El sol se elevaba lentamente sobre el horizonte, pintando el cielo con tonos de rosa y naranja, anunciando el inicio de un nuevo día en aquel tranquilo pueblo costero. Sin embargo, en una casa llena de risas y caos, la joven Juri Han apenas notaba el cambio de luz. Rodeada de sus innumerables hermanas idénticas, sentía que su vida era una interminable repetición, una serie de días donde su individualidad se desvanecía entre las sombras de la uniformidad. Cada día era una batalla por atención, una lucha por ser vista como algo más que una copia al carbón de sus hermanas. Juri, con apenas once años, ya sentía un ardiente deseo de ser alguien diferente, alguien que pudiera destacarse y ser reconocida. Mientras sus hermanas jugaban en el patio, ella se escabullía a un rincón apartado, soñando con aventuras que la llevaran lejos de allí. Fue en uno de esos momentos de soledad y reflexión cuando su vida cambió para siempre.
Aquel día una caravana de colores brillantes y sonidos festivos atravesó el pueblo, captando la atención de todos. Era un circo itinerante, con acróbatas, malabaristas y animales exóticos. Juri, fascinada por la promesa de lo desconocido, se sintió atraída hacia el espectáculo como una polilla hacia la luz. En su corazón, algo despertó. Esa noche, mientras la familia Han dormía, Juri tomó la decisión más audaz de su corta vida. Con una bolsa de pertenencias y una valentía enorme, se deslizó fuera de la casa y furtivamente corrió entre las sombras del denso bosque que rodeaba su hogar. Sus pasos eran rápidos y ligeros, su respiración agitada, pero lejos de tener miedo o preocupaciones, estaba entusiasmada, exaltada. El bosque era un lugar peligroso para una niña de su edad, pero Juri no sentía miedo. El bullicio de su casa, siempre llena de voces y risas de sus numerosas hermanas, se desvanecía con cada paso que daba. Sus pies descalzos apenas hacían ruido sobre la tierra húmeda, y sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y desafío. Después de horas de caminar, el bosque comenzó a abrirse, revelando un pequeño claro iluminado por la luz de la luna. En el centro, se alzaba una carpa de circo, sus colores desvaídos pero aún vibrantes bajo la luz nocturna. El circo itinerante se había instalado a las afueras del pueblo recientemente, y Juri había oído historias fascinantes sobre los artistas y sus hazañas increíbles. Con el corazón latiendo con fuerza, se acercó a la entrada de la carpa. Adentro, las risas y los aplausos del público resonaban, acompañados por la música alegre de una banda. Juri observó desde las sombras, sus ojos abiertos de par en par mientras los artistas realizaban acrobacias imposibles, saltando y girando en el aire con una gracia y precisión que la dejaban sin aliento. — ¡Tú, niña! ¿Qué haces ahí? — Una voz fuerte y autoritaria la sacó de su ensueño. Un hombre corpulento, con una barba espesa y ojos severos, la miraba con curiosidad. — ¿Te has perdido? — Juri negó con la cabeza, pero no dijo nada. Sus ojos brillaban con determinación mientras sostenía la mirada del hombre. El hombre suspiro, la habia visto colarse en la carpa por lo que sabia que no habia pagado la entrada para el show, por lo que la tomo del brazo y la llevo lejos del publico con otro hombre con aspecto mas severo que él, un hombre de rostro severo y mirada aguda. Se trataba del dueño del circo, el cual miro a la niña con desden y escucho la explicacion del hombre que la sostenia aun del brazo. — Haré lo que sea — le dijo Juri antes de que el dueño dijese algo, con una firmeza que beligeraba con su juventud. — Solo déjame ser parte de esto.... por favor. — Él la observó durante un largo momento antes de esbozar una sonrisa. — Ven conmigo, pequeña. Vamos a ver si tienes lo que se necesita para ser parte de este circo. — Esa noche, Juri encontró su nuevo hogar entre los artistas del circo.
Sus días se llenaron de entrenamiento y esfuerzo, aprendiendo acrobacias y movimientos que desafiaban la gravedad. Bajo la tutela de un viejo acróbata llamado Kazuo, Juri descubrió una habilidad natural para las artes circenses, y pronto se convirtió en una de las estrellas del espectáculo. Kazuo no solo le enseñó a Juri a moverse con agilidad y precisión, sino también a luchar. Sus lecciones de combate cuerpo a cuerpo eran duras, pero Juri absorbía cada movimiento, cada técnica, con una concentración feroz. Era su manera de asegurarse de que nunca más se sentiría insignificante o invisible. Así comenzó la nueva vida de Juri Han, entre carpas coloridas y prácticas agotadoras. Rápidamente se destacó como una talentosa acróbata, su agilidad y gracia atraían las miradas de admiración que siempre había anhelado. Pero el circo no solo le enseñó a volar; también le enseñó a soñar.
Los años pasaron, y Juri creció en fuerza y habilidad. Pero en el fondo de su corazón, nunca olvidó la historia que escuchó una noche alrededor de la hoguera del circo: la leyenda del One Piece. Un tesoro inigualable, perdido en algún lugar del vasto océano, esperando a ser encontrado por quien tuviera el coraje y la determinación de buscarlo. La promesa de inmortalidad en la memoria de todos que venía con él encendió un fuego en el alma de Juri.
Aquel día una caravana de colores brillantes y sonidos festivos atravesó el pueblo, captando la atención de todos. Era un circo itinerante, con acróbatas, malabaristas y animales exóticos. Juri, fascinada por la promesa de lo desconocido, se sintió atraída hacia el espectáculo como una polilla hacia la luz. En su corazón, algo despertó. Esa noche, mientras la familia Han dormía, Juri tomó la decisión más audaz de su corta vida. Con una bolsa de pertenencias y una valentía enorme, se deslizó fuera de la casa y furtivamente corrió entre las sombras del denso bosque que rodeaba su hogar. Sus pasos eran rápidos y ligeros, su respiración agitada, pero lejos de tener miedo o preocupaciones, estaba entusiasmada, exaltada. El bosque era un lugar peligroso para una niña de su edad, pero Juri no sentía miedo. El bullicio de su casa, siempre llena de voces y risas de sus numerosas hermanas, se desvanecía con cada paso que daba. Sus pies descalzos apenas hacían ruido sobre la tierra húmeda, y sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y desafío. Después de horas de caminar, el bosque comenzó a abrirse, revelando un pequeño claro iluminado por la luz de la luna. En el centro, se alzaba una carpa de circo, sus colores desvaídos pero aún vibrantes bajo la luz nocturna. El circo itinerante se había instalado a las afueras del pueblo recientemente, y Juri había oído historias fascinantes sobre los artistas y sus hazañas increíbles. Con el corazón latiendo con fuerza, se acercó a la entrada de la carpa. Adentro, las risas y los aplausos del público resonaban, acompañados por la música alegre de una banda. Juri observó desde las sombras, sus ojos abiertos de par en par mientras los artistas realizaban acrobacias imposibles, saltando y girando en el aire con una gracia y precisión que la dejaban sin aliento. — ¡Tú, niña! ¿Qué haces ahí? — Una voz fuerte y autoritaria la sacó de su ensueño. Un hombre corpulento, con una barba espesa y ojos severos, la miraba con curiosidad. — ¿Te has perdido? — Juri negó con la cabeza, pero no dijo nada. Sus ojos brillaban con determinación mientras sostenía la mirada del hombre. El hombre suspiro, la habia visto colarse en la carpa por lo que sabia que no habia pagado la entrada para el show, por lo que la tomo del brazo y la llevo lejos del publico con otro hombre con aspecto mas severo que él, un hombre de rostro severo y mirada aguda. Se trataba del dueño del circo, el cual miro a la niña con desden y escucho la explicacion del hombre que la sostenia aun del brazo. — Haré lo que sea — le dijo Juri antes de que el dueño dijese algo, con una firmeza que beligeraba con su juventud. — Solo déjame ser parte de esto.... por favor. — Él la observó durante un largo momento antes de esbozar una sonrisa. — Ven conmigo, pequeña. Vamos a ver si tienes lo que se necesita para ser parte de este circo. — Esa noche, Juri encontró su nuevo hogar entre los artistas del circo.
Sus días se llenaron de entrenamiento y esfuerzo, aprendiendo acrobacias y movimientos que desafiaban la gravedad. Bajo la tutela de un viejo acróbata llamado Kazuo, Juri descubrió una habilidad natural para las artes circenses, y pronto se convirtió en una de las estrellas del espectáculo. Kazuo no solo le enseñó a Juri a moverse con agilidad y precisión, sino también a luchar. Sus lecciones de combate cuerpo a cuerpo eran duras, pero Juri absorbía cada movimiento, cada técnica, con una concentración feroz. Era su manera de asegurarse de que nunca más se sentiría insignificante o invisible. Así comenzó la nueva vida de Juri Han, entre carpas coloridas y prácticas agotadoras. Rápidamente se destacó como una talentosa acróbata, su agilidad y gracia atraían las miradas de admiración que siempre había anhelado. Pero el circo no solo le enseñó a volar; también le enseñó a soñar.
Los años pasaron, y Juri creció en fuerza y habilidad. Pero en el fondo de su corazón, nunca olvidó la historia que escuchó una noche alrededor de la hoguera del circo: la leyenda del One Piece. Un tesoro inigualable, perdido en algún lugar del vasto océano, esperando a ser encontrado por quien tuviera el coraje y la determinación de buscarlo. La promesa de inmortalidad en la memoria de todos que venía con él encendió un fuego en el alma de Juri.