¿Sabías que…?
... el Reino de Oykot ha estrenado su nueva central hidroeléctrica.
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[Autonarrada] [T2] ¿Dónde me dirijo?
Raiga Gin Ebra
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5 de Otoño
El sonido de las olas rompiendo suavemente contra el casco del pequeño bote mercante era casi hipnótico, aunque para Raiga, cada crujido de la madera representaba un recordatorio constante de su precaria situación. Una precaria situación que, por otro lado, él mismo se había buscado. Acurrucado en un rincón oscuro del almacén de carga, el joven mink zorro intentaba no hacer ruido mientras su estómago gruñía como un león enjaulado. No era la primera vez que se colaba en un barco, pero la incertidumbre de no saber a qué isla llegaría esta vez mantenía sus nervios a flor de piel. La última vez que hizo aquello, acabó en el Baratie y no puso salir de él hasta ese mismo día. ¿Qué isla le depararía el viaje?

—Venga ya, ¿cuánto puede tardar este cacharro en llegar a alguna parte? Vamos como las tortugas, si lo sé me tiro al agua a nadar —susurró para sí mismo, mordisqueando un trozo de pan algo rancio que había encontrado entre las provisiones del barco.

Había logrado mantenerse oculto durante las últimas horas gracias a su agilidad y a su olfato, que le permitió evitar encuentros inesperados con los tripulantes. Cada vez que alguien pasaba cerca, Raiga se escondía en algún recoveco: un montón de cajas, detrás de un barril o incluso dentro de un saco de lona que apestaba a pescado seco, aunque lo cierto es que él mismo tampoco es que oliese muy bien, así que le dio igual tener que meterse allí. El olor no era agradable, pero su instinto de supervivencia siempre tenía prioridad.

Mientras masticaba el pan duro, sus pensamientos comenzaron a divagar. ¿Dónde estarían sus compañeros de banda? Todos se habían sumado a la idea de estar una temporada apartados y viajar por ahí. Aquello les daba la opción de entrenar, volverse más fuertes y volver a surcar los mares en invierno. Habían quedado en que el mismo día 1 se verían en el Baratie de nuevo, y allí emprenderían su nuevo viaje a sabe Dios qué lugares y objetivos.

—Seguro que Angelo e Iris ya están armando algún lío en otra parte —murmuró, imaginándose a Angelo fanfarroneando mientras Iris le daba algún capón por pasarse de listo—. Esos dos nunca paran quietos. Me sigo sin creer que sean familia, seguro que hacen cosas por las noches.

Silvain también cruzó su mente. El imponente gigante, siempre con esa actitud entre chulesca y protectora, le había enseñado un par de trucos con las cuerdas que aún le eran útiles.

—Seguro que el tipo está en algún lugar bebiendo y buscando su próximo parche para la colección. —Raiga soltó una risita, aunque pronto se apagó al recordar que, por ahora, estaba completamente solo.

La soledad no era nueva para él; de hecho, había pasado la mayor parte de su vida sobreviviendo sin nadie en quien confiar. Porque, ¿en quién puede confiar un pobre niño? Pero después de haber compartido tantas aventuras con su tripulación, algo en su interior había cambiado. Tal vez se había acostumbrado demasiado rápido a tener compañía, y más siendo quienes eran. Unos similares a él, macarrillas, fanfarrones y sinvergüenzas. Y eso le hacía sentirse parte de algo más grande. Ahora, en medio del mar y sin saber adónde iba, aquella sensación de pertenencia parecía más lejana que nunca.



Al cabo de unas horas, el sonido de las gaviotas rompió la monotonía del viaje. Raiga asomó la cabeza desde su escondite y vio tierra en el horizonte. Una mezcla de emoción y ansiedad recorrió su cuerpo. ¿Qué tipo de isla sería? ¿Amigable o peligrosa? ¿Encontraría algo de valor o terminaría metiéndose en problemas como de costumbre? Ya llevaba una tremenda mala suerte con el tema de las islas a las que iba, que generalmente eran un muermo, así que esperaba tener más suerte esta vez.

A medida que el bote se acercaba al puerto, Raiga pudo distinguir una ciudad costera que parecía bulliciosa. Desde la distancia, las construcciones de madera se agrupaban desordenadamente junto a la costa, mientras que barcos de diferentes tamaños se balanceaban en el muelle. El aire olía a sal y especias, y las voces de los comerciantes y marineros llenaban el ambiente. ¿Qué isla era?

—Bueno, esto tiene pinta de ser interesante... o de que me van a correr a escobazos otra vez —comentó para sí mismo con una sonrisa torcida.

Esperó hasta que el barco estuvo completamente amarrado y los tripulantes comenzaron a descargar la mercancía. Aprovechó un momento de distracción, y saltó ágilmente de su escondite, deslizándose hacia uno de los callejones cercanos al muelle. Su estómago seguía protestando, y sabía que lo primero que debía hacer era buscar algo más consistente que aquel miserable pan rancio.

La ciudad estaba llena de vida. Los puestos del mercado rebosaban de frutas, pescados frescos y objetos exóticos. Raiga no tardó en identificar a un par de vendedores distraídos, aunque esta vez decidió no robar nada de inmediato. Algo en su interior le decía que debía ir con cuidado; no conocía las reglas de este lugar, y la última vez que se confió demasiado, acabó huyendo de un grupo de marines con un precio sobre su cabeza. Quizá ahora la cosa fuera distinta, pero era mejor esperar y observar que actuar sin pensar.

Mientras paseaba, no podía evitar mirar a las familias y grupos de amigos que llenaban las calles. Padres regañando a sus hijos traviesos, marineros riendo a carcajadas y mujeres regateando con los mercaderes. Era una escena de normalidad que, para Raiga, siempre había parecido lejana.

—Tsk, no sé por qué me como tanto el tarro. Estar solo es lo mío, ¿no? —se dijo en un intento de convencerse, aunque el nudo en su garganta no desaparecía.

Pasaron un par de horas y Raiga se adentró más en la ciudad, explorando cada rincón mientras trataba de mantenerse fuera del radar. Cerca del mercado principal, encontró una vieja taberna que parecía un buen lugar para escuchar rumores y trazar su próximo movimiento. Se escabulló por una ventana lateral y se acomodó en una esquina oscura, observando a los clientes. Tenía algo de dinero, así que podía pedir un plato y algo de beber sin problema.

Entre las conversaciones fragmentadas, captó palabras como "tesoro", "marines" y "nueva alianza pirata". Nada de eso le interesaba demasiado en ese momento, pero al menos era una señal de que la isla no era un lugar aburrido. Mientras escuchaba, una camarera dejó un plato de sobras en una mesa vacía cercana. Raiga no perdió la oportunidad y, con un rápido movimiento, lo arrastró hacia su escondite. Mejor eso que pagar.

—¡Eh, qué suerte! —exclamó mientras devoraba los restos de carne y pan— Esto ya es otra cosa.

Cuando cayó la noche, Raiga se refugió en el tejado de un almacén cercano al puerto, desde donde podía observar el movimiento en los muelles. El cielo estrellado se reflejaba en el agua, creando una vista que, aunque hermosa, le hacía sentirse aún más pequeño en el vasto mundo.

—¿Dónde estarán esos idiotas ahora...? —murmuró, mirando las estrellas como si fueran a darle una respuesta.

Se recostó sobre las tejas y cerró los ojos, dejando que el sonido del mar lo arrullara. Por primera vez en días, sintió una pequeña chispa de esperanza. Tal vez esta isla no fuera tan mala después de todo. Y quién sabe, quizá aquí encontraría algo interesante... o a alguien con quien compartir su próximo robo.
#1
Moderador y señor Pink
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