¿Sabías que…?
... Oda tenía pensado bautizar al cocinero de los Mugiwaras con el nombre de Naruto, pero justo en ese momento, el manga del ninja de Konoha empezó a tener mucho éxito y en consecuencia, el autor de One Piece decidió cambiarle el nombre a Sanji.
[Autonarrada] La prueba de Rabituza [Auto T2]
Wenzaemon D. Shangrila
Asesino del Ocaso
Tras salir del umbral de la casa del jefe Lycaon me encontré con que el edificio resultaba más grande de lo que me esperaba, era una estructura imponente con un estilo oriental bastante antiguo, algo que sin duda no esperaba para nada, pero hice bien en no intentar salir corriendo, seguramente me abría perdido dentro de la estructura sin encontrar fácilmente el camino hacia la salida, aunque visto lo visto en los pisos superiores habia ventanas habria podido salir volando por allí, pero aun así tenia la impresión de que no habria sido para nada una buena idea, es más probable que hubiera terminado con un desenlace poco agraciado para mi cuello.

En el exterior habia múltiples estructuras orientales bastante bien consolidadas y distribuidas como una aldea, sin estar tan aglomeradas como las estructuras de mi ciudad natal, era un lugar espacioso y bien cuidado. Mientras andaba siguiendo al líder podía fijarme como todo el mundo se inclinaba a su paso a saludar con una reverencia sin que el tuviera que decir o hacer nada, era la presencia de un autentico líder. Conforme pasamos por las proximidades de una plaza pude contemplar una olla gigantesca donde se asomaban por la parte superior restos de carne que resultaron por la cabeza que vi ser los restos del rey marino que habia enfrentado antes, al parecer Lycaon lo fue a cazar para que fuera la comida para toda la isla, seguramente dado el tamaño de la olla guardaron parte en algún otro lugar para comer durante los próximos días. Era una imagen bastante imponente y aun así el patrón no le estaba haciendo ningún caso a esa olla gigante.

Nuestra parada estaba más allá, bajando por la aldea hasta alcanzar una estructura integrada en las rocas de un acantilado, desde la aldea se accedia por arriba de la misma, descendiendo a un anfiteatro que baja casi a los pies del acantilado donde habia una amplia arena abierta, quedando todos los asientes formando una media luna en el acantilado, quedando todo el otro extremo al descubierto con el océano de fondo dando unas vistas bastante imponentes del lugar, el hombre aun no habia mediado palabra conmigo, pero nada más alcanzar el lugar pude ver como le comentaba algo a unos conejos trabajadores de ese lugar, seguramente estaban preparando mi prueba.

Descendimos hasta la tribuna que se encontraba justo sobre la arena en el centro, claramente se trataban de los mejores asientos para observar lo que ocurría en la arena de primera mano y donde estaba claro que normalmente se sentaba Lycaon, allí se contemplaba mejor la magnificencia del lugar al observar la verticalidad del acantilado desde la base del mismo, así como las múltiples marcas de cortes y golpes que se apreciaban en los muros de roca de la arena, claramente habían habido batallas importantes allí - Bien, tu primera prueba será una lucha contra algunos de los lobos que cazamos y en el bosque, tendrás que lograr acabar con todos ellos o lograr que se rindan y desistan de luchar contigo - El hombre se posiciono con cuidado a mi lado - Venga, son todos tuyos - Me dijo dándome una palmada en la espalda que me lanzo hacia el centro de la arena de golpe, mientras una puerta metálica se alzaba comenzando a salir lobos de gran tamaño de su interior.

La arena, impregnada de una atmósfera abrasadora, se estremece bajo mis pies mientras los diez lobos Wargos se agrupan, sus cuerpos pesados y musculosos avanzan hacia mí con una sincronización mortal. El aire quema mis pulmones, pero no es el calor lo que me preocupa. Los Wargos son rápidos, inteligentes, y lo peor de todo: están dirigidos por un líder astuto que observa cada uno de mis movimientos, como si pudiera leer mi alma. He luchado contra muchas bestias, pero algo en la mirada de este líder me dice que este no será un combate fácil.

Mis dagas, envueltas en un ardiente manto de fuego, brillan como dos estrellas fugaces. No tengo armadura, solo la libertad que mis alas me ofrecen, pero en esta arena no puedo permitirme ser imprudente. La diferencia de tamaño y fuerza es abismal. Ellos son una jauría, yo soy uno solo, aunque mis alas puedan brindarme ventaja momentánea.

Antes de que pueda alzarme en el aire, los lobos se lanzan hacia mí con una rapidez que nunca hubiera imaginado. El líder da una señal, y los demás se dividen en grupos, cerrándome el paso por todos lados. Los dientes afilados, los músculos tensados con precisión, y la ferocidad de sus ataques me hacen dar un paso atrás, buscando espacio, pero no es suficiente. Uno de ellos, un lobo con un pelaje gris oscuro, me alcanza por el costado, sus garras desgarrando mi piel. La sangre brota, pero el ardor del fuego en mis dagas me impide sentir el dolor por completo.

Grito en un esfuerzo por mantener la compostura, pero la herida arde. Con una agilidad desafiante, me impulso hacia arriba, mis alas cortando el aire, pero uno de los lobos me sigue, saltando con una fuerza sobrehumana. Las garras de la bestia se clavan en mi pierna, arrastrándome hacia el suelo. Siento un crujido en el hueso mientras la tierra se ve salpicada por mi sangre. Mi respiración se vuelve errática, el fuego en mis dagas parpadea, como si dudara, como si no pudiera sostener la intensidad del combate.

Una oleada de desesperación me recorre, pero no puedo rendirme. No debo. Los lobos me rodean, como hienas acechando a su presa. El líder, desde la distancia, observa. Sabe que lo que está ocurriendo es clave. Si me derriban, ganarán, y no podrán fallar. Pero, incluso en medio de mi dolor, algo en mí se despierta. La rabia, la fuerza del viento que me impulsa, la furia de un Lunarian al borde de su resistencia.

Con un gruñido, logro liberarme de las garras del lobo que me mantiene en el suelo, empujando hacia atrás con la fuerza de mis alas. Me elevo, aunque mis piernas tiemblan, el fuego en mis dagas comienza a brillar más intensamente. Ya no soy un hombre herido, soy un huracán. En una fracción de segundo, giro sobre mí mismo, lanzando una lluvia de cortes aéreos que queman el aire y destrozan a dos lobos que se abalanzan hacia mí. La arena tiembla bajo mis pies, y una explosión de calor se desata en el suelo.

Sin embargo, el líder no pierde la calma. Da nuevas órdenes, y tres lobos se desplazan hacia mí con una velocidad letal. Estoy agotado, mi cuerpo clama por descanso, pero mi voluntad me mantiene en pie. Uno de los lobos, el más grande de todos, se lanza con un rugido, sus fauces abiertas. Es ahora o nunca. Con un último esfuerzo, me impulsé hacia abajo, y con un grito de dolor y furia, las dagas ardiendo cortan su garganta antes de que pueda morderme. El lobo cae pesadamente al suelo, su cuerpo envuelto en llamas que consume en un instante.

Pero no es suficiente. El líder se ha acercado sigilosamente, y en el último momento me lanza un golpe certero con sus garras afiladas. Su ataque me rasga el pecho, arrancando una gran parte de mi carne. Caigo al suelo, débil, luchando por mantenerme consciente. Los lobos restantes se agrupan alrededor, olfateando mi sangre, sabiendo que tengo los días contados.

Sin embargo, algo en mí se niega a ceder. Me arrastro hacia adelante, mis alas batallando contra el viento mientras las llamas arden a mi alrededor. El fuego en mis dagas vuelve a encenderse con un resplandor cegador. Siento que el final se acerca, pero con un último esfuerzo, salto hacia el líder. Él se prepara para bloquear, pero no cuenta con la velocidad que me queda. Con una ráfaga final de fuerza, atravieso su pecho con una de mis dagas, el fuego invadiendo su interior y destruyéndolo desde dentro.

El líder cae al suelo, su mirada perdida. Los demás lobos se retiran, temerosos del poder final de mi ataque. La arena queda en silencio. Soy un hombre herido, apenas capaz de mantenerse en pie. Mi cuerpo está cubierto de sangre, y el cansancio amenaza con consumirme. Pero he sobrevivido, y eso es lo único que importa. La victoria ha sido mía, pero al precio de todo lo que soy.

- Muy bien, has completado con éxito la primera prueba, vuelve para que te cierren las heridas más graves y espabila, que te toca tu segunda prueba - Diría sin compasión y piedad el gran líder de Rabituza, Lyacon.
#1


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