Hay rumores sobre…
... una isla que aparece y desaparece en el horizonte, muchos la han intentado buscar atraídos por rumores y mitos sobre riquezas ocultas en ella, pero nunca nadie ha estado en ella, o ha vuelto para contarlo...
Tema cerrado 
[Autonarrada] [T2] Recuerdos de juventud: Salida sin permiso. [Parte 1]
Byron
Que me lo otorguen
Skypie, Verano del 708.


El aroma a comida recién preparada aún flotaba en el aire de la humilde casa de los Nikkei, mezclándose con el suave murmullo del viento que entraba por la ventana entreabierta, moviendo levemente las cortinas de tela blanca. Karia, con su cabello negro como la noche y sus alas majestuosas plegadas, relajadas sobre su espalda, con naturalidad, recogía los últimos platos de la mesa con movimientos tranquilos y elegantes. Cada gesto suyo parecía una danza, y cada uno de estos movimientos lo acompañaban el tímido tarareo que salía de sus labios, como si el simple acto de limpiar aquella escena, reflejase la felicidad que le brindaban aquellas paredes, aquel hogar. Pues ella mejor que nadie conocía la amargura y crueldad de la propia vida, sabiendo apreciar hasta el último vestigio de paz.

Byron, sin embargo, tenía la mente en otro lugar. Sentado en el suelo, con las piernas cruzadas y una expresión de curiosidad pura en su rostro infantil y angelical de mejillas rosadas. Rebuscaba entre los cajones de un viejo mueble de madera, sus pequeñas manos exploraban cada rincón, moviendo papeles y objetos olvidados, en busca de uno en particular, uno que le serviría para abrirse camino por los lugares que sus grandes alas blancas lo tuviesen más complicado, un dial de impacto que su padre tenía guardado en caso de emergencia. Así, rebuscaba y rebuscaba, apartando más y más cacharros a los que apenas les daban uso, zambulléndose más y más en el propio cajón quedando con casi la mitad de su delgado torso dentro de aquella cavidad. Y como si de una manifestación se tratase, como un mensaje, los rayos del sol que entraban de forma sigilosa por la ventana iluminaron la superficie fina y brillante del objeto que buscaba. Exaltado de emoción, el niño lo agarró, lo sostuvo en sus manos, maravillado, mientras una sonrisa triunfal se dibujaba en su rostro.

Karia, de vez en cuando lanzaba una mirada cariñosa y maternal al crío que incesantemente rebuscaba en los cajones mientras seguía con su labor. No le parecía extraño, pues era ampliamente conocedora de las manías de su hijo, y simplemente acompañaba esas ojeadas con una tierna sonrisa. Así, cuando llegó el silencio al encontrar lo que buscaba, no pudo evitar extrañarse, cesando incluso su débil tarareo, cambiando el ojear sin prestar mucha atención, a buscar información con su mirar para descubrir que es lo que tenía entre manos su querido hijo.

Cogiendo una bayeta y secando sus mojadas manos por el agua que usaba para limpiar los cubiertos, dio unos pasos al frente, aun con ese sentimiento de extrañeza en su rostro. El muchacho, de espaldas a ella, aún no se había dado cuenta de su presencia, y Karia, podía intuir por su postura que el muchacho sostenía algo en sus diminutas manos. Dio otro paso, haciendo crujir los tablones de madera que formaban el suelo, el buen oído del pícaro zagal se percató de como su madre se acercaba con disimulo, y con un rápido y flexible movimiento típico de un niño, guardó el dial bajo su camisa blanca de seda. Acto seguido, se giró con una amplia sonrisa, entornando sus ojos hasta tal punto de ocultar sus ojos amatista, su madre, cambio el rostro de extrañeza para corresponder esa sonrisa con otra ligera. Aun así, no cedió en su intento de sacar información, y se preparó para atrapar al muchacho, doblando levemente sus rodillas para comenzar a correr tras de él de forma juguetona.

- ¿Qué guardas ahí querido? Vamos enséñaselo a mama.- Dijo nada más lanzarse a por el mientras acompañaba la frase de una pequeña risa.

- ¡Nada mamá! ¡Lo juro! - Dijo mientras comenzaba a correr para que su madre no pudiese alcanzarlo, y aprovechando su pequeño tamaño para meterse bajo la mesa del comedor, con la intención de que su madre no pudiese alcanzarlo.

- ¿Seguro? A ver, a ver, levántate la camisa.- Dijo arrodillándose frente a él, sin entrar bajo la mesa, pero estirando sus manos para sacarlo de aquel escondite.

El chico, con un ingenioso movimiento, mientras hacia alguno que otro aspaviento para disimular y desviar la atención de su madre, consiguió mover el dial hasta su espalda y dejarlo agarrado con la cintura de su pantalón corto. Una vez conseguido esto, alzó su camiseta para mostrarle el torso al desnudo, y que así comprobase que no estaba ocultando nada. Ingenuo de él, su madre aprovechó la oportunidad y lo agarró por sus costados, para comenzar un aluvión de cosquillas, que hicieron al muchacho retorcerse mientras reía a carcajadas.

- ¿No quieres confesar? Pues ahí va la segunda ronda.- Dijo finalmente sacándolo de su lamentable escondite.

La intensidad aumentó, y el muchacho apenas podía aguantarlo. A las cosquillas se unieron pedorretas en la panza, que hacían al muchacho retorcerse más y más mientras reía de forma entrecortada por el cansancio, soltando lágrimas de alegría y sufrimiento en el proceso. Tanto zarandeo, hizo que, de uno de los bolsillos de angelical niño, cayesen un par de bombones de chocolate, que el muchacho había agarrado nada más terminar la comida. Resonando levemente con sus rebotes en el suelo de madera, Karia observó estos, y suspiró para luego reír con la gentileza que caracteriza una madre, dejó de someter al muchacho, posándolo en el suelo con suavidad. Tras esto, se colocó de rodillas frente a él, y pellizcó débilmente una de las mejillas de muchacho mientras seguía con aquella risa amable.

- Si querías chocolate solo tenías que decirlo tonto.- Dijo amablemente, creyendo que aquellos chocolates era lo que el muchacho había estado buscando.

- Jeje... Lo siento mamá.- Dijo disimuladamente, aliviado de que no hubiesen descubierto que era lo que tramaba.

Su pequeña charla e interacción familiar se vio interrumpida cuando el sonido que hacían los grilletes gastados de la puerta entraron en la sala. Por el umbral de esta pasó un hombre, visiblemente cansado, con algunas gotas de sudor recorriendo su rostro, y cargado con una cesta de mimbre llena de tocones de madera, Edgar, el padre de Byron había vuelto a casa.

No había pasado mucho tiempo desde que se fue, alrededor de treinta minutos. Había salido a cortar unos cuantos troncos de madera pues la cesta había quedado vacía al tener que encender el fuego con el que Karia cocinó la comida que momentos antes había saboreado, después de todo, en este mar de nubes, en algunos pequeños poblados como en el que vivían aún no habían llegado las cocinas de gas, y en su lugar, colocaban un pequeño recipiente cerámico donde vertían los trozos de madera y yesca, para finalmente ser prendidos con unos pequeños diales de fuego que utilizaban como encendedor. La vida allí era más rústica de lo que podían imaginarse aquellos que aún no hubiesen surcado el Grand Line, o en su defecto Skypie, por lo menos, fuera de la capital.

Tras pasar la puerta, vio la escena que habían montado madre hijo, y como estos visiblemente contentos reían. No pudo evitar soltar un pequeño suspiro de satisfacción ante tan entrañable escena, aunque no podía negar que en cierta forma, sentía una pequeña envidia sana ante la felicidad cómplice que manifestaban madre e hijo. Sonriendo, y sin perder tiempo para unirse a ellos, dejó con soltura la cesta con la madera en una esquina de la sala.

- ¡Bienvenido papá!- Gritó el niño.

- Bienvenido cariño. Con eso tendremos para toda la semana.- Dijo Kaira mientras se incorporaba y dada un par de pasos al frente para saludar a su marido.

Entonces, antes de que cualquiera de los dos pudiese reaccionar, queriendo unirse al juego, Edgar se giró bruscamente mientras hacía muecas más graciosas que aterradoras, aunque su objetivo era todo lo contrario. Echó a correr tras el pequeño haciendo raros aspavientos con las manos y gruñidos extraños, simulando ser un esperpéntico monstruo. Por instinto, al no ser la primera vez que su padre se preparaba para jugar de esta forma, comenzó a correr como si de una víctima indefensa se tratase, y se colocó tras la mesa, agarrándose de una de las patas para protegerse. Ante esto, su madre solo pudo seguir el juego y hacerse la asustada mientras se la escapaba alguna que otra risa por el camino, no pudiendo mantener esa fachada de horror que intentaba fingir.

- ¡Mamá, viene el monstruo a por mí! ¡Huye yo te protegeré!- Dijo siendo el primero que se había escondido.

Karia asintió intentando mantener el papel que le había sido otorgado en aquella improvisada función teatral, y como alma que lleva el diablo corrió para colocarse tras de Byron.

- ¿Qué vamos a hacer hijo? ¡Estamos atrapados con el monstruo!- Dijo dejándose llevar.

Edgar comenzó a reír de forma maquiavélica, mientras fingía poderosas pisadas en su forma de caminar, y encorvaba su silueta para hacerla más amenazante.

- Tuuuuuu eeereeeees... Hizashiii, he venido para acabar contigo.- Simulando una voz profunda, que de nuevo resultaba más chistosa que amenazante, su madre no pudo evitar soltar una carcajada al escuchar lo ridículo que se sentía Edgar.

Edgar, con una sonrisa traviesa y los brazos extendidos como garras, avanzaba lentamente hacia la mesa donde Byron y Karia se refugiaban. Sus pasos exagerados y sus gruñidos cómicos hacían que Karia se tapara la boca para contener las risas, mientras Byron, con una expresión de falsa seriedad, se aferraba a la pata de la mesa como si fuera su último bastión de defensa.

- ¡No te acerques, monstruo! ¡Te advierto que soy un espadachín poderoso!- Gritó Byron, tratando de mantener la compostura, aunque sus ojos ardían con las llamas del coraje, al poner toda la carne en el asador para sentirse el héroe que su madre necesitaba.

Edgar respondió con un rugido exagerado, agitando las manos como si fueran garras gigantes. Karia, ahora completamente entregada al juego, se agachó detrás de Byron y exclamó.

- ¡Byron, protégenos! ¡Confío en ti hijo mío!- Su entrega era tal que cualquier desconocido que viese la escena podría creer que era real lo que estaba sucediendo en aquella casa. Ante esto, el padre no pudo evitar perder un poco la compostura, su mujer se estaba dejando llevar tanto que no podía parar de pensar en lo tierna que era.

El niño, sintiéndose el héroe de la situación, soltó la pata de la mesa y corrió hacia la pared donde estaba apoyada su espada de madera. Con un movimiento rápido, la agarró y la levantó con ambas manos, adoptando una pose que había escuchado en alguna de las historias que le contaban los ancianos del pueblo de héroes y legendarios guerreros, leyendas del hombre que cargado con una espada sagrada liberaría los pueblos de los males que intentaban destruirlos. La espada, aunque de juguete, parecía cobrar vida en sus manos, y Byron la blandió totalmente convencido de ser un esgrimista experto, aunque su escasa fuerza provocaba que en ocasiones el filo de madera se tambalease de lado a lado. Aunque, a pesar de esto, para él, en ese momento, era el caballero de la leyenda.

- ¡Esta es tu última advertencia, monstruo! ¡Retírate o tendré que usarla!- Dijo Byron, tratando de imitar la voz grave de un orgulloso espadachín capaz de cortar cualquier mal.

Edgar, sin perder el ritmo del juego, se detuvo y fingió dudar por un momento. Luego, con un gruñido aún más ridículo, avanzó hacia Byron, dispuesto a atacar, moviendo la mesa con uno de sus brazos para hacer una demostración de fuerza, y tiernamente, apartándola del camino que su hijo tenía que recorrer para lanzar el ataque que acabaría con él. Byron, con una sonrisa de complicidad en su angelical rostro, corrió hacia su padre y comenzó a atacarlo con la espada de madera, golpeándolo suavemente en las piernas y los brazos.

- ¡No digas que no te lo advertí!- Exclamó poniéndole pasión a sus palabras. - ¡Toma esto! ¡Y esto! ¡No podrás conmigo!- Gritaba Byron entre risas, mientras Edgar fingía retroceder, llevándose las manos al pecho como si cada golpe lo debilitara.

Karia, desde su escondite, no podía contener la risa. La escena era tan absurda como encantadora, y por un momento, todo parecía perfecto, este sería un recuerdo que, todos los que se encontraban en aquellas cuatro paredes, lo recordarían de por vida.

Edgar, finalmente, cayó al suelo con un dramático quejido, agitando las manos en el aire como si estuviera derrotado.

- ¡Lo lograste, Byron! ¡Salvaste a tu madre y derrotaste al monstruo!- Exclamó Karia, aplaudiendo y riendo.

Byron, con la espada de madera aún en alto, sonrió con orgullo. Su rostro brillaba de felicidad, y por un momento, parecía que nada en el mundo podría arruinar ese instante. Edgar, desde el suelo, le guiñó un ojo y dijo.

- Un héroe nunca debe bajar la guardia, ten cuidado, porque este monstruo podría volver... ¡En cualquier momento!

Con un rugido falso, Edgar se levantó y corrió hacia Byron, quien gritó de emoción y salió corriendo por la habitación, seguido de cerca por su padre. Karia, todavía riendo, se unió a la persecución, y por unos minutos, la casa se llenó de risas, gritos y el sonido de pasos rápidos sobre el suelo de madera. Edgar, con un último rugido cómico, alcanzó a Byron y lo envolvió en un abrazo fuerte, pero cariñoso, levantándolo del suelo mientras el niño reía a carcajadas. Luego, se arrodilló, sosteniendo a Byron frente a él, y le miró a los ojos con una sonrisa cálida y orgullosa.

- Eres un verdadero guerrero, Byron.- Dijo Edgar, su voz suave más sentimental. - Un día, serás más fuerte que cualquier monstruo que se cruce en tu camino. Pero recuerda, siempre debes proteger a los que amas, como lo hiciste hoy, estas alas, te servirán para hacerlo.- Dijo acariciando las plumas blancas que recubrían esas extremidades.

Byron, todavía sonriendo, asintió con seriedad, como si las palabras de su padre fueran un juramento que debía cumplir. Karia, observando la escena desde unos pasos atrás, sintió que su corazón se llenaba de una calidez indescriptible. Sus ojos desprendían un aura que transmitía una mezcla de amor y orgullo, y no pudo evitar acercarse para unirse al abrazo. Por un momento, los tres estuvieron allí, en el centro de la habitación, abrazados como si el mundo entero se detuviera para celebrar su felicidad y los luminosos rayos del sol que se filtraban por las ventanas, no eran más que testigos de aquel lazo.

Pero el momento fue interrumpido por un golpe suave pero insistente en la puerta. Karia se separó del abrazo y miró hacia la entrada con curiosidad.

- ¿Quién será a esta hora?- Murmuró, secándose una lágrima de felicidad que había escapado sin darse cuenta.

Edgar soltó a Byron, quien corrió hacia la puerta con la emoción típica de un niño que espera una sorpresa. Al abrirla, se encontró con dos caras conocidas: Ariel y Cassiel, sus amigos del pueblo, hermanos sin parentesco alguno, pero su conexión era tan grande que así lo sentían. Ariel, con su cabello rubio despeinado, formando pequeños rizos que recubrían su pequeña cabeza, y sus pequeñas alas blancas agitándose de emoción, sonrió de oreja a oreja. Cassiel, más tranquilo, y con una clara intención de hacer contacto visual con el muchacho de los Nikkei, rehuyendo de las miradas de los adultos con su largo flequillo casi platinado, y su gracioso moño alto en la parte posterior de la cabeza. 

- ¡Byron! ¡Venimos a jugar!- Exclamó Ariel, saltando de un pie a otro.- ¡Tenemos algo increíble que hacer!- Dijo demasiado animado, y soltando más información de la necesaria. Por esto, recibió un pisotón por parte de Cassiel sin ser visto por los padres del niño de pelo violeta.

El muchacho, antes de pedir permiso para salir, lanzó un guiño al dúo, para que así entendiesen que había conseguido su objetivo, y el dial de impacto estaba en su posesión. Después miró a sus padres, haciendo gestos tiernos como un corderito buscando aprobación la aprobación de su madre. Karia, con una sonrisa comprensiva, asintió para después dar un peño suspiro, y cogía unos chocolates de un cajón para dárselo a los niños.

- Pasarlo bien pequeños.- Dijo posándolos en sus manos y acariciando los rizos del enérgico Ariel y posteriormente ajustaba la cuerda que formaba el moño de Cassiel.- No volváis tarde.

- Ve, pero no te alejes demasiado.- Dijo Edgar, dándole un suave golpe en el hombro.- Y recuerda, un buen amigo siempre cuida de sus compañeros.

Byron asintió con entusiasmo y golpeó el puño de su padre con el suyo, la comparación de tamaño entre sus manos era enorme. Y sin detenerse mucho más, salió corriendo con sus amigos, dejando atrás la casa llena de risas y el eco de un momento que, aunque breve, quedaría grabado en la memoria de todos.
Los tres niños se alejaron de la casa, caminando por el sendero de tierra que serpenteaba entre los cultivos. Ariel, siempre el más inquieto, no podía contener su emoción y se adelantaba unos pasos, volviéndose de vez en cuando para lanzar miradas cómplices a Byron y Cassiel.

- Oye, Byron.- Dijo Ariel, bajando la voz aunque no había nadie más alrededor.- ¿Lo conseguiste? ¿Trajiste el Dial de Impacto de tu padre?.- Sus ojos parecían iluminarse al hablar del objeto.

Byron, con una sonrisa traviesa, asintió discretamente mientras se ajustaba la camisa, donde aún guardaba el Dial. Cassiel, que caminaba a su lado, no dijo nada, aunque por la inquietud en su andar podía notarse claramente como también estaba ansioso de ver aquel artefacto, lo cual resultaba gracioso al ser algo impropio del sereno niño skypian. Aun así, los tres sabían que lo que tenían entre manos no era un simple juego, era solo el primer paso para saciar su sed de aventura y descubrimiento, el dial, solo era la llave que necesitaban para poder avanzar.

Finalmente correteando sin poder contener las ganas de llegar a su destino, llegaron a su "base secreta", una pequeña choza de madera que antes servía como almacén de herramientas para los cultivos. El tiempo y el abandono habían dejado su marca en la estructura, las tablas de madera estaban desgastadas y el techo de paja tenía algunos agujeros por donde se filtraban rayos de luz. Sin embargo, para los tres niños, era un lugar mágico, su centro de operaciones.

Al entrar, el interior revelaba un espacio modesto pero lleno de personalidad. En una esquina, había una vieja mesa de madera con las patas desiguales, sobre la cual reposaban algunos mapas dibujados a mano y un par de diales vacíos que habían encontrado en el pueblo, desde aquellos de fuego que usaban para calentar sus casas y encender sus cocinas, hasta diales de agua que usaban aquellos que trabajaban el campo para regar sus cultivos. En otra esquina, un montón de sacos de tela servían como improvisados asientos, y en las paredes colgaban cuerdas, herramientas oxidadas y melladas, así como algunos dibujos fantasiosos donde los niños encarnaban los personajes de leyendas con los que soñaban ser. Un pequeño estante, tambaleante, pero resistente, sostenía un par de frascos con restos de pintura y un par de velas medio derretidas. El suelo de tierra estaba cubierto con una manta raída que les servía para sentarse durante sus reuniones secretas.

Ariel fue el primero en entrar, corriendo hacia la mesa hasta dar un pequeño salto y comenzar a volar a baja altura agitando sus pequeñas y esponjosas alas. Allí, agarró uno de los mapas que habían dibujado a mano, concretamente uno que pretendía ser uno de los caminos situado a unos cien metros de la salida del pueblo. En este se podía intuir, como un poderoso árbol con otros adyacentes a él, que con sus enrevesadas raíces se habían llevado consigo una gran roca que hacía que cortase el paso, o por lo menos, los niños eran capaces de intuirlo, cualquiera que mirase aquel dibujo no entendería más que rayones de pintura verde sobre una esfera marrón hecha de forma poco diestra.

Con un marcado entusiasmo el muchacho de pelo rubio y arremolinado, comenzó a señalar eufóricamente el centro del mapa, refiriéndose a la piedra. Y orgulloso, digo una fuerte respiración, pareciendo hasta echar humo por sus fosas nasales de lo convencido que estaba en aquel momento.

- ¡Vamos, Byron, sácalo!- Dijo, impaciente. - Saca el dial que nos hará deshacernos de esa estúpida roca.- Dijo volviendo a tocar el suelo con sus pequeños pies y dejando de volar, aunque manteniendo el aleteo alegre de sus alas.

Byron, con un gesto de satisfacción, sacó el Dial de Impacto de debajo de su camisa y lo colocó sobre la mesa. El objeto brilló débilmente bajo la luz que entraba por los agujeros del techo al rebotar contra sus acabados perlados, y los tres niños lo observaron con admiración, como si fuera un tesoro recién descubierto, la llave que cambiaría sus vidas.

- ¿Estás seguro de que sabes cómo usarlo?- Preguntó Cassiel, siempre el más cauteloso de los tres.

- Claro que sí.- Respondió Byron, aunque su voz traicionaba un ligero nerviosismo. - Solo hay que... bueno, ya veremos cuando llegue el momento.- Terminó murmurando mientras rascaba su pelo violeta.

Ariel se rio, y Cassiel no pudo evitar sonreír. Aunque tras unos segundos, el silencio se hizo presente en el lugar, a pesar de ser niños y de estar convencidos de lograr su cometido, sabían lo que se traían entre manos, sabía lo que esto provocaría en los ciudadanos del pueblo si fuesen descubiertos, sabían la regañina que les caería por parte de sus padres por tal fechoría. El pequeño muchacho aún podía sentir la anterior azotaina en el culo que le dio su padre por saltarse las normas, y esta, al final del día, era mucho mayor, pues en caso de salir mal, alguno de los muchachos podría salir herido, después de todo, destruir una gran roca con un dial de impacto no era lo más sensato que podías hacer, pero en la mente de unos niños, la sensatez no ocupaba lugar.

Cassiel, que había estado observando el dial de impacto con una mezcla de curiosidad y preocupación, frunció el ceño y cruzó los brazos. Su expresión seria contrastaba con el entusiasmo desbordante de Ariel.

- No sé, chicos.- Dijo, mirando a Byron y luego al dial.- ¿Y si algo sale mal? Esto no es un juguete, es un dial de verdad. Podríamos lastimarnos... o peor, que nos descubran.- En su rostro podía sentirse como imaginaba a su padre dándole un coscorrón en la cabeza.

Byron, que hasta entonces había estado emocionado por la idea de usar el dial, sintió que las palabras de Cassiel hicieron eco en su interior. Miró el objeto sobre la mesa y, sin dejarse llevar, siendo consciente de lo que intentaban hacer, notó lo peligroso que podía ser aquel artefacto. Su mente comenzó a imaginar escenarios en los que todo salía mal, sus padres descubriendo su travesura, el dial causando un desastre, o incluso en el peor de los casos, siendo los tres aplastados por las rocas en medio del derrumbe. Tragó saliva, y pudo sentir como una gota de sudor frío comenzaba a caer de su frente, recorriendo su rostro hasta caer al suelo precipitándose por su barbilla.

- Cassiel tiene razón.- Admitió Byron, con un tono más serio de lo habitual.- Esto no es un juego cualquiera. Si vamos a hacerlo, tenemos que estar seguros de que todo saldrá bien.

Ariel, que había estado saltando de un pie a otro, detuvo su característico movimiento y miró a sus amigos totalmente incrédulo ante las declaraciones de sus compañeros.

- ¿En serio?- Dijo, con un dejo de frustración en su voz.- ¡Pero si ya lo tenemos aquí! ¡Podemos probarlo ahora mismo!- Exclamó, moviendo sus brazos de un lado a otro para enfatizar sus palabras.

Byron negó con la cabeza, firme en su decisión, tenía que cumplir con lo que le había dicho su padre, y aunque en la mayoría de ocasiones fuese él quien se dejaba llevar y motivaba al resto, si hacían caso a Ariel era inevitable el fracaso, tenía que ser más prudente. Aunque la idea hubiese sido suya.

- No, Ariel. Cassiel tiene razón. Si vamos a hacer esto, tenemos que planearlo bien. Además...- Bajó la voz, como si alguien pudiera escucharlos desde fuera.- Tenemos que trazar un buen plan para no ser descubiertos, estoy seguro de que nos las apañaremos, pero un guerrero no puede ser soberbio. Confiad en mí y en mis alas.- Dijo llevándose la mano al mentón y desplegando sus angelicales y bellas alas ante sus amigos, intentando hacerse el maduro y guay.

Cassiel asintió, aliviado de que Byron estuviera tomando en cuenta sus preocupaciones. Ariel, aunque un poco decepcionado, terminó por aceptar la idea después de refunfuñar un poco más.

- Está bien.- Dijo, con un suspiro dramático.- Pero mañana no hay excusas, ¿entendido?- Masculló a regañadientes, aunque su tono de voz desprendía un halo de ternura y comprensión.

Byron sonrió, sintiendo que un peso se había levantado de sus hombros, contestó aliviado, sintiendo como el interior de su pecho comenzaba a calmarse.

- ¡Mañana!- Prometió, extendiendo su mano hacia el centro de la mesa. Cassiel y Ariel colocaron las suyas sobre la de Byron, sellando el pacto con este acto.

Los tres pasaron el resto de la tarde elaborando un plan detallado, cómo saldrían de sus casas sin hacer ruido, qué ruta tomarían para evitar ser vistos y, sobre todo, cómo usarían el dial de impacto sin causar un desastre. Mientras discutían, el sol comenzó a caer sobre Skypie, pintando el cielo de tonos anaranjados y dorados. La base secreta, iluminada por los últimos rayos de luz, parecía el lugar perfecto para conspirar los planes soñadores del trío de niños.

Cuando finalmente se despidieron, cada uno prometió cumplir su parte del plan. Byron guardó el dial de impacto bajo los mapas improvisados sobre la destartalada mesa, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo. Sabía que al día siguiente tendría que cumplir con su promesa y con ese pensamiento, mientras atravesaba el último trecho que conducía a su dulce hogar, se alejó un poco al extremo, para ver el mar de nubes que engullían su pequeño poblado. La vista angelical otorgó calidez al corazón del muchacho que se bañaba con la luz de la luna postrada en el horizonte, y llevándose la mano al pecho, y convenciéndose a sí mismo de que todo saldría bien, dio un último vistazo, antes de volver a casa.

Ganas de morirme
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Moderador KataCristo
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