Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
22-01-2025, 07:45 AM
(Última modificación: 27-01-2025, 04:06 PM por Moderador y señor Pink.
Razón: Corregir fecha
)
Día 11 de Invierno
El aire frío de Skjoldheim soplaba con una fuerza familiar, arrastrando consigo el aroma salado del mar y la humedad de los bosques que cubrían la isla. La cima rocosa donde Ragnheidr se encontraba era uno de los lugares más sagrados de la isla vikinga, un terreno ancestral donde los líderes guerreros acudían para conectar con los dioses y buscar su guía. Allí oscurecido por nubes bajas y grises, Ragnheidr estaba concentrado en su tarea. El cuerpo de la bestia que yacía ante él, un gigantesco uro, era un digno sacrificio para sus rituales personales. Los habitantes de Skjoldheim sabían que estos momentos de comunión eran inviolables. Nadie osaba interrumpir al Rompetormentas cuando ascendía a la cima para realizar sus ofrendas. Sin embargo, aquel día no sería como los demás. La bestia aún humeaba por el corte limpio que había terminado con su vida. Su sangre corría como un río oscuro y espeso por las grietas de la roca, fluyendo hacia un pequeño altar rudimentario hecho de huesos y piedra. Ragnheidr, de pie, apenas vestido con un pantalón de cuero desgastado, observaba el sacrificio con solemnidad. Su torso desnudo mostraba una maraña de cicatrices y tatuajes, marcas de una vida dedicada a la lucha, pero lo que más destacaba era la ausencia de su brazo izquierdo. Donde antes hubo fuerza bruta, ahora solo quedaba el recuerdo. Su cuerpo, a pesar de la falta, seguía emanando un poder casi sobrenatural; el aura de un guerrero que no había sido derrotado, ni siquiera por la adversidad.
Mientras ssurraba oraciones en el antiguo idioma de su pueblo, un ruido extraño interrumpió el canto del viento. Era el crujir de ramas y pasos pesados acercándose. Los instintos de Ragnheidr, forjados en años de combate, se activaron al instante. Giró la cabeza hacia el bosque que rodeaba la cima, su mirada azul como el hielo fijándose en las sombras. No pasó mucho tiempo antes de que una figura emergiera de entre los árboles: un hombre vestido con el uniforme blanco y azul característico de los marines. El marine era alto para los estándares humanos, pero parecía insignificante frente al imponente buccaneer de siete metros que lo observaba con desdén. Portaba una espada al costado y un rifle en la espalda, pero lo que más llamó la atención de Ragn fue la expresión de arrogancia en su rostro. —Así que este es el famoso Rompetormentas, el revolucionario que ha estado causando tanto revuelo en el East Blue.—Dijo el marine con voz firme, aunque algo temblorosa. Ragnheidr no respondió de inmediato. En su mirada no había sorpresa, solo una mezcla de irritación y curiosidad. —¿Interrumpes un ritual sagrado solo para hablarme de mi reputación? —Preguntó finalmente, su voz grave resonando como un trueno. Dio un paso hacia adelante, su enorme figura proyectando una sombra que envolvía al marine por completo.
El marine desenvainó su espada, adoptando una postura defensiva. —Estás bajo arresto en nombre del Gobierno Mundial. Tus crímenes contra la Marina no quedarán impunes. Ríndete ahora, o no saldrás vivo de aquí.— Ragnheidr dejó escapar una carcajada que retumbó en la cima como un trueno. —¿Arrestarme? —repitió, como si la idea fuera un chiste particularmente malo. —Has venido a un lugar donde ni los dioses pueden imponerme su voluntad, y tú, un simple hombre, crees que puedes detenerme. Qué temeridad. —Con esas palabras, Ragn dio un paso más, dejando que el marine viera el tamaño descomunal de sus manos, la forma en que los músculos de su torso se movían como cables de acero bajo la piel. Sin más advertencia, el marine atacó, lanzándose hacia adelante con su espada en un intento de aprovechar su velocidad. La hoja brilló con haki, un claro indicador de que no era un soldado común. Sin embargo, Ragnheidr no se movió hasta el último segundo, cuando con un giro brusco de su cuerpo esquivó el golpe con la facilidad de alguien acostumbrado a leer los movimientos de sus enemigos. El marine apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Ragn, con su única mano, lo golpeara con la parte posterior de su enorme puño, enviándolo volando varios metros hacia atrás. El hombre se estrelló contra una roca, pero se levantó de inmediato, tosiendo y con sangre en el labio. —No serás tan fácil de atrapar como pensé. —admitió, antes de colocar ambas manos sobre su espada. —Pero no te preocupes, soy un oficial de élite. Esta no será una pelea sencilla.
—Eso espero. —replicó Ragnheidr con una sonrisa que mostraba sus dientes. Se agachó, recogiendo una enorme roca con su mano y lanzándola hacia el marine con una fuerza descomunal. La roca atravesó el aire como un proyectil, obligando al hombre a saltar hacia un lado para esquivarla. Aprovechando la distracción, Ragn avanzó como un toro en estampida, cada paso haciendo temblar el suelo. El combate que siguió fue brutal. El marine mostró una habilidad impresionante, utilizando su haki para contrarrestar la fuerza aplastante de Ragnheidr. Logró varios cortes, incluso uno que rozó el costado del gigante, dejando un rastro de sangre. Pero cada golpe que el marine asestaba parecía enfurecer más al vikingo. Usando el entorno a su favor, Ragn derribó árboles, lanzó piedras y finalmente tomó la espada del marine con su mano desnuda, rompiéndola como si fuera de juguete. El marine cayó de rodillas, jadeando y cubierto de sangre. Ragnheidr lo miró desde arriba, su expresión completamente seria. —Hoy has marcado tu destino. — con un movimiento brusco, levantó al marine y le partió el cuello, para después arrojarlo de nuevo hacia el bosque, como si fuera un peso insignificante. Volviendo a su altar, Ragn miró al cielo, donde la tormenta comenzaba a formarse de nuevo. —Padre del Trueno, perdona la interrupción. —Dijo, antes de arrodillarse una vez más frente al sacrificio. El uro seguía allí, inmóvil, su sangre tiñendo las rocas. Ragn cerró los ojos y retomó sus oraciones, mientras el eco de la batalla se desvanecía en la lejanía.
La cima volvió a quedar en calma, y Ragnheidr, con su mano aún ensangrentada, sabía que este no sería el último enfrentamiento que tendría con la Marina. Pero por ahora, la victoria era suya, y los dioses estaban complacidos.
El aire frío de Skjoldheim soplaba con una fuerza familiar, arrastrando consigo el aroma salado del mar y la humedad de los bosques que cubrían la isla. La cima rocosa donde Ragnheidr se encontraba era uno de los lugares más sagrados de la isla vikinga, un terreno ancestral donde los líderes guerreros acudían para conectar con los dioses y buscar su guía. Allí oscurecido por nubes bajas y grises, Ragnheidr estaba concentrado en su tarea. El cuerpo de la bestia que yacía ante él, un gigantesco uro, era un digno sacrificio para sus rituales personales. Los habitantes de Skjoldheim sabían que estos momentos de comunión eran inviolables. Nadie osaba interrumpir al Rompetormentas cuando ascendía a la cima para realizar sus ofrendas. Sin embargo, aquel día no sería como los demás. La bestia aún humeaba por el corte limpio que había terminado con su vida. Su sangre corría como un río oscuro y espeso por las grietas de la roca, fluyendo hacia un pequeño altar rudimentario hecho de huesos y piedra. Ragnheidr, de pie, apenas vestido con un pantalón de cuero desgastado, observaba el sacrificio con solemnidad. Su torso desnudo mostraba una maraña de cicatrices y tatuajes, marcas de una vida dedicada a la lucha, pero lo que más destacaba era la ausencia de su brazo izquierdo. Donde antes hubo fuerza bruta, ahora solo quedaba el recuerdo. Su cuerpo, a pesar de la falta, seguía emanando un poder casi sobrenatural; el aura de un guerrero que no había sido derrotado, ni siquiera por la adversidad.
Mientras ssurraba oraciones en el antiguo idioma de su pueblo, un ruido extraño interrumpió el canto del viento. Era el crujir de ramas y pasos pesados acercándose. Los instintos de Ragnheidr, forjados en años de combate, se activaron al instante. Giró la cabeza hacia el bosque que rodeaba la cima, su mirada azul como el hielo fijándose en las sombras. No pasó mucho tiempo antes de que una figura emergiera de entre los árboles: un hombre vestido con el uniforme blanco y azul característico de los marines. El marine era alto para los estándares humanos, pero parecía insignificante frente al imponente buccaneer de siete metros que lo observaba con desdén. Portaba una espada al costado y un rifle en la espalda, pero lo que más llamó la atención de Ragn fue la expresión de arrogancia en su rostro. —Así que este es el famoso Rompetormentas, el revolucionario que ha estado causando tanto revuelo en el East Blue.—Dijo el marine con voz firme, aunque algo temblorosa. Ragnheidr no respondió de inmediato. En su mirada no había sorpresa, solo una mezcla de irritación y curiosidad. —¿Interrumpes un ritual sagrado solo para hablarme de mi reputación? —Preguntó finalmente, su voz grave resonando como un trueno. Dio un paso hacia adelante, su enorme figura proyectando una sombra que envolvía al marine por completo.
El marine desenvainó su espada, adoptando una postura defensiva. —Estás bajo arresto en nombre del Gobierno Mundial. Tus crímenes contra la Marina no quedarán impunes. Ríndete ahora, o no saldrás vivo de aquí.— Ragnheidr dejó escapar una carcajada que retumbó en la cima como un trueno. —¿Arrestarme? —repitió, como si la idea fuera un chiste particularmente malo. —Has venido a un lugar donde ni los dioses pueden imponerme su voluntad, y tú, un simple hombre, crees que puedes detenerme. Qué temeridad. —Con esas palabras, Ragn dio un paso más, dejando que el marine viera el tamaño descomunal de sus manos, la forma en que los músculos de su torso se movían como cables de acero bajo la piel. Sin más advertencia, el marine atacó, lanzándose hacia adelante con su espada en un intento de aprovechar su velocidad. La hoja brilló con haki, un claro indicador de que no era un soldado común. Sin embargo, Ragnheidr no se movió hasta el último segundo, cuando con un giro brusco de su cuerpo esquivó el golpe con la facilidad de alguien acostumbrado a leer los movimientos de sus enemigos. El marine apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Ragn, con su única mano, lo golpeara con la parte posterior de su enorme puño, enviándolo volando varios metros hacia atrás. El hombre se estrelló contra una roca, pero se levantó de inmediato, tosiendo y con sangre en el labio. —No serás tan fácil de atrapar como pensé. —admitió, antes de colocar ambas manos sobre su espada. —Pero no te preocupes, soy un oficial de élite. Esta no será una pelea sencilla.
—Eso espero. —replicó Ragnheidr con una sonrisa que mostraba sus dientes. Se agachó, recogiendo una enorme roca con su mano y lanzándola hacia el marine con una fuerza descomunal. La roca atravesó el aire como un proyectil, obligando al hombre a saltar hacia un lado para esquivarla. Aprovechando la distracción, Ragn avanzó como un toro en estampida, cada paso haciendo temblar el suelo. El combate que siguió fue brutal. El marine mostró una habilidad impresionante, utilizando su haki para contrarrestar la fuerza aplastante de Ragnheidr. Logró varios cortes, incluso uno que rozó el costado del gigante, dejando un rastro de sangre. Pero cada golpe que el marine asestaba parecía enfurecer más al vikingo. Usando el entorno a su favor, Ragn derribó árboles, lanzó piedras y finalmente tomó la espada del marine con su mano desnuda, rompiéndola como si fuera de juguete. El marine cayó de rodillas, jadeando y cubierto de sangre. Ragnheidr lo miró desde arriba, su expresión completamente seria. —Hoy has marcado tu destino. — con un movimiento brusco, levantó al marine y le partió el cuello, para después arrojarlo de nuevo hacia el bosque, como si fuera un peso insignificante. Volviendo a su altar, Ragn miró al cielo, donde la tormenta comenzaba a formarse de nuevo. —Padre del Trueno, perdona la interrupción. —Dijo, antes de arrodillarse una vez más frente al sacrificio. El uro seguía allí, inmóvil, su sangre tiñendo las rocas. Ragn cerró los ojos y retomó sus oraciones, mientras el eco de la batalla se desvanecía en la lejanía.
La cima volvió a quedar en calma, y Ragnheidr, con su mano aún ensangrentada, sabía que este no sería el último enfrentamiento que tendría con la Marina. Pero por ahora, la victoria era suya, y los dioses estaban complacidos.