Silver D. Syxel
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16-01-2025, 02:17 AM
(Última modificación: 25-01-2025, 02:15 AM por Silver D. Syxel.)
Loguetown
Otoño del año 724
Otoño del año 724
La luz del sol se desvanecía lentamente detrás de los edificios de piedra y madera de Loguetown, bañando la ciudad en una paleta de tonos cálidos que contrastaban con la actividad frenética del puerto. Las olas golpeaban suavemente contra los muelles mientras los marineros descargaban mercancías, entremezclando el crujir de las cajas con las órdenes gritadas por capataces irritados. En las calles, el bullicio era constante: vendedores pregonaban sus productos en las plazas cercanas, niños corrían entre los transeúntes, y ladrones oportunistas aprovechaban cualquier descuido para aumentar sus ganancias.
Silver D. Syxel avanzaba con paso relajado, observando el caos organizado que tanto caracterizaba a la ciudad. Había estado en Loguetown varias veces antes, pero cada visita parecía tener su propia dosis de problemas y oportunidades.
—Loguetown nunca decepciona... pero tampoco perdona —murmuró mientras veía cómo un comerciante gritaba enfurecido tras descubrir que le habían robado una bolsa de monedas.
El capitán dejó que sus pasos lo llevaran hasta el puerto, donde buscó una taberna para saciar su sed y quizás, con suerte, escuchar algo interesante. Fue así como terminó frente a un establecimiento modesto que destacaba más por su letrero torcido y el ruido que escapaba de su interior que por cualquier signo de calidad.
El interior estaba abarrotado. Hombres y mujeres, la mayoría marineros y comerciantes, llenaban las mesas mientras charlaban, reían y cantaban canciones desafinadas acompañadas por el sonido metálico de vasos chocando. El olor a ron barato mezclado con el de tabaco impregnaba el aire. Syxel avanzó hasta la barra, sorteando a un par de parroquianos que discutían a gritos sobre algún agravio olvidado.
—Un vaso de lo mejor que tengas... o de lo menos malo —pidió, dejando caer unas monedas sobre la madera pegajosa de la barra.
El tabernero, un hombre calvo con mirada cansada, le sirvió sin decir palabra. Silver tomó el vaso y dio un sorbo, permitiendo que el líquido ardiera en su garganta mientras su mirada recorría el lugar. No tardó mucho en captar algo interesante.
—...el viejo Keller está que echa humo —decía un hombre robusto en una mesa cercana—. Ese cargamento era su mayor apuesta este mes, y ahora nadie sabe dónde está.
Silver aguzó el oído. Aquel comentario era mucho más interesante que las discusiones habituales sobre apuestas o mercancías rotas. Decidió acercarse, vaso en mano, dejando que su presencia se sintiera pero sin parecer amenazante.
—Perdonad la interrupción —interrumpió con tono amistoso—. No he podido evitar escuchar algo sobre un cargamento perdido. Quizás pueda ser de ayuda... si merece la pena.