6 de Invierno, Atardecer
Costa de Tortuga
El cielo se me hacía sereno y despejado. Mi grupo y yo descansábamos plácidamente en la pequeña gruta que habíamos encontrado cerca de la orilla de la playa, sabiendo ahora que nos refugiábamos en una hendidura del esqueleto de la inmensa criatura. Pero aunque no lo pareciera, esta era la mejor de las opciones para alojarnos en Isla Tortuga, ya que la alternativa, Champa, era un nido de piratas y criminales extremadamente peligrosos que no nos auguraban ningún final bueno ni en lo más mínimo. De hecho, era altamente probable que nos atracaran, estafaran o secuestraran, especialmente a Anaka, quien, por su condición de sirena, alcanzaba un alto precio en las subastas clandestinas debido a su extremadamente elevada belleza. Sin duda, no quería que ella ni siquiera se acercara remotamente a esos brutos y bárbaros piratas, al igual que prefería exponer a Isis y Anubis lo mínimo posible a ellos. Por ello, estaba dispuesto a que nos buscáramos la vida en la intemperie.
Por suerte, Tortuga no era de las islas más al norte del mar; ahora mismo, el Polo Norte debía ser una zona extremadamente atroz y despiadada con aquellos novatos que la visitaran sin la preparación adecuada. Pero en esta isla, el invierno solo se hacía notar un poco. Nosotros ya nos habíamos abastecido con ropas cálidas para el invierno, algunos suministros, lámparas, en fin, todo lo necesario para sobrevivir en el páramo desértico que conformaban las inmediaciones de la colina de huesos. Por suerte, los piratas evitaban adentrarse allí, por lo que no había riesgo real de que nos encontraran fácilmente o por casualidad, convirtiéndolo en un pequeño remanso de paz para nosotros. En especial para Anaka, quien no estaría a salvo entre piratas al ser una sirena, esa gente solo ve en ella una mercancía valiosa que llevar a subastas o un trofeo para ellos mismos dada su inmensa belleza, me repugnaba solo pensarlo, pero no estaba dispuesto a exponerla a ese ambiente de mierda, por eso viviríamos aislados de Champa hasta tener que irnos de la misma tras la investigación de los Tribulantes.
Aún no se había recuperado nuestro compañero octópodo. Era una lástima, pero yo estaba decidido a ayudarle en la jornada de hoy para que pudiera estabilizarse y mejorar de una vez por todas, aunque no fue una tarea fácil, la verdad. Ayer por la noche logramos estabilizar un poco su condición, y hoy le habíamos dado un mejor tratamiento al encontrar, por las colinas de huesos, la quinacea de hoja estrecha carmesí, un sedante y cicatrizador que le había sentado muy bien a nuestro compañero pulpo. Ahora solo restaba esperar en la caverna a que se recuperara la pobre criatura, pero estábamos bien.
Usábamos la luz para alumbrar la cueva; era una lámpara de aceite, porque si hacíamos una hoguera, el rastro de la columna de humo podría alertar a las personas de Champa y guiarlas hasta nosotros. Así que comíamos cosas que se pudieran comer crudas y solo utilizábamos iluminación que no generara humo. Para calentarnos, ya teníamos mantas y ropa cálida, además de que Anubis e Isis eran muy cálidos si dormíamos cerca de ellos. Pero en general, mientras no hubiera alguna nevada fuerte, estaríamos bien y con un cierto confort allí dentro.
Lo que no esperábamos era que aquella pequeña gruta, que brindaba una cierta cobertura, fuera uno de los refugios de un animal de la zona. Y el mismo nos terminó por encontrar aquella noche. Salí a su encuentro cuando escuché el repiqueo agresivo de unas pezuñas contra la roca, o mejor dicho, contra el hueso, en la puerta de la caverna. No tenía dudas de que se trataba de la declaración de guerra agresiva de algún animal que volvía a su refugio y se encontraba con un grupo de extraños que se habían adueñado de él. Ya no solo humanos, sino varios animales; sin duda alguna, la criatura se debió sentir robada. No obstante, demostraba una cierta nobleza al proclamar claramente un desafío ante la intrusión desde el exterior, en lugar de entrar como un loco a pelear dentro del lugar.
Una vez fuera de la gruta, pude encontrarme con un imponente reno de pelaje blanco y muy abundante, con un regio aspecto, que iba cabeceando con sus pezuñas contra el suelo en señal de desafío. Se le mostraba claramente molesto y agresivo, pero aun así no perdía sus modales desafiantes. En cuanto salí plantándome frente a él, detuvo sus repiqueos contra el piso y se dispuso a iniciar una batalla contra mí.
El primer movimiento por su parte fue una acometida con sus cuernos buscando placarme. Yo lo busqué evitar con un grácil movimiento hacia el lado, pero él rápidamente torció su cabeza y me asestó un golpe con sus cuernos de refilón. Noté la rozadura de esos cuernos en mi brazo; era un poco molesto, y él no parecía detener su acometida. O lo esquivaba con un poco más de margen o me seguiría rozando de forma leve buscando un desgaste constante. Yo no quería hacer daño a un animal, pero no me estaba dejando más remedio la criatura. Una nueva acometida se precipitó hacia mí y respondí la misma con una patada directa contra sus cuernos, chocando mi pie con su cornamenta en una colisión muy poderosa hasta que finalmente logré, con algo de empuje, hacer retroceder al animal. La sucesión de choques se repitió por un buen rato, en que opté por aceptar su desafío y dejé de esquivarlo, pasando a un enfrentamiento directo de sus cuernos contra mis piernas, en un conflicto frontal de fuerzas en las que ninguno quería ceder ni un centímetro. Más yo contaba con una clara ventaja de fuerza respecto a la criatura. Se trato de una lucha sin cuartel, éramos dos cabezones que no querían ceder ni un milímetro en su posición, el defendía la legitimidad de su hogar, mantenido seguramente por muchos años y yo ahora estaba buscando custodiar el refugio de mis nakamas para que pudieran estar protegidos y a cubierto. Notaba en el choque de nuestros cuerpos todo su ímpetu y fortaleza, pero lamentablemente para él, yo era más fuerte en estos momentos.
Finalmente, el animal se vio abatido por el cansancio y cayó inconsciente frente a mí. No me gustaba la idea de dejarlo a su suerte cuando habíamos invadido su territorio y no me pareció una criatura peligrosa o malintencionada, así que lo traje al interior de la caverna, donde lo cuidamos y protegimos del frío y las inclemencias del tiempo. Efectivamente, esa misma noche cayó una nevada. El instinto de la criatura le debió advertir de eso, y por esa misma razón estaba retornando a su refugio para buscar cobijo. Pero ahora, en lo que se recuperaba de mis golpes y yo también descansaba de mi fatiga, lo acogimos en la cueva, tratando sus heridas y tapándolo con una manta. Me demostró ser un gran rival, su fuerza era una cosa respetable y su tenacidad admirable, es una maravilla de criatura y no iba a permitir que le pasara nada dejándola a la intemperie, así como tampoco iba ha causarle ningún daño, solo nos tuvimos que enfrentar a causa de encontrarnos de forma súbita queriendo encontrar un refugio. Pero ahora todos descansábamos allí bajo el amparo de la gruta y el calor de las mantas con la luz del aceite. Éramos una pequeña familia, algo peculiar, pero una familia al fin y al cabo.