Drake Longspan
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26-01-2025, 08:57 PM
Día 1 de Verano del año 724,
Isla Kilombo
El calor del verano en el Pueblo de Rostock, en la Isla Kilombo, se sentía como una bofetada constante. Las olas del mar lamían las orillas con una calma engañosa, mientras las gaviotas graznaban sobre los muelles repletos de barcos maltratados por el tiempo y el uso.
Drake Longspan estaba sentado en un banco de madera, al pie de una taberna destartalada, con las vendas de sus brazos empapadas en sudor y una botella de ron barato a medio acabar. A su lado, un par de tablas de roble que había planeado tallar más tarde.
Aunque su vida había dado giros amargos, el chico intentaba encontrar pequeñas distracciones para evitar pensar demasiado.
— ¡Maldita sea! ¿Cómo puede ser que todo en este jodido pueblo huela a pescado y fracaso? — gruñó, levantando la botella hacia el cielo antes de darle un largo trago. Aunque su tono era mordaz, había una chispa de humor en sus palabras.
En eso, una sombra alargada se proyectó sobre él. Al alzar la mirada, sus ojos se encontraron con una figura envuelta en una capa oscura, a pesar del calor sofocante. Su rostro estaba parcialmente cubierto, pero los ojos que brillaban desde las sombras tenían una intensidad que no podía ser ignorada.
— Drake Longspan, ¡el hombre de los brazos largos y los brazos más grandes del West Blue! — dijo la figura con una sonrisa apenas visible bajo la capucha.
Drake frunció el ceño de inmediato entrando automáticamente en un estado de alerta extrema. Dejó la botella a un lado y se incorporó ligeramente, con los músculos tensos bajo las vendas y apretando los puños.
—¿Qué demonios has dicho? ¿El West Blue? ¿Cómo cojones sabes de dónde soy? ¿Me estás espiando o qué mierda pasa aquí? ¡Habla claro, porque no tengo tiempo para payasadas!
La figura inclinó la cabeza, dejando escapar una ligera risa que no tranquilizó a Drake.
— Relájate, Longspan. Tu nombre y tu fama te preceden. En Loguetown, hay quienes recuerdan al chico que navegaba con sus padres comerciantes. No hace falta espiar para saberlo, basta con escuchar las historias que viajan de puerto en puerto. Aunque debo admitir que no esperaba encontrarte aquí, en un lugar tan… pequeño.
El humano de los brazos alrgos y pelo despeinado apretó los dientes, escaneando a la figura con los ojos entrecerrados. Algo en la manera en que hablaba no le gustaba.
—¡Ja! Historias, dice. Como si a alguien le importara un carajo lo que yo haga o deje de hacer. Pero claro, tú pareces el tipo que se mete donde no lo llaman. Y si crees que voy a tragarme esa basura de "fama", estás jodidamente equivocado.
La figura levantó las manos en un gesto de paz, pero sus ojos mantenían la misma intensidad.
— Entiendo tu desconfianza. No todos los días aparece alguien hablando de tu pasado, ¿verdad? Pero no estoy aquí para causarte problemas. De hecho, estoy aquí para ofrecerte una salida.
— ¿Una salida? ¿Qué mierda significa eso? — interrumpió Drake, tamborileando los dedos en sus vendados brazos, claramente molesto.
— Una oportunidad, algo mucho más grande que este pequeño pueblo o los barcos que reparas con tus manos — continuó la figura, ignorando el tono desafiante del carpintero de brazos largos.
El humano lo miró con escepticismo, tamborileando con los dedos en sus vendados brazos.
— ¿Qué clase de oportunidad? Porque si es otra de esas ofertas que vienen sin paga, puedes metértela donde no brille el sol, amigo. Tengo suficiente mierda en mi vida como para añadir más.
La figura inclinó la cabeza, como si estuviera evaluando al grandullón de ojos rojizos.
— Lo que ofrezco es un propósito. La oportunidad de unirte a una causa que podría cambiar el mundo. Los revolucionarios necesitan hombres fuertes, ágiles y con el espíritu de lucha que tú tienes.
El humano de brazos largos se echó a reír, una carcajada que resonó en la plaza y llamó la atención de un par de pescadores cercanos. Tras reírse y exclamar, volvió a bajar su tono para disimular.
— ¡Rohahaha! ¡Vaya, vaya! Los revolucionarios, ¿eh? Mira, colega, ¿qué me hace pensar que quiero meterme en más problemas de los que ya tengo? Porque, a juzgar por tu pinta, esto no es exactamente una oferta de vacaciones en el paraíso.
La figura no pareció inmutarse ante la actitud de Drake. Dio un paso más cerca, lo suficiente como para que el carpintero pudiera notar un emblema grabado en la hebilla de su cinturón.
— No te equivoques, Longspan. Esto no es una oferta de riquezas ni de gloria inmediata. Pero si alguna vez te has preguntado qué podrías lograr con tus habilidades, si alguna vez has querido algo más que sobrevivir día a día, esta es tu oportunidad.
Drake Longspan se quedó en silencio por un momento, su expresión se endureció mientras jugaba con un trozo de madera entre sus dedos.
— Suena bonito y todo eso, pero no me has dicho nada sobre dinero. Y ya sabes, ¡el mundo no se mueve con discursos ni buenas intenciones! Necesito algo que valga la pena, no solo palabrería.
El misterioso visitante dejó escapar un suspiro.
— Puedo ver que el dinero es tu lenguaje, pero hay cosas que el oro no puede comprar. La decisión es tuya, muchacho. Si cambias de opinión, busca la marca en cualquier puerto del East Blue. Alguien te estará esperando.
Y, con esas palabras, se dio la vuelta y desapareció entre la multitud, dejando a Drake con una mezcla de curiosidad y frustración. Mientras miraba el trozo de madera en sus manos, no pudo evitar preguntarse si esa óptica de "propósito" era solo otra manera de embaucar a idiotas desesperados. Pero Drake no era un idiota, o al menos eso quería pensar.
— ¡Maldita sea, ¿cómo siempre termino hablando con lunáticos? — masculló, antes de lanzarle un golpe al aire con su poderoso brazo.
Aún así, esa noche, mientras trabajaba en una baranda para un pequeño barco de pesca, las palabras de la figura misteriosa seguían rondando en su cabeza.
“Si alguna vez has querido algo más que sobrevivir día a día…”
El amanecer lo encontró sobre su banco de trabajo, las manos cubiertas de aserrín y el sueño escapándole por completo. Drake había decidido que la revolución podía esperar. A fin de cuentas, tenía barcos que construir y una botella de ron que acabar.
— ¡Oi! La revolución no me va a llenar el estómago. Mañana tal vez, pero hoy… hoy tengo jodidas tablas que cortar.
Y con esa conclusión, Drake se puso de pie, dispuesto a enfrentar otro día en Rostock con las herramientas en la mano y el mundo a sus espaldas.