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[T1] La Garra a Bordo - Vesper Chrome - 03-12-2024 El barco mercante era modesto, con un casco de madera envejecido por años de travesías, pero bien mantenido. Las velas, aunque reparadas en múltiples ocasiones, se alzaban firmes bajo un cielo que recién comenzaba a despejarse, revelando el resplandor de un sol tímido después de la tormenta. El aroma a sal y madera húmeda impregnaba el aire, y el crujido constante del barco al balancearse sobre las olas era la única compañía en el vasto silencio del océano. El anciano observó el cuerpo inconsciente sobre la cubierta, respirando con dificultad, pero vivo. Las gotas de agua aún caían de los bordes de su ropa desgarrada, acumulándose en pequeños charcos alrededor de ella. Con movimientos lentos y medidos, se inclinó para observarla de cerca, notando las marcas del combate contra el mar en su piel. Se irguió con esfuerzo, sus manos callosas aferrándose al barandal para equilibrarse mientras el barco se mecía suavemente. La madera bajo sus pies estaba húmeda pero limpia, un reflejo de la disciplina que mantenía incluso en medio del caos. Desde el interior del navío, se escucharon pasos apresurados que resonaron en las escaleras de madera. Emergieron tres figuras: un hombre alto y robusto, con brazos como troncos, una mujer de mirada aguda y movimientos precisos, y un joven delgado que parecía más interesado en las nubes que en cualquier responsabilidad inmediata. Sin intercambiar palabras, los tres comenzaron a trabajar en silencio. El hombre corpulento levantó a la mujer con cuidado, sus músculos tensándose bajo el peso inesperado, mientras la mujer inspeccionaba rápidamente su estado, palpando con dedos expertos en busca de signos de lesiones graves. —Llévala al camarote de popa — murmuró el anciano al pasar junto a ellos, señalando con un gesto hacia el pequeño espacio bajo cubierta que usaban para invitados inesperados. El interior del barco era sencillo, con paredes de madera desgastada que desprendían un aroma terroso mezclado con salitre. Una lámpara de aceite colgaba del techo, oscilando suavemente con el movimiento del barco, y el mobiliario se reducía a lo esencial: una mesa, un banco y una litera estrecha cubierta con una manta gruesa. El corpulento marinero dejó a la mujer con cuidado sobre la litera, asegurándose de que su cabeza quedara apoyada correctamente. La mujer de mirada aguda colocó un cubo junto a la cama, llenándolo con agua fresca que el joven delgado había traído desde la cocina sin necesidad de indicaciones. El anciano permaneció un momento junto a la puerta, su silueta enmarcada por la luz del sol que entraba desde cubierta. Miró a la mujer con un gesto pensativo, como si intentara adivinar su historia. Finalmente, murmuró para sí mismo: —El mar nunca deja de sorprendernos... ni de recordarnos su crueldad. — El barco siguió su curso, moviéndose al compás de las olas que ahora apenas susurraban, como si la tormenta nunca hubiera existido. La tripulación, sin hacer preguntas, retomó sus tareas. Las velas fueron ajustadas, los cabos asegurados, y la cubierta limpiada con esmero, eliminando cualquier rastro de la tempestad. El sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados que se reflejaban en la superficie del mar, mientras el mercante continuaba su viaje hacia un destino desconocido. RE: [T1] La Garra a Bordo - Donatella Pavone - 03-12-2024 Barco Mercante, Mar del Este, Día 1 de Verano, Año 724…
El primer indicio de consciencia llegó como un tenue susurro. Donatella sintió la oscilación del barco antes de abrir los ojos, un movimiento rítmico que acompañaba el crujir de la madera bajo ella. Sus párpados pesaban como si llevaran anclas, lentamente se fueron apartando, dejando entrar una luz cálida y titilante. El techo del camarote era bajo, de madera oscura y desgastada, con una lámpara de aceite que oscilaba suavemente al ritmo del barco. Por un momento, su mente estaba vacía, atrapada en ese estado inerte entre el sueño y la realidad. Pero luego, los recuerdos regresaron como un aluvión; la tormenta, el naufragio, las caras de su guardia real desapareciendo en el caos de las olas. Su cuerpo se tensó al recordar la impotencia de esos momentos. Intentó levantarse, pero al mismo tiempo el dolor recorrió su cuerpo, recordándole que aún no estaba en condiciones de enfrentarse al mundo, ni siquiera al mar más débil de todos. Cerró los ojos por un instante, obligándose a respirar profundamente. El aire estaba impregnado del aroma a salitre, madera húmeda y aceite quemado, una mezcla que le resultaba extrañamente reconfortante en su simpleza. Era de esos momentos en los que aun sin tener el mínimo signo de lujo o confort podía sentirse refugiada. El sonido de pasos sobre cubierta interrumpió su introspección. Los ecos se acercaron, y pronto la figura del anciano que la había rescatado apareció en el umbral del camarote. Su silueta se recortaba contra la luz que entraba desde la cubierta, dándole un aire casi celestial. Donatella alzó la mirada con impresión, sus ojos ámbar buscarían encontrarse con los del hombre. Había gratitud en su expresión, pero también una barrera invisible, una desconfianza aprendida a lo largo de años de disciplina y desconfianza. — Gracias… — Murmuró con su voz más áspera de lo que esperaba revelando que aún no estaba en condiciones de siquiera pararse de la cama. Tragó saliva antes de continuar, su mente ya estaba trazando líneas de pensamiento más allá del camarote. No podía permitirse el lujo de la pasividad, no con su misión aún inconclusa, su guardia real perdida y sus recursos reducidos a nada. Miró al anciano, evaluando la situación, tratando de percibir el mínimo signo de hostilidad o peligro en el ambiente. — ¿Mis cuatros soldados están a salvo? ¿Pudo encontrar alguien más conmigo? — preguntó con un tono más firme y agitado, ahora tratando de reincorporarse sin éxito, viéndose forzada a recostarse de la pared. Estaba más que claro que sacaba fuerzas de donde no las tenía, sobre todo cuando sus sirvientes y mision estaban en juego. La verdad era que, después del naufragio, su itinerario estaba tan fragmentado como el galeón en el que había llegado al Mar del Este. No había un plan concreto más allá de reunir lo necesario para retomar su búsqueda, y admitir eso frente a un desconocido era algo que no podía permitirse, al menos no fácilmente. El vaivén del barco era casi hipnótico mientras consideraba sus opciones. La Garra de Pavone no era alguien que aceptara la derrota, pero sabía que la situación requería algo más que orgullo. Con un suspiro, apoyó los pies en el suelo y se levantó, ignorando el leve mareo que la acometió. Si iba a empezar desde cero, este barco era tan buen lugar como cualquier otro para dar su primer paso. |