¿Sabías que…?
... Oda tenía pensado bautizar al cocinero de los Mugiwaras con el nombre de Naruto, pero justo en ese momento, el manga del ninja de Konoha empezó a tener mucho éxito y en consecuencia, el autor de One Piece decidió cambiarle el nombre a Sanji.
[Autonarrada] [T2] Wood and Nails (Parte 2)
Arthur Soriz
Gramps
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13 de Invierno
Año 724

Me levanté temprano, con la sensación de que el tiempo se me había escapado rápidamente. Ya había pasado semana y media casi dos desde que llegamos de imprevisto con el resto del Kaigekitai. Cada uno había partido a hacer sus cosas por un lado u otro y la verdad es que no los culpaba... cada uno tenía derecho a hacer su vida y armar su historia como le placiera. Yo por mi lado había logrado avanzar con el diseño preliminar del balandro y había hecho buenos contactos. Sin embargo, el deber llama... La carta urgente de la Marina que había recibido esa misma mañana indicaba que debía partir hacia Loguetown con prontitud. Necesitaban gente allá... probablemente por temas del bajo mundo, y no podía demorar más.

Con el peso de la responsabilidad en el pecho y mi lealtad por la marina, me dirigí hacia el astillero para hablar con Horace. Sabía que mi partida abrupta podría desilusionar a algunas personas, especialmente a aquellos que habían confiado en mi para el proyecto del balando y que tan ilusionados estaban en hacerlo. Al llegar, vi a Horace quien estaba supervisando las últimas labores del día en una de las embarcaciones aún en construcción. Su rostro serio se iluminó ligeramente al verme, pero sabía que algo no estaba bien cuando me acerqué con cara un tanto sombría.

Horace, tengo malas noticias —dije, sin rodeos. La verdad me pesaba pero no podía seguir adelante sin ser honesto—. La Marina me ha llamado a Loguetown. Necesito zarpar lo más pronto posible y eso significa que no podré seguir con el proyecto aquí en Swallow...

Horace me quedó mirando por un momento en silencio, sus ojos escaneando mis expresiones en busca de alguna vacilación. Sin embargo no encontraría ninguna, estaba siendo completamente honesto con él, no necesitaba ocultarme tras excusas bobas. Estaba contra la espada y la pared, y si fuera por mi me habría quedado en Swallow hasta terminar el balandro, pero habían cosas que no podía ignorar y una de ellas eran órdenes directas de un superior.

Entiendo... —dijo Horace tras un largo suspiro, cruzando los brazos. Aunque su tono era calmado había algo de decepción en la forma que hablaba—. No es lo que esperábamos, pero la vida de un marine siempre está marcada por estos imprevistos.

Bajé la mirada, sintiendo la incomodidad del momento.

Te prometo que cuando regrese, haremos un barco juntos. El balandro del Kaigekitai no quedará en el olvido. Aquí tengo a gente confiable y sé que cuando vuelta podremos hacer el mejor barco de todos.

Horace soltó una ligera carcajada, la expresión de su rostro suavizándose un poco.

Sé que lo harás. Noté desde un principio que aunque todo esto se movió rápido, la calidad de tu trabajo y tu compromiso nos han dejado una buena impresión... que no te quepa duda de eso, Arthur. Si alguna vez decides regresar, aquí tendrás un espacio para ti.

La despedida no estaba siendo amarga. Aunque la noticia de mi partir era un pequeño golpe para el equipo, el respeto mutuo era evidente y la vida debía seguir. Horace me dio una palmada en el hombro algo enérgica, como para dar su aprobación.

No te olvides de nosotros, Arthur. Y que tengas buen viaje.

Sonreí, agradecido por la comprensión.

No lo haré, Horace. Cuídense todos.

Después de mi conversación con Horace y despedirme del resto de las personas en el astillero, me dirigí al centro del pueblo de Swallow, donde había conocido a muchas personas que me habían apoyado en mi corto pero intenso tiempo allí. El sol ascendía por el horizonte, tiñendo de naranja el cielo. Aunque era temprano las calles ya estaban llenas de actividad... los pescadores se preparaban para salir al mar y las mujeres del pueblo organizaban los puestos de mercado para la jornada. Me detuve frente a algunos de los rostros familiares con los que había compartido tanto en estos pocos días. Primero me acerqué a los pescadores que había conocido en el puerto, quienes me dieron un fuerte apretón de manos nada más verme llegar.

¡Arthur! ¿Te vas ya? —preguntó uno de ellos.
Parece que sí... la Marina me necesita en Loguetown. No fue lo que planeaba pero el deber me llama. —respondí yo, sonriendo aunque algo apesadumbrado por la despedida. Los pescadores asintieron, algunos con tristeza pero la mayoría con respeto sobre todas las cosas. Se notaba que a pesar de haber sido corta mi estadía, de cierta manera había marcado las vidas de algunos, lo suficiente como para no olvidarme.

Bueno, cuídate allá... Y recuerda, si alguna vez vuelves por estos lares hay un par de barcas esperando por ti y salimos todos a pescar. —dijo uno de ellos con una risa amistosa. Agradecido por sus palabras, continué mi camino. En este saludé a varios habitantes del pueblo incluidos los niños que habían jugado cerca del astillero mientras yo trabajaba. Sus ojos al verme brillaban, y yo como siempre les sonreí ampliamente. Aunque había sido poco tiempo, ya sentía las ganas de volver, la nostalgia... aunque nada reemplazaba mi nostalgia por Kilombo, mi pueblo... Rostock.

Finalmente, llegué al cuartel de la Marina. Allí encontré a varios de colegas con los que había compartido momentos en mi breve estancia. Los saludé, sonriendo feliz.
Arthur, ¿tan pronto te vas? Nos enteramos hace un rato que te transfieren de nuevo al East Blue. — dijo el Marine, acercándose a mi.
Sí... parece ser que el destino tiene otros planes para mi, parece que esta vez me lleva a Loguetown. —respondí yo, estrechando la mano de este.

Otro también apareció, sonriendo de medio labio y dándome una palmada en la espalda.

Te echaremos de menos, viejo. —dijo este, con un tono bromista.
Lo mismo digo, muchachos... cuídense, de verdad.

Respondí, riendo brevemente. No había tiempo para largas despedidas, pero esas pequeñas muestras de camaradería me hacían sentir que, al menos en esta isla, había dejado cierta huella.

Tras un último vistazo a todos mis compañeros, tomé mis cosas y caminé hacia el puerto donde el buque de guerra Marine ya me esperaba. El barco estaba preparado para zarpar y la tripulación ya estaba organizada. A pesar de la rapidez con que se desarrolló mi partir, sabía que esta no era una despedida definitiva. Swallow quedaba en mi memoria como un capítulo importante en mi camino, un lugar donde había encontrado buenos momentos, y promesas por cumplir.

Cargando mi mochila colgada en uno de mis hombros, subí al buque. La tripulación me saludó de forma respetuosa. Cuando crucé la pasarela y llegué a la cubierta, me detuve un momento para mirar hacia el puerto, donde el sol comenzaba a brillar con más fuerza sobre las aguas tranquilas de Swallow. El viento soplaba suavemente, y me permití un suspiro de alivio. Lo importante era que la misión que tenía tenía por delante, la que me llevaría hacia Loguetown me permitiría seguir adelante con mi deber.

La orden de zarpar llegó poco después, y el barco comenzó a alejarse del puerto. Observé el paisaje de la isla Swallow alejarse lentamente. Había dejado muchas puertas abiertas, y estaba decidido a regresar cuando mi deber lo permitiera.

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15 de Invierno
Año 724

El viaje desde Swallow hasta el East Blue transcurrió sin incidentes, marcado únicamente por el vaivén constante del océano y el sonido del viento agitando las velas del buque de guerra. Durante la travesía, pasé la mayor parte del tiempo entrenando. También revisaba algunos de mis bocetos para el balandro y manteniendo charlas ocasionales con la tripulación. Sin embargo mi mente estaba enfocada en el destino que me esperaba.

Cuando el barco finalmente llegó al puerto de Loguetown, yo ya me encontraba en la cubierta de la embarcación observando cómo la ciudad se extendía ante mi. Aquel lugar era conocido por muchos motivos... su importancia estratégica en el East Blue, su actividad comercial y por supuesto su historia por la plaza del patíbulo. Para nosotros los Marines, Loguetown no era solo un puerto de paso... era una pieza clave en el control de este mar cardinal.

El buque maniobró hasta atracar en los muelles principales. Desde allí pude ver la vida del puerto desplegarse frente a mi. Trabajadores moviendo cargamentos, barcos mercantes entrando y saliendo y marines patrullando la zona de forma adecuada. La actividad era incesante pero organizada de cierto modo... la gente ya estaba acostumbrada a su rutina del día a día y eso se notaba fácilmente.

Cuando extendieron la pasarela, no perdí el tiempo. Descendí del barco y me dirigí con bolsa de viaje al hombro directo a la base Marine G-31; mi primer deber era reportar mi presencia allí. Loguetown tenía calles amplias, empedradas y bien mantenidas con edificios de piedra y madera que reflejaban su importancia como un punto neurálgico del East Blue y de la Marina. Tras minutos de caminata, la base G-31 apareció en mi campo de visión. Era un edificio imponente, con una estructura sólida y eficiente, más alta que ancha, con la bandera de la Marina ondeando en su mástil. Soldados apostados en la entrada revisaban a los que entraban y salían, pero al notar mi uniforme, me permitieron el paso sin problema cuadrándose para saludar.

Dentro el ambiente era de constante movimiento. Oficiales y soldados iban y venían, algunos cargando documentos, otros en medio de conversaciones sobre operaciones en curso. Avancé hacia la recepción, donde una joven Marine revisaba informes en su escritorio.

Suboficial Arthur Soriz, reportándose tras su llegada desde Swallow.

La marine levantó la vista y me dirigió una mirada rápida de pies a cabeza antes de asentir ligeramente.

Bienvenido a Loguetown, suboficial Soriz. Un momento, por favor.

Se giró para hablar con otro marine, quien desapareció por un pasillo con la intención de avisar a un superior. Esperé, con los brazos cruzados y la mirada explorando los alrededores. Había llegado. Ahora, era cuestión de cumplir con mis deberes y por supuesto comenzar los preparativos para la construcción del balandro del Kaigekitai. Lo que sí fue corta fue la reunion con mi superior. Tan solo fue necesario dejar en claro que había llegado, y pronto se me informaría de futuras asignaciones que me darían para hacer en la ciudad. Mientras tanto, estaba libre de hacer lo que quisiera por el resto del día. Tras haber cumplido mi deber en el G-31, salí a las calles de Loguetown con un nuevo propósito en mente... dirigirme a los astilleros.

No tardé mucho en llegar a estos, situados en una sección bien organizada del puerto. Desde la entrada se podían ver varias embarcaciones en diferentes etapas de construcción... cascos a medio armar, vigas de madera siendo transportadas y trabajadores tallando con paciencia los detalles de los barcos. El sonido del martilleo, el roce de la lija contra la madera y las conversaciones técnicas entre carpinteros creaban una sinfonía que solo alguien con experiencia en el oficio podía apreciar en su totalidad.

Avancé observando con ojo crítico la calidad del trabajo. No tardé en identificar a los encargados del astillero... un grupo de hombres y mujeres con ropas cubiertas de aserrín, manos firmes y miradas atentas que se encontraban trabajando arduamente, delegando tareas y supervisando que todo estuviera bien. Uno de ellos, un hombre de mediana edad con un mandil de cuero y brazos musculosos parecía ser el que más daba órdenes. Me acerqué y con mi característica sonrisa amplia, me presenté.

Arthur Soriz, suboficial de la Marina. Soy carpintero naval y tengo un proyecto que me gustaría llevar a cabo aquí, en los astilleros de Loguetown.

El encargado levantó la vista de un plano que estaba revisando y me miró con curiosidad antes de soltar una pequeña risotada.

Suboficial Soriz... me suena ese nombre, algunos de mis colegas de Kilombo me han hablado de usted. Dígame, ¿qué tipo de proyecto lo ha traído?
Tengo en mente construir un balandro para mi brigada —expliqué—. Tenía pensado empezar a trabajar en Swallow, en el North Blue... pero mis obligaciones me trajeron aquí. Así que, con su permiso, me gustaría empezar con el proyecto en este astillero.

El hombre pareció estudiarme por un momento mientras me miraba, y luego soltó una carcajada leve.

Siendo usted marine y uno con reputación, no veo por qué no. Tenemos espacio de sobra y siempre es un placer tener a alguien que realmente entiende de carpintería naval trabajando aquí. Mientras pague por sus materiales y tenga un respaldo oficial puede empezar cuando quiera.

Sonreí con satisfacción al escuchar su respuesta, asentí con la cabeza y me dispuse a responderle.

Aprecio la confianza... No se preocupe, me encargaré de conseguir y pagar por todo lo necesario.

El encargado me ofreció un apretón de manos firme, sellando así el acuerdo entre los dos.

Bienvenido al astillero de Loguetown, Soriz. Estamos a su disposición.

Miré a mi alrededor. Tenía un lugar para trabajar, tenía la experiencia de años trabajando en Kilombo y ahora solo quedaba el primer paso real... comenzar a planificar y reunir los materiales para la construcción del balando del Kaigekitai. Con el permiso del astillero asegurado y el espacio garantizado, no perdí el tiempo. Aún quedaban muchas horas en el día y no pensaba desperdiciarlas.

Lo primero fue recorrer Loguetown en busca de los mejores proveedores de materiales. Gracias a la información brindada por el encargado del astillero y mi propio conocimiento en el oficio no tardé en encontrar los aserraderos adecuados, herreros para que hicieran los clavos y herrajes, gente que hiciera cuerdas y también expertos en lona para las velas. En cada encuentro evaluaba la calidad con ojo experimentado, negociaba precios y hacía los encargos necesarios luego de haber hecho las notas correspondientes y cálculos adecuados.

No compré todo de inmediato, pero dejé claro qué necesitaría y en qué cantidades para que tuvieran tiempo de trabajar con antelación. Los proveedores por suerte me dieron la razón y aceptaron, más de uno dándome un apretón de manos satisfecho al ver que el negocio sería largo y provechoso. A saber cuánto tiempo me tomaría terminar de construir aquella embarcación pero lo hermoso estaba en hacerlo, no en pensar cuánto me tomaría.

Cuando la última luz del sol comenzó a desvanecerse, regresé al astillero con un solo propósito... plasmar en papel cada detalle del balandro.

En una mesa de trabajo bien iluminada, con herramientas de dibujo naval dispuestas comencé a trazar los planos. Primero el esqueleto general de la embarcación... la quilla, las cuadernas, la distribución del casco. Luego poco a poco fui añadiendo cada detalle asegurándome de que todo estuviera en su lugar. El tiempo pareció volar, el sonido de la actividad en el astillero fue cediendo a medida que los trabajadores terminaban su jornada, pero yo continué. De vez en cuando me detenía, observaba lo que llevaba hecho, corregía líneas y hacía anotaciones en los márgenes.

A medida que la noche avanzaba, solo el crujir de mi pluma contra el papel y el ocasional chasquido de mis nudillos rompían el silencio, acompañado por mi taza de chocolate caliente en forma de bota de Santa Claus. En mi mente, el barco ya estaba construido... solo faltaba llevarlo a la realidad. Cuando finalmente me permití un respiro, era ya pasada la medianoche. Exhalé profundamente, contemplando mi obra. Frente a mis ojos, los planos del balandro del Kaigekitai estaban completos.

Sonreí, de forma amplia, satisfecho.

El primer gran paso estaba dado.
#1
Moderador Kaku
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#2


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