¿Sabías que…?
... existe una tribu Lunarian en una isla del East Blue.
[Aventura] [A -T3] Bajo cuerda.
Atlas
Nowhere | Fénix
28 de Verano del 724

—¿¡Cómo que desconocido!? ¡Nadie en todo Loguetown puede ser desconocido para mí!

En la última planta del Casino Missile, las paredes insonorizadas recubiertas de vistoso papel de seda roja recibieron sin inmutarse las iracundas palabras de quien, sin duda, mandaba en aquella reunión. Con las cortinas semicorridas y de un impoluto color blanco, la luz que entraba en la estancia era la justa para iluminar la mesa de caoba que albergaba el encuentro. Cuatro sombras se encontraban en torno a ella, una por lado, pero sólo una de ellas se encontraba en pie. Su rostro escondido en la sombra, se había levantado y había lanzado el vaso a la nada. Un whiskey con más años que cualquiera de los que estaba sentado se deslizaba ahora por el suelo. Tras unos segundos, al fin se tranquilizó y reanudó el discurso en un tono más calmado:

—Esto no puede seguir así. Ya son más de dos meses en los que circula parte del producto sin que nos enteremos. La voz aún no se ha corrido del todo, así que no podemos permitirnos un solo fallo más. Si ahí fuera comienzan a pensar que pueden actuar al margen de nosotros habremos iniciado el camino hacia nuestro fin... ¡Así que encontrad ya a quien mete esa maldita droga en mi isla!

Aquélla era la señal de que la reunión había finalizado. Las otras tres sombras, que no se habían atrevido a abrir la boca en ningún momento, se alzaron a la vez como un resorte y se dirigieron a la salida de la amplia estancia. La primera de ellas, situada a la derecha de la principal, correspondía a una mujer de mediana estatura con un moño alto adornando su cabeza. La segunda, a la izquierda, parecía pertenecer a un hombre de abdomen prominente y piernas cortas. La tercera, por último, al frente, era alta y espigada. Los pasos de los desconocidos se apresuraron a la salida, arrastrando los pies a toda velocidad sobre la tupida alfombra que cubría la estancia casi por completo.

***

El oleaje golpeaba con fuerza la madera de la embarcación, pero no con tanta furia como lo había hecho la noche anterior. Las calles de Loguetown, bajo un cielo al find espejado, reflejaban con su superficie plagada de charcos los efectos de una de las tormentas de verano más violentas que se recordaban en bastante tiempo.

A primera hora de mañana, las primeras embarcaciones comerciales se unían a los barcos pesqueros que ya habían descargado la pesca del día en los muelles. Un sonoro crujido precedió el atraque. Las cuerdas comenzaron a volar desde la cubierta buscando quien las atase para que la marea no arrastrase al navío. Asimismo, la pasarela ya anunciaba con caer desde un lateral para permitir el desembarco de un sinfín de cajas, barriles, alfombras enrolladas y casi cualquier cosa que pudiese caber en la imaginación humana.

De forma paralela, en los más sucios y malolientes callejones que circundaban la zona portuaria, esos que los marineros usaban como servicios improvisados cuando la cola era demasiado larga —y cuando no, también—, se asomaba un sinfín de ojos hundidos en sus cuencas enmarcados por rostros castigados en exceso. Las prominencias óseas destacaban como cordilleras en un valle y, si alguien se hubiese molestado en dar un paseo por la zona, habría podido comprobar que no eran pocas las personas entre cuantas había allí que no debían superar los cincuenta kilogramos. Las miradas de todos ellos, nerviosas, circulaban de barco en barco como si esperasen una señal divina que les indicase el camino a la tierra prometida. Pero ¿a qué estaban esperando?

Off
#1
Muken
Veritas
Personaje

Virtudes

Defectos

Inventario


La tempestad se abalanzó sobre el mar como una bestia enfurecida. El viento, convertido en un látigo invisible, azotaba la cubierta del barco con furia, arrancando tablas y esparciendo escombros por el aire. Las olas, hinchadas y espumosas, se levantaban como murallas de agua, chocando con el casco con un estruendo ensordecedor. Cada impacto sacudía la embarcación hasta sus cimientos, haciendo crujir la madera envejecida. El cielo, antes de un azul intenso, se había oscurecido hasta convertirse en una inmensa boca que devoraba la luz. Rayos zigzagueantes surcaban la oscuridad, iluminando fugazmente el mar embravecido y los rostros pálidos de los marineros. Los truenos, como el rugido de un dragón enfurecido, retumbaban en el cielo, ensordeciendo a los hombres y ahogando sus gritos. La lluvia caía a cántaros, transformando la cubierta en un río caudaloso. El agua, fría y penetrante, empapaba hasta los huesos a los marineros, que luchaban desesperadamente por mantener el rumbo. La visibilidad era casi nula, y la sensación de estar a merced de los elementos era abrumadora. Un olor a sal y a yodo impregnaba el aire, mezclado con el aroma acre del miedo. Los marineros, curtidos por el mar, sentían un nudo en el estómago que les apretaba el corazón. Sabían que estaban enfrentando una de las peores tormentas que habían visto en sus vidas.

- ¡Excelente tormenta?! – gritaba Muken mientras se encontraba ayudando en la cubierta, para evitar que el navío se hunda. Las olas eran cada vez más grandes, pero Jack el capitán del barco, un antiguo lobo de la marina no se dejaría vencer por una pequeña briza. - ¡Muken, maldito hijo de perra ven aquí inmediatamente y deja de gritas, que ese es mi trabajo! –  el joven tirador no dudo ni un segundo y se empezó a mover hacia donde se encontraba el capitán. Aunque el constante movimiento del barco aumentaba la dificultad de movimiento. Sujetándose de donde podía Muken se presentaba ante el capitán - ¡Si mi capitán! - Jack sin perder tiempo estiro su mano e intento golpear a Muken -Tu maldito niño, sino fuera por tu abuelo no te hubiera contratado para este viaje. – agarrando fuertemente el timón – necesito que vigiles la carga, haz que esos buenos para nada aten la mercancía, por cada caja rota les descontare el 70% de sus ganancias, así que tengan cuidado con lo que hacen. -  Una vez obtuvo sus órdenes, Muken se abrió paso nuevamente por la proba hasta llegar a la entrada de los suministros. – ¡¡¡Aten todo ahora!!! – grito Muken mientras se dirigía a una caja cerca de el que se encontraba a punto de caer. La tormenta continua durante toda la noche, pero al amanecer las nubes se empezaron a disipar en el horizonte el sol mostraba su presencia. - ¡Tierra a la vista! - gritaba un marinero.

“Perlas” no tardo mucho en llegar al puerto -Atente bien esas cuerdas, suelten el ancla y suban las velas, muévanse escoria que no tengo todo el día. – las poderosas palabras del capitán Jack alentaban a sus ya cansados marineros. Muken por su parte se encontraba durmiendo sentado en el baño, paff paf paff -abre la puerta maldito hijo de puta, hay trabajo que hacer- gritaba uno los marinos, esperando que el baño se desocupara. Abriendo la puerta, el joven tirador empieza a moverse en dirección a la proa, el sol golpeaba en sus ojos al igual que el fresco aire que se generó después de una lluvia eléctrica. Inhalando una gran bocanada de aire el joven lleno sus pulmones de aire, para luego largar un fuerte grito -¡¡¡EH VUELTO LOGUETOWN!!!- sus compañeros de viaje ya acostumbrados al joven ignoraron su grito y siguieron con sus labores. Desde su derecha se acerca el capitán -Aquí tiene tu parte, gracias por proteger la carga niño. – asintiendo con la cabeza Muken toma el dinero para luego despedirse del capitán y de sus compañeros de viaje. Ha pasado un largo tiempo ya desde el accidente en LA FORTALEZA y el terrible exceso de entrenamiento, el cual provoco graves daños a la sala prestada por Billy, quien le cobro hasta el último berries a Muken. Observando su bolsa de monedas -Creo que con esta cantidad ya terminare de pagarle todo lo que le debo a Billy, maldito anciano. Incluso cuando le pedí perdón me obligo a pagarle todo el daño que claramente ya tenia el lugar. – soltando un suspiro el joven guarda la bolsa con sus ganancias y tomo un caramelo de su bolsillo el cual al desenvolver lo llevo de inmediato a la boca. -Frutilla, mi favorito.- comento en vos baja.

Al tocar puerto el aire puro se vio viciado automáticamente, ahora la orina que se colaba por las rendijas de las tablas que tapiaban las ventanas de las casas abandonadas, mezclándose con el aroma acre del alquitrán que emanaba de las embarcaciones amarradas en el muelle destrozaban el ambiente a pedazos. Los callejones, estrechos y tortuosos como entrañas de bestia, serpenteaban entre montañas de basura y escombros, creando un laberinto donde la luz del sol apenas lograba penetrar. En las sombras, como ratas acurrucadas en sus madrigueras, se agazapaban decenas de figuras andrajosas, sus ojos como brasas incandescentes en la oscuridad. Eran los náufragos de la vida, los descartados por la sociedad, los que habían tocado fondo y luchaban por aferrarse a un hilo de esperanza. Sus rostros, surcados por arrugas profundas y marcadas por la dureza de la vida, contaban historias de penurias y sufrimientos. Muken los quedo observando un rato pues la gran mayoría actuaba de forma extraña como si estuvieran esperando que pasara algo.
#2
Atlas
Nowhere | Fénix
La llegada del joven tirador a Loguetown no fue fácil, desde luego. El temporal empujaba con violencia el barco en el que había sido contratado y, probablemente, la presión cercana a la violencia con la que el capitán se dirigía a sus tripulantes tampoco ayudaba demasiado a las que cosas fluyesen de forma natural... O sí, vete tú a saber. En lo referente a tu viaje soy un mero espectador.

En cualquier caso, a pesar de las inclemencias del clima el joven Muken consiguió llegar a su destino: Loguetown. Ya atesoraba recuerdos de aquel lugar, pero seguramente no recordase del mismo modo las calles aledañas al puerto. En aquella zona siempre había habido maleantes, marineros borrachos y algún que otro pirata desvergonzado encubierto que se encargaban de tirar por tierra el orden nocturno del punto más importante de la Marina en el East Blue. Sin embargo, tanta miseria, tanta desolación encarnada en rostros ansiosos por tener sólo un poco más de lo que tiraba de ellos hasta el fondo... No, aquello nunca había sido la tónica en Loguetown.

A escasos metros del navío del que acababa de descender, Muken observaba a aquellas personas y cuanto sucedía a su alrededor. Viandantes recorrían el puerto de la misma forma que siempre, ignorando de manera deliberada los remanentes de seres humanos que, al mismo tiempo, también les ignoraban a ellos.

—Estáis seguros de que está todo, ¿verdad? —se pudo oír entonces una voz a no demasiada distancia del muchacho. Se trataba de un grupo de tres personas que se habían detenido junto a un gran navío mercante atracado justo junto al barco del que él se acababa de bajar. Era de unas proporciones colosales. Tanto que, pese a haber amontonado la tripulación ya bastantes mercancías frente al mismo, continuaban sacando más y más elementos—. Hay mucha gente esperando esto.

El que hablaba era un sujeto de aproximadamente dos metros y cincuenta centímetros de estatura, de pelo rubio platino atado en una coleta que llegaba hasta sus hombros y con los laterales de la cabeza rapados. Vestía un traje cruzado color camel conjuntado con unos zapatos marrones. A su alrededor, dos sujetos que portaban sendos albaranes tachaban, marcaban y realizaban anotaciones sin descanso.

—Mi tío estará satisfecho, ya veréis. Con esto tendremos el casino completamente abastecido de bebida, comida y diversión durante meses, ya veréis —repetía sin parar, como quien se afana por satisfacer las insaciables expectativas de quien vigila sus pasos.

EL tipo continuó supervisando la descarga de la mercancía en todo momento, mientras que los operarios del puerto comenzaban a transportarlo todo hasta un almacén cercano, cuya puerta había sido abierta expresa y únicamente para aquel barco en cuestión. Cualquiera que se hubiese fijado se habría dado cuenta de que, sin que el tipo alto se diese cuenta —o al menos eso parecía—, algunos sujetos salían del almacén y se dirigían a los callejones plagados de sufrimiento y miseria. Allí, ojos brillantes los recibían ansiosos antes de abalanzarse en orden sobre ellos.
#3
Muken
Veritas
Mientras disfrutaba de su caramelo de frutas, el joven no pudo evitar escuchar una conversación que se estaba llevando a cabo cerca suyo. –“estáis seguros de que esta todo. ¿Verdad?” -  al principio no le tomo mucha importancia y solo religió la gran cantidad de suministros que estaban descendiendo, pero la siguiente frase si llamo la atención del tirador. –“Mucha gente espera esto”- por la cabeza de Muken cruzaron muchas cosas de lo que podían estar hablando. -Tal vez sean dulces nuevos traídos desde lejos, o algo delicioso. Hm… ¿debería preguntar? No, sabrían que los estuve escuchando y eso quedaría mal.

Pero con algo más de tiempo y paciencia el joven logro escuchar al sujeto más alto hablar de un casino, -¿bebida, comida y diversión durante meses?- fue lo que escucho Muken. -Un casino nunca eh ido a uno, tal vez debería tomarme un tiempo e ir a ver por la experiencia. – observando los alrededores -diversión y comida no suena nada mal. - Desde el costado del almacén algunos sujetos salían de manera sospechosas y se dirigieron a los callejones, los cuales estaban plagados de sufrimiento y miseria, por curiosidad Muken los siguió a distancia y observo como personas con ojos brillantes los recibían ansioso antes de abalanzarse en orden sobre ellos. -¿Muestras de caramelos?- pensó el chico mirando la situación a distancia, mientras llevaba sus mano derecha a la cintura. Se quedo viendo la secuencia extraña por unos minutos, en caso de que no pasara nada interesante, el chico se movería en dirección al casino a pasar un buen rato.
#4
Atlas
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La conversación parecía en cierto modo rutinaria entre unas personas que simplemente veían cómo se descargaba un barco, pero cualquiera con un poco de intuición sospecharía que algo raro estaba sucediendo allí. No cabía duda de que la carga del barco iba a parar justamente al almacén del que los misteriosos sujetos salían antes de internarse en los callejones. Muken decidió seguirles durante un trecho desde la distancia, comprobando cómo, efectivamente, a quienes esperaban las almas en pena era a ellos. ¿Estaban los supervisores de la descarga al tanto de aquello? Desde luego, no miraban hacia esa posición en ningún momento.

Desde la distancia se podía ver cómo los cuerpos casi desprovistos de alma se agrupaban en torno a sus verdugos, extendiendo manos que albergaban una variable cantidad de dinero que enseguida desaparecía para, en su lugar, dejar sitio a una minúsculas píldoras triangulares de un intenso color azul eléctrico. Lo más llamativo de todo era que, entre todas esas manos, en medio de esa marabunta de adictos que suplicaban por un poco más de agonía, había personas que nunca, jamás, deberían estar allí. Pequeñas manos emergían como podían de entre los pantalones y las faldas de los más corpulentos, afanándose por conseguir aquello que estaba hipotecando su vida.

Efectivamente, las sospechas del observador se vieron confirmadas cuando un trío de críos de pelo rojizo, ojos apagados y profundas ojeras —a todas luces hermanos— salió del callejón a toda velocidad. Apretaban con fuerza contra su pecho lo que sin duda eran varias de las pastillas que  los tipos estaban distribuyendo sin compasión alguna entre quien se acercaba a pedirlas con dinero suficiente. A plena luz del día, sin preocuparse por si alguien los pudiese detener o juzgar, los niños cruzaron la zona portuaria pasando por delante de Muken y pusieron rumbo a las calles —bastante más amplias que los callejones— que conducían al puerto desde el extremo opuesto. ¿Adónde irían? Tal vez a ningún sitio...

Fuera como fuese, cuando los niños aún estaban lejos de desaparecer de su campo de visión un impaciente toque más vigoroso de la cuenta agitó el hombro izquierdo del tirador. Se trataba —suponiendo que se diese la vuelta— de un sujeto que al juzgar por lo que tenía justo a su espalda debía provenir del epicéntrico almacén. En su mano izquierda llevaba una pequeña bolsa de plástico repleta de píldoras como las que atesoraban los niños, que no tardó en guardar con un rápido gesto en el bolsillo izquierdo de su pantalón. El tipo vestía unos pantalones de pinza de color gris sobre unos mocasines negros. Donde debía haber una americana que cubriese el torso, únicamente una camisa blanca con el cuello abierto y unos tirantes sin corbata ni pajarita conformaban el resto de su atuendo.

—¿Se puede saber qué estás mirando, chaval? —preguntó con cierto tono amenazante, el de un matón local que más que pelea busca alejar ojos indiscretos de la zona que ocupa... Al menos ésa es la impresión que le da a un humilde observador... Lo mismo no es así—. En esta zona del puerto está prohibido pararse a mirar hacia sitios indebidos, así que sigue tu camino.

A decir verdad, el tipo no parecía muy simpático. Tampoco aparentaba tener intención de moverse del lugar hasta obtener algún tipo de respuesta o reacción de su interlocutor. El único problema era decidir qué hacer. Estaba la posibilidad de cantarle las cuarenta a ese sujeto e intentar enseñarle por qué no es buena idea ir amenazando a desconocidos por la calle. Por otro lado, los niños aún no se habían perdido en la distancia y tal vez fuese posible seguirles la estela a alguien mínimamente preocupado por el bienestar de la infancia de Loguetown. Los sujetos del callejón, por otro lado, seguían trapicheando y no se habían percatado de la presencia de Muken, aunque acercarse a ellos sin antes tratar con el de la camisa parecía un tanto difícil, por no decir imposible. Por último, existía la posibilidad de que se hiciese el sueco, pasase de los niños, el sujeto amenazante y los vendedores de droga y que se encaminase al casino a ver qué se cocía por allí. ¿Cuál sería su siguiente paso?
#5
Muken
Veritas
Muken era una persona calmada con una ley de vida muy pacífica y abierta, una ley que le había enseñado su abuelo para tener una sana relación con las demás personas, haz lo que quieras, como quieras y donde quieras, siempre que eso no me afecte directa o indirectamente. Su instinto al observar las píldoras triangulares, que eran vendidas como pan caliente a los muertos vivos que se encontraban en el lugar, le decía vete del ahí y no voltees. Las personas son seres que se auto destruyen así que era normal que cierta parte de la población se hunda en el abismo. Pero una sola cosa toco el corazón de Muken, una sola cosa que cambio el accionar del tirador, niños.

Los adictos mayores que estaban perdidos en el fondo del abismo no eran preocupación para Muken, cada uno era mayor y el tirador pensaba que ellos tuvieron sus elecciones para terminar de dicha manera, pero los niños que se encontraban en el lugar suplicando y estirando sus manitos intentando conseguir algo de esa porquería, fue algo que Muken no pudo soportar ver. Algo en su pecho se prendió, como si una fuerte ira saliera de su interior, personas adultas llevando al abismo a jóvenes niños, eso es algo que el tirador nunca dejaría pasar, ni en sus peores días o condiciones. Esas personas o mejor dicho esas siluetas para tiro ya tenían los segundos contados.

 Un trio de jóvenes niños de pelo rojo, ojos apagados y profundas ojeras, salieron corriendo del callejón después de recibir las porquerías de píldoras por parte de las siluetas de tiro. El tirador observaba con horror la manera en que los chicos apretaban con fuerza las pastillas contra sus pechos, como si de ello dependiera la vida, como si de una bolsa de oro se tratara o de la misma cura para todas sus enfermedades. El observar esa secuencia solo era gasolina pura, para un bosque que ya estaba prendido fuego. Muken observaba como los chicos corrían en su dirección, en un par de segundos los tendría de frente y posibilidades empezaron a cruzar por su mente, - ¿Qué hago? ¿Como debo reaccionar? ¿Está bien sacarles las pastillas ahora? Golpearlos y robarles esa basura solo será un remedio momentáneo, dejarlos ir por el momento y encargarme del cáncer principal de manera directa sería la solución. PERO, PERO…- el dudar un segundo lo hizo perder la oportunidad de detenerlos, pero no estaba todo perdido aun, habían tomado distancia sí, pero aun tenia a la vista a los mocosos.  

En el momento que se iba a poner en acción, un toque mas vigoroso de la cuenta agito el hombro izquierdo del tirador, el cual usando su pie derecho como punto de apoyo dio un giro de 180° quedando de frente contra el sujeto, el cual tenia una bolsa de pastillas idénticas a las que llevaban los niños, este las intento ocultar, pero antes de poder hacerlo, el frio y metálico cañón de Vaiolet empujaba la papada de la silueta de tiro hacia arriba. -Demos un Paseo. – Comento Muken mientras movía su cabeza en dirección a un lugar menos concurrido. Cualquier movimiento de más del sujeto haría que Muken apretara el gatillo.

Una vez que Muken estuviera seguro de que nadie interrumpiría, le haría tres simples preguntas a su nueva silueta de tiro. - ¿Para quién trabajas? ¿De donde viene la cargar y hacia donde va? ¿Si deseara prender fuego el galpón de donde salen tus porquerías, mataría al alguien inocente o todos saben de qué va esa carga? – Una vez escuchadas las respuestas Muken pensaría que hacer a continuación. 

Extra


#6
Atlas
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La verdad es que no se lo esperaba. Puedes apreciarlo a la perfección en su gesto de sorpresa cuando siente el frío cañón de tu arma en el cuello. Casi parece que puede oler el aroma a pólvora a pesar de que tu arma aún no haya sido disparada hoy. Sus ojos, hace unos instantes seguros y altaneros, muestran ahora cierto brillo de miedo e incomprensión. Él es uno de los matones de la zona. La gente le teme y le respeta, no le encañona la papada y hace aflorar su congoja.

El sujeto sigue tus indicaciones, caminando de espaldas hacia un callejón estrecho, oscuro y húmedo en el que os introducís. No sé decirte a qué huele, porque la mezcla de hedores que circula por la callejuela es tan espesa y pesada que es difícil reconocer cualquiera de sus componentes. Mientras sigue tus órdenes al pie de la letra, el sujeto no para de mirar a tus espaldas. Parece que espera refuerzos, ya que le has puesto una pistola en el cuello en medio del puerto, zona que en teoría controlan los suyos. Sin embargo, parece que algún ser de luz ha querido que en ese momento ninguno de sus compañeros estuviera mirando en su dirección —llámame loco si quieres, pero juraría que es poco probable que vuelvas a tener tanta suerte—. Al verse solo y sin pinta de ir a recibir ayuda, el pecho del delincuente se desinfla y canta como un jilguero acongojado:

—¿Cómo que para quién? ¿Es que no sabes dónde estás? Para Pills, ¿para quién va a ser? —responde atropelladamente, buscando satisfacer tu curiosidad cuanto antes para ver si así logra salvar su vida—. ¿Y yo qué sé de dónde viene, tío? Yo sólo me encargo de sacar el material del almacén de los Sorvolo sin que Kino, el sobrino del jefe, se dé cuenta y repartirlo. Ahí dentro estamos trabajando nosotros, infiltrados, pero también operarios y trabajadores del casino que no tienen nada que ver con nosotros.

Efectivamente, ataviadas de distinto modo, algunos con monos de trabajo y otros como el macarra que se acaba de mear en los pantalones frente a ti —sí, literalmente se ha meado—, no son pocos lo trabajadores que no salen y entran de manera sospechosa, sino que, simplemente, desembalan alfombras y vacían cajas y cajones de madera sin parar, clasificando el contenido en diferentes zonas de la nave.

Por otro lado, los niños han desaparecido a lo lejos. Podrías ir a buscarlos si te tienen muy preocupado, pero algo me dice que encontrar a esas tres ratillas callejeras no va a ser tarea fácil. Asimismo, en el barco continúa la descarga bajo la estrecha supervisión del grupo que te comenté antes. Parece que el trabajo va para largo. Con respecto a los camellos, siguen soltando droga sin parar a quien se la pide, aunque el número de adictos cae a un ritmo bastante considerable. No parece que vayan a tardar mucho más en acabar su trabajo. Son eficientes en lo suyo, eso seguro. Más malos que un dolor, cierto, pero una cosa no quita la otra.
#7
Moderador OppenGarphimer
Nuclear Impact
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Atlas (Narrador)
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#8


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