Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
[Autonarrada] [T2] Wood and Nails (Parte 3)
Arthur Soriz
Gramps
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14 de Invierno
Año 724

Nunca he creído en las prisas cuando se trata de construir un barco. Un error en un corte, una medida incorrecta, una madera que no es la adecuada... cualquier pequeño descuido puede significar la diferencia entre un navío que surque los mares con gracia a uno que termine hecho astillas en la primera tormenta. Por eso antes de colocar una sola pieza de madera me tomé mi tiempo para revisar cada detalle. El amanecer trajo consigo un aire fresco y húmedo. Me desperté más temprano de lo usual, antes incluso de que los primeros rayos del sol iluminaran el horizonte.

No había dormido demasiado por haberme quedado toda la noche anterior haciendo los planos del balandro, pero no me hacía falta. Mi cuerpo estaba acostumbrado al esfuerzo y mi mente estaba demasiado enfocada en lo que tendría que hacer como para permitirme el lujo del descanso. Tras una ducha rápida en los barracones de la base y un desayuno fuerte que consistió de huevos duros, pan recién horneado, tocino y un buen tazón de chocolate caliente de mi confiable taza en forma de bota de Santa Claus, me dirigí al astillero con paso firme. Al llegar, algunos de los carpinteros que trabajaban en el lugar me saludaron con un gesto de cabeza, aunque la mayoría aún no había comenzado su jornada. Eso me venía bien... quería trabajar con tranquilidad, sin distracciones.

Lo primero fue inspeccionar los materiales. Tenía que estar seguro de que todo estuviera en perfectas condiciones antes de siquiera pensar en comenzar la construcción. Un barco no se hace solo con esfuerzo, también con los mejores recursos. Fui directamente al almacén, donde los tablones de madera estaban apilados en grandes lotes según su tipo y tamaño tal y como había pedido tras pagar. Pasé las manos por la superficie de varios de ellos, sintiendo su textura y buscando imperfecciones. Había encargado roble para la estructura principal y la quilla, una madera dura y resistente al agua salada capaz de soportar golpes y la presión constante de las olas.

Para las secciones internas como los refuerzos y compartimentos de la bodega había optado por cedro, más ligero pero igualmente duradero. Tomé uno de los tablones de roble y lo revisé de cerca. No bastaba con que se viera bien a simple vista. Golpeé la madera con los nudillos, escuchando así el sonido que producía y su ligero eco. Un golpe seco y uniforme indicaba que la pieza estaba en buen estado, sin grietas internas ni bolsas de aire que pudieran debilitarla. Repetí el proceso con varias más, asegurándome de que todas cumplieran con el estándar que buscaba.

Luego pasé a las herramientas. Revisé los cepillos de carpintero asegurándome de que las cuchillas estuvieran bien afiladas. Verifiqué que los formones y cinceles estuvieran en perfecto estado, sin mellas ni desgaste excesivo. También comprobé la calibración de los serruchos y sierras de arco. No iba a permitir que un mal filo me hiciera perder la precisión y por ende material caro. Con los materiales y herramientas listos, tracé en el suelo del astillero un diseño a escala de la embarcación con tiza blanca.

No era algo estrictamente necesario pero me ayudaba a visualizar cada parte del barco antes de comenzar. Un barco no solo es madera ensamblada... es un organismo vivo, un esqueleto que debe moverse con el agua, resistir el viento, sostener la carca y la tripulación sin perder estabilidad.

Me incliné sobre las líneas marcadas en el suelo y repasé mentalmente cada sección del balandro. Respiré hondo, cerré los ojos por un instante y escuché el sonido del astillero a mi alrededor... el crujir de la madera al ser movida, el repique de martillos a lo lejos y el murmullo del mar. La construcción de un barco es un proceso que exige paciencia, fuerza y precisión. No es solo cuestión de ensamblar madera y clavar clavos... es todo un arte, una danza entre hombre, herramientas y material. Desde el quince de invierno hasta el veintinueve, cada jornada se convirtió en una prueba de resistencia, pero por sobre todas las cosas, de amor por el oficio.

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15-17 de Invierno
Año 724

De lo primero que me encargué obviamente fue de armar la quilla tal y como era debido. Me llevó mi tiempo pero tampoco es que fuese algo completamente imposible. Gracias a que mis superiores en el G-31 me habían dado un par de días de soltura para adaptarme a Loguetown, aprovecharía este tiempo para adelantar algo de trabajo. Con la quilla firmemente instalada llegó el momento de dar forma a las cuadernas. Estas estructuras curvas son en esencia las costillas del barco. De su colocación dependía la estabilidad, la forma y el comportamiento de la embarcación en el agua.

Comencé seleccionando las vigas que usaría para esta tarea. Las cuadernas debían ser lo bastante fuertes para resistir el empuje de las olas pero lo suficientemente flexibles para adaptarse al movimiento natural del casco. Opté por madera de fresno vaporizada, conocida por su resistencia y su capacidad de curvarse sin partirse.

El proceso fue laborioso. Primero calenté cada pieza en una cámara de vapor durante varias horas para ablandarla. Al sacarlas el aroma de la madera húmeda se extendía por todo el astillero mezclándose con el olor salobre del puerto. Después utilizando moldes especialmente diseñados fui dando forma a cada cuaderna.

"Vamos, muchacha… dobla sin partirte." —pensaba mientras guiaba la madera por el molde ajustando su curvatura milímetro a milímetro.

Una vez moldeadas, las cuadernas eran colocadas sobre la quilla y fijadas con pernos de bronce, resistentes a la corrosión. Cada golpe del mazo resonaba en el aire seco y firme. Con cada cuaderna instalada el esqueleto del balandro iba cobrando forma... una estructura que vista desde la proa asemejaba el arco de un guerrero, lista para cortar las olas.

Al tercer día me tomé un momento para observar el progreso. Me quité la gorra, me sequé el sudor de la frente y sonreí. El balandro ya iba tomando cada vez más forma.

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18-20 de Invierno
Año 724

El siguiente paso fue el forrado del casco. Este era un trabajo delicado... cada tablón debía encajar a la perfección para evitar filtraciones de agua. Comencé preparando los tablones de roble. Usé una garlopa para alisar cada pieza y luego apliqué brea en las uniones para sellarlas. El olor a resina ardiente impregnó el ambiente, recordándome a los viejos astilleros de Kilombo, donde mi padre me enseñó que un barco bien construido era una extensión del alma de su carpintero.

La técnica que empleé fue el calafateo clásico, introduje estopa empapada en alquitrán entre las juntas y después la compacté con un martillo y un cincel curvo. El agua no encontraría un solo resquicio por el que infiltrarse.

Las noches de esos días fueron agotadoras. A veces tenía que detenerme a mitad de camino para atender algún encargo de la Marina, pero tan pronto terminaba volvía a mi belleza de barco en construcción. El frío del invierno se hacía sentir más intensamente al caer el sol y las manos me dolían por el esfuerzo. Pero cada vez que pasaba la mano por el casco recién forrado y sentía su superficie lisa, sin imperfecciones, recuperaba las fuerzas para continuar, a sabiendas de que estaba un paso más cerca de terminar este gran proyecto yo solo.

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21-23 de Invierno
Año 724

Una vez que el casco estuvo listo llegó el momento de trabajar en el interior. El balandro debía ser lo bastante robusto para resistir las embestidas del mar y las posibles batallas que afrontaría el Kaigekitai. Comencé instalando las vigas maestras que sostendrían la cubierta. Para ello utilicé pino, una madera firme pero ligera que no sobrecargaría el peso total. Cada viga fue asegurada con tornillos galvanizados y fijada con refuerzos diagonales para evitar desplazamientos ante posibles embates de las olas.

El espacio de la bodega fue diseñado con compartimentos bien definidos. Había una sección destinada al almacenamiento de provisiones, otra para la pólvora y las municiones, y una tercera reservada para posibles capturas en alta mar. Durante estos días, los trabajadores más jóvenes del astillero me observaban con cierta curiosidad. No era común ver a un marine de mi edad trabajando como si fuera un artesano más. Pero no tardaron en darse cuenta de que no era un aficionado.

Suboficial, ¿necesita ayuda con esos refuerzos? —me preguntó uno de los muchachos, un joven de barba rala que parecía impresionado.
No, muchacho... muchas gracias, pero si quieres aprender quédate y observa. Los barcos no solo se construyen con fuerza, también con cabeza. —le contesté yo con una sonrisa confianzuda. El resto me escucharon atentos mientras les explicaba la importancia de distribuir correctamente el peso de las vigas para mantener así el equilibrio del balandro y que nada se saliera de cuadre. Era sin lugar a dudas satisfactorio ver a la juventud buscar el consejo de los mayores.

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24-29 de Invierno
Año 724

Con la estructura interna lista llegó el turno de levantar los mástiles. El balandro tendría un mástil principal y uno secundario, más pequeño, para mejorar la maniobrabilidad en aguas cerradas. El mástil mayor fue el reto más complicado. La pieza medía casi quince metros y debía fijarse con precisión en el soporte de la quilla.

¡Venga, a la de tres... uno, dos, tres! ¡Arriba, jalen fuerte… arriba! —dirigí a los trabajadores mientras levantábamos el mástil con un sistema de poleas.

La madera crujió bajo la presión, pero finalmente encajó en su base. Luego fijé la pieza con gruesos pernos de acero y añadí una capa de resina en las uniones para garantizar su estabilidad.

El sistema de velas fue diseñado pensando en la versatilidad. Opté por un aparejo de velas cangrejas que permitiría ajustes rápidos ante cambios repentinos de viento. Los últimos días los dediqué a los detalles. Instalé el timón que fue tallado en madera de teca para resistir la humedad y también le daría una apariencia mucho más bonita. También aproveché esos últimos momentos para ajustar los herrajes de las jarcias. Revisé una a una las cuerdas asegurándome de que ninguna mostrara signos de desgaste. Finalmente, tallé en la proa una figura simbólica, dos cabezas... una de tigre y una de dragón.

Al anochecer del 29 de Invierno, me senté en el muelle con la vista fija en el balandro. Aún no estaba completamente terminado, pero ya estaba vivo.

Pronto, el mar sería su verdadero hogar.
#1


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