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Leander Swain
Garm
15-02-2025, 01:43 AM
(Última modificación: 15-02-2025, 02:19 AM por Leander Swain.
Razón: Ajuste de fecha y cambio de comando spoiler a extra
)
18 de Invierno, Año 724
La taberna Trago del Marinero era un lugar que respiraba vida por cada rincón, aunque no de la manera en que muchos pensarían. No era un sitio elegante ni mucho menos cómodo, pero tenía un tipo de encanto propio, uno que atraía a aquellos que buscaban refugio de algo, aunque no siempre lo sabían. El aire estaba saturado con el olor a humo de tabaco, cerveza derramada y algo más rancio que se mezclaba con la atmósfera de la sala. Una mezcla de risas y voces, el repiqueteo de los vasos chocando y la música de un viejo bandoneón que alguien tocaba en la esquina, daban el ritmo de un lugar que nunca dormía. Las mesas de madera crujían bajo el peso de las historias que sus clientes dejaban a su paso, y los pasillos, siempre estrechos y con poca luz, parecían esconder los secretos de todos aquellos que pasaban por allí.Leander entró sin llamar mucho la atención, como siempre. La mayoría de los clientes estaban demasiado sumidos en sus propios mundos para fijarse en quién llegaba o se iba. Los hombres de aspecto cansado, los marineros en busca de una noche más de juerga, las mujeres de rostro maquillado y sonrisas dulces pero vacías… todos eran parte de ese engranaje. El lunarian se deslizó hasta una mesa en una esquina oscura, donde se sentó sin hacer ruido, dejando que la penumbra lo cubriera por completo.
Sus ojos recorrieron lentamente el lugar mientras se acomodaba. Al fondo, un grupo de marineros borrachos intentaban cantar alguna canción que no reconoció. Entre risas y gritos, se golpeaban las espaldas y se jactaban de aventuras y leyendas que, seguramente, eran tan falsas como el oro que decían haber encontrado. A un lado, una pareja discutía sobre algo trivial, probablemente sobre la pesca del día o el precio de un pez en el mercado, pero a sus voces les faltaba la chispa de pasión, solo un intercambio vacío de palabras. Un hombre mayor, de rostro arrugado y cansado, estaba al fondo de la barra, charlando con el tabernero, un tipo corpulento con barba gris que ya había visto más de un naufragio.
El joven observaba el ajetreo de la taberna sin prestar mucha atención a las conversaciones. La misión que acababa de completar seguía rondando en su cabeza, pero había algo en ese lugar que lo relajaba, algo en el caos de las voces y los sonidos que lo hacía sentirse menos... ajeno. Como si, por un momento, pudiera ser simplemente un espectador, uno más que se pierde en la muchedumbre. No importaba lo que había hecho antes, no importaba lo que tenía que hacer después; en ese momento, solo era un viajero en la penumbra, observando cómo el mundo seguía girando.
El ruido de una jarra chocando contra la madera lo sacó de su ensueño. Un hombre grande, de rostro rubicundo y sonrisa amplia, levantó su copa y brindó con el tabernero, que le respondió con una risa baja, pero genuina. No los miró mucho, pero algo en esa escena le hizo pensar en la gente común, en cómo se aferraban a los pequeños momentos de alegría, como si eso fuera todo lo que quedara de sus vidas. A veces, se preguntaba si ellos tenían idea de lo que ocurría más allá de esas paredes, en el vasto mundo lleno de conflictos y ambiciones. Seguramente no. Y tal vez eso era lo mejor.
El murmullo de la conversación en la mesa vecina, donde dos hombres discutían sobre un pez particularmente grande que uno de ellos había logrado atrapar, se hizo más fuerte. El lunarian sonrió para sí mismo. Siempre era lo mismo. Historias simples, pero las contaban con tanto fervor, con tanto orgullo, que era difícil no dejarse atrapar por la emoción que ponían en cada palabra. Como si el tamaño del pez realmente importara. Quizás, pensó, en un mundo más sencillo eso sería lo único que tendría valor: historias contadas en bares oscuros, risas compartidas entre desconocidos.
La camarera, una mujer de cabello corto y mirada afilada, pasó cerca de su mesa. Él le hizo un gesto, levantando la mano de manera casual, y ella entendió. No era la primera vez que se cruzaban en ese lugar. La mujer le trajo una copa de vino sin decir una palabra. Sabía lo que quería. Se limitó a asentir, y él la observó mientras se alejaba, moviéndose con la agilidad de alguien que no necesitaba hacer ruido para ser eficaz.
Levantó la copa y la observó un momento antes de llevarla a sus labios. El vino rojo era fuerte, pero suave al mismo tiempo, como un abrazo cálido que despejaba cualquier pensamiento que tuviera dando vueltas. Ese trago parecía ayudar a ordenar su mente, a darle un respiro del caos del día. El trabajo estaba hecho, había cumplido con lo que le pidieron. La mujer que le había entregado el documento, los intercambios en las callejuelas de Loguetown, los rostros furtivos de aquellos con los que se cruzó… Todo eso se desvanecía mientras el líquido dorado bajaba por su garganta.
El ambiente a su alrededor no cambiaba. Los marineros seguían cantando, los hombres seguían discutiendo sobre peces, y la camarera seguía moviéndose por la taberna con destreza, llevando jarras de licor y platos con comida. A veces, el joven pensaba que esos momentos, los momentos de calma, eran los más valiosos. Porque sabía que en cualquier momento, algo podría cambiar. Algo siempre cambia. Ya fuera un encargo que requería más que palabras, o una cara nueva que lo reconocía de alguna parte. Pero hoy, por ahora, podía relajarse.
Otro sorbo. Otro vistazo a la vida que se desenvolvía a su alrededor. Se recostó un poco en su silla, mirando a través de la ventana empañada, observando la lluvia ligera que comenzaba a caer sobre Loguetown. No estaba tan mal. Al final del día, todos hacían lo que podían para seguir adelante. Y él también.