¿Sabías que…?
... Garp declaró que se había comido 842 donas sin dormir ni descansar porque estaba tratando de batir un récord mundial. ¿Podrás superarlo?
[Aventura] [Evento] Rumbo al North Blue
Katharina von Steinhell
von Steinhell
Es un conocimiento elemental que nuestro mundo está dividido por una imponente cordillera conocida como Red Line, cuya majestuosidad se manifiesta en tonos rojizos y anaranjados, y cuyos picos más elevados superan los diez mil metros sobre el nivel del mar. Este colosal orógeno sirve como eje central del planeta, mientras que dos mares de gran importancia, el Nuevo Mundo y el Grand Line, se extienden perpendicularmente desde este a oeste, separados entre sí por las dos franjas marítimas paralelas del Calm Belt. Estas aguas, apacibles pero infamemente peligrosas por la ausencia de viento y la presencia de monstruos marinos, separan los mares cardinales del resto.

El flujo natural del agua ha esculpido pasos a través de esta formidable barrera terrestre, corredores que conectan los mares cardinales con los mares principales. Estos pasos, sin embargo, son rutas mortales que solo los más intrépidos y desesperados marineros se atreven a recorrer. Un ejemplo paradigmático de ello es el tránsito del Mar del Este al Grand Line, empresa que muchos consideran un acto de suicidio calculado.

Decidí, sin embargo, establecerme en el Mar del Este, comúnmente considerado el más tranquilo y débil de los mares cardinales, con la esperanza de hallar un refugio seguro. Esta decisión, aunque lógica en su momento, resultó plagada de sorpresas desagradables: asesinos hábiles y monstruos poseedores de fuerza sobrehumana. No obstante, el East Blue también ofreció encuentros fortuitos que, aunque raros, resultaron prometedores. Uno de ellos fue Alpha, un joven cuya determinación por revolucionar este mundo y proclamarse como uno de los hombres más fuertes del planeta dejó una impresión singular en mí.

Alpha no estaba solo. Le acompañaban Derian, un hombre de semblante inquietante y difícil de descifrar, y Mayura, un joven cuya extravagancia parecía fuera de lugar entre este grupo atípico de autoproclamados piratas. Nuestra estancia en el Mar del Este llegó a su fin cuando decidimos trasladar nuestras operaciones al Mar del Norte, un lugar infame por albergar criaturas formidables y hombres que han trascendido su humanidad.

El cambio de escenario trajo consigo un inesperado alivio: los asesinos enviados por mi padre finalmente cesaron en sus intentos de matarme, abandonando su insistencia en degollarme, envenenarme o decapitarme. El viaje comenzó a lomos del ave de Alpha, una criatura sorprendentemente leal y útil, y concluyó con uno de los medios de transporte más singulares del mundo ordinario: los pulpos-globo.

El ascenso a cientos de metros de altura, sostenidos únicamente por un pulpo volador, es una experiencia que desafía cualquier concepto de seguridad. Aunque intento mantener la compostura, mi espíritu vacila al dejar atrás las tranquilas aguas del East Blue. Una mirada furtiva por la ventana me revela un paisaje etéreo: nubes densas nos rodean, mientras el viento del North Blue sacude el navío sin piedad.

Abandonando mi habitación, busco a los demás. Encuentro a Derian, cuyo liderazgo queda patente al dirigir con precisión a los marineros. Estos se mueven con diligencia, cargando cuerdas y herramientas cuyo propósito desconozco. Mi formación, limitada a la medicina y los fundamentos de navegación y astronomía, no me permite comprender las complejidades de estas labores. Uno de los marineros me ofrece un equipo de seguridad; lo acepto y me lo coloco bajo las instrucciones de Derian.

Sin embargo, mi papel en este barco dista mucho de involucrarme en tareas manuales. Mi linaje, mi sangre, me colocan en una categoría distinta. Carezco de la fuerza y, sobre todo, de la disposición para participar en estas actividades.

-Con lo conveniente que son los ascensores del Red Line… -gruño para mí misma, sintiendo el mareo provocado por el constante embate del viento-. ¿Así será mi vida de ahora en adelante?
#61
Octojin
El terror blanco
El frío mordía con intensidad, y Octojin, pese a su capa improvisada, sentía el aire helado colarse entre las fibras de su ropa, sintiendo una sensación que no le gustaba demasiado, pero la cual tendría que enfrentar si quería seguir allí y proseguir en su viaje al North Blue. El cielo gris parecía un lienzo vacío, y los copos de nieve caían lentamente, posándose en los tentáculos del pulpo que les servía de transporte, que parecía juguetear con aquello. El escualo se preguntó si el pulpo sería profesional en su travesía o se distraería con los copos como ahora, pero pronto pensó que quizá debía quitar esa idea de su mente si quería tener un viaje relativamente cómodo, al menos en cuanto a su salud mental. A pesar de la incomodidad del clima, había algo revitalizante en aquel ambiente. Estaba de vuelta con su brigada, y eso valía más que cualquier abrigo.

A medida que esperaba en el barco designado, distinguió una figura conocida. Camille, con su imponente presencia, estaba envuelta en una capa y saludándole con una sonrisa que, aunque breve, era cálida.

—¡Camille! —exclamó Octojin, levantando una mano en un gesto animado— ¡Cuánto tiempo! —Se acercó y le tendió la mano, pero al final no pudo resistirse y le dio una palmada amistosa en el hombro— Pensé que me habías olvidado, pero veo que sigues siendo tan puntual como siempre.

Antes de que pudieran intercambiar más palabras, una voz familiar resonó entre la multitud. Era Alex, que saludaba a ambos marines a la vez mientras se abría paso entre la muchedumbre. La Hafugyo apareció con su habitual entusiasmo, y Octojin le devolvió una sonrisa amplia.

—¡Alex! Qué bien verte. ¿Listos para enfrentarnos al North Blue? —preguntó, mientras le ofrecía un apretón de manos— Por lo que dices, parece que tendremos que lidiar con algo más que el frío.

El grupo comenzaba a recuperar su dinámica, pero todavía faltaba alguien. Y entonces, como si lo hubieran invocado, apareció Takahiro, con su inconfundible porte y esa confianza que siempre irradiaba.

—¡Taka! —Octojin levantó el brazo en un gesto de bienvenida— Por fin todos juntos de nuevo. Esto sí que se siente como en casa. Solo faltan Atlas y Ray, aunque no sé si vendrán ahora o en otro barco... Creo que están hasta arriba de papeleo.

El reencuentro estaba lleno de risas y pequeñas bromas entre los compañeros, pero la atención pronto se desvió al pulpo. Con un leve movimiento de sus tentáculos, la enorme criatura comenzó a elevarse, y el barco vibró ligeramente mientras se ajustaba a la tensión de las cuerdas.

Al principio, todo parecía ir bien. El aire frío soplaba con fuerza, pero el viaje era estable. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que el cielo comenzara a oscurecer. Nubes negras y pesadas se formaban rápidamente, y el sonido de los truenos empezó a retumbar en la distancia.

—Esto no pinta bien —murmuró Octojin, mirando a sus compañeros.

El pulpo comenzó a luchar contra los vientos, y la embarcación se tambaleó, siendo cada sacudida más fuerte que la anterior. La lluvia empezó a caer en gruesas gotas heladas, convirtiendo la cubierta en un terreno resbaladizo. Octojin se agarró a una barandilla mientras el barco se inclinaba peligrosamente.

—¡Voy a buscar madera! —gritó, asegurándose de que sus compañeros le escucharan por encima del rugido de la tormenta.

Corrió hacia el interior del barco, encontrando un pequeño almacén con tablones y herramientas básicas de dudosa calidad. Cargando con lo que podía, regresó a la cubierta, donde la situación era cada vez más caótica. Sin perder tiempo, empezó a reforzar los puntos débiles del barco como podía con tanto tambaleo. Sus manos, acostumbradas al trabajo en astilleros, se movían con precisión incluso bajo la presión del viento y la lluvia. Aunque obviamente le costaba más de lo normal.

—¡Camille, sujeta esa cuerda! ¡Alex, necesito que me pases más clavos! —ordenó mientras golpeaba los tablones en su lugar con un martillo improvisado.

Poco a poco, los refuerzos comenzaron a mantener el barco más estable, pero la tormenta no daba tregua. Rayos iluminaban el cielo, y los truenos hacían vibrar el aire. Octojin apenas tenía tiempo para pensar; su enfoque estaba completamente en mantener la estructura del barco intacta, si lo conseguía, había alguna posibilidad que, cayendo al agua, el barco amortiguase el golpe y sobreviviesen.

Finalmente, después de lo que parecieron horas, la tormenta comenzó a calmarse. El viento amainó, y la lluvia se redujo a un leve rocío. Octojin, empapado y agotado, se apoyó en una barandilla, respirando profundamente. Fue entonces cuando notó algo extraño.

—Espera... —dijo, mirando al horizonte— ¿Dónde están los otros pulpos?

El cielo, aunque todavía cubierto de nubes, permitía visibilidad suficiente para notar la ausencia de las demás criaturas. Solo el pulpo número 23 y su carga permanecían en el aire.

—Esto no tiene sentido... —murmuró, volviendo su mirada a sus compañeros con una mezcla de preocupación y determinación ¿A dónde nos están llevando?

La calma que había sentido al principio del viaje se había desvanecido por completo. Aunque la tormenta había pasado, un nuevo enigma se cernía sobre ellos, y Octojin sabía que, juntos, tendrían que enfrentarlo, aunque no supiesen exactamente a qué se estaban enfrentando.
#62
Horus
El Sol
La hora de emprender el vuelo había llegado. Era, sin duda, fascinante la idea de que aquel inmenso pulpo fuera a inflarse y, solo por eso, elevar una embarcación entera por los aires. Aunque fuera algo sorprendente y surrealista, estaba a punto de presenciarlo con mis propios ojos en apenas unos minutos. Al parecer, me había librado de esa pobre mujer que se había quedado sin pasaje al North Blue. Aunque, bueno, si no había embarcado de nuevo, es porque ella no quiso; tenía dinero para pagarse otro pasaje. La única explicación de que no hubiera vuelto al navío era que me estaba buscando fuera, así que antepuso a un hombre al viaje al mar del norte. Pero, bueno, ella quería viajar por un capricho, así que evidentemente no era tan importante este viaje si un hombre le nublaba la vista tanto.

Aun así, no dejaba de mirar un reloj de bolsillo mientras aguardaba los últimos minutos antes del despegue del navío, si todo salía a la hora que estaba prevista. Me impacientaba un poco porque estaba aguardando por algo, o mejor dicho, por alguien. Si todo salía como habíamos acordado previamente, tenía que entrar en acción en el último momento. Y sería cuando ya estarían retirando la pasarela de embarque y el pulpo inflándose con el aire que aspiraba, el cual era sumamente impresionante y me obligó a sujetar mi turbante para que no fuera aspirado a su interior. Entonces, entre la gente que aguardaba en el muelle para admirar el despegue de la colosal criatura, comenzaron a escucharse gritos mientras la gente se apartaba de algo. Desde el muelle, con un fuerte brinco, un canino de color oscuro saltó hacia la cubierta, abordando la misma y llegando hasta mí.

— Oh, bien hecho, Anubis, por un momento pensé que no llegarías — le diría al canino.

Era Anubis, un viejo amigo que me acompañaba desde Arabasta. Por si acaso me ponían problemas para subirlo, estaba planeado que abordara el barco en el último momento. También porque, según cómo fueran las cosas para obtener el pasaje, debería haber optado por otros métodos para abordar la embarcación, y era mejor hacerlo por separado. Como el animal llamó la atención de algunas personas en cubierta, algunos trabajadores del barco se acercaron, pero aclaré la situación explicándoles que era mi mascota y que todo estaba bien, que la había perdido antes de embarcar. Y con el pulpo inflado ya comenzando a separar la embarcación del agua, poco podían hacer.

El pulpo alcanzó su máximo punto de inflación, siendo como una esfera gigante de la que surgían tentáculos inmensos que rodeaban el navío. Mientras con el aire caliente que había aspirado, comenzó el ascenso del barco hacia los cielos. La ciudad de Loguetown se iba empequeñeciendo conforme el ascenso se producía, haciendo cada vez más pequeñas las personas que aguardaban en el muelle; era impresionante. Aunque la vista aérea no era nueva para mí, nunca imaginé que vería un barco entero elevarse de ese modo. La ciudad de Loguetown me resultaba nostálgica, aunque no había pasado mucho tiempo en ella. Era increíble la cantidad de cosas que habían pasado en tan poco tiempo. Solo con ver la gran plaza que hasta hace un par de días estaba desolada, sin decoración navideña, el camino que recorrí hacia los almacenes esa noche a través de los tejados, y más cosas. Una ciudad muy viva que, si estabas dispuesto a adentrarte en ella, tenía muchas historias que contar.

Pero ahora aguardaban nuevos desafíos que enfrentar. Este viaje era el inicio de la promesa de un nuevo océano, de nuevas islas, misterios y personas. Un lugar que, sin duda, sería fascinante de enfrentar y descubrir. Pero aún había algo más que me ataba al mar del Este y requería mi atención antes de centrarme completamente en las nuevas promesas del mar del Norte.

— Vamos, Anubis, tú vigila — le pediría a mi buen compañero canino.

Nos desplazamos hasta la popa del barco, asegurándonos de que no hubiera nadie en las proximidades. Por suerte, la orientación del barco hacía que la mayor vista de Loguetown se centrara en la proa de estribor, lo que nos daba una buena cortina para la fase dos del plan. Y por suerte, el pulpo ascendía lentamente, lo cual facilitó mucho el trabajo a Isis para alcanzarlo, mi otra buena y fiel amiga: Isis, la halcón dorada que también me acompañaba desde Arabasta. Su gran tamaño no habría pasado desapercibido si la gente no hubiera estado distraída; era tan voluminosa que fácilmente alguien podía viajar a su espalda, y de hecho así fue.

— Dios mío, qué miedo he pasado, este plan sin duda fue una locura — comentaría Anaka.

— Vamos, mujer, no digas eso, todo salió perfecto, ¿no? — le quitaría hierro al asunto.

— ¡Escuché que el pasaje era ridículamente barato, pero de quién es la culpa de que no podamos permitírnoslo! — me reprocharía.

— ¿Y tú qué tal estás, Isis? No fue problema alcanzarnos, ¿no? — acariciaría a mi querida halcón.

— Graaaaa — gruñiría de satisfacción.

— ¡Oye, no me ignoréis! — nos reprocharía Anaka.

— Vamos, vamos, cálmate y ahora que estás aquí observa con calma, mira qué vistas, seguro que nunca esperaste ver algo como esto — la tomaría del hombro acercándola a la barandilla.

Las vistas de la isla de Loguetown haciéndose tan pequeña que con los dedos podrías encerrarla formando un anillo con ellos era bastante fascinante, sumado a la inmensidad del mar azul que brillaba con la luz del sol refulgente. Y por otro lado, se asomaba ya en el norte la inmensa pared carmesí que conformaba la Red Line. Eran vistas maravillosas que, aunque me encantaban, no eran nuevas para mí, pero para la joven sirena Anaka, quien nunca había salido de su pueblo de coral natal, resultaban en una experiencia fascinante y cautivadora.

— La verdad... es que es hermoso — me contestaría sonrojándose.

— Ves, ahora relajémonos y disfrutemos del viaje, shishishi — diría, dándole una palmadita en su espalda.

No obstante, el viaje no acabó siendo para nada relajado y tranquilo. Cuando la altura ya era exageradamente elevada y comenzábamos a perdernos entre las nubes, estas dejaron su agradable tono blanco y esponjoso para tomar una tonalidad más oscura y siniestra. El olor a lluvia se podía sentir con la mínima respiración, junto a un aura un poco electrizante. Justo por encima de la Red Line nos esperaba una tormenta terrible que zarandeaba la embarcación con las corrientes que empezaban a alcanzarnos, y eso que aún no nos había engullido del todo. Se podía apreciar lo mismo en otras embarcaciones octopódicas con las que íbamos convergiendo en el ascenso para atravesar la línea carmesí por arriba. Lo cierto es que esta nueva empresa quería hacer una inauguración a lo grande.

El pulpo, aunque podía enfocarse un poco con la ayuda de las velas y cuerdas, estaba a merced del viento; no había de otra, era como un globo real. Las corrientes de viento guiaban su destino y era cuestión del navegante saber cuándo tomar o disminuir la altura para cambiar de un flujo de aire a otro. Aunque en este caso era más peligroso, puesto que un ser vivo era más difícil de controlar para que redujera y subiera el aire, además de que debía concentrarse para no perder aire a pesar del mal tiempo. Lo que era un consuelo era que la resistencia de este animal seguramente era muy superior a la de un globo normal de aire caliente, que un viento fuerte podía desgarrarlo o hacer soltar la cabina. Aquí, las patas de la criatura se afianzaban con fuerza y ventosas a la embarcación, y como no era una tela lo que hacía flotar el barco, la lluvia no la perjudicaría por el peso.

— ¡Todos sujétense a algo o pónganse a cubierto, entramos en la tormenta! — grité a todos en la cubierta.

Pero la integridad del barco era lo preocupante cuando nos adentramos en la tormenta. Las corrientes de viento se volvieron fuertes y violentas, la lluvia azotaba la cubierta y los destellos de relámpagos iluminaban nubes cercanas como una gran pantalla de luz. Aun así, el pulpo se mantenía firme y aguantaba el tipo. Yo tenía un cabo sujeto, mientras agarraba a Anaka y Anubis, en lo que Isis nos cubría con sus alas en la cubierta. Nos apoyábamos entre nosotros con el fin de no salir volando mientras observaba la situación.

— Chicos, será mejor que entréis bajo la cubierta a refugiaros — les diría a mis compañeros.

— No seas bobo, tú también debes hacerlo, ni se te ocurra quedarte aquí — me reprocharía Anaka.

— Pero yo puedo ayu... — intenté hablar, pero algo me interrumpió.

Un grito resonaría captando la atención de absolutamente todos en cubierta. Era una niña de apenas cinco años; el viento la arrastró separándola de su madre mientras intentaban entrar bajo la cubierta. La madre trató de ir a por su hija, pero la detuvieron el resto de pasajeros para que no saliera volando ella también. Entonces, sin dudarlo ni por un instante, mis piernas salieron disparadas en una carrera frenética, dando largas zancadas por la cubierta hasta brincar en la barandilla del barco y usando el mismo como plataforma de apoyo para saltar al vacío directamente contra la niña, tomándola al vuelo.

— ¡Sujétate bien, señorita! — exclamé mientras la aferraba a mi pecho con fuerza usando mi diestra.

Avanzamos un poco más por el impulso que di, hasta que el cabo que tenía tomado se tensó al máximo, frenando en seco nuestro avance y dando un tirón de rebote que nos lanzó hacia atrás, pero cayendo. Me aferre a la cuerda, rodeándola en mi muñeca sin soltarla; antes me tendría que amputar la mano, mientras sujetaba a la niña con fuerza, girando mi cuerpo para chocar por el viento contra el casco del barco con las piernas por delante y usando el cabo como eje y apoyo. Corrí por el casco del barco trazando un movimiento pendular hasta que salí por la parte proa del barco hacia arriba, justo a tiempo para que un par de trabajadores hubieran tomado el cabo y tirado de nosotros hacia dentro, con el impulso que usaría para volver a la cubierta del barco con la niña en brazos.

— ¡Muchas gracias! — diría a los marineros.

Sin soltar la cuerda, avancé bien sujeto hasta la entrada al interior del barco, donde la madre tomó de nuevo a su hija entre lágrimas, dando mil gracias la mujer entre sollozos por haber salvado a su hija.

— ¡No hay de qué, ahora entren a cubierto! — le indicaría a la mujer y a los que estaban observando.

Entonces salí de nuevo en busca de mis compañeros. Anubis y Anaka tenían sujeto un mismo cabo con fuerza y eran protegidos por Isis, quien se afianzaba con facilidad a la cubierta gracias a sus poderosas garras. Me alegraba verlos bien, pero me aproximé a ellos para ayudarlos a guiar hacia el interior de la embarcación.

— ¡Que nadie esté en cubierta sin sujetarse a un cabo o cuerda, afianzad todas las que podáis al mástil del barco! — comencé a dar órdenes a todos para evitar más tragedias en el día de hoy.

— ¡Horus, debemos tomar una corriente ascendente para elevarnos a la parte alta de las nubes, se concentra mayor carga eléctrica y precipitaciones por debajo! — Anaka sacaba a relucir sus dotes de navegación.

— Bien, Anaka, te quedarás conmigo; ayúdame a atarnos a todos con el cabo — le pediría en medio de la adversidad.

Usaría el cabo que había tomado antes para atarnos en la cintura a todos, haciendo una cadena humana con la que ganábamos estabilidad los unos con los otros y nos mantenía unidos; o todos permanecíamos en el barco, o todos lo dejábamos juntos.

— ¡Que todo el que siga en la cubierta se ate una cuerda bien afianzada a la cintura para prevenir que alguna turbulencia nos saque! ¡Todos, tomad el control de las velas para orientarlas donde Anaka nos diga! ¡Ayudemos al pulpo a tomar altura con todo el aire caliente que podamos darle para alejarnos de los relámpagos! — comenzaría a tomar el mando de la situación.

Me movería con mis compañeros por cubierta, ayudando a fijar a los trabajadores y marineros que trabajaban en cubierta con cuerdas para que ninguno saliera volando, mientras Anaka nos indicaba hacia dónde orientar las velas para tomar una mejor corriente ascendente, en lo que se miraba de usar los calentadores de aire para dar al pulpo todo el aire caliente posible, para que estuviera al máximo de su capacidad con el fin de mantenerse lo más elevado posible.

— ¡Vamos, chicos, sin miedo! ¡Afianzad las velas, confiad en el pulpo y dadle calor! ¡Vamos a cabalgar esta tormenta! — exclamé con determinación.

Uniríamos el esfuerzo de todos para salir de esta situación y llegar a contemplar un nuevo amanecer. Pero ahora estábamos en manos del destino.

Virtudes


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#63
Raiga Gin Ebra
-
Raiga estaba en la cubierta del Baratie, con las manos metidas en los bolsillos y su mirada fija en el horizonte, donde las enormes criaturas pulpo se balanceaban como globos en el aire. ¿Cómo hacían aquello? Era hipnótico. No podía evitar sentir una mezcla de emoción y escepticismo por el viaje que estaba a punto de emprender. La nieve que cubría el Baratie había dejado un fino manto blanco bajo sus pies, y el aire frío le mordía las orejas y la nariz. Sus patas, como siempre descalzas, ya estaban casi entumecidas, pero no parecía preocuparle demasiado. Tenía cosas más importantes en mente.

—Vamos, panda de inútiles. A ver si os movéis —murmuró, mientras lanzaba una mirada impaciente hacia los muelles, esperando que alguno de sus compañeros apareciera.

Y entonces, como si el destino lo hubiera escuchado, divisó a Angelo y a Iris bajando de un barco mercante. La sonrisa de Raiga se ensanchó al verles. Angelo, con su actitud despreocupada, venía caminando con una mano en el bolsillo y una sonrisa socarrona. Iris, como siempre, con esa mezcla de chulería y elegancia, se le acercó con la misma energía que recordaba de la última vez que estuvieron juntos.

—¡Hombre, el cuñado y la rubia! —exclamó Raiga, alzando un brazo y corriendo hacia ellos.

Angelo le tendió el puño en señal de saludo, y Raiga lo chocó con fuerza, como si estuviera cerrando un pacto de hermandad entre piratas. Luego, sin perder un segundo, le sacó la lengua a Iris con una sonrisa provocadora.

—¿Te has perdido en el camino, sister? —le dijo, cruzando los brazos— Yo ya estoy aquí desde hace un rato. Los demás seguro que ni aparecen. Menudos flojos.

Angelo preguntó si el mink ya conocía cual era su pulpo. Y vaya si lo sabía. Raiga asintió y señaló hacia el pulpo número once, cuya enorme figura se alzaba cerca del muelle. Los tres caminaron juntos hacia él, con Raiga liderando el camino y asegurándose de saltar cada charco de agua helada que encontraba en su camino, porque, claro, no podía evitar hacer un poco de espectáculo.

Entonces, Zane llegó, pero lo importante no fue su llegada, sino la de princesa. Que fue corriendo hacia Raiga mientras jugateaba con él, marcando sus pisadas en el suelo.

—Princesa, dile a tu mascota que llega tarde —bromeó, mientras le tendía el puño al rapero.



El pulpo era impresionante. Desde la cubierta del Baratie ya parecía colosal, pero estando junto a él, su tamaño era abrumador. Sus tentáculos se extendían como enormes ramas vivas, y su cuerpo hinchado brillaba con una textura extraña, como si estuviera hecho de seda mojada o algún tipo de tejido que se podía expandir con cierta facilidad. Los trabajadores de la empresa organizaban a los pasajeros con eficiencia, y Raiga, Zane, Angelo e Iris subieron al barco designado sin ningún contratiempo, siempre seguidos por la presencia de princesa.

Raiga no pudo resistir la tentación de tocar uno de los tentáculos del pulpo, a pesar de las advertencias de los empleados. Era frío y resbaladizo, como tocar un pez gigante, y el mink retrocedió rápidamente, sacudiéndose la mano.

—¡Puaj! Esto está asqueroso —dijo, mientras los suyos le observaban desde el barco.

Una vez a bordo, Raiga se acomodó cerca del mástil, donde podía observar cómo el pulpo comenzaba a elevarse lentamente, llevando consigo la embarcación. El suelo temblaba ligeramente, y el aire se llenaba de un zumbido bajo, como un canto lejano. Pronto empezó a subir y aquello ya no había como pararlo.



Todo parecía tranquilo al principio. El cielo estaba despejado, y las vistas eran espectaculares. Desde allí podían ver cómo otras embarcaciones flotaban en el aire, colgadas de sus respectivos pulpos, como si fueran juguetes captados por una de esas máquinas con gancho. Pero esa calma no duró mucho. Las primeras nubes oscuras aparecieron en el horizonte, creciendo rápidamente hasta formar un muro imponente, uno que hizo que el mink tragase saliva y se preocupase ante lo que venía.

—Esto no pinta bien, ¿eh? —murmuró Raiga, mientras el viento comenzaba a silbar con fuerza.

El aire se volvió más frío, y la primera ráfaga de viento helado hizo que Raiga se estremeciera. Un relámpago iluminó el cielo, seguido de un trueno ensordecedor que hizo vibrar todo el barco. La tormenta había llegado. Y ellos estaban tan alto que, si caían, se matarían con total seguridad. Aquello era una barbaridad, se mirase por donde se mirase.

La lluvia comenzó a caer con furia, gruesas gotas heladas que empapaban todo a su paso. Los rayos iluminaban las nubes negras que envolvían la embarcación, y el viento era tan fuerte que parecía que el barco iba a volcar en cualquier momento. Raiga, que normalmente era el primero en lanzarse a la acción, se aferró al mástil con todas sus fuerzas, temblando de miedo. Incrustó sus garras en la madera y se fijó lo más fuerte que pudo.

—¡Que alguien me baje de aquí! ¡Me cago en todo! —gritó, mientras las lágrimas empezaban a correr por su rostro, mezclándose con la lluvia.

Su cola, normalmente esponjosa, estaba completamente empapada y colgaba como un trapo mojado. Los truenos resonaban a su alrededor, y cada destello de luz revelaba la expresión de puro pánico en su cara. Sentía que en cualquier momento podría ser arrastrado por el viento y caer al vacío.

—¡No quiero morir! ¡No quiero morir! —sollozó, aferrándose aún más fuerte al mástil.

Después de lo que pareció una eternidad, la tormenta comenzó a calmarse ligeramente. El viento seguía soplando, pero ya no era tan feroz, y la lluvia se convirtió en una ligera llovizna. Raiga, todavía aferrado al mástil, levantó la cabeza y miró a su alrededor. Las otras embarcaciones habían desaparecido. ¿Se habían caído al mar? ¿Dónde estaban ellos? ¿Por qué se habían separado?

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó, mientras su voz temblaba tanto por el frío como por el miedo.

El pulpo número once seguía avanzando, pero parecía haber tomado un rumbo diferente al de los demás. A lo lejos, todo lo que podía ver era una inmensa extensión de nubes grises, con pequeños destellos de luz que marcaban el lugar donde la tormenta aún rugía. Un lugar hacia el que no debían ir.

Raiga se dejó caer al suelo, agotado y todavía temblando. El frío era insoportable, y su ropa mojada no ayudaba. Mientras intentaba recuperar el aliento, no pudo evitar preguntarse qué les esperaba en ese nuevo rumbo.

—Esto no puede ser bueno... —murmuró, mirando hacia Angelo e Iris con una mezcla de miedo y esperanza. El viaje apenas había comenzado, y ya estaban metidos en problemas. Y lo peor de todo, eran problemas que ellos mismos no podían solucionar por sí solos.
#64
Kurokaze Masaru
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El Ejército Revolucionario representaba una organización caracterizada por su crónica carencia de recursos y la limitación de bienes materiales. Sus arcas oficiales no solo carecían de los fondos necesarios para sostener las operaciones distribuidas en diversos puntos estratégicos del globo, sino que, con frecuencia, dependían de la generosidad del pueblo para garantizar necesidades tan básicas como el alimento. A esto se sumaba la insuficiencia de efectivos, lo que impedía abarcar cada una de las vulnerabilidades del Gobierno Mundial y explotarlas con eficacia para debilitarlo de manera significativa. En este contexto de precariedad, resultó inesperado que la alta cúpula del Ejército decidiera retirar una porción considerable de sus agentes del East Blue, trasladándolos al North Blue con nuevos objetivos estratégicos.

Masaru, siguiendo las órdenes de sus superiores, emprendió el peligroso viaje hacia el Mar del Norte, costeándolo con recursos personales. La travesía, cargada de riesgos inherentes, no dejó de ser un reflejo de la disciplina y la fidelidad que caracterizaban su proceder.

En cuanto a su apariencia, Masaru portaba las vestimentas tradicionales de su lugar de origen: un kimono gris de diseño austero, ceñido por un obi que aseguraba cada una de sus espadas, y un haori blanco adornado con símbolos grabados en la espalda que evocaban su linaje. Completaba su atuendo con zori y calcetines, en sintonía con su estilo clásico. Además, llevaba consigo una bolsa de lino con un cordel resistente, en cuyo interior guardaba objetos esenciales: un caracol transpondedor, instrumentos médicos básicos, una botella de agua y una taza de greda. Consciente de las inclemencias climáticas del North Blue, eligió prendas que le proporcionaran abrigo suficiente para enfrentar la lluvia, la nieve y las gélidas noches.

Al llegar al punto de encuentro, Masaru observó el imponente galeón dispuesto para el viaje. Su estructura, con tres majestuosas velas, transmitía una mezcla de fuerza y elegancia. Sin embargo, lo que más captó su atención fue el pulpo-globo que se alzaba sobre la embarcación, expandiendo sus extremidades membranosas como un colosal globo. Este peculiar medio de transporte sería la clave para superar las descomunales murallas del Red Line. Aunque no era la primera vez que Masaru cruzaría de un mar a otro, confiando su destino a una criatura como esta se adentraba en terreno desconocido.

Tras apartar sus dudas, subió al barco.

El viaje transcurrió, en términos generales, con tranquilidad. Masaru dedicó parte del trayecto a concluir un libro que llevaba tiempo postergando y empleó el resto del tiempo en limpiar sus espadas. Para él, las espadas no eran objetos sagrados, como lo habían sido para su padre, un hombre devoto de la tradición samurái. Masaru las percibía como herramientas funcionales y eficientes en el acto de dar muerte. Su meticuloso cuidado de las armas, aunque práctico, tenía un matiz casi ritual que evocaba sus raíces. Pasar el paño por la tsuba de sus espadas no solo preservaba el filo del acero, sino que también lo conectaba con un pasado a menudo difuso.

Mientras realizaba esta tarea, una oleada de nostalgia lo envolvía. Sentía, de manera casi intangible, que había perdido algo esencial, aunque no lograba precisar qué. Cada gesto metódico era un eco de recuerdos lejanos, fragmentados por el tiempo.

De pronto, el barco se sacudió violentamente, interrumpiendo su meditación. Con reflejos extraordinarios, Masaru atrapó su espada antes de que cayera al suelo. El caos se había apoderado del navío. Envainó sus armas y avanzó apresuradamente hacia el pasillo, subiendo las escaleras que conducían a la cubierta.

Allí, el North Blue desplegaba su ferocidad: vientos implacables barrían la superficie del barco, empujando barriles y cajas como si fueran juguetes, mientras una torrencial lluvia oscurecía la visibilidad. Masaru, atrapado en la confusión, resbaló sobre la madera mojada y terminó golpeándose contra la baranda, sus gafas completamente empañadas por el agua.

A través de las densas nubes y el rugido del viento, pudo percibir una única certeza: el barco se dirigía hacia un destino incierto, marcado por el peligro y la incertidumbre.

[dado=1d10]
#65
Donatella Pavone
La Garra de Pavone
El Torpedo Emplumado se tambaleaba con violencia, desafiando la ferocidad de la tormenta que parecía querer devorar a cada embarcación suspendida en el aire. Donatella Pavone, de pie en el puente de mando, mantenía una expresión estoica, aunque la tensión en sus manos, firmemente posadas sobre el panel de control, traicionaba la serenidad que proyectaba. Las luces del submarino parpadeaban, reflejando los destellos de los relámpagos que iluminaban momentáneamente el oscuro horizonte.
 
Desde la ventana frontal, Donatella observaba cómo los colosales pulpos luchaban contra la fuerza de los vientos y la lluvia torrencial. La criatura asignada al Torpedo Emplumado parecía mantenerse firme, pero cada sacudida del aire hacía que el submarino se balanceara peligrosamente, arrancando chispas de preocupación incluso a la siempre calculadora Pavone.
 
Este maldito clima no podría ser más oportuno, ¿verdad? — Murmuró para sí misma, ajustándose los guantes de combate y chasqueando los dedos como un acto reflejo. Cada decisión y cada movimiento debía ser calculado al milímetro. Suspiró, buscando un momento de calma en medio del caos, y revisó las lecturas en la consola. La estabilidad del submarino dependía de la sincronía con el pulpo guía, y cualquier desajuste podría ser fatal.
 
La tormenta era un monstruo en sí misma. Los rayos caían como colmillos afilados, y el rugido ensordecedor de los truenos parecía sacudir los cimientos del cielo. El viento se infiltraba en cada rendija del casco del submarino, produciendo un silbido agudo que se mezclaba con el ruido de la lluvia golpeando la superficie. Sin embargo, Donatella no podía permitirse ceder al miedo. Su entrenamiento, su determinación, y su instinto la mantenían enfocada.
 
En un momento de relativa calma, sus ojos ámbar se desviaron hacia la ventana lateral. A lo lejos, otra embarcación oscilaba peligrosamente, y el pulpo que la transportaba parecía luchar por mantenerse en su curso. La visión arrancó una mueca de preocupación a Donatella. Aunque sabía que no podía hacer nada por los demás en este momento, su mente comenzó a calcular posibles soluciones si el Torpedo Emplumado llegara a encontrarse en una situación similar.
 
El destino nos separa, como siempre. — Musitó, recordando brevemente a los miembros de su guardia real que aún no había logrado encontrar desde su llegada al East Blue. ¿Estarían enfrentándose también a esta misma tormenta? ¿Quizás a bordo de alguna de esas embarcaciones que apenas se distinguían entre el caos? La posibilidad era tan inquietante como improbable, pero el pensamiento le brindó un extraño consuelo.
 
Un golpe particularmente fuerte sacudió el submarino, arrancándole un gruñido contenido. Donatella se aferró al borde del panel de control, sus músculos tensos mientras los sistemas automáticos del Torpedo Emplumado se reajustaban para estabilizar la nave. La criatura que la transportaba emitió un sonido grave, como un lamento resonante, pero continuó avanzando con una determinación que la impresionó.
 
Vamos, Torpedo, te enviaron hacia mí en otoño. No puedes fallarme ahora. — Susurró, como si el submarino pudiera escucharla. Su mirada se endureció al observar las lecturas de altitud y trayectoria. A pesar de la tormenta, la nave mantenía su curso hacia el Mar del Norte. A través de la ventana pudo ver cómo los tentáculos de la criatura se aferraban con una fuerza casi sobrenatural, desafiando las ráfagas que intentaban arrancarla del cielo. Era una danza peligrosa, pero al mismo tiempo, había algo sublime en la manera en que aquellos seres navegaban entre la furia de la naturaleza, como si estuvieran hechos para este propósito.
 
Un rugido más fuerte que los anteriores sacudió el aire, seguido por un destello cegador. Por un breve instante, todo pareció detenerse. Donatella sintió cómo su corazón se detenía mientras el Torpedo Emplumado descendía levemente antes de ser levantado nuevamente por el pulpo. Los sistemas del submarino parpadearon una vez más, pero no fallaron. A pesar del caos, todo seguía funcionando.

Así es como debe ser. — Dijo en voz baja, enderezándose y volviendo a centrarse en los controles. No permitiría que una simple tormenta fuera lo que la detuviera. La Garra de Pavone no conocía el miedo, solo los desafíos que debía superar para alcanzar su destino. La tormenta no daba tregua, pero tampoco lo hacía Donatella. Su mirada permanecía fija en el horizonte, en el camino hacia el Mar del Norte. Sabía que este era solo el comienzo, y que lo que la esperaba en ese mar distante sería aún más desafiante que la busca de su hermano en sí.
 
Con un último ajuste en los controles, Donatella se preparó para lo que viniera. Porque, aunque la tormenta parecía interminable, ella sabía que cada minuto la acercaba más a su objetivo, y no había fuerza en el mundo que pudiera detener a La Garra de Pavone.

Tirada de Dado
#66
Illyasbabel
cuervo de tiburón
Pocos segundos a punto de partir, su querido compañero hacía aparición en la nave, - ¡Buen día camarada!- exclamó entusiasta mientras descansaba en uno de los sillones. - Al jefe le he perdido el rastro... - respondió a su compañero, - Supongo que no vendrá en este viaje, ¡aún estamos a tiempo! he! he! - mencionó, con tono esperanzador, esperando que Yoshiro llegue a tiempo ( o quizas alguien en su remplazo). Al fin y al cabo había una temporada entera desde la ultima vez que los vio. Aunque fuera o no con ellos en este viaje, la sola idea de inspeccionar el continente, o mejor dicho, cruzar Red line, le daba toda la motivación que requería. Allí, en aquellas no tan lejanas tierras, posaba el origen de su nacimiento y quizá una buena historia que contar. Probablemente Illyasbabel se encontraba yendo hacía su destino, o quizás solo sería un buen viaje, lo más importante ahora era disfrutar el recorrido y planificar respecto al futuro. El viejo cuervo se levantó de su asiento aún conservando su cigarro para acercarse a Shy y, quitando su sombrero, darle la mano en gesto de saludo. - Me alegro volver a verte...¡Shy!- dijo mientras le daba un apretón de manos.

 Pronto el viaje comenzaba con una reconocida sensación de elevarse por los aires y alcanzar los cielos, aunque no se vio sorprendido por el arte de aquellas maquinas, si le resulto muy cómodo la cabina del lugar donde uno podía descansar a gusto y por sobre todo disfrutar de los vinos que allí se ofrecían. La hora de beber había llegado. - ¡Salud! - exclamó mientras descorchaba la botella y servía unas copas. La pequeña fiesta que había montado duro apenas unos minutos, una  vez alcanzado la proximidad con Red Line la cosa se puso fiera. Por no decir que las copas que había servido cayeron al piso, la nave empezó a tambalear de uno lado a otro, cual barco meciéndose en la mar y los pocos tripulantes que había empezaban a dudar de la efectividad de aquel método de viaje. La situación parecía haberse salido de control. - ¿¿Esto es normal?? - preguntó a los maquinistas que parecían hacer un esfuerzo por mantener el curso de la embarcación. No hubo necesidad de una respuesta cuando una brisa lo empujo hacía el interior de la cubierta estrellándolo con una de las paredes y provocando consecuentemente que una ventana estallara. Estaban en problemas y el viejo cuervo lo sabía, era mejor actuar para no terminar metidos en semejante nubarrón. Rápidamente alcanzo la superficie para socorrer a los maquinistas, desde allí, se encargaría de sujetar las cuerdas que se soltaran y asegurarse de no perder a ninguno de los trabajadores. Con su fuerza y conocimiento de los cielos, le resultaba casi natural adaptarse al ambiente, con ello se encargaría de sujetar a los marineros que estuvieran a punto de caer e intentaría proveerles facilidad para moverse.

Tripulación del Pulpo 5
#67
Gautama D. Lovecraft
El Ascendido
Personaje

inventario

V&D


Desde los estrictos códigos que me regían, afrontar este tipo de retos me constituían como el ser que había estado construyendo todos estos largos años. Bien es cierto, que en anteriores ocasiones tanto en Cozia, como en la Red Line, los motivos que me impulsaban a desafiar lo incierto eran otros, otros más bien personales, pero ahora, La Marina pasaba a reforzar el North Blue con efectivos, y al ver que iban a mandar a tantos y tantos reclutas a tal sitio, no podía quedarme de brazos cruzados para ir hasta esa parte del mundo.

Galhard y Giorno venían en el mismo barco, aunque no había tenido mucha posibilidad de intercambiar palabras con ellos dada mi recogida para mentalizarme ante lo que estaba por venir, pues lo incierto, te hace estar en una alerta constante para afrontar lo que provenga desde ese amasijo de misterio y tensión, porque además, había que incluir el añadido de que el viaje parecía realizarse mediante unas especies de criaturas que llevaban el barco en volandas, ¿cómo accedió la marina ante tal idea?, a priori pensaba de que fuera el único recurso al alcance para realizarlo, pero no estimaba una fiabilidad segura ante los posibles peligros que pudieran acecharnos en el aire.

Una vez el barco zarpó, o más bien despegó, me retiré desde la proa hasta mi camarote. Si quería resguardarme de cualquier síntoma de duda, temor o desconfianza, tenía que ser consecuente con mi puesto, y durante el trayecto meditaría.
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Buscando en la más absoluta conciencia la razón y el temple que me caracterizaba ante tal reto, dentro de cualquiera de nosotros siempre se encontraban las respuestas que no queremos escuchar, si no las que necesitamos tener, pues recabando entre tantas veces esa ansiada información latente en nuestro ser, solo hay que intentar alejarse del ruido exterior para enfocarse en lo que dicta el corazón.

El corazón tenía su propio lenguaje, y cualquiera con un mínimo de autoconocimiento sabría, que los latidos que el músculo hacía, emitían como si en un código morse se tratase, aquellas palabras más subyacentes dentro de nosotros, solo que al igual que el código morse, los latidos había que saber escucharlos, comprenderlos y traducirlos, pues todo aquel alejado de su corazón, nunca encontrará vacuna alguna contra la deshumanización que lo gobierna.

Sin embargo, el viaje se empezaría a tornar complejo debido a algunas turbulencias que empezaba a sentir. Estaba en el camarote preparándome para la llegada y lo que pudiera acontecer al otro lado de la Red Line, lo que sí que era cierto, que no imaginaba que el barco se empezase a sentir endeble e inseguro, ¿aguantaría el pulpo los zarandeos de lo que parecía ser una tormenta?, el viento azuzaba con un silbido amenazante por los huecos de la madera, la corriente penetraba por debajo de la misma puerta del camarote y los resquicios de la misma me llegaban mientras seguía inmóvil en el suelo sobre la esterilla.

Sin tener un conocimiento más fiel y cercano de lo que podía estar sucediendo ahí a fuera, era consciente de los rugidos de un temporal traicionero. Y a pesar de lo que podía darse allí arriba, mantuve la compostura siguiendo en mi estado pues, si estábamos ante tal altura, que de seguro sería incluso superior a la de la Red Line, si nos teníamos que precipitar al vacío, no habría ayuda posible que pudiera hacer para remediarlo. Los compañeros marines de cubierta debían de arreglárselas junto al equipo de la empresa de los pulpos para intentar salvar la situación, yo por el momento debía de mantenerme tal y como había empezado.

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#68
Balagus
-
Balagus dejó a Nassor y a Silver tranquilos por su lado después de los saludos pertinentes, y respiró el aire, cada vez un poco más frío, un poco más puro. La Red Line se acercaba peligrosamente, engañándome por un momento con sus vastísimas dimensiones con la posibilidad de que nuestro barco nunca llegase a superarla y chocara contra la inclemente pared de piedra.
 
Si no se paraba a pensarlo mucho, el oni no encontraba muchas diferencias entre navegar las olas y navegar los cielos. Ciertamente, los golpes de las olas se hacían de querer, pero el guerrero daría la mitad de su dinero sólo por poder disfrutar de un aire como el que tenían a aquellas alturas una vez al día. Era un frío vigorizante, familiar, casi acogedor para él.

Incapaz de estarse quieto, repasó todas las cuerdas y los cabos, uno a uno, e hizo lo propio con los que mantenían bien sujeta la carga bajo cubierta. Revisaba también las maderas, así como las últimas manos de protección que, con mucho cariño, le había aplicado, hasta que un trueno no tan lejano le sobresaltó.
 
- ¿Pero qué demonios? No se veía tormenta en el horizonte cuando zarpamos… -

Balagus salió a cubierta de nuevo: efectivamente, la tormenta no venía desde el East Blue, sino que había nacido en el North Blue. Entendió rápidamente cómo aislaba la Red Line los mares entre sí, ya no del tráfico marítimo, sino también de la meteorología adversa.
 
- ¡Muy bien, muchachos, a trabajar! – Vociferó para que todos los tripulantes le oyeran por encima del viento y de los pensamientos de cada uno. - ¡Dharkel, Marvolath, asegurad de nuevo cabos y cuerdas, no quiero nada suelto! ¡Nassor, te necesito asegurando mástiles y velas: no quiero ninguna tela empapada quebrándonos nuestros propios palos! ¡Y tú, Silver: haz tu puñetero trabajo de una vez y sácanos de esta puta tormenta! ¡¡NO QUIERO VER A NADIE PARADO!! -

Inmediatamente, el oni se puso a trabajar también, sujetándose con cada bamboleo, y ayudando a los demás tripulantes a no caerse con los embates del furioso viento. La visión de uno de los barcos a punto de estrellarse llenó su corazón de temerosa inseguridad, sí, pero que él rápidamente sustituyó por su acostumbrada fiereza determinada.
 
- ¿¿Queréis que nos pase como a esos otros desgraciados?? ¡¡Pues moveos y trabajad!! ¡¡No os aguanto cada día y os cocino para que ahora me lo vayáis a agradecer matándonos con el barco!! ¡Vamos, vamos, vamos! –
 
Las órdenes, el frenesí, el peligro de muerte… Balagus se sentía vivo de nuevo. Aquello era lo más parecido a mantener una batalla contra un enemigo invencible, incansable, imbatible. Una batalla de resistencia, en la que sólo los más fuertes saldrían adelante, y él, como contramaestre, no estaba dispuesto a dejar morir allí a ninguno de sus compañeros.
#69
Asradi
Völva
Personaje


La respuesta de Ragnheidr sobre lo que había comido hizo que la sirena enarcase apenas una ceja. Era un gesto divertido en uno que pretendía ser de seriedad, aunque era bastante visible que era incapaz de disimularlo del todo.

Ya. Metal. — Y, acto seguido, se volvió hacia Airgid, que andaba con el otro par de niños. — ¿Me estás diciendo que a ti te rellenaron de gas, entonces? — Acto seguido, fue toda una sonrisa picaruela la que se formó en el rostro de la sirena. Podía ser distante a veces en ese tipo de temas, pero no era imbécil. Y, mucho menos, una mojigata. A ella le gustaba tanto eso como a cualquier otro, aunque aún no se hubiese estrenado como tal. Y esos dos tenían una química brutal que se les había notado casi desde el primer día.

Por supuesto, Ubben no tardó en llegar, quejándose. Era irónico como, ahora, era a él a quien le faltaba una pierna e iba a saltitos. Ya se lo había dicho más de una vez, el karma le iba a dar una bofetada. A ver, no es que Asradi le desease ningún mal, pero bueno. Cuando Airgid le comentó a ella por sobre las piernas, la pelinegra volvió a sonreírle.

Han pasado cosas, pero todo está bien. Me costó acostumbrarme a ellas al principio, pero logré dominar el cambio y ahora es más cómodo, y menos peligroso para mi, para cuando tenga que mezclarme en algunas zonas de la superficie. — Explicó, pacientemente. Esperaba que, de esa manera, les costase un poco más identificarla como sirena y no darles tantos problemas al grupo como les había dado en el pasado, precisamente por eso.

Pero ahora que estaban todos juntos no era tan necesario. De todas maneras, no le dió tiempo a nada, porque justo cuando preguntó por Umi, el barco en alza se zarandeó de manera peligrosa. La sirena trastabilló y se tuvo que sujetar de lo primero que encontró. Ubben en este caso. Con suerte y no se iban los dos al suelo, aunque el peliblanco ya solía ir bastante bien con su prótesis.

¿Pero qué? ¡UMIBOZU! — Era una mezcla de intento de regaño, antes de que le diese un ataque de risa por la situación. Vale, no debería ser divertido puesto que, con el peso y tamaño del wotan, el pulpo podría desestabilizarse e irse todos al diablo. Caerían al mar, eso sí. Por ella y por Umi no habría problema, aunque el tortazo que se llevaría al menos la sirena, sería considerable. — ¡Timsy, controla a tu hermano! — Se le escapó una nueva risa.

Pero tenían dos usuarios y un cojo. ¡Y niños! ¡Ahora había niños a bordo!

Veo que se te ha ido un poco el acento, Ragn. — Se fijó mejor, de hecho, en ambos rubios, y sonrió casi con ternura. — Os veo muy bien a los dos, me alegro mucho. — A pesar de que ahora el grandullón tuviese un brazo mecánico. Pero si se lo había instalado Airgid, como había escuchado, estaba más tranquila.

De todas maneras, estaba tremendamente feliz de estar con ellos de vuelta a bordo. Y no solo eso, sino que había uno más.

Uno que Asradi no conocía y sobre el cual clavó, de inmediato, los ojos azules y cautelosos sobre el de cabellera rojiza. El pobre parecía totalmente fuera de lugar. No por ser mala, pero parecía un poco paliducho.

¿Estás bien? No tienes buena cara. — Le dijo, mientras se aproximaba un poco. Había no desconfianza, pero sí cautela. Siempre había sido así cuando se trataba de gente desconocida para ella. Pero si lo había traído Umibozu, confiaba ciegamente en el wotan. — Yo soy Asradi, un placer. — Le sonrió ligeramente, antes de que la tormenta comenzase a hacerse más fuerte.

La cabellera negra, como plumas de cuervo, de la sirena, se agitó rápidamente.

Parece que viene fuerte. — No estaba impresionada o, más bien, parecía totalmente cómoda con ese tipo de tormentas. Ella que venía precisamente del North Blue, estaba habituada a ese clima. Era el que le gustaba. Y, de hecho, había un pequeño brillo de añoranza en sus ojos.

Un “Estoy en casa”, por sí decirlo.

Comenzará a hacer más frío según nos elevemos y avancemos. Hay que asegurar las cuerdas y el mástil. — Comentó alzando un poco la voz.

Por fortuna, a pesar del azote de la tormenta y la lluvia, el pulpo y el barco continuaban bastante estables. Sintiéndose cómoda, a gusto y totalmente en confianza, simplemente se relajó. Les había extrañado demasiado. Tomó aire y simplemente, se dejó llevar.

Un manto de agua, acunado por la propia lluvia fría que caía, cubrió a la sirena como si de una fina película se tratase. Las piernas comenzaron a dar pie a otra cosa. El Escuadrón era como la había conocido, pero seguramente sería una novedad para Sasurai si no había visto a otras de su especie.

Bajo las prendas, pero ahora pacialmente visible, la cola tiburonil de sirena de Asradi se dejó ver nuevamente. Aquellas escamas plateadas que brillaban, ahora, a la luz de la grisácea tormenta, la aleta caudal más grande y algo más “afilada” que hacía unos meses. La dorsal también, en la zona baja de su cintura.

Ahora sí estoy cómoda. — Sonrió abiertamente, agitando suavemente la cola y moviéndose a saltitos. Tal y como a Ubben le solía hacer gracia. No es que desechase las piernas humanas pero, con ellos ahí, no tenía ya nada que ocultar.


Virtudes y Defectos

Inventario
#70


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