Juuken
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26-01-2025, 06:11 PM
Día 60 de Invierno del año 722
Capital de Oykot
Capital de Oykot
Allí estaban, esos tres tipos. Arrodillados frente a mi. Un cuerpo ensangrentado en el suelo. Por primera vez no estaba seguro de lo que estaba haciendo o de lo que pudiera ser correcto. Los sollozos del tipo de cabellos rubios me nublaban, no quería seguir escuchándolo. La mano que sujetaba mi arma temblaba, impaciente por querer detener ese llanto que no hacía más que nublar mi juicio. De entre los tres, el hombre de cabello moreno del centro parecía no tener voluntad para seguir con aquello. Esperando que el final llegara a su vida.
Alcé mi mano derecha, sujetando con firmeza mi arma. Aquello se acabaría para siempre, las penurias que había vivido y provocado ese sujeto, ahora llegarían a su fin. Con eso se solucionarían los problemas de más de una persona. Sin embargo, ¿por qué dudaba? No tenía claro que fuera lo correcto, no estaba seguro de mis intenciones, ni siquiera de que ese hombre lo mereciese. Cerré un instante los ojos, apretando los párpados con fuerza. Cuanto más lo pensara, más me convencería de no hacerlo. La decisión había sido tomada hacía mucho. Ese hombre era un peligro y debía ser castigado. No se le debía permitir seguir haciendo esas cosas. Lamentablemente, solo parecía haber un camino para ello.
* * *
Momentos antes
* * *
Momentos antes
* * *
Desperté sobresaltado. Tenía el cuerpo completamente mojado y sentí una sensación fría de golpe. Mi cuerpo estaba suspendido, unas cadenas sujetaban mis manos desde el techo, todo mi cuerpo estaba cayendo solamente sujeto por esas dos cadenas de metal. Por fortuna no estaba alzado, por lo que pude posar bien los pies mientras trataba de recobrar el sentido. Me estabilicé.
El agua caía chorreando por mi cabeza desde el pelo. Las risas me confirmaban lo ocurrido, me habían tirado un cubo de agua fría para que despertara. Un tipo de cabellos rubios estaba delante de mí con un cubo metálico en las manos y riéndose descaradamente justo en mi cara. Me habían conseguido capturar, con esto no contaba. Todavía me dolía el cuerpo de los golpes que había recibido en aquella pelea.
Recorrí con la mirada la sala en la que me encontraba, parecía un recinto altamente ámplio, el techo estaba realmente alto, había grandes columnas en algunas zonas. Cerca de mí había más personas atrapadas como yo. Una mujer que se veía algo mayor cuidaba de una muchacha, las dos dentro de algo parecido a una jaula. Era similar al lugar donde había estado encerrado toda mi vida.
Parecía que había dado con personas de la misma calaña que aquellos desgraciados que me tuvieron cautivo durante tantísimos años. La sangre comenzaba a hervirme, se me notaría el gesto enfurecido en el rostro, pues el rubio que estaba delante de mí dio un par de pasos hacia atrás. Se aseguró de estar fuera de mi rango y después se echó a reír.
-Calma, toro bravo. Te tenemos cogido por los cuernos -unas palabras cuyo significado no terminé de entender, no obstante tenía razón, me tenían atrapado y no podía hacer mucho. Continuó hablando mientras me rodeaba dando pasos lentos, y hablando más lento todavía-. ¿Te crees mejor que nosotros, chiquillo? Solamente por que te comiste una fruta del diablo, no te creas superior.
-Y tú no lo subestimes
Reconocí esa voz al instante. Cortó al rubio que dio un respingo. Detrás de mí había una pared que daba lugar a otro habitáculo, se había abierto la puerta y no se había dado cuenta. El señor Bones hizo su aparición por mi espalda. Le hizo un gesto al rubio para que se callase, pero éste tan solo le replicó.
-Pe... Pero si está atado. ¿Qué va a hacer? Solo tenemos que buscar una fruta y cortarle la cabeza. ¿Qué mas da?
-Ha matado a mis guardaespaldas, que claramente le superaban en fuerza y número. Si no hubiera sido por el informador, alomejor ni yo habría vuelto.
El tipo rubio, que era el claro indicativo de la delgadez en su máximo esplendor, tan solo tragó saliva y se quedó mirando alternadamente entre el señor Bones, y mis grilletes, tal vez con miedo de que me soltase. No paraba de pensar en cómo poder hacer esa idea real. Necesitaba escapar de ahí cuanto antes. Aún así seguí con la mirada a ese tipo que estaba poniéndose delante de mí.
-Eres muy duro muchacho. ¿Dónde aprendiste a luchar así?
No le respondí. Tan solo me quedé mirándole fijamente a los ojos, en parte retándole. Quería acabar con su vida, ese maldito era el que tenía presa a esta gente, convirtiéndole en el tipo de gente que más odiaba.
-¿Prefieres guardarlo? Lo comprendo. La gente fuerte, sigue siéndolo por saber mantener la boca cerrada. Eso también te vuelve listo muchacho. -Hablaba con calma y tranquilidad. Con la seguridad de ser quien se encuentra dos pasos por delante.- Pero de poco te servirá aquí encerrado. Basta con que mueva un brazo, para que te atraviesen y te desangren como un cerdo para el asado.
Esas últimas palabras las dijo con saña. Se estaba conteniendo todo el rato, pero sentía furia y rabia por que había matado a sus hombres. No debí haber bajado la guardia con aquél hombre en el local de Hayate. No obstante, si lo que buscaban era matarme, no entendía por qué me tenían así. Me habían atrapado y atado, prácticamente dejándome colgado del techo, pero en lugar de matarme me habían despertado. ¿Qué querían de mí?
-Verás muchacho -continuó Bones-, no soy una persona que le guste la violencia.
Su tono de voz sonaba excesivamente arrogante, quería dar la impresión de ser alguien más poderoso de lo que era, más intimidante y misterioso. Su porte indicaba una extremada fortaleza interior, y una confianza en sí mismo tal que le hacía actuar con arrogancia. Mas sus palabras perdían peso dada su intervención contra Hayate. Ese hombre estuvo cerca de poder perder la vida por su culpa. Más que ser alguien que no le gusta, parece adorarla.
-Por eso mismo preferiría no tener que hacerte daño. Has acabado con la vida de algunos de mis hombres. Lo único que te pido es una compensación por ello. Eran buenos hombres, y valiosos.
Me dio la espalda y comenzó a dirigirse hacia una puerta ubicada casi al fondo del gran recinto en el que estábamos. No sin antes alzar la mano y dedicarnos unas últimas palabras, unas cortantes y amenazantes palabras.
-No quisiera que Hayate siguiera sufriendo por tu culpa, muchacho.
No terminé de comprender por qué decía eso. Yo no era nadie para esa persona, tan solo me había ayudado cuando me encontró en la calle. No significaba nada para él, ni él lo significaba para mí. Tan solo era alguien que me había demostrado que podía existir gente amable en el mundo. ¿Acaso eso puede ser considerado como una deuda a saldar?
Todavía no entendía ese tipo de conceptos. Marin había estado intentando enseñarme a diferenciarlos, pero no terminaba de comprender el asunto. Agravios, ofensas, favores, deudas. Todos estos conceptos todavía bailaban demasiado en mi cabeza, y la diferencia entre ellos todavía era complicada para mí. Solamente creía saber que lo peor de todo eran los agravios, que era algo parecido a lo que había sentido durante toda mi vida. Si alguien tuviera que pagar por ese daño causado, a mí y al resto de los que estábamos allí encerrados, ni con su vida podría ser capaz de pagarlo.
-Piensa bien en la oferta chaval. Es tu única opción de sobrevivir.
El tipo de pelo rubio entró al cuarto de donde había salido el señor Bones con una profunda carcajada. Arrogante. Me quedé a solas allí tendido, con las manos alzadas. Miré hacia arriba. Las cadenas que me sujetaban estaban unidas un poco más arriba, de ellas salía una cadena más que iba hacia el techo. ¿Cómo alguien podía haberlas sujetado desde tan alto? De allí volvía a bajar en otra dirección, próxima a un pilar. Ahí estaba la cadena sujeta en la pared. Si tiraban de esa cadena me elevarían, quedaría suspendido en las alturas, y probablemente podrían hacerme caer cuanto quisieran.
No sabía cómo actuar o qué hacer, no veía posibilidades. Pero algo debía haber. Comencé a mirar alrededor, con el semblante serio. Ponerme nervioso no solamente no era una opción, sino que me resultaba imposible. Los nervios por este tipo de situaciones habían abandonado mi cuerpo hace tantos años que desconocía esa sensación. Siempre viví sabiendo que en cualquier momento podría llegar la muerte atravesando aquellas puertas. Esa pequeña amenaza no me atormentaría ni un poco. Si ese día sería el último que viese, había estado preparado durante mucho tiempo.
-Oye, chico.
Una voz por mi lado resonó. Una voz de mujer es la que me llamaba. Entonces me fijé en ella. Ya me había percatado antes de la mujer, y de la muchacha que estaba con ella. Parecía algo más joven que yo mismo. La mujer en cambio parecía algo más mayor, posiblemente algo más de lo que era Tom, aunque tampoco habría gran diferencia. Estaba mirándome, con los ojos vidriosos. Le temblaba la voz.
-¿Conoces a Hayate?
-Si. -Dije sin titubear. La miré directamente a los ojos.
-¿Está bien? Quiero decir. No le habrán hecho daño, ¿verdad?
Lamentablemente no tenía mucha información al respecto, lo último que supe es que estaba el señor Bones amenazando su cuello mientras me acercaba a él, hasta que ese maldito tipo me golpeó por la espalda. Había conseguido derrotar a todos los que me habían enfrentado, había conseguido ganar esa pelea, pero no había contado con esa persona. No volvería a fiarme de nadie, ni volvería a olvidar cuántos había en la zona donde estoy peleando.
Ante mi silencio, probablemente la mujer se temió lo peor, puesto que agachó la cabeza y habló con un tono de voz bastante más apagado, casi inaudible.
-Entiendo...
-Él me ayudó -dije de pronto, llamando su atención-. Estaba en la calle, me encontró y me dijo que le siguiera. Me llevó a un sitio grande, y me dió una habitación. Cuando desperté se había preocupado por mí.
-Si. Sin duda ese es mi Hayate. Es la mejor persona que he conocido nunca.
-Creí salvarle, pero quedé inconsciente en la pelea. No sé que ha sido de él.
Probablemente siguiera con vida, pero no sé si le habrán hecho algo de daño. Esperaba que no. Esa mujer tenía razón al decir que era buena persona. No tenía razones para ayudarme en nada, sin embargo lo hizo, y al parecer se arriesgó demasiado metiéndome en su casa.
-Yo soy Janna. Hayate es mi marido.
Lo recordé en ese momento, él habló de su mujer. Ahora entendía el por qué de algunas de sus palabras y expresiones. Cuando me habló de ella, alegando que cocinaba mejor que él, lo dijo con un tono de tristeza. También dijo que había algo que no permitiría “otra vez”, probablemente hablaba de haber dejado que capturaran a su mujer.
-Ella es Jennifer.
Señaló a la muchacha que estaba ahí. Se parecía mucho a la mujer, tenía el mismo color y corte de cabello y la nariz era idéntica a la suya. Tenía pinta de que era la hija de la mujer y de Hayate.
-Gracias por intentar ayudarle. Espero que esté bien.
-Seguro que si. ¿Eres su mujer?
Ella simplemente asintió y después se giró para abrazar a su hija. Esa situación me desgarró un poco. Sentí un profundo dolor en el pecho. ¿Por qué me importaban esas personas? Sentía la necesidad de querer sacarles de allí. No me gusta la idea de estar de nuevo en esa situación, y menos aún que haya más gente encerrada también junto a mí. Era una situación en la que no quería verme envuelto de nuevo. Hacía tiempo me había dicho a mí mismo que siempre que estuviera en mi mano, evitaría este tipo de situaciones para todo el mundo. Ahora se me presentaba la ocasión.
Solamente me quedaba el averiguar cómo escapar de allí. Por no decir que había perdido mi arma. Me la tenían que haber arrebatado mientras estaba inconsciente. Probablemente en la caseta donde había entrado aquél tipo rubio. Había una ventana al lado de la puerta, desde donde veía a ese tipo riéndose mientras miraba hacia otro lado. De pronto otra cabeza asomó por la ventana y un chico moreno se quedó mirándome.
Se giró hablando con el rubio y con alguien más que parecía que estaba ahí. De pronto ví como se levantaba y se dirigía hacia la puerta. Salió con un palo en las manos. Se acercó hacia mí sacudiendo el palo con las manos, con gesto divertido. Pude ver de reojo cómo Janna hacía girar la cabeza a su hija. No quería que viera lo que presumía que iba a pasar. Venían a por mí.
-Vaya, vaya. ¿Te diviertes espiándonos crío?
Me golpeó con el palo en el estómago. Todavía tenía el torso resentido de la pelea que había tenido con aquellos tres tipos, momentos antes de que me capturasen. El dolor fue bastante más elevado de lo que se suponía que debía ser ese golpe. Me encogí del dolor, entornando los ojos por acto reflejo. Mi rostro debía reflejar una profunda rabia, por lo que ese tipo se envalentonó.
-¿Te crees muy duro mocoso? Ahora no eres más que un saco de boxeo. No puedes con nosotros.
-No te vuelvas a acercar -amenacé.
Ese tipo simplemente comenzó a reirse, pero empuñó con fuerza su palo nuevamente. Se acercó, desoyendo mis advertencias de que no lo hiciera. No me lo pensé dos veces, recubrí mis piernas con esa habilidad que tanto les había interesado. Me fijé fuertemente de esas cadenas que me oprimían las muñecas y estiré de ellas para alzarme. Me dolía el torso, por lo que necesitaba el impulso con las manos para poder hacer lo que pretendía.
Me alcé con fuerza soltando una patada ascendente a ese tipo que le golpeó en toda la barbilla. Noté como algo crujía al golpe de mi pie. Ese hombre cayó hacia atrás con un sonido seco. No hubo gritos, no pasó nada. Miré hacia la mujer, se había quedado boquiabierta viendo lo que acababa de ocurrir. Parecía que los de dentro no se habían dado cuenta todavía. Debía intentar hacer algo antes de que se percataran.
Tal vez haya sido un error golpear directamente a ese imbécil, pero no iba a consentir que me estuviera golpeando así. Mis piernas volvieron a la normalidad, pero ahora debía concentrarme. Cubrí una de mis manos. Ese material era verdaderamente duro, pero no sabía si me serviría para lo que pretendía hacer. El recubrimiento no era uniforme y regular, sino que hacía algunos picos, sobre todo en la zona de los dedos, intenté utilizar eso como si fuera una cuchilla para intentar hacer mella en el metal que cubría mis muñecas. Por fortuna tenía la suficiente movilidad en las manos para poder hacer eso. Alcé mi muñeca derecha mientras usaba la izquierda para intentar romperla.
Poco a poco parecía que estaba funcionando, pero era un proceso bastante lento. Estaba impaciente, quería soltarme ya, quería golpear a esos desgraciados que estaban ahí escondidos, riéndose. Por fortuna no miraban hacia fuera. Uno de los dos grilletes cedió lo suficiente para lograr soltar mi mano. Ese material que hacía como una segunda piel con mi habilidad era demasiado hábil, tenía muchas más aplicaciones de las que habría esperado.
Comencé a cortar el otro grillete siguiendo el mismo proceso. La tensión comenzaba a generarse insoportable. Llegó al punto máximo cuando ví que estaba cerca de cortar el segundo grillete y ví una cabeza alzarse a través del cristal que no dejaba de controlar. Lo que más temía que ocurriese estaba sucediendo en ese preciso momento.
-¿Pero qué coño?
El tipo rubio dió la voz de alerta. Pronto tres personas salieron de allí corriendo, pero se detuvieron al ver al cuerpo de su compañero, del cual no paraba de emanar sangre de alguna parte de su cabeza que no podía ver bien por la perspectiva. No me quedaba casi nada para terminar de liberar el segundo grillete. El rubio gritó con fuerza y se lanzaron los tres a por mí.
Uno de esos tres tipos portaba algo que llamó bastante mi atención. Se trataba de mi arma, ese sable que me había dado Tom cuando dejé el barco en el que estaban él y Marin. Fue la decisión más difícil, pero me prometí a mí mismo que nunca me separaría de ese arma. Ahora estaba en manos de ese desgraciado. Justo llegó el rubio y me dio un fuerte puñetazo en la cara. Justo cuando se escuchaba el crujir del metal cediendo. Mi mano izquierda quedó libre. Sonreí al recibir ese puñetazo.
Con mi mano cubierta todavía le devolví el golpe, empujando su cara hacia donde estaba uno de sus compañeros, ambos dos cayeron al suelo. Solo me quedaba por derribar a ese tipo que venía directo con mi propia arma. Fue muy previsible. Alzó el arma con las dos manos y soltando un potente grito hizo un movimiento descendente con toda la fuerza que tenía.
Un golpe seco resonó mientras el arma se chocaba directamente contra mi propio brazo cubierto de ese durísimo material. Aprovechando el desconcierto estiré mi otra mano, sujetando sus propias manos, tratando de aferrar el sable, para después embestirle con el hombro, haciéndole caer al lado de sus amigos. Comencé a jadear. Esos malditos no solo se habían reído de mí, sino que habían estado maltratando a Janna y a su hija. No sabía hasta qué punto, pero tan solo veía de reojo a la mujer llorando. Desconocía exactamente la razón de sus lágrimas, pero pronto acabaría su martirio.
Ahí me encontraba. Con mi arma apuntando a esos tres tipos. Se habían mostrado sumisos, estaban arrodillados. El tipo rubio abatido, el tipo al que le había arrebatado mi propia arma llorando también. Vistos así no parecían tener absolutamente nada de peligro, no obstante eran tipos que no merecían que se les perdonase nada. La última vez que sentí que debía perdonar la vida a alguien, me llevó a este problema. Ese tipo ya está muerto, no por mi mano por desgracia, pero no volverá a causarme problemas. Pero estos tres tipos, por arrepentidos que estén, me pueden volver a traer el mismo tipo de problemas.
Aunque por desgracia todavía queda el señor Bones, que ahora mismo no sabía dónde podía estar. De los tres que había ahí, el tipo de la derecha parecía el más sereno. Me dirigí directamente a él. Aunque tenía ganas de cortarles la cabeza de una vez por todas y acabar con todo, pero había otras cosas que necesitaba antes.
-Abre la puerta.
Señalé con mi mano libre la puerta que contenía las rejas donde estaban la mujer y la muchacha encerradas. El tipo se giró y sencillamente negó con la cabeza. Le insistí e incluso le puse la punta del sable en el cuello. Ese tipo sencillamente esbozó una sonrisa irónica y, finalmente, me respondió.
-Ya estoy muerto. ¿Qué me importa? Búscate la vida, chaval.
-Si la abres tal vez puedas salvarte.
-De quién. ¿De tí? Poco me importa lo que me hagas, si no lo haces tú, lo hará el jefe.
-Él te matará seguro, pero todavía puedes irte antes de que llegue. Sácalas, y te perdonaré.
No era lo que deseaba hacer, pero era la única forma de marcharme de allí y sacarlas rápidamente a las dos. Necesitaba terminar esto antes de que volviera el señor Bones, o todo se volvería a complicar. Ese tipo dudó, pero de pronto, el rubio que tenía gesto de desesperación saltó con bastante efusividad.
-Y... Yo le abriré. ¿Vale? Si él quiere morir, de acuerdo, pero yo abriré la puerta.
Me quedé mirándole, el otro tipo sencillamente suspiró. Estaba claro que el rubio estaba completamente desesperado por salvar el cuello. Pero él no merecía. Desvié la punta de mi arma hacia su frente y le empujé, haciéndole un corte poco profundo, pero que provocó que se cayera hacia atrás gritando de dolor.
-No te estaba hablando a tí -le dije cortante.
Volví a apuntar hacia el otro tipo, aguardando una respuesta. No decía nada, pero le insistí nuevamente, exigiendo una respuesta, y alegando que sería la última oportunidad que tenía de continuar con vida. Finalmente parece que accedió. Se levantó alzando las manos, se acercó a la sala de donde habían salido los tres y me mostró unas llaves.
Le indiqué con la cabeza que fuera él a abrir la puerta. No rechistó ni vaciló en sus acciones. Con paso firme pero sin acelerarse se dirigió hacia la puerta para abrirla, tras lo cual sencillamente se quedó ahí parado, esperando a mi reacción. No deseaba decir las palabras que estaba a punto de pronunciar, sin embargo sentía que se lo merecía. Tan solo esperaba no tener que arrepentirme de esa decisión.
-Vete.
Lo mismo que le había dicho a ese pobre tipo que al final acabó delatándome ante el tal Bones. El rostro de ese tipo cambió de pronto, como si no esperase que fuera a perdonarle de verdad. Giré la cabeza en dirección a lo que se suponía que era la salida, y el tipo dudó unos instantes, pero de pronto el rostro se le iluminó y comenzó a salir corriendo hacia allí. Ya solo faltaba terminar con esto y salir de allí rápidamente con las dos personas, que todavía estaban aterradas dentro de la jaula.
La mujer me miraba con un gesto que mezclaba temor con intriga. Creo que no estaba segura de poder confiar en mí, sin embargo había conseguido que les abriesen la jaula. Ahora estaba delante de esos dos tipos, el rubio y el que no paraba de llorar, aunque ahora había dejado de ser tan escandaloso. La posibilidad remota de poder sobrevivir como su compañero le hizo calmarse un poco, aún así de sus ojos no paraban de brotar lágrimas silenciosas.
No quedaba otra. Esos dos no tenían ningún tipo de perdón. Sus actos no son justificables y no habían hecho nada bueno. El rubio tan solo había intentado buscar la supervivencia a la desesperada, no tenía ningún arrepentimiento real, solo quería seguir con vida. Eso no era ninguna garantía de que no fuera a seguir cometiendo fechorías. Apunte con la hoja de mi arma su cuello. Él tragó saliva, tal vez todavía tenía esperanzas en sobrevivir. No tenía perdón.
Empujé con fuerza. La hoja de mi arma se hundió en su garganta. Tal vez no fuera el mejor acto, pero disfruté de aquello. Ese maldito ser tan solo buscaba hacer daño a la gente, se burló de mí como su prisionero, era una de las personas más despreciables que podía haber en este mundo, por lo tanto no había opción posible para que me planteara siquiera perdonarle.
Trató de gritar pero, con la garganta perforada, sus esfuerzos tan solo se convertían en un gorgoteo de sangre desde su garganta. No tardó en ahogarse en su propia sangre. Ya solo me quedaba uno. Ese tipo no hacía más que llorar, finalmente parecía que había aceptado su destino, aunque no por ello se había tranquilizado. Le apunté con la punta de mi arma. Preparado para poner punto final a esa situación.
Dos grandes sonidos hicieron eco, como dos pequeñas explosiones que se escucharon en la lejanía. Del primero la cabeza de ese tipo salió despedida hacia atrás con un chorro de sangre emanando del lado izquierdo de su cabeza. Del segundo sonido un profundo y punzante dolor atenazó mi pierna derecha, obligándome a caer con la rodilla izquierda. Clavé la punta de mi arma en el suelo para utilizarla como otro punto de apoyo.
Miré en dirección de donde había venido ese sonido. El señor Bones estaba allí sosteniendo un arma de fuego con su mano derecha, mientras que con la izquierda tenía un puñal ensangrentado. Miré a la jaula, ellas todavía seguían ahí. Sabiendo cómo trataba a sus propios súbditos, esa sangre debería de ser del pobre desgraciado que había salido corriendo. Tenía razón, ese tipo no le dejaría salir con vida. Pero no esperaba que volviese tan pronto.
-Malditos incompetentes. No se os puede dejar ni cinco minutos a solas sin que lo jodáis todo -comenzó a decir con un tono de desaprobación y furia-. Me habéis obligado a hacerlo, no sois más que unos malditos incompetentes -a esta altura de la conversación estaba gritando directamente-. No era tan difícil meterle un puto tiro. ¡Inútiles! ¡Incompetentes!
Se acercó lo suficiente para tener a tiro a los dos cadáveres que había delante de mí y comenzó a dispararles de nuevo, inmerso en la profunda rabia que sentía. Justo lo que había necesitado, que se acercara lo suficiente para poder lanzarme a por él. Me intenté incorporar, el dolor de mi pierna era muy grande, sumando el dolor del torso que no se había relajado en ningún momento. Probablemente la pelea en la que me atraparon me hubiera dejado alguna costilla rota.
El tipo me vió levantarme, y no dudó en pegarme un segundo disparo en la pierna. Caí de nuevo de bruces, esta vez con más dolor. Comencé a jadear y a perder bastante sangre. Todo el dolor acumulado me estaba pasando factura, no tenía fuerza en las piernas.
-¡Tú estate quieto, maldito mocoso de mierda!
Se habían terminado las formalidades, ya había dejado de hablar con esa calma que había intentado mantener en todo momento. Ahora sencillamente se había enfurecido y ya parecía que no le importaba nada. En ese momento estaba realmente en peligro de muerte, estaba a su completa merced, un solo disparo más y todo podría acabar. Decidí cubrir mi pierna con mi habilidad para detener el sangrado. Además que me ayudaría a ganar fuerza si lograba ponerme en pie.
Entonces pude ver el momento oportuno de actuar. Su arma se había quedado sin munición, le abrió el compartimento donde debían ir las balas y comenzó a recargar, Era en ese momento o nunca. Respiré hondo, me armé de las energías que me quedaban y, ayudándome del punto de apoyo que me daba la espada, me levanté rápido lanzándome hacia él. Por desgracia tuve que soltar el arma para poder impulsarme con la mayor fuerza posible al cambiar la forma en la que la sujetaba.
Me abalancé contra su cuerpo, haciéndole soltar el arma y tirándole al suelo. Se había guardado ese puñal en la cintura, debía intentar cogerla. Pero no contaba con que mi estado era verdaderamente lamentable, tenía una pierna prácticamente inutilizada por dos agujeros de bala, que necesitaría curar, y el torso me dolía muchísimo. El sobreesfuerzo que estaba haciendo me estaba dejando prácticamente sin aliento, pero esta sería la última oportunidad que podía tener para salir de esa situación.
Le pegué un puñetazo en la cara. El me devolvió con un fuerte golpe en el costado. La zona más débil que tenía en ese momento. El golpe me dejó unos instantes sin poder respirar, momento que él aprovechó para darle la vuelta a la situación. Me empujó tirándome al suelo de espaldas y después se abalanzó sobre mí, terminando de inmovilizarme por completo.
-Una pena muchacho. Tenías gran potencial, pero ahora vas a morir, y ese poder va a ser mío. Hay tanta fruta en este almacén, que alguna será la que contenga tu poder.
Esas palabras no tenían demasiado sentido para mí, pero por otro lado también desconocía la verdadera naturaleza de esa habilidad mía. Tom y Marin habían intentado explicarme algo, pero nunca fue un tema que me interesase demasiado. Lo veía como una penalización más que como un poder, una maldición que no me permitía ser yo mismo. Sin embargo había gente que deseaba obtener esos poderes. ¿Por qué alguien querría ser así?
-Adiós chico. Muere.
Con el puñal nuevamente desenvainado se disponía a atravesar mi pecho. No me quedaban fuerzas para resistirme, estaba completamente exhausto. Parecía que así llegaría mi final.
Una explosión resonó con un gran eco que inundó todo a mi alrededor. Los ojos de Bones se abrieron como platos y casi se volvieron blancos. Sus brazos perdieron la fuerza, cayendo hacia los lados, el puñal cayó con un sonido metálico al impactar directamente contra el suelo. Su cuerpo cayó hacia un lado, dejándome semiatrapado.
¿Qué había ocurrido ahora? ¿Alguien más había entrado en escena? De cualquier modo ahora no podía moverme, sería otro de aquellos malditos esclavistas. Había una frase que Tom siempre decía, que ahora parecía que cobraba sentido. Siempre hay un pez más grande.
La imagen de aquella mujer apareció delante de mí. Janna estaba mirándome directamente a los ojos. Mi cabeza había quedado al descubierto aunque la mitad de mi cuerpo estuviera atrapado por el cadáver del señor Bones. Esa mujer esbozó una gran sonrisa a la vez que se agachaba. Pude ver cómo soltaba ese arma que todavía soltaba humo por el cañón. ¿Había sido ella quien lo había matado?
-Oh dios mío. Espera que te ayudo chico.
Ella retiró el cuerpo de aquél maldito secuestrador y me ayudó a incorporarme. Tal vez yo había hecho que la sacaran de esa jaula, pero también le debía la vida. Si no hubiera tenido el valor de lanzarse a por el arma, yo ahora estaría muerto en el suelo. Mi gesto estaba completamente serio. No tenía fuerzas para, absolutamente, nada.
Entre Janna y Jennifer me ayudaron a levantarme, la muchacha me tendió mi arma. Le agradecí, aunque apenas podían salir las palabras de mis labios. Mis fuerzas cada vez eran menores, pero finalmente parecía que había pasado todo. Ayudado por ellas dos salimos de aquél lugar, y finalmente me guiaron hasta donde me había llevado inicialmente Hayate. Por fortuna él resultó estar ileso, y gracias a esa situación, ahora tanto su mujer como su hija, habían vuelto a casa.