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Raiga Gin Ebra
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15-02-2025, 03:13 PM
8 de Otoño de 724
Las calles de Loguetown siempre estaban llenas de vida. Comerciantes gritaban sus ofertas, marineros se empujaban con prisas hacia los muelles y piratas intentaban mezclarse con la multitud para evitar miradas indiscretas. Entre todo ese caos, Raiga paseaba con las manos en los bolsillos, la cola moviéndose de un lado a otro como un metrónomo de pura inquietud. Sus ojos se fijaban en cada movimiento, centrándose cada segundo en algo diferente. Parecía desde fuera un colibrí que giraba el cuello con una velocidad de vértigo.
—¿Por qué cojones huele todo a pescado rancio? —se quejó, arrugando la nariz mientras esquivaba un charco de lo que esperaba que fuera agua, pero que era parte del olor que estaba recibiendo.
El mink no tenía un destino claro, pero sí una idea muy firme en la cabeza: conseguir el filo pesado que había visto en la armería.
A su lado, un viejo de aspecto frágil se tambaleaba entre la gente. Llevaba un abrigo demasiado grande para su cuerpo delgado, y su mirada parecía perdida. Raiga lo ignoró al principio, pero cuando pasó junto a él, sintió cómo el anciano le sujetaba la manga con dedos temblorosos.
—Disculpa, muchacho… ¿Has visto a mi nieto? —preguntó con voz entrecortada.
Raiga parpadeó y ladeó la cabeza con una sonrisa socarrona.
—Pff, ¿y yo qué sé? ¿Tengo pinta de guardería?
El viejo le miró con un brillo de preocupación en los ojos, ignorando por completo la mala actitud del mink.
—Se me ha perdido. Es un niño pequeño, con el pelo castaño y una bufanda roja… Siempre juega cerca de los muelles, pero hoy no lo encuentro.
Raiga chistó con la lengua, echando un vistazo alrededor con fingido interés.
—Vaya, qué movida, ¿eh? —dijo con falsa compasión— A ver, igual sé dónde está… pero no soy detective, viejo. ¿Qué hay pa’ mí si te ayudo?
El anciano parpadeó, confundido.
—¿Qué dices? Es mi nieto, muchacho, no tengo mucho dinero…
Raiga sonrió de lado y se pasó una mano por la barbilla, como si estuviera pensando seriamente en el asunto.
—Vaaaale, venga, te echo una mano. Sígueme.
Sin esperar respuesta, empezó a caminar hacia un callejón estrecho, asegurándose de que el viejo lo seguía de cerca. El lugar era oscuro y olía a humedad, con algunos barriles apilados y un par de cajas que servían de escondite improvisado para cualquiera que quisiera huir de miradas indiscretas.
Cuando estuvieron lo suficientemente metidos en el callejón, Raiga se giró con rapidez, colocándose delante del anciano.
—Vale, compadre, se acabó la tontería.
El viejo frunció el ceño, confuso.
—¿Cómo dices?
—Tú lo que necesitas es que te alivie la carga de esa bolsa. A ver, qué escondes ahí viejales.
Raiga le arrebató el monedero con un rápido movimiento de la muñeca, revisándolo en cuestión de segundos. No era mucho, pero al menos lo suficiente como para acercarse al precio del arma que quería comprar.
—¡Eh, devuélvemelo! —protestó el anciano, alzando una mano débilmente.
—Sí, sí, claro, ahora mismo. —Raiga le sonrió con burla y salió corriendo como alma que lleva el diablo.
El mink saltó sobre un par de cajas y se escurrió entre los callejones, asegurándose de perderse entre la multitud antes de que el viejo pudiera seguirle. Cuando estuvo lo suficientemente lejos, se apoyó en una pared y abrió la bolsa.
—A ver, veamos cuánto ha sacado el abuelo…
Contó las monedas con rapidez.
—¿En serio? ¿Tanto esfuerzo para esto? ¡Pero si no tiene ni pa’ un almuerzo decente!
Suspiró, frustrado. No iba a ser suficiente para comprar el filo que tanto deseaba. Tendría que buscar otra forma de conseguir dinero, pero al menos ya tenía algo en el bolsillo.
Se pasó una mano por la cabeza y estaba a punto de largarse cuando algo captó su atención. A unos metros de él, en un pequeño espacio entre dos edificios, un niño jugaba solo. Tenía el pelo castaño y una bufanda roja.
Raiga se quedó quieto, observándolo en silencio. ¿No era esa la descripción que el viejo le había dado? Estaba seguro de que sí, pero era mucha coincidencia que lo hubiera encontrado ahí. ¿Sería una señal? Aunque... ¿una señal de qué?
—¿No jodas…?
El mink se cruzó de brazos, sintiendo una extraña incomodidad en el pecho. Pues era verdad lo del niño. Suspiró, pensando que quizá debía actuar. Aunque, ¿qué podía hacer después de haber robado al viejo?
—¿Será posible?
Pensó en el viejo, en su desesperación al buscar al niño, en su rostro marcado por la angustia. Durante un momento, se sintió ligeramente culpable. Pero solo un momento.
Raiga se acercó al niño y se agachó a su altura. El niño le miró con una sonrisa, como si esperase que le dijese algo, y al zorro no se le daba demasiado bien eso de hablar, sobre todo si tenía que decir algo importante. Cuando pasaron un par de segundos, el niño volvió a su juego mientras el mink no sabía muy bien cómo llamar su atención.
—Oye, enano.
El niño dejó de jugar y le miró con curiosidad de nuevo.
—¿Sí?
—Hay un viejo preguntando por ti en un callejón, así que si quieres verlo, ya sabes.
El niño parpadeó y asintió.
—¡Gracias!
El mink se puso en pie y se alejó rápidamente, sin mirar atrás. Apenas había dado unos pasos cuando un pensamiento cruzó su mente. ¿Y si el crío se mete en otro callejón y le pasa algo? Joder, igual la había liado más de lo que pretendía. Se detuvo y frunció el ceño.
—Bah, problema suyo.
Se encogió de hombros y continuó su camino. Pero, por algún motivo, el peso de esas monedas en su bolsillo no le pareció tan ligero como antes.