Kullona D. Zirko
Payaza D. Zirko
19-11-2024, 11:28 PM
¿Saben cuál es el momento más feliz para una mujer? ¿Cuando recibe ropa nueva? ¿Cuando se compra un maquillaje caro? ¿Quizás cuando puede descansar o logra ser madre? ¿O tal vez cuando se siente realizada e independiente? Hay tantas respuestas posibles. Sin embargo, para Zirko, el momento más feliz llegó en una simple mañana, una mañana en la que la Marina hizo algo especial por ella. Algo tan pequeño, pero tan significativo, que iluminó su día por completo.
Aquella mañana, Zirko recibió un paquete desde la base de la Marina, un paquete que contenía algo que había anhelado profundamente. No solo le habían enviado dos uniformes nuevos para portar las insignias de la Marina con orgullo, sino también un regalo adicional, un juego de cinco calzones nuevos y relucientes. Aunque eran un tanto ajustados y reveladores, para Zirko, eran perfectos. Por fin sentiría algo de comodidad, un lujo que parecía simple, pero que para ella significaba tanto. Hubiera sido ideal recibir también algunos sostenes, pero no podía quejarse. La felicidad de ese momento la llevó a derramar lágrimas de alegría.
Sus compañeros, conscientes de su emoción, habían preparado un gran telón improvisado para que pudiera cambiarse. Era algo rudimentario, pero efectivo, un telón que cubría solo un lado, asegurándose de que nadie del pueblo ni de la base pudiera verla. Con un rápido vistazo al mar, para confirmar que no había barcos cerca, Zirko se sintió segura. Agachada tras el telón, se cambió con cuidado, saboreando la tranquilidad y la privacidad que ese gesto le brindaba.
Ya uniformada, Zirko se unió a sus compañeros, formándose con orgullo en la fila. Estaba radiante. Su imponente altura y ese ímpetu inconfundible la destacaban del resto. Con una sonrisa que no podía ocultar, esperó las instrucciones. Entonces, el instructor habló por megáfono, haciendo resonar su voz en toda la base, aquel día realizarían entrenamientos de combate en las diferentes áreas de la zona.
Para Zirko, el destino fue claro. La asignaron al exterior de la base, en una zona montañosa y rocosa, para evitar que su imponente fuerza pudiera causar algún daño en las instalaciones. Sin embargo, no le dijeron con quién entrenaría.
Ahora, se encontraba allí, tambaleándose ligeramente de adelante hacia atrás, esperando pacientemente. Sus pies aún estaban descalzos, ya que sus tacones rosados no eran adecuados para el nuevo uniforme, además, por la falta de sostén, su pecho se tambaleaba al son de sus movimientos, algo que era un poco incomodo, pero prefería ignorarlo por ahora. A pesar de todo, Zirko se sentía más en armonía con su nueva indumentaria, un uniforme que finalmente hacía justicia a sus funciones y su orgullo como miembro de la Marina.
Aquella mañana, Zirko recibió un paquete desde la base de la Marina, un paquete que contenía algo que había anhelado profundamente. No solo le habían enviado dos uniformes nuevos para portar las insignias de la Marina con orgullo, sino también un regalo adicional, un juego de cinco calzones nuevos y relucientes. Aunque eran un tanto ajustados y reveladores, para Zirko, eran perfectos. Por fin sentiría algo de comodidad, un lujo que parecía simple, pero que para ella significaba tanto. Hubiera sido ideal recibir también algunos sostenes, pero no podía quejarse. La felicidad de ese momento la llevó a derramar lágrimas de alegría.
Sus compañeros, conscientes de su emoción, habían preparado un gran telón improvisado para que pudiera cambiarse. Era algo rudimentario, pero efectivo, un telón que cubría solo un lado, asegurándose de que nadie del pueblo ni de la base pudiera verla. Con un rápido vistazo al mar, para confirmar que no había barcos cerca, Zirko se sintió segura. Agachada tras el telón, se cambió con cuidado, saboreando la tranquilidad y la privacidad que ese gesto le brindaba.
Ya uniformada, Zirko se unió a sus compañeros, formándose con orgullo en la fila. Estaba radiante. Su imponente altura y ese ímpetu inconfundible la destacaban del resto. Con una sonrisa que no podía ocultar, esperó las instrucciones. Entonces, el instructor habló por megáfono, haciendo resonar su voz en toda la base, aquel día realizarían entrenamientos de combate en las diferentes áreas de la zona.
Para Zirko, el destino fue claro. La asignaron al exterior de la base, en una zona montañosa y rocosa, para evitar que su imponente fuerza pudiera causar algún daño en las instalaciones. Sin embargo, no le dijeron con quién entrenaría.
Ahora, se encontraba allí, tambaleándose ligeramente de adelante hacia atrás, esperando pacientemente. Sus pies aún estaban descalzos, ya que sus tacones rosados no eran adecuados para el nuevo uniforme, además, por la falta de sostén, su pecho se tambaleaba al son de sus movimientos, algo que era un poco incomodo, pero prefería ignorarlo por ahora. A pesar de todo, Zirko se sentía más en armonía con su nueva indumentaria, un uniforme que finalmente hacía justicia a sus funciones y su orgullo como miembro de la Marina.