Alguien dijo una vez...
Iro
Luego os escribo que ahora no os puedo escribir.
[Diario obtención Akuma no mi - Pasado] De sol, manzanas y un sueño recurrente.
Ray
Ray
Corría la primera semana del verano del año 724, apenas unos días después de que Ray llegase al Cuartel General y la primera jornada de descanso con la que contaba. Era un día caluroso, pero no más de lo habitual. El sol brillaba en el cielo y el peliblanco, haciendo honor a su reputación de despistado, había olvidado dónde había quedado con Taka y Atlas. Iban a ir a visitar las colinas de las afueras de la ciudad, pero por mucho que lo intentara no conseguía recordar cuándo ni dónde habían acordado reunirse. Así que ni corto ni perezoso echó a andar despreocupadamente.

- Ya me los encontraré por el camino. – Pensó. Estaba habituado a que le pasaran este tipo de cosas y a tener que seguir con su camino esperando que la situación se recondujera, por lo que no le producía inquietud ninguna.

El joven disfrutaba enormemente de la caricia del astro rey sobre su piel, así que apenas hubo salido del Cuartel General se quitó la parte de arriba del uniforme para dejar que los rayos solares bañaran su torso. Continuó su camino hasta que al pie de la primera colina encontró un lugar que le maravilló.

La propia elevación del terreno le confería a esas horas del día la inclinación perfecta para tomar el sol, pues los rayos incidían directamente en vertical sobre la suave y verde hierba. El olor puro a naturaleza y vida llenaba sus fosas nasales. Ray, impulsado por su propia necesidad de sol, se tumbó boca arriba en la hierba y cerró los ojos, dejándose llevar por la dulce sensación del calor impregnando su piel.

No mucho después, o eso creía él, abrió los ojos. Contempló el cielo, de un azul brillante y sin apenas nubes. Las pocas que había eran además de un vaporoso tono blanco y parecían poco espesas. Fijándose en ellas de nuevo en su cabeza apareció un deseo que había sido recurrente desde hacía ya varios años. Ser capaz de volar, de elevarse por encima de la superficie terrestre y surcar los cielos a gran velocidad mientras la brisa le acariciaba el rostro. Atravesar las nubes y ver de qué estaban hechas exactamente.

En mitad de esas ensoñaciones el peliblanco sintió que algo raro estaba pasando. Por alguna razón que desconocía su vista se vio atraída hacia un manzano situado unos diez o quince metros hacia su derecha. Se puso en pie y se acercó a él, pues sin saber por qué algo que no sabía definir le llevaba a examinarlo de cerca. Estaba lleno de manzanas, y pronto se fijó en que uno de los frutos de aquel árbol era diferente a los demás. De un color rojo algo más intenso que el de los demás, estaba surcado por múltiples espirales que trazaban caprichosas formas en su piel. Ray nunca había visto un fruto similar a aquel. Ninguna manzana que hubiera visto nunca (aunque a decir verdad tampoco es que hubiera visto demasiadas) se asemejaba a la que tenía ante sí. Y si era sincero tenía un aspecto realmente apetecible. Así que sin pensar mucho la arrancó del árbol y, tras limpiarla un poco con una de las mangas de su uniforme, se la llevó a la boca.

Sus ojos se abrieron de par en par por la sorpresa al comprobar que sabía mucho más dulce que ninguna otra manzana que hubiera probado. Y por dentro era… ¿cómo explicarlo? No era líquida, pero sí untuosa y pegajosa y de un intenso color dorado. El joven saboreó aquella delicia lentamente, disfrutando de aquel sabor tan especial y dejando que sus papilas gustativas se deleitaran en él.

Cuando hubo terminado pensó que ya era el momento de ir en busca de sus dos amigos, y lleno de energía tras el descanso y el tentempié se puso en marcha. Cuando apenas llevaba unos minutos de camino empezó a sentir que la nariz le picaba. Estornudó con fuerza y, de repente, comenzó a notar que se estaba elevando en el aire.

El joven no entendía nada. El suelo quedaba cada vez más lejos. Tenía dos pares de brazos… ¡tenía dos pares de brazos! Miró a su espalda y vio que unas alas membranosas y casi transparentes habían brotado a su espalda y se movían a gran velocidad, manteniéndolo en el aire. Se miró el vientre, y no pudo salir de su asombro cuando vio aquellas franjas negras y amarillas. ¿Qué sucedía? ¿Se había convertido en una abeja? ¿Qué clase de brujería era aquella?

Tras aproximadamente una hora volando por los alrededores en busca de sus amigos el peliblanco divisó a lo lejos a sus dos amigos. Taka y Atlas caminaban por la hierba tranquilamente, charlando despreocupados. Mientras se acercaba a ellos, el joven bajó hasta casi rozar el suelo con los pies y trató de concentrarse en volver a ser humano. Tras unos minutos su cuerpo empezó a mutar de nuevo y sus pies, ya con la misma forma de siempre, se posaron sobre la hierba.

- ¡Chicos! – Gritó. - ¡Ya estoy aquí!

No podía esperar a contar a sus amigos lo que le había sucedido, así como a preguntarles si sabían de dónde procedía aquella habilidad y si tendría que ver con la extraña manzana que se había comido.
#1


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