Alguien dijo una vez...
Iro
Luego os escribo que ahora no os puedo escribir.
[Común] [C-Presente] Guía para guiris de Loguetown... o algo de eso
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
15 de Verano del año 724, Loguetown.

Exhaló un pesado suspiro en el momento en que cerró la puerta del despacho de la capitana Montpellier, mirando con cierta resignación hacia el frente. ¿Por qué ella, de entre todos los marines acuartelados en el G-31? ¿No había nadie más que pudiera hacerse cargo de esa tarea? Es más, ¿no debería ocuparse alguien de mayor categoría que la suya? En realidad, hasta el personal de mantenimiento podría haber sido una opción mucho mejor para la labor que le habían asignado. Bajo su percepción, claro. Lo cierto es que no había ningún motivo objetivo para pensar nada de eso, simplemente no le apetecía hacerse cargo de un marrón como aquel.

¿Que cuál era su nueva misión, os preguntáis? Ni más ni menos que hacerse cargo de los recién llegados a Loguetown para hacerles toda una guía turística, no solo de la base sino también de la ciudad y los muelles. La rabieta no le duró demasiado tiempo: en el fondo entendía que era su deber también ayudar a que los nuevos se adaptasen al cambio de destino, aunque tenía ciertas dudas al respecto. Había escuchado rumorear a los reclutas durante los últimos días sobre el recién llegado grupito. Decían desde que alguno era un puñetero escaqueado hasta que una anciana senil y ciega se orientaría mejor. Otro parecía haberse quedado fuera del búnker durante la tormenta de días atrás, arriesgando estúpidamente la vida pero salvando los víveres de la base en el proceso. «Una de cal y otra de arena, supongo», se había dicho a sí misma al pensar en ello.

Fuera como fuese, si querían evitar que se metieran en más líos y conseguir que se adaptasen a cómo funcionaba el G-31 lo antes posible, alguien tendría que comerse el marrón de enseñarles todo eso. Se puso a pensar en qué cosas podría explicar o enseñarles, así como en el recorrido más óptimo y claro para no tener que dar vueltas estúpidas y que les fuera sencillo de recordar, todo ello mientras recorría los largos pasillos de la base y empezaba a bajar las escaleras hacia el patio. En algún momento tendrían que pasarse también por la armería si iban a recorrer las calles de la ciudad, pero supuso que podrían dejarlo para más tarde. De todos modos, si bien era posible que fuera la persona con mejor orientación de entre los marines que allí se encontraban, no se le daba nada bien tener que hacer una planificación del camino a seguir. Quizá lo mejor sería hacerlo simple: barracones —que esperaba que ya tuvieran localizados— y aseos, patio de entrenamiento, intendencias y almacenes, comedor, enfermería, despachos de los oficiales y armería justo antes de salir. Ya pensaría después por dónde llevarles en Loguetown.

Beatrice había tenido la cortesía de decirle que el lugar de encuentro sería junto a la entrada de la base. Ya fuera, en el patio, tomó aire profundamente mientras se mentalizaba. Nunca se le había dado demasiado bien socializar, quizá porque tampoco había tenido la posibilidad de practicarlo en exceso. No todo el mundo se ve capaz de hablar con una oni cómodamente. Tampoco estaba acostumbrada a tener que ser la cabecilla en algo, salvo quizá en los entrenamientos. Vaya, que su fuerte no era hablar y mucho menos explicar nada.

Soltó todo el aire que había acumulado y negó con la cabeza. Tampoco podía ser tan malo, ¿no? Y se encaminó hacia la entrada, esperando toparse con sus nuevos compañeros.
#1
Ray
Kuroi Ya
A Ray le resultaba cuanto menos curioso que les hubieran mandado a recorrer el Cuartel General en una suerte de visita guiada. Ya llevaban allí dos semanas y al menos él conocía lo necesario para desenvolverse con soltura en el día a día. O eso creía. Desde luego para Taka sería de utilidad, siempre y cuando prestase atención, claro. El sentido de la orientación no era el mayor fuerte del peliverde precisamente.

Habían sido convocados en la entrada principal del recinto del Cuartel, donde debían reunirse con la persona designada con la Capitana Montpellier para guiarles por el complejo militar. El peliblanco suponía que se trataría de algún oficial de bajo rango, alguien que conociera el lugar al dedillo desde hacía unos años y que pudiera mostrarles sus secretos y recovecos. No quería que se repitiera lo de unos días antes, cuando cayó la tormenta. Solo, sin saber a dónde ir y superado por las condiciones climatológicas, había vivido unas horas realmente intensas. Pero ahora las cosas eran distintas. Había obtenido un nuevo poder, llevaba ya dos semanas allí y se había empezado a habituar al ritmo de entrenamiento. Incluso podía comenzar a llamar amigos a dos de sus nuevos compañeros. Taka y Atlas habían resultado dos auténticos descubrimientos, y se alegraba sinceramente de haber coincidido con ellos.

Llegó de los primeros al lugar acordado, y fue saludando a sus compañeros mientras iban dejándose caer por allí. Eso sí, para sorpresa probablemente de nadie aún no había ni rastro de ninguno de sus dos colegas. No eran precisamente las personas más puntuales ni formales del mundo, pero eso a decir verdad no era algo que a Ray nunca le había importado demasiado.

Cuando apenas habían llegado dos o tres de ellos apareció una persona bastante llamativa. Era una mujer, o al menos parecía una mujer, de una estatura absolutamente descomunal, más grande que cualquier persona que el peliblanco hubiese visto nunca. Sin embargo pese a aquella altura no resultaba tosca, sino que parecía tener unas proporciones muy similares a las que tendría alguien más de un metro más pequeño. Tenía el pelo largo y de color azabache, lo que resaltaba aún más la palidez de su piel. No obstante, dos rasgos llamaban aún más la atención en su rostro. Sus ojos, que tenían un brillante color rojo que los hacía parecer dos gotas de sangre y le conferían un aspecto ligeramente inquietante; y sobre todo los dos largos cuernos que brotaban a ambos lados de su frente. Tan solo el hecho de que fuese vestida con un uniforme de recluta de la Marina hizo que las alarmas del joven no saltasen y se pusiera en guardia.

Incapaz de contener su innata curiosidad ante alguien con un aspecto tan particular, se dirigió hacia la recién llegada y la saludó con una sonrisa:

- ¡Hey! Soy Ray. - Le ofreció chocar la mano izquierda mientras elevaba el rostro para mirarla a los ojos y preguntarle: - ¿Cómo te llamas?
#2
Takahiro
La saeta verde
Las vistas de la ciudad de Loguetown desde el tejado del cuartel del G-31 era impresionantes aquella mañana. Desde la tormenta que azotó la isla hacía ya algo más de una semana, el cielo azul y el viento veraniego se había apoderado de toda la isla. Muchos de sus compañeros de barracón se quejaban de las altas temperaturas, pero a él le encantaba sentir el calor en su piel, que volvía a broncearse lentamente.

—Y a la gente le gusta el invierno —comentó en voz alta para nadie, tumbándose sobre el suelo del tejado—. No saben lo que dicen.

Transcurridos unos minutos más se levantó. Había sido citado a las doce del mediodía en la entrada del Cuartel General junto a Ray y Atlas para que alguien les hiciera una pequeña guía por el cuartel y los puntos más importantes de la isla para que no volvieran a perderse ninguno de ellos. Lo cierto era que le resultaba extraño que hubieran esperado tanto para ello. Lo normal habría sido citarlos el primer día y darles una vuelta por el lugar. Sin embargo, las acciones lógicas y usuales no era algo que las instituciones gubernamentales llevaran a cabo. «De ser así Shawn no sería Sargento», pensó para sus adentros.

En los barracones no había nadie y la cama de sus compañeros estaban hechas. La de Ray estaba perfectamente impoluta, sin un doblé de más y muy lisa, como si la hubiera hecho una madre. La de Atlas, en cambio, desde su punto de vista tenía un gran margen de mejora, mientras que el peliverde tan solo había estirado la sábana y nada más.  Se duchó y puso su vestimenta habitual: sus sandalias de madera estilo wanense, su pantalón holgado sujetado a las pantorrillas con un vendaje, una camisa azul y su sobrecamisa mostaza. Se colocó la katana en el cinturón, se colgó su collar de perlas de madera y puso rumbo a la puerta principal.

«Se me ha olvidado echarme colonia», pensó, mientras alzaba la mano para saludar a Ray de lejos, que se encontraba hablando con alguien de bastante envergadura.

A medida que se iba acercando podía distinguir una figura femenina de proporciones que el peliverde solía definir como peligrosas y muy alta, demasiado alta. Pero le gustaba. De tez blanca, cabello negro como el azabache y dos cuernos. Eso asombró a Takahiro, que tan solo había escuchado hablar de seres con cuernos en las historias y leyendas que le narraba su abuelo.

—Buenas tardes —les dijo, haciendo un ademán con la mano para saludarlos a los dos—. ¡Ostras! —exclamó mirando hacia arriba y clavando los ojos sobre los de la Oni, que eran de un rojo muy intenso—. ¿Y tú quien eres ojos bonitos? —le preguntó, teniéndole la mano para saludarla—. Mi nombre es Takahiro Kenshin, aunque por aquí suelen llamarme Taka. Pero tú puedes llamarme como quieras.
#3
Atlas
Nowhere | Fénix
Caminaba en dirección al punto de encuentro. Bueno, decir caminar sería algo demasiado optimista y mucho menos humillante de lo que en realidad era. Aquel maldito Shawn no tenía piedad. Comenzaba a sospechar que había introducido algún tipo de localizador en mi ropa o mi arma. ¿Debajo de la piel en un descuido durante la noche, quizás? Sacudí la cabeza, intentando desterrar de mi mente cualquier imagen o contexto que involucrase al sargento Shawn acercándose sigilosamente a mi cama por la noche estando yo en el quinto sueño.

Nos habían citado para hacer una suerte de tour por el lugar y descubrir los rincones que aún no conociésemos. La base del G-31 era mucho más amplia que cualquier edifico o conjunto de edificios que mi mente hubiese concebido antes. Ello implicaba que seguramente tendría que pasar bastante tiempo caminando, así como bajando —lo menos problemático— y subiendo —evidentemente lo más problemático— escalones para recorrer los distintos niveles de las instalaciones militares. En resumen, innecesario.

Como en esta vida hay que ser consecuente y aprovechar al máximo el tiempo del que se dispone había decidido no incorporarme a la excursión y aprovechar ese rato para algo más productivo. ¿Que a qué me refiero? Bueno, eso no es de lo que estamos hablando. El caso es que me disponía a no presentarme y buscar algún escondrijo en el que no me pudiesen encontrar hasta que fuese demasiado tarde cuando aquella condenada mole sin un pelo —literalmente— de tonto había emergido de la esquina de un pasillo y había extendido la mano en mi dirección. Ya no era capaz de distinguir si mi percepción de las dimensiones de ese sujeto eran reales o mi cabeza las exageraba fruto del marcaje al que me tenía sometido, pero en el momento en que estiró los dedos hacia mí pensé que sólo con el dedo índice y el pulgar podría aplastarme la cabeza.

Fuese así o no, el sargento Shawn era un tipo alto y corpulento y atesoraba una nada desdeñable fuerza. No había tenido problemas para cogerme del cuello del uniforme y, del mismo modo que una leona llevaría a sus cachorros de vuelta con el resto de la manada, llevarme junto a los demás. Ray ya había llegado y durante mi aproximación pude comprobar cómo Taka se incorporaba unos segundos antes que yo.

—Buenos días a todos —dije con una sonrisa vergonzosa al tiempo que levantaba la mano en dirección al grupo, aún sujeto por las férreas manazas del sargento.

Algunos de los reclutas que estaban allí me miraban con gesto de incredulidad —seguramente los que no me tendrían demasiado bien ubicados—, mientras que aquellos que me conocían un poco mejor alternaban la diversión con la decepción.

—No hay manera —añadí, haciendo un gesto con el pulgar en dirección al sargento y, esta vez sí, dirigiendo toda mi atención hacia Ray y Taka para informarles tácitamente de mi nuevo fracaso. Uno más que sumar al largo historial de cazadas que ya arrastraba.

No demasiado lejos del primero había una mujer alta, seguramente más alta que el mismo Shawn, con un aspecto que se podría calificar cuanto menos de peculiar. Vamos, que destacaba con muchísima diferencia por encima de cualquiera de los que estábamos allí en todos —o casi todos— los aspectos. Tal vez fuese porque ella se salía de la norma, pero me pareció que era la más indicada para presentarme de entre todos los presentes a los que no conocía:

—Mi nombre es Atlas, un placer —dije al tiempo que me alisaba la ropa un segundo después de que el sargento me dejase caer a plomo al suelo y, con un gruñido de hastío, se diese la vuelta para abandonar el lugar y continuar con sus quehaceres.
#4
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Para su sorpresa, cuando ya se encontraba cerca de la entrada del G-31, pudo divisar junto a esta a uno de los marines que —supuso— formaban parte de su grupo de turistas. No era nada del otro mundo, a sus ojos un humano más, aunque debía concederle que destacaba notablemente entre los demás. Su cabello era de un blanco inmaculado, como si el tiempo hubiera hecho presa de él o el mismísimo invierno hubiera tomado forma sobre su cabeza. Los ojos azules potenciaban que transmitiera una fría reminiscencia a la estación que la vio nacer. No tardó en presentarse frente a él, observándole desde arriba con una no muy discreta curiosidad, tal vez tan poco como la que él había mostrado al verla. No se lo tomó a pecho: el resto de marines de la base estaban ya más o menos acostumbrados a su presencia, pero para él sería la primera vez que veía una oni.

Por sus rasgos no le costó mucho deducir que debía ser él quien se quedó fuera durante la pasada tormenta; no había muchos marines con esas características por la base. Lo que sí que le sorprendió fue la familiaridad y calma con las que se le presentó, no dudando en extender la mano hacia ella. El gesto le pilló de improviso y tardó unos segundos en reaccionar, mirándole perpleja mientras extendía la suya.

Recluta Camille —se presentó tras chocársela—. Sé que ya lleváis unos días por aquí, pero bienvenido al G-31. —Su gesto se suavizó un poco después del saludo, aunque su ceño no tardaría en fruncirse.

Segundos después de esto aparecería otro individuo de aspecto exótico, un poco más bajito que Ray pero muchísimo más ruidoso. Ya solo las pintas que llevaba eran mucho menos sutiles que el cañonazo de un buque de guerra. Se preguntó si le habrían dado permiso para vestir así, lo cual suscitó quejas internas en ella. No porque le importase la ropa de ese tío, sino porque igual ella podría no estar pasando tantísimo calor de no ser por el puñetero uniforme. Igual era simplemente que les habían dado el día libre para poder acudir a su guía o algo por el estilo. A saber.

No solo su ropa llamaba la atención, también su pelo verde y las cosas que soltaba por la boca, aunque esto último no era necesariamente algo positivo. Podría haber sido mucho más amable en este primer encuentro, pero las palabras del muchacho le hicieron torcer el gesto. Todo había ido bien hasta que decidió tomarse unas confianzas con ella que aún no tenía y que, desde luego, se aseguraría de evitar que tuviera de aquí en adelante.

Clavó su mirada carmesí con dureza en él.

Entonces supongo que no te llamaré de ninguna forma —soltó, dejando que las palabras cayeran por su propio peso como un jarrón de agua fría sobre Takahiro—. Yo soy Camille, vuestra guía por hoy.

«Y con suerte por nunca más», pensó malhumorada. Igual que Ray le había transmitido confianza y buen rollo desde el primer momento, el colgado ese tan solo había suscitado en ella un mosqueo creciente que, por suerte para él, dejó de aumentar en el momento en el que el sargento Shawn apareció con un muchacho colgando de una de sus enormes manos.

El chico, sensiblemente menor en estatura que Ray y Takahiro, parecía haber sido cazado en un intento de escaquearse y —por sus gestos— no debía ser la primera vez que lo hacían. Su mirada se cruzó con la de su superior por un breve instante en el que se limitó a asentir y hacer un saludo formal.

Gracias por traerlo, señor.

La única respuesta que recibió fue un gruñido que interpretó como algo similar a un «de nada» en el dialecto de Shawn. El recién llegado era en cuanto apariencia el más normal de los tres, un humano rubio al uso ante sus ojos que portaba una curiosa cicatriz en el rostro. Supuso que en cualquier otro contexto sería bastante llamativo, pero Ray y Takahiro eran demasiado particulares como para no acaparar el foco.

Camille suspiró un poco una vez se marchó, echando un rápido vistazo al ya completo grupo. Con esa entrada ya se imaginaba quién era el procrastinador y, por descarte, dedujo que Takahiro sería el que se perdió quién sabe dónde en su última labor, cosa que encajaba en la mente de la mujer. Ahora que tenía a los tres delante, podía decir casi con certeza que el único que parecía medianamente normal —por ahora— era Ray, y que eso fuera una idea que pudiera pasársele por la mente al bicho más raro del G-31 debería ser considerado un delito automático. Tan solo esperaba que no le dieran muchos problemas y poder quitarse el recorrido cuanto antes.

Carraspeó un poco tras mentalizarse y empezó a hablar:

Como le he dicho antes a Ray, mi nombre es Camille y yo seré vuestra guía hoy. Sé que lleváis aquí unos días, pero nuestros superiores —porque desde luego ella no— han considerado que os vendría bien una presentación de la base y de Loguetown, aunque llegue algo tarde. Si tenéis alguna duda sobre cómo funcionamos o de cualquier otra cosa en particular, podéis preguntarme en cualquier momento.

Les concedió unos segundos de cortesía por si quisieran añadir u objetar algo, esperando que ni lo primero ni lo segundo. Tras ello dio un giro de ciento ochenta grados y se dispuso a empezar el recorrido. Como estaban junto a la entrada para poder responder rápidamente en caso de emergencia, empezaría por enseñarles los barracones. Suponía que ya los conocerían y que no les contaría nada nuevo con eso, aunque dado su historial nunca se sabe. De paso les explicaría cómo estaban repartidos los diferentes pelotones.
#5
Ray
Kuroi Ya
La joven giganta (si es que era aquella la raza a la que pertenecía, cosa que Ray desconocía por completo) se presentó como Camille, y afirmó ser una recluta del Cuartel General. Chocó su mano con aparente alegría, aunque esta se esfumó rápidamente de su rostro cuando Taka hizo acto de presencia. El peliverde, visiblemente impresionado por el aspecto de la chica nueva, se presentó de una forma que podría seguramente calificarse como ligeramente inapropiada, flirteando abiertamente con ella. Algo a lo que Camille no respondió de forma especialmente agradecida, cortando de raíz las insinuaciones de su compañero. A decir verdad, conociendo a Takahiro como lo conocía desde hacía ya un par de semanas y con la confianza que habían adquirido el uno en el otro, su presentación no le había resultado para nada sorprendente.

Atlas llegó unos minutos después con gesto hastiado. Con total seguridad había tratado de escaquearse de nuevo y el Sargento Shawn le había pillado, a juzgar por cómo le traía agarrado del brazo. La sonrisa del rubio, acompañada de una ligera expresión de vergüenza, dejaba entrever que eso era exactamente lo que había sucedido. La habilidad del fornido recluta para escabullirse y encontrar escondites donde vaguear en lugar de cumplir con las tares que se le asignaban era digna de estudio, y solo superada por la capacidad de su superior para encontrarle una y otra vez. Aquello tenía que tener algún truco, de eso estaba seguro.

Poco después Camille tomó la palabra, dirigiéndose al resto del grupo. Al parecer, para sorpresa de Ray, era ella a quien habían asignado la tarea de hacer de guía de los demás. Resultaba cuanto menos curioso que una recluta, y además una que se había incorporado más tarde que los demás al grupo, fuese quien les enseñara los recovecos y pormenores del Cuartel General y de la gran urbe en la que estaba ubicado.

Inicialmente se pusieron en camino hacia los barracones. Aprovechando que esa parte de la visita ya le resultaba perfectamente conocida, o al menos eso creía, el joven decidió acercarse a Camille y preguntarle acerca de los motivos de que fuera ella quien ejerciera de guía, ya que necesitaba saciar su curiosidad:

- Perdona la indiscreción, Camille. - Le dijo. - Pero la curiosidad me puede. ¿Cómo es que una recluta conoce el Cuartel y la ciudad tan bien como para que la Capitana Montpellier la haya elegido como guía?

No había visto a nadie más como ella allí, así que le resultaba muy extraño pensar que pudiera ser oriunda de Loguetown. Tenía que haber gato encerrado.
#6
Takahiro
La saeta verde
«Tú te lo pierdes», dijo para sus adentros tratando de restar importancia a la respuesta de la recluta, que parecía no haberle gustado que el joven espadachín tratara de flirtear con ella. Seguramente se convertiría en uno de tantos amores a primera vista que el peliverde tenía a lo largo de la semana y se quedaría en eso, en un amor a primera vista.

El peliverde suspiró y adoptó una postura más relajada, con la mano apoyada sutilmente en el mango de su espada. Le devolvió la mirada a la grandullona y su vista se fue hacia las personas que estaban realizando marchas dentro del cuartel. Tanta niña mona, pero ninguna sola como decía la canción. Era muy difícil conseguir una novia decente en el cuartel, pues las chicas que tenían el equilibrio perfecto entre bonita, interesante y comilona o eran de un rango superior al suyo y estaba prohibido o, simplemente, no estaban en sincronía con la forma de ser del peliverde. ¿Sería porque se trataba de una persona demasiada abierta y dicharachera? No. Eso no podía ser un problema. Algún día encontraría a la reina de su cueva.

Se encontraba absorto en sus reflexiones sobre el amor cuando observó como Atlas era llevado casi de la mano por el Sargento Shawn hasta donde se encontraban. La situación era bastante cómica, hasta el punto que no pudo evitar esbozar una sonrisa al verlo. Parecía un padre llevando a su hijo a la escuela por la mañana.

—¿Te has vuelto a perder? —le preguntó a Atlas, sonriente—. ¿O es que no te apetecía venir?

Ray fue el primero en preguntar algo. Lo cierto es que la joven no parecía ser nativa de la isla, pero ninguno de ellos no eran así que seguramente fuera una de tantas reclutadas de islas del Grand Line. Mientras ella respondía, él levantó la mano a esperar que la grandullona le hiciera alguna señal para poder hablar.

—¿Hay alguna zona de la isla que tengamos prohibido adentrarnos? —le preguntó con interés—. Los marines me refiero —aclaró—. Durante una misión personal para el comandante Buchanan me perdí y la gente con la que me encontré me miraba raro y con asombro, como si hubiera una norma no escrita sobre los derechos de admisión en ciertos barrios. Fue tenso, pero di media vuelta y me fui.
#7
Masao Toduro
El niño de los lloros
¿Así que ha habido tormenta? preguntó a uno de sus compañeros de travesía, otro raso de nombre Takumi, el cual le acaba de comentar que había pasado una tormenta hacia poco por la isla a la que se dirigían, Loguetown.

Me encontraba en la cubierta del barco, uno de los tantos buques de trasporte que se iban llevando y trayendo efectivos de un mar a otro, finalmente le había tocado abandonar su mar de origen, el del sur, así como sus cálidas brisas. No había sido cuanto menos un periplo fácil, de hecho, no había conocido la palabra periplo hasta que se la había escuchado al capitán Colón, mucho menos se habría imaginado que toda aquella travesía le había supuesto nada menos que un mes, y es que para alguien como él que nunca había salido del barrio de “Tres hermanas”, el mundo exterior adquiría unas dimensiones titánicas.

En lo que el navío se aproximaba a la costa, me palpé el pecho del uniforme marino oscuro de la brigada, al parecer todavía conservaba la carta que le había dado cuando le hablo del “traslado”, la verdad es que no entendía mucho las burocracias aquellas que se manejaban, suponía que volvería a hacer lo que hacia antes, llevar de un lado a otro los paquetes solo que en vez de hachís ahora serían armas, bueno, tampoco es que fuera a ser la primera vez que cargaba una caja de ellas a la espalda, aunque si iba a ser la primera vez que lo hacía de una forma legal.

De todas formas, no me molestaba por una vez no estar al mando de algomurmuraba para sus adentros, antes de dar un aplauso, algo que ya no resultaba tan sorprendente para la gente con la que había convivido un mes Perdónalos mi virgencita, pues no saben lo que hacen pensó para sus adentros antes de dar otro aplauso de agradecimiento a la santa de las hostias.

En cuanto el barco termino de llegar a la costa, rápidamente me puse en faena a la que ya se había acostumbrado, y es que tirar de aquellas velas y hacer nudos era un trabajo de niños en comparación a lo que venía siendo habitual. Y es que, su nueva máxima era dar todo en lo que había sido su mejor trabajo hasta la fecha, más después de ver las “Recetas” que le estaban enviando sus otros siete hermanos, bueno más que ver que se las leyera Colón.

“Cinco mil berries en ropa, 8000 en libros resonaron las palabras del capitán en su cabeza En total la suma superaba los dieciocho mil berries en lo que llevan de mes, a un dieciocho por ciento en interés… volvieron a resonar las palabras de Colón.

Y es que al parecer había adquirido una deuda grande con la conmuta de su condena, la verdad es que no entendía porque no le podían haber “perdonao” y ya, pero al parecer el sistema en el que debía creer era un rígido y sin excepciones y por su parte tampoco debía deberle nada a nadie, una vez que sus hermanos ya tuvieran todos sus trabajos ya vería lo que haría, aunque para eso todavía quedaba mucho, pero mucho tiempo…

Entre estos pensamientos y demás tareas rutinarias de llegar a un puerto, el tiempo se paso volando y para cuando quiso darse cuenta ya se encontraba en el puerto, con su petate a la espalda dando palmas en agradecimiento a la virgen por llegar a puerto de forma segura. Lo que tal vez no fuera muy seguro para los oídos, era andar por aquella zona a esas horas, puesto que no se tardo en escuchar un vozarrón del sur. 

“Cuando ella me dijo… Que no me quería… Corrí como un loco…. De pena y dolor”

Y es que uno podía dejar el barrio, pero el barrio nunca le abandonaba a uno. ¿A todo esto, a donde coño tenía que ir?
#8
Atlas
Nowhere | Fénix
—Digamos que no tenía muchas ganas de venir y me he perdido. Ni una cosa ni la otra —bromeé cuando Takahiro se dirigió a mí después de que el sargento Shawn me dejase junto a los demás. Acabábamos de empezar a caminar por la zona cuando mis compañeros, incansables curiosos, comenzaron a preguntarle a Camille acerca de ella y el lugar por el que nos estaba guiando. Aquello no me cayó demasiado bien, puesto que cuando había preguntas las explicaciones siempre se prolongaba, lo que inevitablemente llevaba a más tiempo perdido. Yo sólo quería tirarme un rato por ahí y buscar nubes con forma de salmonete. ¿Era tanto pedir?

La primera parada —aunque realmente no nos llegamos a detener en ningún momento— fueron los barracones. Dónde estaban los barracones y la distribución general de los mismos era algo que en teoría debería sernos familiar a todos. Incluso el más despreocupado de los marines de Loguetown —probablemente yo— debía entrar y salir de los mismos constantemente, por lo que era casi obligatorio conocérselos al dedillo. Lo que sí me resultó nueva fue la explicación que Camille dio fue el reparto exacto de los pelotones. La muy condenada parecía saber hasta cuándo iba al baño el último recluta del batallón más insignificante de cuantos había en la base del G-31. Minuciosa era un calificativo a añadir a los de cortante y temperamental que, inconscientemente, le había asignado en cuando había presenciado sus primeras interacciones.

—Uno no se da cuenta de la cantidad de personas que hay aquí hasta que se para a fijarse, ¿verdad? —comenté al aire en torno distraído, desperezándome y dando un sonoro bostezo mientras caminaba en última posición dentro del grupo—. Organizar esto no debe ser ninguna tontería. Sólo pensarlo da muchísima pereza, ¿no os parece?

Mientras caminábamos, grupos de marines de diverso rango caminaban a nuestro alrededor. Algunos eran adelantados por nosotros, otros se quedaban razagados sin dejar de charlas tranquilamente. Había quienes se detenían para cedernos el paso y quienes se cruzaban en nuestro camino, con evidente prisa en el rostro y no suficiente educación como para pedir perdón y permiso. «Supongo que en todos los sitios se fríen huevos», pensé tras detenerme para que una pareja de sargentos pasase por delante mi posición.

Camille continuaba hablando por delante de mí, pero mentiría si dijese que había dejado de prestarle atención al mencionar al tercer batallón al que hizo referencia. Por el contrario, paseaba maravillado por las rutas que la marine nos estaba enseñando y la verdadera inmensidad del lugar que me había acogido.

Pasamos por la zona de los aseos, donde apenas nos detuvimos, para a continuación llegar al patio de entrenamiento. En cuanto pusimos un pie en el área procuré mantenerme en segundo plano, pero fue para nada. Shawn, como siempre, estaba allí y parecía haberme olido. Pude percibir sus ojos clavándose en mí y la poderosa musculatura que movía su mandíbula tensándose.

—¡A las ocho te quiero aquí, Mosegusa, que no se te olvide! ¡Más te vale que no tenga que ir a buscarte!

Sí, me lo había dicho en el trayecto desde mi captura hasta el punto de encuentro. Como siempre, cada vez que me cazaba se aseguraba de que darme un buen escarmiento. Tal vez estuviese echando más horas que el recluta medio entre una cosa y otra, pero hubiera ido contra mi naturaleza el dejar de intentar librarme.

—¿Y tú sueles pasar muchas horas aquí, Camille? —pregunté en voz alta al tiempo que miraba hacia arriba, buscando el rostro de la mujer. Era cierto que cuando Shawn me llevaba hasta allí la mayoría de reclutas ya se había retirado. Aun así, en más de una ocasión me había encontrado a alguno que otro haciendo horas extra, incluso a los propios Taka y Ray. Por el contrario, no recordaba haberme topado nunca con Camille. Claro que, conociéndome, bien podría haber estado allí sin que yo me hubiese dado cuenta. No obstante, lo más probable era que su inusual apariencia hubiese llamado mi atención, ¿no?
#9
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
El trayecto por los barracones fue ligeramente más acelerado que en otras ocasiones, decisión motivada únicamente por el hecho de que llevasen ya un par de semanas por allí. Sospechaba que nada o casi nada de lo que pudiera contarles sería nuevo para ellos, así que omitir la información más general y centrarse en datos más concretos que igual sí que desconocían sería la mejor opción. De todos modos, era bien sabido que rara vez suscitaba interés alguno entre los recién llegados una explicación tan protocolaria como la que les estaba dando. Aun así, y pese a la desagradable presentación del pelo-musgo, procuró poner su mejor cara y contarles todo lo que podría resultarles interesante.

Sus ojos se desviaron hacia abajo y a la derecha cuando escuchó la voz de Ray a su lado. La pregunta era tan coherente que ni siquiera le extrañó.

No te preocupes, entiendo la duda —se apresuró, restándole importancia con un gesto de la mano—. Es una larga historia, pero supongo que podríamos resumirla en que me crie entre estos muros y en las calles de Loguetown. No nací aquí pero llevo tantos años recorriendo estos pasillos y las avenidas de la ciudad que me sé cada recoveco casi de memoria.

Hablar de ello le sacó una sonrisa discreta. El simple hecho de mencionarlo le traía a la mente muchos recuerdos y vivencias, no solo en el G-31 sino a lo largo de toda la isla. Quizá no hubiera nacido allí, pero si existía un lugar en el mundo al que podía llamar hogar era justo ese.

Poco después llegó la pregunta de Takahiro y esta le hizo borrar la sonrisa. No fue lo que dijo en sí, sino quizá esa primera impresión tan negativa que le había dado. Casi le hacía sonar irritante a oídos de Camille, aunque se esforzó en intentar no cruzarle del todo. No tanto al menos como para no poder cumplir su deber y aclararle las dudas. «Tal vez debería agradecerle que haya confirmado mis sospechas», pensó mientras le escuchaba. Efectivamente, ese era el que se había perdido.

Digamos que, oficialmente, no hay ningún sitio de la ciudad que no podamos pisar. —Se rascó la nuca con calma, pensando en cómo formular la siguiente frase—. Aun así, hay zonas concretas en las que podría decirse que no tenemos tanto control. Los barrios del extrarradio de la ciudad no son los más seguros de la isla, ni siquiera para un marine, así que es raro que se envíe a nadie sin que sea como parte de una patrulla —explicó, dirigiendo entonces su mirada al peliverde—. Si fuiste solo a una de estas zonas, probablemente ese era el motivo. Por eso es importante la guía de hoy.

Por lo que había dicho, estaba bastante segura de que debía haber rondado el área del Trago del Marinero o alguna zona alejada del centro, lo cual tendría sentido. Bien pensado, si tenía en cuenta que Ray no había encontrado el búnker y que Takahiro había acabado en quién sabe qué barrio de mala muerte, hacerles de guía no solo era una buena idea sino que se trataba de algo necesario para que sobrevivieran allí. en el caso de Atlas, sin embargo, casi sonaba contraproducente. ¿Le estaría dando herramientas para escaquearse mejor la próxima vez? «En fin, supongo que eso es problema de los sargentos, no mío».

Y hablando del rey de roma, fue justo en ese momento cuando el rubio intervino, lanzando una pregunta que le provocó una leve tensión en la espalda. Dudaba que se hubiera dado cuenta de la dirección en la que había lanzado aquella duda, pero Camille se puso alerta ante la posibilidad de que estuviera insinuando algo. No sería el primero... y eso era lo que más detestaba.

Diría que no más que cualquier otro marine del G-31 —empezó, echando un vistazo por el patio de entrenamiento. Pudo ver a varios grupos de marines aquí y allá, entrenando o de guardia—. Todos los reclutas y soldados rasos seguimos las mismas rutinas, pero es cierto que se organizan en diferentes grupos y no siempre coincidimos los unos con los otros. Fuera de la rutina, más allá de mis tareas, me dedico sobre todo a lidiar con lo que la capitana considere oportuno. Como por ejemplo... —y señaló a nadie en particular, más bien a la situación en la que se encontraban. Suspiró y esbozó una sonrisa—. Supongo que podrías tomártelo como que soy la recadera.

Tenía mucho que agradecerle a Beatrice y no dudaba de que, aunque no lo exteriorizase, debía tenerle un cariño especial a la oni. Sin embargo, estaba lejos de poder considerarse una privilegiada respecto a sus compañeros: tiraban de ella en situaciones que quizá no le incumbieran dado su rango, la mandaban a tareas sensiblemente más peligrosas que a otros reclutas y por si eso no fuera poco, a menudo sentía que se esperaba de ella mucho más que de cualquier otro. Aun así, cabía la posibilidad de que esto último fueran más sus propias exigencias que las de los demás. Siempre había sentido que demostrar el doble o el triple que cualquier otro para justificar su sitio allí... y le molestaba enormemente tener que hacerlo.

Pese a todo, procuró mantenerse tranquila y confiar en la buena fe de Atlas. Tal vez fuera solo genuina curiosidad. Después de todo, debía reconocer que era raro que no se hubieran cruzado.

—¡Camille! —resonó la voz de un marine en el patio que sacó a la recluta de sus pensamientos. El hombre se acercó al trote hasta alcanzarles. Saludaría al grupo una vez se pusiera a su altura—. Tengo un mensaje de la capitana: te necesita en los muelles tan pronto como sea posible.

¿En el puerto? ¿Ahora? —Inquirió con cierta exasperación—. ¿Por qué la urgencia? Se supone que me tocaba darle una vuelta por el sitio a los nuevos.

—Bueno, va un poco de la mano con eso. Parece que hoy llega otro, esta vez del South Blue. Dice que ya que estás, te pases a buscarle y que se incorpore al paseo.

¿En serio?

—Muy en serio.

Se quedó mirando a su compañero perpleja durante unos segundos, con las manos apoyadas en la cadera y los brazos en jarras. Terminó suspirando con cansancio  y girándose al grupo.

Bueno, pues parece que adelantaremos el paseo por Loguetown —les dijo con una sonrisa algo desganada, comenzando a guiarles hacia allí.

Por suerte, el puerto y por tanto los muelles no se encontraban demasiado lejos de allí. Lo único que le molestaba realmente era lo improvisado de todo ese asunto, pero bueno, órdenes eran órdenes. Tan solo esperaba que el recién llegado fuera un poco más normal que la media del grupo que formaban. Ay, cuánto se equivocaba...
#10


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