Loguetown
Otoño del año 724
Otoño del año 724
El muelle tres estaba más tranquilo de lo que Syxel esperaba. Las olas se estrellaban suavemente contra los pilotes de madera, y el sonido ocasional de una cuerda golpeando un mástil rompía el silencio. Los hombres apostados en la entrada del almacén tenían el porte de quienes estaban acostumbrados a la acción, pero en ese momento, parecían más interesados en terminar sus cigarrillos que en vigilar.
Silver no se detuvo. Caminó con la calma de alguien que pertenecía al lugar, su postura relajada y una ligera sonrisa en los labios. Si algo había aprendido en su vida, era que la confianza podía ser tan efectiva como una espada afilada.
Cuando estuvo a unos pocos pasos de los guardias, uno de ellos, un hombre alto con una cicatriz en la mejilla, levantó la mano para detenerlo.
—¿Adónde crees que vas, amigo? Este almacén no es para curiosos.
Syxel mantuvo su sonrisa, inclinando ligeramente la cabeza.
—¿Y quién dice que soy un curioso? Estoy aquí para hablar con Keller. Creo que tenemos intereses comunes.
El segundo guardia, más bajo pero con brazos que parecían troncos, entrecerró los ojos mientras evaluaba al recién llegado.
—¿Y cómo sabemos que no eres un soplón?
Silver soltó una risa baja, sacando una pequeña bolsa de monedas de su chaqueta y agitándola suavemente para que el tintineo metálico fuera audible.
—Porque los soplones no pagan tan bien como yo.
Los guardias intercambiaron una mirada. El más alto suspiró y se hizo a un lado, señalando con la cabeza hacia la puerta.
—Habla con Keller, pero más te vale que no traigas problemas. Ya tiene suficientes.
El capitán asintió y empujó la pesada puerta del almacén. El interior era espacioso pero estaba mal iluminado, con solo unas pocas lámparas de aceite colgando de las vigas. Las cajas de madera estaban apiladas en desorden, algunas marcadas con símbolos que indicaban su contenido: especias, telas, armas, y, para interés de Syxel, barriles de ron.
En el centro del lugar, un hombre de cabello gris y rostro curtido por los años estaba inclinado sobre un escritorio improvisado, revisando papeles con expresión tensa. Keller tenía la apariencia de alguien acostumbrado a estar al mando, con una camisa desabrochada y un chaleco de cuero que mostraba cicatrices antiguas en sus brazos.
—¿Keller? —llamó Silver, acercándose con pasos firmes pero medidos.
El hombre levantó la vista, sus ojos oscuros y calculadores se clavaron en el pirata.
—¿Quién eres y qué demonios quieres?
—Un amigo. Bueno, un amigo del ron, para ser exactos —respondió, señalando con la cabeza hacia los barriles apilados al fondo—. Me he enterado de que has perdido algo importante, y pensé en ofrecer mi ayuda... a cambio de un pago razonable, claro.
Keller gruñó, inclinándose hacia atrás en su silla mientras lo evaluaba.
—¿Qué te hace pensar que necesito tu ayuda?
Syxel se encogió de hombros, como si la respuesta fuera obvia.
—Porque si no la necesitaras, ya estarías bebiendo un vaso del mejor ron en lugar de revisar papeles como si fueran la solución a todos tus problemas.
El contrabandista soltó una carcajada seca, pero había un brillo de interés en sus ojos.
—Tienes pelotas, eso te lo concedo. Bien, escucha. Mi cargamento de ron no desapareció por arte de magia. Estoy seguro de que alguien lo robó, pero nadie ha tenido el valor de admitirlo... todavía.
—¿Tienes alguna pista?
Keller se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.
—Los rumores apuntan a dos posibilidades. La primera, los piratas de Blackscale. Son unos cabrones traicioneros que han estado rondando el puerto últimamente. La segunda, la Marina. Aunque lo dudo; este cargamento no estaba registrado oficialmente, si entiendes lo que quiero decir.
Silver asintió, procesando la información.
—¿Y qué consigo yo si te traigo ese ron de vuelta?
Keller sonrió, una expresión que no llegaba a sus ojos.
—Una parte del cargamento. Digamos... cinco barriles. Es más de lo que la mayoría obtendría.
Syxel ladeó la cabeza, evaluando la oferta.
—Diez. Y necesitaré más detalles sobre esos Blackscale.
El contrabandista chasqueó la lengua, pero finalmente asintió.
—Trato hecho. Los Blackscale suelen reunirse en un viejo astillero al norte del puerto. No es difícil de encontrar, pero no esperes una cálida bienvenida.
Silver sonrió, mostrando los dientes.
—Nunca lo hago.
El camino hacia el astillero era un laberinto de callejones oscuros y pasajes apenas iluminados por farolas parpadeantes. Mientras avanzaba, Syxel no pudo evitar notar que la atmósfera cambiaba. El bullicio del puerto daba paso a un silencio inquietante, roto solo por el eco de sus propios pasos.
Finalmente, llegó al lugar. El astillero era una estructura enorme y desolada, con techos altos y vigas de madera que parecían a punto de colapsar. Restos de barcos incompletos y herramientas oxidadas estaban esparcidos por todas partes, dando al lugar un aire de abandono.
Silver se detuvo a unos metros de la entrada, evaluando la situación. Desde su posición, podía ver luces titilando en el interior y escuchar voces. Había al menos cinco hombres reunidos, todos con el emblema de Blackscale cosido en sus chaquetas. Una risa estridente cortó el aire, seguida por el sonido de un barril siendo abierto.
—Ah, ahí está mi ron —murmuró para sí mismo, observando cómo uno de los hombres llenaba su vaso directamente del barril.
Enfrentarse a todos ellos de frente no era la mejor idea. En lugar de eso, decidió rodear la estructura, buscando una entrada trasera. Mientras avanzaba con cuidado, notó que uno de los hombres se había separado del grupo, probablemente para vigilar. Syxel se deslizó entre las sombras, moviéndose como un gato hasta estar justo detrás del hombre.
Antes de que pudiera reaccionar, el pirata lo golpeó en la nuca con el pomo de su espada, dejándolo inconsciente.
—Uno menos —susurró, arrastrándolo hacia un rincón oscuro antes de continuar.
Cuando llegó a la parte trasera del astillero, encontró una pequeña puerta parcialmente abierta. Desde allí, podía ver mejor el interior: los Blackscale estaban distraídos, bebiendo y jugando a los dados junto a los barriles robados. Silver sonrió para sí mismo.
—Es hora de devolver lo que no os pertenece —dijo en voz baja, preparándose para el siguiente movimiento.
El juego apenas comenzaba, y Syxel estaba decidido a que terminara a su favor.