Rengetsu D. Tenji
Príncipe Ciego
12-08-2024, 03:44 AM
Tenji caminaba como de costumbre por las afueras del Reino de Goa, sosteniéndose de su bastón, una pieza de madera que conocía tan bien que parecía haber sido parte de él desde siempre. Su paso era cauteloso, intentando evitar los obstáculos que se acumulaban en el gran vertedero de basura y chatarra que se extendía al este de la capital. Este lugar, un vasto terreno de despojos de la opulenta ciudad, revelaba de manera cruel y palpable la disparidad social que dominaba la isla. Mientras las murallas de Goa se erguían majestuosas y relucientes, protegiendo a la nobleza y burgués en su confort y limpieza, los mendigos y los desposeídos eran empujados hacia estos espacios sombríos donde se concentraba la miseria y la desesperanza.
A los ojos ciegos de Tenji, el mundo era un lugar injusto. Veía más allá de las sombras. El escaso rayo de luz que penetraba en su existencia, debido a su incapacidad para ver, parecía intensificar su sensibilidad hacia el sufrimiento que le rodeaba. Cada dentado sonido de cristal roto y cada hedor de desechos le recordaba que la vida de aquellos que vivían en el lado oscuro de la ciudad era una eterna lucha por la supervivencia. Era deliciosa ironía, pensó, que el mismo aire que llevaban los nobles con gran desdén estuviera fuertemente impregnado de la pobreza que ellos ignoraban a diario.
Tenji solía imaginar cómo podría cambiar la situación en Goa. La idea de un golpe de estado cruzaba su mente con la misma frecuencia con que la vida de su entorno lo empujaba a la reflexión. Era difícil, casi imposible; cambiar algo tan profundamente arraigado en la estructura social requeriría una revolución de monumental escala. Pero, en ese mismo oscuro pensamiento, había una chispa de deseo, uno que lo empujaba a actuar, a luchar. Desde un tiempo atrás, se había sumado a las filas del ejército revolucionario, teniendo la esperanza de que su contribución, aunque pequeña, podría provocar un cambio significativo. Sin embargo, la misión exigía que fuera cauteloso, que no expusiera su identidad, manteniendo las apariencias para mantenerse al resguardo de posibles repercusiones.
Pero la vida, como a menudo sucede, tenía otros planes. A medida que Tenji se adentraba más en el vertedero, el sonido de sus pasos resonaba en su absoluto silencio. Fue entonces cuando sintió una presencia cercana. No era solo un cuerpo; era un alma desgastada por el dolor y la lucha. Su corazón se aceleró al percibir la precariedad de aquel ser. En ese instante, un hombre de avanzada edad se acercó a las paredes de la ciudad, su cuerpo delgado y encorvado, casi un esqueleto cubierto con la piel. Tenji aminoró la marcha, intentando discernir la situación.
Los guardias, que custodiaban la entrada con su uniforme impasible, pronto intervinieron. El anciano, con voz temblorosa, suplicó por la entrada, afirmando que solo deseaba comprar un poco de comida con un puñado de bellys que había logrado conseguir entre la basura. Tenji pudo sentir la desesperación de su voz y, aún sin ver, se dio cuenta de la resistencia en su espíritu, esa que a menudo se extingue en aquellos que han caído tan bajo. Sin embargo, su súplica se estrelló contra la indiferencia brutal de los soldados, quienes, en un despliegue de desprecio y arrogancia, lo golpearon brutalmente, despojándolo no solo de sus esperanzas, sino también de su dignidad.
El anciano cayó al suelo, su cuerpo frágil se desgastó aún más ante la violencia de aquellos hombres. Tenji, viendo la escena desde su posición, sintió cómo su corazón se apagaba ante esa inhumanidad. Quiso gritar, quería correr y defender al anciano, pero era consciente de los riesgos. Sin embargo, la ira y la compasión eran fuerzas en su interior, casi incontrolables. En un impulso madurado por el tiempo, decidió actuar. Se cubriría, ocultaría su identidad utilizando trozos de tela y sábanas que había encontrado entre la basura, un disfraz que podría darle la ventaja que necesitaba. Con calma y precisión, envolvió su cara y su cuerpo, formando una armadura improvisada contra la tiranía.
Después de finalizar su transformación, Tenji se lanzó al frente. Con una determinación renovada, corrió hacia los guardias, su bastón en mano, convirtiéndose en la sombra de la justicia que estos hombres nunca pudieron imaginar. A medida que se acercaba, el sonido de su bastón golpeando el suelo resonó como un tambor de guerra, cada golpe marcando un paso hacia la confrontación. Sintió las almas de los guardias que lo rodeaban, percibiendo su desprecio y arrogancia. Eran seres de carne y hueso, pero también eran símbolo de la opresión que tanto anhelaba cambiar.
La batalla fue rápida, aunque intensa. Tenji, guiado por su instinto afilado y sus sentidos intensificados por la ceguera, se lanzó contra ellos con una ferocidad que fue alimentada por su compasión por el anciano. Golpeando con gracia y destreza, estos guardias que se creían invulnerables fueron sometidos por la fuerza inesperada de este niño joven. Uno a uno, cayeron al suelo, aturdidos y confundidos. En esos instantes, él no solo estaba peleando por el anciano; estaba peleando contra el sistema que había permitido que la injusticia floreciera.
Finalmente, después de haber reducido a los soldados que custodiaban la puerta, Tenji se volvió hacia el anciano. Con sumo cuidado, lo levantó del suelo, sintiendo la fragilidad de su cuerpo contra el alivio de sus brazos. La tristeza y el sufrimiento que había experimentado eran palpables, pero también había en su ser un destello de gratitud. Tenji lo llevó de vuelta al vertedero, al lugar que quizás le brindaría un poco más de paz, donde podría atender sus heridas y permitir que el dolor físico se convirtiera en algo más manejable.
Mientras conducía al anciano a través de lo que quedaba de su mundo desolado, Tenji se dio cuenta de que había hecho algo increíble. Había desafiado el orden establecido, había ofrecido una chispa de esperanza al desafiar a los que habían decidido que la vida de algunos era menos valiosa que la de otros. En su mente resonaban ecos de sus reflexiones, y ahora sentía que esa lucha no terminaría ahí. Después de todo, el cambio comenzaba con un acto de valentía y compasión, y él estaba decidido a seguir luchando, por sí mismo y por los demás.
A los ojos ciegos de Tenji, el mundo era un lugar injusto. Veía más allá de las sombras. El escaso rayo de luz que penetraba en su existencia, debido a su incapacidad para ver, parecía intensificar su sensibilidad hacia el sufrimiento que le rodeaba. Cada dentado sonido de cristal roto y cada hedor de desechos le recordaba que la vida de aquellos que vivían en el lado oscuro de la ciudad era una eterna lucha por la supervivencia. Era deliciosa ironía, pensó, que el mismo aire que llevaban los nobles con gran desdén estuviera fuertemente impregnado de la pobreza que ellos ignoraban a diario.
Tenji solía imaginar cómo podría cambiar la situación en Goa. La idea de un golpe de estado cruzaba su mente con la misma frecuencia con que la vida de su entorno lo empujaba a la reflexión. Era difícil, casi imposible; cambiar algo tan profundamente arraigado en la estructura social requeriría una revolución de monumental escala. Pero, en ese mismo oscuro pensamiento, había una chispa de deseo, uno que lo empujaba a actuar, a luchar. Desde un tiempo atrás, se había sumado a las filas del ejército revolucionario, teniendo la esperanza de que su contribución, aunque pequeña, podría provocar un cambio significativo. Sin embargo, la misión exigía que fuera cauteloso, que no expusiera su identidad, manteniendo las apariencias para mantenerse al resguardo de posibles repercusiones.
Pero la vida, como a menudo sucede, tenía otros planes. A medida que Tenji se adentraba más en el vertedero, el sonido de sus pasos resonaba en su absoluto silencio. Fue entonces cuando sintió una presencia cercana. No era solo un cuerpo; era un alma desgastada por el dolor y la lucha. Su corazón se aceleró al percibir la precariedad de aquel ser. En ese instante, un hombre de avanzada edad se acercó a las paredes de la ciudad, su cuerpo delgado y encorvado, casi un esqueleto cubierto con la piel. Tenji aminoró la marcha, intentando discernir la situación.
Los guardias, que custodiaban la entrada con su uniforme impasible, pronto intervinieron. El anciano, con voz temblorosa, suplicó por la entrada, afirmando que solo deseaba comprar un poco de comida con un puñado de bellys que había logrado conseguir entre la basura. Tenji pudo sentir la desesperación de su voz y, aún sin ver, se dio cuenta de la resistencia en su espíritu, esa que a menudo se extingue en aquellos que han caído tan bajo. Sin embargo, su súplica se estrelló contra la indiferencia brutal de los soldados, quienes, en un despliegue de desprecio y arrogancia, lo golpearon brutalmente, despojándolo no solo de sus esperanzas, sino también de su dignidad.
El anciano cayó al suelo, su cuerpo frágil se desgastó aún más ante la violencia de aquellos hombres. Tenji, viendo la escena desde su posición, sintió cómo su corazón se apagaba ante esa inhumanidad. Quiso gritar, quería correr y defender al anciano, pero era consciente de los riesgos. Sin embargo, la ira y la compasión eran fuerzas en su interior, casi incontrolables. En un impulso madurado por el tiempo, decidió actuar. Se cubriría, ocultaría su identidad utilizando trozos de tela y sábanas que había encontrado entre la basura, un disfraz que podría darle la ventaja que necesitaba. Con calma y precisión, envolvió su cara y su cuerpo, formando una armadura improvisada contra la tiranía.
Después de finalizar su transformación, Tenji se lanzó al frente. Con una determinación renovada, corrió hacia los guardias, su bastón en mano, convirtiéndose en la sombra de la justicia que estos hombres nunca pudieron imaginar. A medida que se acercaba, el sonido de su bastón golpeando el suelo resonó como un tambor de guerra, cada golpe marcando un paso hacia la confrontación. Sintió las almas de los guardias que lo rodeaban, percibiendo su desprecio y arrogancia. Eran seres de carne y hueso, pero también eran símbolo de la opresión que tanto anhelaba cambiar.
La batalla fue rápida, aunque intensa. Tenji, guiado por su instinto afilado y sus sentidos intensificados por la ceguera, se lanzó contra ellos con una ferocidad que fue alimentada por su compasión por el anciano. Golpeando con gracia y destreza, estos guardias que se creían invulnerables fueron sometidos por la fuerza inesperada de este niño joven. Uno a uno, cayeron al suelo, aturdidos y confundidos. En esos instantes, él no solo estaba peleando por el anciano; estaba peleando contra el sistema que había permitido que la injusticia floreciera.
Finalmente, después de haber reducido a los soldados que custodiaban la puerta, Tenji se volvió hacia el anciano. Con sumo cuidado, lo levantó del suelo, sintiendo la fragilidad de su cuerpo contra el alivio de sus brazos. La tristeza y el sufrimiento que había experimentado eran palpables, pero también había en su ser un destello de gratitud. Tenji lo llevó de vuelta al vertedero, al lugar que quizás le brindaría un poco más de paz, donde podría atender sus heridas y permitir que el dolor físico se convirtiera en algo más manejable.
Mientras conducía al anciano a través de lo que quedaba de su mundo desolado, Tenji se dio cuenta de que había hecho algo increíble. Había desafiado el orden establecido, había ofrecido una chispa de esperanza al desafiar a los que habían decidido que la vida de algunos era menos valiosa que la de otros. En su mente resonaban ecos de sus reflexiones, y ahora sentía que esa lucha no terminaría ahí. Después de todo, el cambio comenzaba con un acto de valentía y compasión, y él estaba decidido a seguir luchando, por sí mismo y por los demás.