Dan Kinro
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26-01-2025, 09:33 PM
Día 2 de Invierno del Año 724,
G-31 Base de la Marina
Era un mediodía tranquilo en la base de la Marina en Loguetown, y el bullicio del almuerzo llenaba el aire. En la cantina, los marines se relajaban después de la intensa rutina matutina. Entre risas, charlas y el tintineo de utensilios, Dan Kinro, con su energía inagotable, había decidido pasar su descanso ayudando en la cocina. No por altruismo puro, claro, sino porque estaba aburrida.
El jefe de cocina, Arguestes, estaba, como de costumbre, profundamente dormido sobre una pila de papeles y restos de ingredientes en su mesa. Su ronquido retumbaba en la estancia, ajeno al caos culinario que había dejado atrás.
— ¡Ach, viejo, siempre me dejas con el marrón! — gruñó la joven kuja, mirando el desastre de la cocina. Las sobras de alimentos y los residuos estaban apilados en un rincón, mezclados con cosas que claramente llevaban demasiado tiempo ahí.
Con un suspiro, se acercó al montón de restos y comenzó a separarlos. Lo comestible de lo podrido, lo que se podía aprovechar de lo que ya había visto mejores días. Su mirada se posó en algo extraño: una fruta pequeña y redonda, de un marrón claro con manchas oscuras y extraños remolinos en su piel.
— ¿Y esto qué demonios es? — preguntó, levantándola con la punta de los dedos, como si fuera una bomba. Giró la cabeza hacia Arguestes, que seguía roncando como si no tuviera un solo problema en el mundo. — Claro, claro, ronca más fuerte, eso ayuda un montón.
El hambre y la curiosidad empezaron a ganar terreno. La fruta no olía mal, al menos no peor que otros ingredientes que había visto por ahí. Con una mezcla de audacia y resignación, decidió probarla.
— Solo un mordisquito. ¿Qué es lo peor que puede pasar? — se dijo a sí misma, antes de dar un pequeño mordisco. El sabor era indescriptible, una mezcla extraña de dulce y amargo con una textura seca que se pegaba a la lengua.
De inmediato, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Algo no estaba bien. Su visión se volvió borrosa por un instante, y un calor extraño se acumuló en su pecho.
— ¡Por las gaviotas, qué mierda es esta! — exclamó, escupiendo el bocado y tirando el resto de la fruta al cubo más cercano. Pero era demasiado tarde. El efecto ya había comenzado.
Un mareo repentino la obligó a apoyarse contra la mesa, y entonces ocurrió algo que nunca hubiera esperado. Su cuerpo comenzó a cambiar. Sus manos y brazos se encogían, las uñas se transformaban en pequeñas garras, y una sensación extraña hizo que sus piernas se doblaran, llevándola al suelo.
Cuando intentó hablar, su voz salió como un chillido agudo.
— ¡¿Qué demonios está pasando aquí?! — o al menos eso creyó decir, pero todo lo que se escuchó fue algo parecido a un ladrido.
Se miró las manos… o lo que quedaba de ellas. Ahora eran patas, cubiertas de un pelaje marrón claro. Giró la cabeza para observar su reflejo en un utensilio brillante cercano y lo que vio casi la hizo desmayarse: un pequeño chihuahua la miraba de vuelta.
— ¡¿Qué es esta pesadilla?! — chilló, intentando hablar, pero solo conseguía más ladridos. En ese momento, Arguestes se despertó con un salto, probablemente por el ruido. El escándalo hizo que entrase un ayudante de cocina.
El auxiliar de cocina parpadeó, observando la escena frente a él: Dan Kinro, o más bien un pequeño chihuahua con los mismos ojos dorados y actitud desafiante, ladrándole como si fuera su culpa.
— ¡¿Qué hiciste, niña?! — exclamó, frotándose los ojos.
Dan trató de explicarse, pero lo único que salía de su boca eran chillidos caninos. El viejo cocinero miró el cubo donde estaba la fruta parcialmente comida y su rostro pasó de la incredulidad al horror.
— ¡Maldita sea! ¡Te comiste una Akuma no Mi! — dijo, llevándose una mano a la frente.
Dan, todavía en su forma perruna, lo miró con ojos que pedían explicaciones.
— Esa era la Inu Inu no Mi, Modelo: Chihuahua. Ahora eres una usuaria de una Fruta del Diablo, niña. ¡Felicidades! — agregó con sarcasmo.
Dan dio vueltas en círculo, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Su vida acababa de cambiar de una forma que no podía ni empezar a comprender.
— ¿Inu Inu no Mi? ¡¿Y por qué demonios estaba esa cosa aquí?!
El auxiliar de cocina suspiró profundamente.
— Era contrabando de un barco pirata que confiscamos. Nadie sabía qué hacer con ella, así que terminó aquí. Supongo que debimos etiquetarla mejor.
Dan intentó recuperar su forma humana, concentrándose con todas sus fuerzas. Tras un par de intentos fallidos y unos ladridos más, finalmente lo logró. Aunque todavía tenía un ligero temblor en las manos, volvió a mirarse y soltó un suspiro de alivio.
— Aye, claro. Ahora resulta que puedo convertirme en un chihuahua cuando quiera. Esto no puede ponerse peor.
El cocinero, con una sonrisa irónica, le dio una palmada en la espalda.
— Podría ser útil. Imagina lo que puedes hacer en forma de chihuahua. Espías, te infiltras, muerdes tobillos...
Dan Kinro lo miró con el ceño fruncido.
— Aye, gracias por el ánimo. Seguro que los piratas tiemblan ante el poder de un chihuahua.
El cocinero soltó una carcajada mientras Dan salía tambaleándose de la cocina. A lo lejos, los marines comenzaron a notar algo extraño. Los rumores sobre lo que había ocurrido en la cocina no tardaron en extenderse. No pasó mucho tiempo antes de que empezaran los chistes.
— ¡Eh, Kinro! ¿Vienes a ladrarle órdenes a los reclutas? — gritó uno.
— ¡Cuidado, que te muerde! — añadió otro.
Dan resopló y levantó un dedo medio en dirección a sus compañeros.
— ¡Reíd mientras podáis, idiotas! Ahora tengo una excusa para morderos si me dais problemas.
Mientras los marines reían, Dan Kinro no podía evitar sonreír. Su vida acababa de volverse mucho más rara, pero si algo sabía, era que siempre encontraba la manera de lidiar con lo inesperado. Aunque esta vez, probablemente necesitaría un hueso para pensar.