Alguien dijo una vez...
Crocodile
Los sueños son algo que solo las personas con poder pueden hacer realidad.
[Autonarrada] [Autonarrada T2] Royal Canine Pt. II
Dan Kinro
[...]
Día 2 de Invierno del Año 724,
G-31 Base de la Marina

El bullicio de la cantina seguía su curso, completamente ajeno al desastre que acababa de ocurrir en la cocina. Dan Kinro, o mejor dicho, el pequeño chihuahua en el que se había convertido, daba vueltas en círculo, tratando de procesar la información. Su mente estaba en caos absoluto.

¡Me cago en la virgen santa y madre de todos los huggies! ¡¿Qué demonios está pasando?! — pensó, pero lo único que salió de su boca fue un chillido agudo que, a su horror, sonó como el de un perro pequeño y furioso.

Intentó pararse sobre dos patas, lo que resultó ser un fracaso absoluto. Cayó de espaldas, agitando sus minúsculas patas en el aire mientras intentaba recomponerse. Con un salto torpe, logró reincorporarse y tambaleó sobre el suelo de la cocina, tratando de comprender su nueva realidad.

«Vale, Dan, cálmate. Piensa. Has comido algo raro y ahora eres un chucho. Eso significa… ¡Que te has tragado una puta Akuma no Mi!».

La idea le golpeó con la fuerza de un martillo.

Se quedó quieta unos segundos, observando su reflejo en una sartén colgada. Frente a ella, un diminuto chihuahua de pelaje marrón claro y enormes ojos ámbar la miraba con la misma expresión incrédula.

Nae... ¡Esto es ridículo! — ladró, pero nuevamente solo produjo un agudo sonido canino. La espadachín Marine Kinro parpadeaba rápidamente. La situación no podía ser peor.

O si...

Primero, estaba en la cocina de la base de la Marina convertida en el chiste andante más grande de la historia. Segundo, todo el mundo afuera estaba disfrutando su almuerzo sin saber que uno de sus sargentos ahora pesaba menos que un saco de harina. Y tercero…

¡Mierda, el agua! — Su cuerpo entero se tensó. Ya no podía nadar... Eso sí que era una catástrofe.

Dio un par de saltos torpes sobre el suelo, sintiendo la ligereza absurda de su nuevo cuerpo. Sus patas se movían con una velocidad ridícula, como si alguien hubiera encendido un motor invisible dentro de ella. Se sentía como un torbellino de energía comprimido en un ridículo envoltorio de perro diminuto.

«Bien, bien… lo primero es salir de aquí y encontrar la forma de arreglar esto. No puedo quedarme aquí encerrada toda la tarde. Y mucho menos dejar que alguien me vea en este estado…»

Con su nuevo tamaño, pasar desapercibida no sería un problema, pero no contaba con la torpeza de su cuerpo recién adquirido. Intentó correr hacia la puerta de la cocina, pero sus patas cortas y la falta de coordinación hicieron que chocara de frente con una pila de cacerolas apiladas.

¡CLANG! ¡CRASH! ¡PAM!

Las cacerolas cayeron con un estrépito ensordecedor, rebotando por toda la cocina y creando un desastre monumental. Dan sintió un escalofrío recorriéndole el lomo. Si antes tenía una pequeña posibilidad de escapar sin ser vista, ahora esa posibilidad era prácticamente inexistente.

Y entonces ocurrió lo inevitable.

La puerta de la cocina se abrió de golpe, y un grupo de marines curiosos asomó la cabeza.

¿Qué coño ha sido ese ruido? — preguntó uno, frunciendo el ceño.

Los ojos de Dan Kinro se abrieron de par en par.

«Mierda, mierda, mierda, mierda»

Sin pensarlo dos veces, corrió bajo la mesa más cercana, su diminuto cuerpo escabulléndose entre las sombras mientras los marines entraban.

Np, parece que no hay nadie aquí… — comentó otro, rascándose la cabeza.

Entonces, ¿por qué está todo esto tirado por el suelo? — replicó el primero, recogiendo una cacerola.

La joven kuja y ahora chihuahua contuvo la respiración, con sus pequeños pulmones latiendo con fuerza. No podía quedarse allí. Necesitaba moverse antes de que alguno decidiera mirar debajo de la mesa.

Observó su entorno. La cocina tenía una pequeña ventana abierta cerca del fregadero. Era un salto considerable para su nuevo tamaño, pero tenía que intentarlo. Reuniendo todo su valor, corrió hacia la mesa más cercana y, con un salto impresionante (o al menos eso pensó ella), aterrizó sobre una caja de verduras. Desde allí, brincó al fregadero y luego a la ventana.

¿Escuchaste eso? — dijo uno de los marines al oír el sonido de sus patas golpeando la madera.

Nah, seguro es un ratón o algo así.

Dan no esperó a que intentaran confirmar esa teoría. Con un último esfuerzo, saltó al exterior y cayó de cara sobre la nieve.

¡Argh, está demasiado fría! — ladró, sacudiéndose frenéticamente.

Se puso en pie y miró a su alrededor. Había logrado salir, pero ahora tenía un nuevo problema: estaba afuera, en plena base de la Marina, convertida en un chihuahua y con ninguna idea de cómo volver a su forma humana.

Vale, piensa, piensa, piensa... Dan, ¿cómo demonios se deshace esto? — murmuró para sí misma. Trató de concentrarse, de imaginarse en su cuerpo normal, en sus manos, en su espada…

De repente, su cuerpo comenzó a temblar. Sus patas se alargaron, su visión cambió, y en cuestión de segundos volvió a su forma humana. Dan cayó de rodillas en la nieve, respirando con fuerza.

¡Por las gaviotas, nunca había estado tan feliz de verme los jodidos dedos de las manos! — exclamó, flexionando las manos.
Sin embargo, su alivio duró poco.

¡Oye, Sargento Kinro! — gritó un marine desde el otro lado del patio — ¿Desde cuándo te metes a la cocina a romper cosas?

Dan Kinro se puso de pie de un salto, sacudiéndose la nieve.

Nae, larga historia. Digamos que la cocina y yo tuvimos una pequeña pelea… y la cocina ganó. — respondió con una sonrisa forzada.

Los marines se echaron a reír, sin sospechar que hacía apenas unos segundos su sargento había sido un ridículo chihuahua atrapado en la cocina.
Dan suspiró profundamente, llevándose una mano a la cabeza.

«Vale… oficialmente, hoy es el día más raro de mi vida.»

Pero no podía relajarse. Ahora tenía un problema aún más grande: había comido una Fruta del Diablo y tenía que aprender a controlarla. A partir de ese día, su vida cambiaría radicalmente. Tendría que asegurarse de no perder el control de su transformación en los peores momentos. Lo último que necesitaba era convertirse en un chihuahua en medio de un combate.

Aye… — murmuró, comenzando a caminar de vuelta a la cantina. — ¿Cómo demonios se lo explico a los demás?

Mientras entraba nuevamente, con la nieve derritiéndose en su uniforme y el caos de la cocina aún resonando en su mente, solo pudo pensar en una cosa:

«Espero que al menos no tenga que ladrarle órdenes a los reclutas…»
#1
Moderador KataCristo
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#2


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