y haber escapado sin demasiado aprietos. Pero sin duda seguirle el juego a esta gente era mejor opción. Ahora estaban en deuda conmigo.