Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ayer, 08:28 AM
El cielo sobre Cozia era una masa gris y pesada, como si las propias nubes estuvieran cargadas de presagios. La lluvia caía en finas gotas, intermitente pero persistente, mojando todo a su paso. El aire olía a salitre, a tierra húmeda y a algas podridas que el mar había arrojado a la costa. El sonido de las olas rompiendo contra las rocas era un eco constante, un recordatorio de que el mar, aunque majestuoso, era un enemigo implacable. Ragn, el gigante rubio de Elbaf, caminaba por el sendero que llevaba al puerto. Sus botas, enormes y embarradas, dejaban huellas profundas en el suelo blando. Su melena dorada, empapada por la llovizna, caía sobre sus hombros como una cascada desordenada. Su rostro, de facciones duras y marcadas, reflejaba una mezcla de determinación y preocupación. ¡Cómo no! Llevaba semanas viviendo en Cozia, recuperándose de las heridas que sufrió cuando su barco naufragó en las costas de este remoto lugar. El anciano que lo había rescatado, un hombre de nombre indescifrable, se había convertido en una especie de padre para él, y Isabella, la joven de cabello oscuro y ojos verdes, había logrado abrirse un lugar en su corazón. Pero ese día, algo inquietante flotaba en el ambiente. Ragn lo sentía en el aire, en la manera en que los aldeanos susurraban entre sí y evitaban su mirada. Algo estaba mal. Cuando llegó al puerto, lo vio. Un barco pirata, con velas negras y un casco cubierto de cicatrices de batallas pasadas, había atracado en el muelle. Los hombres que desembarcaban eran rudos, con miradas frías y armas al cinto. Entre ellos, destacaba uno: un hombre alto, aunque no tanto como Ragn, de cabello oscuro y una cicatriz que le cruzaba el rostro desde la ceja izquierda hasta la mejilla derecha. Llevaba un abrigo largo de cuero, manchado de sal y sangre, y en su cintura colgaba un machete curvo, afilado como una navaja. Era el capitán del barco, un pirata sin escrúpulos conocido como Malvora.
Ragn no sabía qué hacía allí ese hombre, pero algo en su instinto le decía que no era nada bueno. Se acercó con paso firme, sus puños apretados y sus músculos tensos, listos para la pelea. Malvora lo vio venir y esbozó una sonrisa torcida, mostrando unos dientes amarillentos y desiguales. —Buenas tardes, Rompetormentas. —dijo el pirata, con una voz ronca y burlona.— He oído hablar de ti. Un coloso varado en este miserable pueblo. Dicen que eres fuerte, que luchas con tus puños. Me pregunto si serás tan bueno como cuentan.— Ragn no respondió. No necesitaba hacerlo. Sus ojos azules, fríos como el hielo, se clavaron en los de Malvora, y eso fue suficiente para que el pirata entendiera que no estaba dispuesto a tolerar ninguna provocación. Pero Malvora no era de los que se intimidaban fácilmente. Con un movimiento rápido, desenvainó su machete y lo blandió frente a él, la hoja brillando bajo la tenue luz del día nublado. —Vamos, gigante —dijo el pirata. — Demuéstrame de qué estás hecho.— La pelea comenzó de inmediato. Ragn lanzó un puñetazo directo hacia Malvora, pero el pirata era ágil y esquivó el golpe con facilidad. Contraatacó con su machete, haciendo un corte rápido que Ragn apenas logró evitar. El gigante rugió de frustración y volvió a atacar, esta vez con más fuerza, pero Malvora era escurridizo, como una serpiente, y parecía anticipar cada uno de sus movimientos. La lluvia comenzó a caer con más fuerza, empapando a ambos combatientes y haciendo que el suelo se volviera resbaladizo. Ragn resbaló levemente, y Malvora aprovechó la oportunidad para lanzar una serie de ataques rápidos, obligando al gigante a retroceder. Aunque Ragn era más fuerte, Malvora era más hábil y estaba mejor armado. Cada vez que el Buccaneer intentaba acercarse, el pirata lo mantenía a raya con su machete, haciendo cortes superficiales en los brazos y el torso de Ragn.
La lucha se prolongó dos días, con ambos hombres dando lo mejor de sí. Ragn logró conectar un golpe en el costado de Malvora, haciendo que el pirata soltara un gruñido de dolor, pero no fue suficiente para derribarlo. Malvora, por su parte, comenzó a cansar a Ragn con su estilo de pelea evasivo, desgastándolo poco a poco. Finalmente, viendo una oportunidad, el pirata lanzó un ataque rápido y preciso, cortando el brazo izquierdo de Ragn justo por encima del codo. El gigante cayó de rodillas, un grito de dolor escapando de sus labios mientras la sangre brotaba de su herida. Malvora se acercó, con una sonrisa cruel en su rostro, y recogió el brazo cercenado. —Un homenaje —dijo el pirata, sosteniendo el brazo de Ragn como si fuera un trofeo. — Para recordarte que, aunque seas grande, no eres invencible.— Ragn, debilitado y sangrando profusamente, apenas podía mantenerse en pie. Malvora y sus hombres se retiraron hacia su barco, dejando al gigante tirado en el suelo, bajo la lluvia fría e implacable. Isabella y Eadric llegaron poco después, horrorizados por lo que vieron. Juntos, lograron llevar a Ragn de vuelta a la casa del anciano, donde comenzaron a tratar sus heridas. Aunque había perdido su brazo, Ragn no estaba derrotado. En su corazón, una llama de venganza comenzaba a arder, y juró que, algún día, se enfrentaría a Malvora nuevamente. Pero esa era una batalla para otro día. Por ahora, debía recuperarse y aprender a vivir con su nueva realidad.
Los días siguientes fueron de agonía y adaptación para Ragn. El dolor en su muñón era constante, un recordatorio físico de su derrota. Isabella se convirtió en su sombra, cuidándolo con una devoción que conmovía incluso al gigante. Eadric, por su parte, trabajaba incansablemente para preparar infusiones y ungüentos que ayudaran a sanar la herida y prevenir infecciones. La casa del anciano, que antes resonaba con historias y risas, ahora estaba llena de un silencio pesado, interrumpido solo por los gemidos ocasionales de Ragn. Pero el rubio no era hombre que se dejara vencer fácilmente. A medida que pasaban los días, comenzó a adaptarse a su nueva condición. Aprendió a usar su brazo derecho con mayor destreza, y aunque la pérdida de su brazo izquierdo lo limitaba, su determinación no flaqueaba. Isabella le ayudó a diseñar un arnés rudimentario que le permitía sujetar objetos con el muñón, y aunque era torpe al principio, poco a poco fue ganando habilidad. Mientras tanto, la noticia de la derrota de Ragn se extendió por Cozia. Los aldeanos, que antes lo veían como un protector, ahora comentaban entre sí, preguntándose si el gigante sería capaz de defenderlos si Malvora y sus hombres regresaban. Algunos incluso comenzaron a cuestionar si era prudente permitir que Ragn se quedara en el pueblo, temiendo que su presencia atraería más problemas. Ragn era consciente de estos comentarios, pero no les daba importancia. Su mente estaba enfocada en una sola cosa: venganza. Cada noche, antes de dormir, imaginaba el rostro de Malvora, su sonrisa burlona, y juraba que algún día se enfrentaría a él nuevamente. Pero esta vez, estaría preparado.
Una tarde, mientras el sol se filtraba entre las nubes, Ragn salió de la casa de Eadric por primera vez desde la pelea. Caminó hasta el acantilado que daba al mar y se quedó allí, mirando el horizonte. Isabella lo siguió, preocupada, pero se mantuvo a una distancia respetuosa, permitiéndole su espacio. Ragn respiró profundamente, sintiendo el aire salado llenar sus pulmones. Sabía que el camino que tenía por delante sería difícil, pero también sabía que no estaba solo. Con Isabella a su lado y Eadric como guía, Ragn comenzó a entrenar nuevamente. Aprendió a luchar con una sola mano, a usar su cuerpo de manera más eficiente y a aprovechar su tamaño y fuerza de formas que nunca antes había considerado. Cada día era una batalla, no solo contra su propio cuerpo, sino contra la duda y el miedo que acechaban en su mente. Y mientras tanto, en algún lugar del mar, Malvora navegaba con su barco, el brazo de Ragn colgado como un trofeo en su cabina. Pero el pirata no sabía que su victoria había despertado a una bestia dormida. Ragn ya no era el mismo gigante que había derrotado en Cozia. Ahora era un hombre con un propósito, y cuando llegara el momento, Malvora lo descubriría de la manera más dolorosa.
La lluvia seguía cayendo sobre Cozia, pero en el corazón de Ragn, una llama ardía con más fuerza que nunca. La batalla había terminado, pero la guerra apenas comenzaba.
Ragn no sabía qué hacía allí ese hombre, pero algo en su instinto le decía que no era nada bueno. Se acercó con paso firme, sus puños apretados y sus músculos tensos, listos para la pelea. Malvora lo vio venir y esbozó una sonrisa torcida, mostrando unos dientes amarillentos y desiguales. —Buenas tardes, Rompetormentas. —dijo el pirata, con una voz ronca y burlona.— He oído hablar de ti. Un coloso varado en este miserable pueblo. Dicen que eres fuerte, que luchas con tus puños. Me pregunto si serás tan bueno como cuentan.— Ragn no respondió. No necesitaba hacerlo. Sus ojos azules, fríos como el hielo, se clavaron en los de Malvora, y eso fue suficiente para que el pirata entendiera que no estaba dispuesto a tolerar ninguna provocación. Pero Malvora no era de los que se intimidaban fácilmente. Con un movimiento rápido, desenvainó su machete y lo blandió frente a él, la hoja brillando bajo la tenue luz del día nublado. —Vamos, gigante —dijo el pirata. — Demuéstrame de qué estás hecho.— La pelea comenzó de inmediato. Ragn lanzó un puñetazo directo hacia Malvora, pero el pirata era ágil y esquivó el golpe con facilidad. Contraatacó con su machete, haciendo un corte rápido que Ragn apenas logró evitar. El gigante rugió de frustración y volvió a atacar, esta vez con más fuerza, pero Malvora era escurridizo, como una serpiente, y parecía anticipar cada uno de sus movimientos. La lluvia comenzó a caer con más fuerza, empapando a ambos combatientes y haciendo que el suelo se volviera resbaladizo. Ragn resbaló levemente, y Malvora aprovechó la oportunidad para lanzar una serie de ataques rápidos, obligando al gigante a retroceder. Aunque Ragn era más fuerte, Malvora era más hábil y estaba mejor armado. Cada vez que el Buccaneer intentaba acercarse, el pirata lo mantenía a raya con su machete, haciendo cortes superficiales en los brazos y el torso de Ragn.
La lucha se prolongó dos días, con ambos hombres dando lo mejor de sí. Ragn logró conectar un golpe en el costado de Malvora, haciendo que el pirata soltara un gruñido de dolor, pero no fue suficiente para derribarlo. Malvora, por su parte, comenzó a cansar a Ragn con su estilo de pelea evasivo, desgastándolo poco a poco. Finalmente, viendo una oportunidad, el pirata lanzó un ataque rápido y preciso, cortando el brazo izquierdo de Ragn justo por encima del codo. El gigante cayó de rodillas, un grito de dolor escapando de sus labios mientras la sangre brotaba de su herida. Malvora se acercó, con una sonrisa cruel en su rostro, y recogió el brazo cercenado. —Un homenaje —dijo el pirata, sosteniendo el brazo de Ragn como si fuera un trofeo. — Para recordarte que, aunque seas grande, no eres invencible.— Ragn, debilitado y sangrando profusamente, apenas podía mantenerse en pie. Malvora y sus hombres se retiraron hacia su barco, dejando al gigante tirado en el suelo, bajo la lluvia fría e implacable. Isabella y Eadric llegaron poco después, horrorizados por lo que vieron. Juntos, lograron llevar a Ragn de vuelta a la casa del anciano, donde comenzaron a tratar sus heridas. Aunque había perdido su brazo, Ragn no estaba derrotado. En su corazón, una llama de venganza comenzaba a arder, y juró que, algún día, se enfrentaría a Malvora nuevamente. Pero esa era una batalla para otro día. Por ahora, debía recuperarse y aprender a vivir con su nueva realidad.
Los días siguientes fueron de agonía y adaptación para Ragn. El dolor en su muñón era constante, un recordatorio físico de su derrota. Isabella se convirtió en su sombra, cuidándolo con una devoción que conmovía incluso al gigante. Eadric, por su parte, trabajaba incansablemente para preparar infusiones y ungüentos que ayudaran a sanar la herida y prevenir infecciones. La casa del anciano, que antes resonaba con historias y risas, ahora estaba llena de un silencio pesado, interrumpido solo por los gemidos ocasionales de Ragn. Pero el rubio no era hombre que se dejara vencer fácilmente. A medida que pasaban los días, comenzó a adaptarse a su nueva condición. Aprendió a usar su brazo derecho con mayor destreza, y aunque la pérdida de su brazo izquierdo lo limitaba, su determinación no flaqueaba. Isabella le ayudó a diseñar un arnés rudimentario que le permitía sujetar objetos con el muñón, y aunque era torpe al principio, poco a poco fue ganando habilidad. Mientras tanto, la noticia de la derrota de Ragn se extendió por Cozia. Los aldeanos, que antes lo veían como un protector, ahora comentaban entre sí, preguntándose si el gigante sería capaz de defenderlos si Malvora y sus hombres regresaban. Algunos incluso comenzaron a cuestionar si era prudente permitir que Ragn se quedara en el pueblo, temiendo que su presencia atraería más problemas. Ragn era consciente de estos comentarios, pero no les daba importancia. Su mente estaba enfocada en una sola cosa: venganza. Cada noche, antes de dormir, imaginaba el rostro de Malvora, su sonrisa burlona, y juraba que algún día se enfrentaría a él nuevamente. Pero esta vez, estaría preparado.
Una tarde, mientras el sol se filtraba entre las nubes, Ragn salió de la casa de Eadric por primera vez desde la pelea. Caminó hasta el acantilado que daba al mar y se quedó allí, mirando el horizonte. Isabella lo siguió, preocupada, pero se mantuvo a una distancia respetuosa, permitiéndole su espacio. Ragn respiró profundamente, sintiendo el aire salado llenar sus pulmones. Sabía que el camino que tenía por delante sería difícil, pero también sabía que no estaba solo. Con Isabella a su lado y Eadric como guía, Ragn comenzó a entrenar nuevamente. Aprendió a luchar con una sola mano, a usar su cuerpo de manera más eficiente y a aprovechar su tamaño y fuerza de formas que nunca antes había considerado. Cada día era una batalla, no solo contra su propio cuerpo, sino contra la duda y el miedo que acechaban en su mente. Y mientras tanto, en algún lugar del mar, Malvora navegaba con su barco, el brazo de Ragn colgado como un trofeo en su cabina. Pero el pirata no sabía que su victoria había despertado a una bestia dormida. Ragn ya no era el mismo gigante que había derrotado en Cozia. Ahora era un hombre con un propósito, y cuando llegara el momento, Malvora lo descubriría de la manera más dolorosa.
La lluvia seguía cayendo sobre Cozia, pero en el corazón de Ragn, una llama ardía con más fuerza que nunca. La batalla había terminado, pero la guerra apenas comenzaba.