¿Sabías que…?
... el famoso anime One Piece, del año 1999, está basado en el también famoso manga One Piece. Otra curiosidad es que el autor de ambas obras es Eiichiro Oda.
[Autonarrada] Siempre hay una primera vez.
Marian
Marian
Día 13 del año 712. Primavera.

El viento primaveral soplaba con suavidad sobre las calles adoquinadas en la capital del Reino de Lvneel, impregnadas con el aroma a flores propias de la época, pescado fresco en cada una de las tiendas del mercado que arrasaba en cada una de las pequeñas plazas y el murmullo de la vida cotidiana. Monótona. Marian avanzaba entre la multitud con un porte elegante, como de costumbre; su presencia contrastaba con el bullicio despreocupado de la ciudadanía, mucho más ensimismada en las actividades de la vida diaria que en centrarse en el evento que horas después tendría lugar allí. Vestía un traje oscuro, adornado con detalles dorados, y un largo abrigo de terciopelo ondeaba con cada uno de sus pasos, casi como si estuviese danzando al compás del viento, aunque éste era escaso. No estaba acostumbrado a este tipo de lugares, a la luz del sol reflejándose en los tejados de pizarra o a la alegría desenfadada de las calles. No. Él estaba habituado a lugares menos transitados, a la frialdad de las sombras de los árboles y al sonido de la madera crujir. A los rituales, a los sacrificios. A tareas mucho menos usuales, pero igual de cotidianas. Pero tampoco se permitía pensar en ello. Su deber y su misión era claro: escoltar a una noble hasta su destino y garantizar su seguridad. Fuera de eso, ningún pensamiento sería bien recibido por el agente.

La misión, en teoría, no debía presentar complicaciones. El evento en cuestión se trataba de una presentación artística en la plaza central, una de las más grandes del reino. Sin embargo, Marian sabía que la presencia de una noble entre la multitud podría ser una invitación a catastróficas desdichas. Había pasado los últimos días conociendo la geografía de la ciudad, estudiando cada uno de sus rincones y las posiciones óptimas para vigilar el escenario. Todo esto teniendo en cuenta que su presencia no pasaría desapercibida, especialmente por su altura, que superaba con creces la media de todas las personas que lo rodeaban. Dos metros y cincuenta centímetros, nada más y nada menos. Sin embargo, su naturaleza tranquila, metódica y calculadora incluso, lo obligaba a anticipar todas y cada una de las posibilidades que se dibujaban en su mente.

Tan sólo unos pares de cuartos de horas después, llegaría al punto de encuentro deseada. La puerta trasera de un lujoso hotel en donde varias familias nobles, aunque no las más importantes de las altas esferas, solían reunirse en un ambiente distendido, recogido. Marian esperó en silencio, ajustándose los guantes de cuero que llevaba y sujetando con fuerza su querido bastón, su accesorio favorito, así como también el arma del que tan orgullo estaba. – Debería ponerle un nombre... – Llegó a pensar en alguna ocasión. Pero nunca lo hizo. – ¡Por fin! Pensé que este momento nunca llegaría. – Una voz suave lo despertó de sus pensamientos. La mujer que apareció no era la imagen de lo que Marian había esperado. Vestía con una ostentación que bordeaba la excentricidad, incluso para él: un vestido rojo vibrante de cortes dramáticos, encaje negro y una serie de pendientes dorados que tintineaban con cada movimiento, cada paso que daba. Su cabello, de un rubio intenso, caía en ondas desordenadas sobre su espalda. Sus labios estaban pintados de un color carmesí tan intenso como la sustancia que siempre portaba en su cantimplora. – Tú eres mi escolta, ¿verdad? – Lo observó de arriba-abajo. – ¿Cuál es tu nombre? – Se acercó a él, recortando la distancia que los separaba. Era pequeña, diminuta. Un metro cincuenta era mucho decir. – Marian Dracul. – Fueron las únicas palabras que pronunciaría, mostrando un lado, cuanto menos, antipático. – ¿Dracul? – Su rostro cambió por completo, mostrando una ligera sonrisa. Síntoma de saber mucho más de lo que parecía en un primer momento. – Interesante. Yo soy Eleonora, aunque ya lo sabrás si has leído el informe. Puedes llamarme Leo. Todos lo hacen. – La mirada de la joven continuaba clavada en la figura del agente. Sentía como cada respiración, cada susurro, cada movimiento estaba siendo observado por aquel diminuto ser. Era una sensación... gratamente fascinante, sin duda. Haciendo gala de su característica personalidad, Marian mantuvo el silencio. No respondió. No estaba aquí para relacionarse, sino que sólo debía garantizar su seguridad. Se dio la vuelta y, con el mismo desdén que había mostrado hasta el momento, comenzó a caminar con cierta lentitud. – No hace falta ser tan solemne, Marian. Es una celebración, no un juicio. – Leo sonrió. Era ciertamente una joven imprudente, con un carácter marcadamente adolescente, como era propio para su edad. ¿Cuántos años decía el informe que tenía? ¿Diecisiete? Ahora mismo no lo recordaba.

El agente mantuvo el silencio y continuó el camino que segundos antes había emprendido. Eleonora lo seguiría, aún con una sonrisa ligeramente sarcástica en su rostro. Subieron al carro que los estaba esperando y emprendieron el camino hacia la plaza central, en donde tendría lugar el acto. Marian mantenía su postura rígida, con la mirada fija en la ciudad en movimiento, analizando cada cruce, cada posible amenaza oculta entre la multitud. Eleonora, en cambio, tarareaba una melodía con los ojos cerrados, completamente ajena a cualquier preocupación. Una vez más, sería ella quien rompería el silencio. – ¿Siempre eres tan reservado? – Marian la observó detenidamente antes de responder. – Intento no decir más palabras de las necesarias, sólo eso. – Fue tajante, contundente. No es que fuese “borde”, como la gente joven suele decir, sino que simplemente carecía de los conocimientos básicos de las interacciones sociales. Y Leo parecía haberse dado cuenta, pese a su corta edad. Así que simplemente sonrió. – Vaya, esperaba alguien más... apasionado. Que pudiese comprender mi arte y compartirla conmigo. Otro escolta más. – Sus palabras escondían decepción. Parecía haber vivido esta situación en otras ocasiones y, ciertamente, era algo que le disgustaba. Pero Marian no podía hacer más al respecto... ¿no? No le molestaron sus palabras. Había escuchado muchas cosas en su vida, y esa clase de comentarios no lo afectaban. Sin embargo, algo en su tono lo hacía pensar que ella lo estaba probando, buscando una reacción que no obtendría. Leo resoplaría un par de veces más antes de llegar al destino.

La plaza central de Lvneel era un espectáculo en sí mismo. Puestos de comida, músicos callejeros y ciudadanos entusiasmados llenaban el área con un ambiente vibrante. Marian no disfrutó de aquel jolgorio; no por la misión, que también, sino porque no era una persona hecha para la fiesta, por así decirlo. Nada más bajar del carro, observó cada detalle de aquel ambiente, buscando algo que pudiese distorsionar la tranquilidad que buscaban. Pero no percibió nada, al menos en este primer momento. Eleonora, sin embargo, continuaba ajena a todo lo que sucedía. Saludaba a los civiles, algunos de ellos conocidos; sonreía pícaramente a los tenderos que asolaban las calles y se movía con una despreocupación propia de una persona que había sido protegida toda su vida. El agente permanecería a su lado, observando cada detalle, por nimio que fuese.  

Nada más poner un pie en el escenario, la multitud estalló en gritos, en vítores, en cánticos de celebración. Marian se alejó un par de metros, en un lugar en donde no destacara, pero que pudiese ver todo lo que sucedía. Un punto estratégico, como suele decirse. Para él esto era sencillo, pues la altura promedia del lugar apenas sobrepasaría el metro setenta, aparentemente. En el escenario, Eleonora tomaría el violín y comenzó a tocar. La primera nota llenó la plaza como un eco angelical, acompañada de tarareos y cánticos corales, unos sonidos que parecían detener el tiempo. Por un instante, incluso él quedó atrapado en aquella música… Aunque no por mucho tiempo.

En las sombras, un rápido movimiento captó la atención del agente. Un hombre, cubierto por finas capas deshilachadas, avanzó con demasiada rapidez para alguien fanático o que quisiese disfrutar de la actuación. Un destello de metal entre sus ropajes fue la llamada de atención que Marian necesitaba para actuar. La multitud seguía absorta, complemente ausente e ignorante de lo que estaba sucediendo; un punto positivo para el agente, desde luego. – Aquí te quedas. – Su cuerpo, como un pilar férreo que se erigía en medio del camino, colisionó por completo con la avanzada de aquel intento de verdugo, quien, debido al impacto, retrocedió un par de centímetros. Un buen tekkai. Marian, de forma sigilosa, casi felina, y haciendo gala de las habilidades propias de los agentes más especiales del gobierno, el Cipher Pol, agarró a aquel hombre por una de sus extremidades y desapareció de la escena. Metros más alejados de la muchedumbre, lo noqueó y lo dejó encerrado en unos barriles que uno de los tendederos utilizaba para almacenar verduras. – Esto servirá. – Murmuraría él, mientras lo vaciaba. A lo lejos, pero lo suficientemente cerca para observarla, Eleonora continuaba tejiendo aquella melodía celestial, que engatusaba a todo aquel que la escuchase. Sin darse cuenta, percibió como la mirada de su protegida se clavaba en su figura, como si ella hubiese previsto lo que iba a suceder; o, peor todavía, como si sus diminutos ojos pudiesen siquiera seguir su velocidad. Aquella misión estaba siendo ciertamente interesante. Y, por primera vez en mucho tiempo, Marian sintió un atisbo de curiosidad por lo que vendría después.

Horas después... la misión terminaría sin ningún problema mayor. Tan sólo un aumento en la curiosidad de Marian por las emociones humanas. Aquel encuentro con el diminuto ser de nombre Eleonora había cambiado algunos engranajes en su interior. Lo único que hizo, nada más llegar a su habitación, fue escribir un par de líneas en su diario, en aquel en donde habitualmente dejaba por escrito todas las sensaciones en torno al fascinante mundo de las emociones: "Alegría... dícese de la emoción que suele expresarse de forma efusiva, con movimientos gestuales bruscos, a menudo con sonrisas acompañadas de gritos (aunque los humanos llaman a esto carcajada)...".
#1


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