Hay rumores sobre…
... una plaga de ratas infectadas por un extraño virus en el Refugio de Goat.
[Común] [Presente] El gigante, la tullida, la sirena, el pícaro, el pato y el boxeador
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Menos mal, parecía que Hammond había vuelto a la normalidad. Empeorar antes de mejorar, como le había dicho a Asradi hace un momento. Solo que por el camino también acabó con la mitad de su casa. A veces ser amable tenía también consecuencias menos buenas, por sorprendente que pudiera parecer. Sintió pena al principio, pero a Airgid le gustaba darle una segunda vida a los objetos de su alrededor, transformarlos y convertirlos en algo diferente y mejor. Y sinceramente, por mucho cariño que le tuviera a aquel garaje, siempre había deseado hacerse a la mar, por lo que nunca había terminado de ver ese sitio como suyo al cien por cien. Sino como un lugar donde vivía de prestado, un tiempo, hasta que mejorase.

Hammond les reconoció de nuevo, y tomó una bolsa para empezar a hacer... ¿pesas? Si no fuera porque decía que quería algo de comer, le habría enseñado su banco de entrenamiento. Seguro que se lo pasaba pipa con él. Y le hizo gracia como dijo lo de "chiquito". — Chiquito, pero acogedor. — Respondió ella con una sonrisilla. Tampoco es que necesitase mucho más espacio, él sí, claro, era como casi tres veces ella.

¡Conozco las mejores tabernas de por aquí! Habláis con una experta gastronómica, ¿sabe? — La verdad es que Airgid era de gran apetito, los músculos no se mantenían solos. Terminó de abrir la puerta del garaje, hasta arriba del todo para que Hammon no la destrozase también al pasar, y con su bastoncito salió hacia fuera, alcanzando la calle. — De hecho... ya sé a donde podemos ir, el dueño me debe una, si me la cobro seguro que nos deja comer gratis. — No estaba tan segura, realmente, pero le sabía mal que Asradi se hubiera ofrecido a pagar e invitarles. Porque ella no tenía un duro, era la pura verdad.

Aunque bueno, si preferían ir a conseguir su propia comida, Airgid tampoco se oponía a esa idea. Aunque no sabía pescar, todo sea dicho. El frutero salió a la calle al ver que Airgid se encontraba fuera. — ¿Todo bien, Airi? ¿Se encuentra mejor tu amigo? — Le preguntó con simpatía. La rubia elevó el brazo hacia él, levantando el pulgar y agrandando aquella blanca sonrisa. — ¡Perfe! Pero ya cierro por hoy, mañana será otro día, ¿eh? — Tenía que esperar a que todos salieran para poder echarle el candado a su casa, que no le robasen como la última vez.
#21
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
Dos mujeres guapas estaban a punto de invitarle a comer, hay gente con suerte y luego está Hammond, que se mea en sus caras. — ¿Gustarr la pessca? — Miró hacia la morena, insinuando una afinidad común que bien podría ser explotada en un futuro. Aquel nórdico se pasaba los días pescando ... Para trabajar, para entretenerse, incluso competía en su juventud. — ¡No hablarrr más! — Alzó ambos brazos, chocando contra el techo y atravesando el mismo como si fuera de papel. Una gota de sudor frío le caía por la sien al tiempo que bajaba la vista hacia Airgid. Le encantaría decir que se lo pagaría o que lo repararía con sus propias manos, pero lo cierto es que tenía la cuenta a cero y no era muy manitas con cosas tan ... Chiquitas. Manejar armamento pesado, llevarlo a lugares, cargarlo y etc era otra cosa. Ponerse a reformar una casa de ese tamaño le sería incómodo de narices.

Con presteza, Hammond salió al exterior. Los rayos de sol daban la bienvenida de nuevo al vikingo. Sus músculos brillaban, reflejando la luz. Era casi un espejo de lo que brillaba y eso que no tenía la piel grasa. Dejó caer al suelo la bolsa de metales que portaba. Llegó rápido donde descansaba Rompetomentas la cual sujetó con la diestra. Al pasar por delante del otro tipo, el que hablaba con la rubia, este alucinó. Hammond movilizó alegremente aquel mandoble de más de dos metros.

Movimientos en arco, media luna, estaba ejercitando su cuerpo, lo necesitaba, este se lo pedía. Terminó anclando el arma a su espalda después de ponerse la parte superior de su "armadura". Pues literalmente es lo que era, en el interior de aquel metal no se veía camisa ninguna, tan solo unos calconcillos negros que no se contemplaban a simple vista bajo unos pantaloncitos negros con acabados metálicos también.

¡Mañana otrrro día serrr! — Esbozó una sonrisa. —  ¡Hoy comerrr, comerrr, comeeeeeerrrr! — Decía alegre, avanzando hacia ningúna parte sin esperar a nadie.
#22
Asradi
Völva
Bueno, al menos Hammond parecía que ya estaba mejor, a juzgar por lo animado que se veía. Y más cuando le preguntó sobre si le gustaba pescar.

Es un buen método para conseguir comida gratis. Así que sí, podría decirse que me gusta pescar. — Aunque tenía sus métodos, todo sea dicho. Unos un tanto peculiares.

Acogedor, había dicho Airgid. Lo sería al menos hasta que a aquel mastodonte se le dió por ponerse en pie, puños en alto y el techo sufrió las consecuencias. Los ojos de Asradi se fueron, directamente, hacia el par de agujeros que Hammond acababa de hacer. Luego miró a la rubia y le sonrió suavemente, casi con expresión de circunstancias.

A mi me da igual, pero creo que mejor lo sacamos de aquí si no te quieres quedar sin casa. — No pudo evitar bromear mientras recogía y resguardaba sus cosas.

Ahora bien, el tema de meterse en una taberna con más gente le hacía sentir incómoda. Procuraba ir bien cubierta, de cintura para abajo. Pero siempre podían suceder accidentes. Y, aún así, era incapaz de decirles que no. Se habían portado bien. Y Airgid parecía maja y legal.

Le dió un par de palmaditas al grandullón, aunque éste ya había salido para... Espera, ¿eso era un mandoble?

. . . — Parpadeó un tanto incrédula viéndolo soltar mandoblazos al aire a diestro y siniestro. Y luego se quedó a un lado de Airgid. — ¿Tú estás segura que quieres meter a ese tipo dentro de una taberna?

Ella había dicho que invitaba, sí. Pero no estaba dispuesta a pagar los desperfectos.
#23
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Al parecer iba a tener que cerrar la tienda no solo un día. Una semana como mínimo. El hombretón levantó ambos brazos al aire, cargándose también el techo de su casa, haciéndole dos agujeros del tamaño de las ruedas de un tractor. Airgid parpadeó un par de veces, incrédula, observando el destrozo. Todos lo miraron. No supo cómo reaccionar, ni qué decir. Sabía que no lo había hecho adrede, pero... su casa... ese garaje que estaba abandonado al principio, que lo compró quedándose sin un duro y que reformó entero ella misma. Aún tenía deudas para terminar de pagarlo, y ahora era poco más que una chabola hecha trizas. No pudo escuchar nada ni a nadie, le fallaron las fuerzas y fue el frutero el que tuvo que sostenerla para que no se cayera al suelo como una hojilla de otoño.

Cuando Asradi se dirigió a ella, necesitó unos segundos antes de responder, con un hilillo de voz. — Sí... por favor... vámonos... — No quería ni volver a mirar. Y poco a poco volvió a retomar la compostura. Se sentía débil, eso sí, el dolor emocional había sido brutal. Lo único que le hacía no explotar de la rabia era que confiaba en que había sido sin querer. Pero eso no hacía que doliera menos. — Nos sentaremos en la terracita... hace un buen día, ¿eh o no? — Seguía de intentar ver el lado bueno de todo. Sí, se había quedado literalmente sin techo sobre el que dormir, pero había conocido a dos personas interesantes e increíbles. Los dos extranjeros. Quizás eso significaba algo, quizás...

Comenzó a caminar con su bastón, siguiendo en principio los pasos de Hammond, que por casualidad estaba tomando el buen camino para ir al lugar que Airgid había pensado. Al menos hasta que llegaron a la última esquina a torcer. — ¡HAMMOND, ES POR AQUÍIIIII! — Le chilló, ya un poco más aliviada, y no tardaron en encontrar la taberna a la que Airgid se refería. Tenía mesas para poder sentarse fuera, que sería lo ideal, visto lo visto. Y el dueño le debía un favor a Airgid, uno que perfectamente podría cobrarse en caso de que la cuenta fuera demasiado alta. La rubia no tardó en hacerse con una de las sillas, y más que sentarse se desparramó sobre ella. Le cansaba ir con el bastón todo el rato, pero así ejercitaba la otra pierna. El camarero no tardaría en aparecer.
#24
Ubben Sangrenegra
Vali D. Rolson
Otro largo y tedioso día pesaba sobre el bribón de ojos dorados. Después de haber burlado a la Marina en el otro extremo de Isla Kilombo, haciéndoles creer que había subido a un barco mercante, llevaba ya un par de días escondido en Rostock, intentando pasar desapercibido para que, aunque solo fuera por un breve período, le perdieran la pista. Repetir el ciclo de ser reconocido y perseguido por la Marina en cada isla que visitaba se había vuelto agotador. —Maldita sea— murmuró entre dientes, frustrado por la mala racha que parecía perseguirle últimamente. No había descansado bien, asediado por mosquitos, con frío y en una posada que fue de todo menos acogedora.

La noche anterior:

Los gritos de borrachos, parejas discutiendo, y de la dueña intentando en vano controlar el alboroto, no le permitieron conciliar el sueño hasta cerca de las cuatro de la mañana, cuando el cansancio finalmente lo vencía. Fue entonces cuando, de repente, un pequeño movimiento captado por el rabillo del ojo lo puso en alerta. ¿Sería su peor enemigo? ¿El único ser capaz de hacerlo huir de inmediato? Su mente comenzó a calcular instintivamente: distancia, altura, ángulo de lanzamiento... lo necesario para disparar una aguja en el momento exacto en que pudiera predecir su movimiento.

Había enfrentado marines, estafado a mafiosos y luchado contra piratas. Durante años, había esquivado a cazarrecompensas, y aun así, aquello lo superaba. Una mancha negra en la esquina opuesta de la habitación se movía sutilmente bajo la tenue luz que entraba por la ventana... ¿Era eso una araña? Se sintió ridículo tomando tantas precauciones, pero no podía evitarlo. Solo imaginar la posibilidad de que uno de esos horrendos arácnidos estuviera cerca le erizaba la piel como a un gato asustado, sus pupilas se dilataban y comenzaba a hiperventilar. El mayor problema era que no podía salir fácilmente del lugar... la araña estaba justo en la esquina sobre la puerta de la habitación.

El agobio se acumulaba y no pudo soportarlo más. Tomó sus pertenencias y abrió la ventana, mirando hacia abajo en busca de un lugar seguro para caer. La distancia era de dos pisos, nada demasiado peligroso, al menos no tan peligroso como esa maldita araña en la esquina de la puerta. Dio un último vistazo a la esquina donde estaba la araña antes de saltar, y fue entonces cuando se dio cuenta... ¡YA NO ESTABA! La desesperación lo invadió y saltó sin dudarlo, aterrizando de pie pero resintiendo un poco la caída en su pierna izquierda.

En el presente:

Caminaba distraído, perdido en sus pensamientos, maquinando cuál sería su próximo destino una vez que la Marina lo descubriera en Rostock. Lo único que lo mantenía ligeramente conectado a la realidad era el hambre que sentía, mientras se dejaba guiar por el aroma en busca de algún lugar que vendiera comida decente. Escuchó en su mente una voz lejana que decía "¡Hoy comer, comer, comeeeer!" y, de repente, un brusco golpe lo derribó sin previo aviso, devolviéndolo bruscamente a la realidad. Abrió los ojos un par de segundos después del impacto, tendido en el suelo, disfrutando por unos instantes de la vista del cielo y el sol acariciando su rostro, probablemente por el impacto. Con la cabeza aún confusa, murmuró —Una porción de cerdo con papas... sería un gran almuerzo— antes de reaccionar y mirar a su alrededor, encontrándose frente a un tipo enorme. —No suele ser el caso, pero esta vez, no lo merecía— dijo mientras, con dificultad, se levantaba y se sacudía el polvo de la ropa.
#25
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
¿Método de comer gratis? Hammond miró a Asradi con una cara de confusión digna del mejor cómico del Grand Line. Cuando tu vida es pescar, que lo haces para comer, para ganarte la vida, interactúas solo con gente que pesca y en general tu vida es la pesca, esa idea fabulosa de atrapar pececillos de forma agradable se esfumaba. Venture era un pescado profesional y ya estaba empezando a descartar la idea hasta de ir a pescar por diversión. — ¡No converrrtirrr hobby en trrrabajo o no serrr nunca más diverrrtido! — Contestó al tiempo que colocaba los brazos en jarra, preguntándose donde estaba.

Por lo general el Nórdico se orientaba a las mil maravillas, pero cuando sabía en qué lugar se encontraba. Por suerte la taberna no estaba muy lejos. Los gritos de Airgid fueron necesarios, eso sí. Hammond se daría la vuelta, con una sonrisa en el rostro. Se encontraba tan bien después de haber visto a su diosa de la muerte. ¿Cuántas veces pasaba? pues en toda su vida la pudo tratar un total de cuatro veces, se contaban con una mano y de milagro. Hoy no podía ser un mal día.

No pudo evitar fijarse en cómo caminaba la rubia y en cómo no importaba una mierda. Le faltaba una pierna ¿y qué? tenía una condición física increíble, para ser una mujer. Fue cuando tomó la decisión de darse la vuelta e ir hacia donde estaban las chicas, la terraza, cuando chocó con algo. Estuvo a punto de tropezar él incluso, pero sus pies le agarraron firmemente al cemento, llegando incluso a hundir estos un par de centímetros a tierra. ¿Y si hubiera pisado a alguien? supongo que entonces estaríamos hablando de algo más grave.

Era un hombrecillo que a lo sumo medía un metro. Por lo menos eso pensó Hammond tras bajar la mirada como la de un águila en una colina oteando el horizonte en busca de un conejo. El aspecto que portaba, su piel morena y una llamativa vestimenta, dieron una imagen concreta al Bucanner de quién podría estar allí parado. Semanas en Rostock le ayudaron a seccionar delicadamente en grupos a los personajes que se iba encontrando. Algo que podía estar fácilmente lejos de la realidad, pero que tampoco meditó especialmente. Era mejor tenerlos ordenados, concretamente, por los olores.

El poder olfativo de hammond era abrumador. Dejaba a los cánidos por el suelo.

Yo no poderrr fijarrr en todo a pies míos. — Le comentó, desde las alturas. — ¿Encontrrrar bien? — Flexionó sus rodillas, en una búsqueda apacible de igualar alturas. La tez, el perfil, los rasgos, todo en Hammond era intimidante, más incluso si te paras a pensar que su cabeza era casi medio cuerpo de Ubben.
#26
Asradi
Völva
Vió, de reojo, la expresión de la pobre Airgid cuando Hammond le hizo el par de agujeros al techo de su casa. No podía ni imaginarse lo que estaría pasando por la mente o dentro de la chica. Así que solo le acarició un poco el hombro y le dió un par palmaditas suaves en la espalda. Un gesto de mero apoyo femenino, mientras la acompañaba hacia el exterior. Sí, sería mucho mejor tener a Hammond al aire libre, al menos para que no provocase más destrozos. Y, aún así, Asradi no le culpaba del todo, no parecía hacerlo a propósito. Era como ver un niño grande que no controlaba su fuerza. Más o menos.

Quizás si le explicas cómo, consigas que te repare lo que ha roto. — Al menos los agujeros. Asradi sonrió a rubia, mientras se echaban a caminar.

Era curioso, por la forma en la que ambas lo hacían. Cada una a su extraño modo. No pudo evitar sonreír, disimuladamente, por esto. Pero tenía que continuar siendo cuidadosa.

Finalmente, llegaron a la taberna en sí, sentándose en la terraza. Al menos, ellas dos. Para cuando se volvió a fijar en Hammond, tuvo que parpadear.

¿Ha pisado a alguien? — Eso, o el tipo se le había puesto en medio de mala manera. No podía dejar de mirar la escena ahora mismo. Intercambiando miradas, inicialmente, entre Hammond y el pobre desafortunado.

Hasta que, finalmente, posó su mirada en el de tez morena.

¡Ey! ¿Estás bien? — Ni tan siquiera se levantó del lugar. En ese momento les estaban sirviendo algo de beber.

Y estaba cómoda. Y tenía sed. El empujón no parecía haber sido grave, así que tampoco estaba muy preocupada al respecto.

Creo que todavía sigue vivo. — Le comentó a Airgid, con un tono un tanto divertido.
#27
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Uf, al fin. La cómoda sillita de la terraza ofrecía a Airgid un pequeño descanso, ya no solo físico si no también mental. Muchas emociones en solo una mañana. Pero en el fondo se estaba divirtiendo, se lo estaba pasando en grande, como hacía años que no lo pasaba. Ya se había acostumbrado a la rutina, había acabado cediendo poco a poco a esa vida corriente y tranquila de llevar una tiendecita. Era cómodo, era sencillo. Pero no era su sueño, ni lo que aspiraba. La Airgid de ocho años se reiría de la mujer en la que se había convertido, le escupiría y le tiraría pedrolos. Justificados, claramente. Y odiaba sentirse así. Quizás... quizás había llegado la hora de dejar de compadecerse de sí misma y hacer lo que realmente quería hacer. Quizás aquel encuentro no había sido algo casual, quizás el universo le estaba mandando una señal. ¿Qué digo?

Se pidió un refresco con mucho hielo, acompañada de Asradi, que también tomó asiento a su lado y le sirvieron algo de beber. Esperaron a que Hammond cambiara de rumbo y se dirigiese al mismo sitio donde ellas estaban. En el camino se dio cuenta de que Asradi caminaba un poco raro, de nuevo, ya tuvo esa impresión cuando la conoció, pero no le dio mucha importancia. Tampoco es que ahora se la estuviera dando, pero es verdad que le resultaba curioso. Aunque no quería preguntar, igual era demasiado personal y tampoco era el momento. Puede que no lo parezca debido a su brusquedad, pero Airgid sabía cuando no meterse en según qué fregaos.

Le dio un trago largo largo a su refresco, hasta arriba de cafeína, cuando escuchó la pregunta de Asradi. — ¿Eh? — ¿Cómo que si había pisado a alguien? La rubia se giró mientras se mordía la lengua, pues estaba de espaldas a lo que ocurría entre Hammond y aquel joven al que atropelló sin el menor de los remordimientos. Por suerte, parecía que no le había pasado nada. Se echó una buena y estruendosa carcajada cuando vio la escena, sumado al comentario cómplice de Asradi. Airgid no sabía reírse sin montar un jaleo, era rudiosa por nacimiento. — ¡Túuuu! ¡Acércate, anda, te invitamos a un cola cao! — Estaba contenta, como si ya se le hubiera olvidado todo lo anterior. O mejor dicho, como si no le importase en absoluto. El chico golpeado no parecía molesto, pero aún así, invitarle a algo era lo mínimo que podían hacer después de tremendo hostión.

A todo esto, apareció también por la terracita el dueño de la taberna, preguntándose a qué se debía tamaño jaleo. — Airi, ¿quién es esta gente? — Parecía confuso, pero rápidamente tornó hacia el enfado. — ¡No la vayas a liar de nuevo, eh, en mi local no! — La rubia le guiñó el ojo, con una encantadora sonrisa. — Unos nuevos trons que he conocio. ¡Y no quiero que les falte na de beber! Así que cerveza, trae cerveza. — Dio un brusco golpe contra la mesa con el puño, y el tabernero la miró con la ceja arqueada. — Tranqui tío, no la liaremos. No mucho. No como la última vez. Promesa promesa. — No parecía del todo convencido por sus palabras, pero... ojeó el tamaño que tenía Hammond. Un hombre así seguro que se gastaría mucho dinero en comida. Quizás con un poco de suerte se podía hacer de oro aquella tarde. Rodó los ojos. — ¡Vale, vale, marchando! — La mujer sonrió triunfante. Otra batalla ganada.
#28
Ubben Sangrenegra
Vali D. Rolson
Después de sacudirse el polvo y enderezarse, Ubben fijó la mirada en el imponente individuo frente a él. Una risa leve escapó de sus labios al escuchar las palabras del gigante, quien, con tono despreocupado, mencionó que no podía estar pendiente de todo lo que había a sus pies. Ubben lo interpretó como una disculpa válida, a pesar de que no había sido exactamente eso. La sorpresa lo invadió cuando aquel coloso decidió agacharse para estar a su altura; la intimidante estampa y la penetrante mirada contrastaban con su forma de hablar, que resultaba casi amigable, un detalle curioso que despertó su interés. –Estoy bien, gracias,– respondió con tranquilidad mientras acomodaba su tricornio, aún esbozando una leve sonrisa. –Si eso fue un accidente, no quiero ni imaginar lo que haría una patada tuya,– comentó, dejando escapar una risa suave.

De pronto, un grito femenino se oyó a lo lejos; era una chica de cabellos negros que preguntaba si estaba bien. Con una expresión entre divertida y despreocupada, Ubben, con algo de tierra aún en la cara, le respondió levantando el pulgar, señal de que todo estaba en orden. Luego, volvió su atención al rubio gigante y añadió, –Nunca había visto a alguien tan grande como tú… bueno, en realidad, tampoco te vi esta vez, solo sentí el golpe,– dijo, riendo levemente. –Lamento eso, por cierto, iba un poco perdido en mis pensamientos… y siguiendo el olor a comida.– Sus palabras eran una mezcla de disculpa y broma, mientras intentaba disipar cualquier tensión con su carisma habitual.

En ese momento, otra voz femenina se unió a la conversación, proveniente de una chica rubia que se encontraba junto a la de cabello negro. Ubben, un tanto desconcertado, se detuvo un instante. –¿Qué demonios es un Cola Cao?– se preguntó, aunque rápidamente desechó la duda con un pensamiento más pragmático, –¿Qué importa? ¡Es gratis!–. Giró la cabeza hacia Hammond y, con curiosidad, le preguntó, –¿Las conoces?– mientras sus ojos escudriñaban al par de mujeres sentadas. Esperó la respuesta del gigante y, sin pensarlo demasiado, decidió caminar en dirección a ellas.

A medida que se acercaba, una súbita inseguridad comenzó a invadir su mente. –¿No están siendo demasiado amables?– se cuestionó, mientras su mente se enredaba en un sinfín de pensamientos paranoicos. Sin embargo, en el exterior, mantuvo una sonrisa cálida mientras tomaba asiento junto al grupo. La rubia pidió una ronda de cervezas para todos, un gesto que no le incomodaba en absoluto, pero que hizo sonar todas sus alarmas internas. –¿Y si son cazadores? ¿No habrá un tablón con carteles de "Se Busca" cerca, verdad?– pensó, dejando que la paranoia lo envolviera por un momento. Esta desconfianza parecía algo incoherente, considerando que la noche anterior él mismo había invitado a un extraño a beber en un bar solo por mera casualidad. –Supongo que la hipocresía es parte de todos, ¿no?–, reflexionó con cierta ironía.

Gracias por la ronda– dijo Ubben, sin embargo, su atención fue inmediatamente capturada cuando la rubia golpeó la mesa con el puño en respuesta a una advertencia del camarero. La pupila del bribón de ojos dorados se dilató imperceptiblemente mientras su mano, con movimientos casi reflejos, se aferraba a las agujas ocultas en su bolsillo. En un instante, su mirada se deslizó rápidamente por el lugar, trazando una posible ruta de escape. Si las cosas se torcían, ya había decidido que saltaría de su asiento, correría hacia la calle y se perdería en los oscuros callejones a sus espaldas. Sin embargo, la chica rubia, en un giro inesperado, respondió con calma, un cambio de actitud que resultó aún más desconcertante para Ubben. Su cerebro, abrumado por señales mixtas, intentaba procesar la situación.

Decidido a no mostrar sus dudas, Ubben disimuló su incomodidad y se inclinó hacia adelante para iniciar una conversación con los demás. –¿Y ustedes son de por aquí? Yo estoy de paso y no conozco la isla– comentó, mientras relajaba la mano y soltaba las agujas en su bolsillo, volviendo a colocarla sobre la mesa con un gesto casual.
#29
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
Le sucedía mucho en aquel mundo de humanos, no terminar de adaptarse con los mismos. ¿No estaba acostumbrado Hammond a tratarlos? claro que sí, de hecho la tónica habitual era ver humanos por todas partes. Todos chiquitos, todos siendo hormigas. Estar acostumbrado a una tendencia no quiere decir que la sigas. Que la entrada a cualquier local no pase del metro noventa o que las sillas no sean para él. No poder comprar ropa o no ser ni siquiera bien visto por la mayoría. ¿Cómo se acostumbra uno a algo así? En este caso particular Venture contaba con una actitud que servía de trampolín para sobrellevar estas experiencias negativas. Sobre todo porque si las comparabas con las que ha tenido toda su vida, no dejaban de ser estupideces.

El hombre daría las gracias al tiempo que sacudía su ropa. Después indicó que de una patada voluntaria de Hammond podría tumbar a cientos. O eso entendió el nórdico. — ¡Jiaaajaajajaa! — Reía, escapándosele algúna lágrima tonta. — Humano grassioso. — Se volvió a poner de pie. El sol iluminaba en su contra, por lo tanto su sombra era alargadísima, ocultando los rayos de sol a los que estaban por la parte de delante de su silueta. — No dessir nunca. — Bromeó con un tono tremendamente irónico ante el comentario de "nunca había visto a alguien tan grande como tú". Tanto Airgid como Asradi parecían reír en aquellas sillitas de persona normal. Incluso la rubia le invitó a lo que seguro sería una bebida particular de la zona. — Tenerrr cuidado, Colo Cae serrr alcohol de grrran graduassssion ¡jaaaajiejiejie! — No lo dijo ni bien. Sin duda la actitud de Venture era otra muy diferente con la que comenzó el día. Incluso bromeaba, ¿un cola cao? Desde luego él no sabía de qué se trataba.

Con toda la simpleza que el mundo le había otorgado, Hammond respondió a Ubbe con un simple y llano abrir de manos. No, el tampoco las conocía de nada, en realidad. — Serrr buenass personas. No nesssesitar saberrr máss. — Ambos comenzaron a caminar hacia donde estaban las mujeres. Al llegar, Hammond depositó a Rompetormentas en el suelo y después se sentó él mismo al lado de su arma. Tenía algo estropeada la armadura, el metal desgastado por las largas travesías en el mar con aquel barco de pescadores. Nunca le importó la estética, vestía aquellos ropajes porque eran regalo de su primer maestro, no por otra cosa, ya que proteger, tampoco es que protegieran demasiado. Su casco chocó contra la espalda, liberando unos sonidos metálicos que solían acompañarle bastante, debido a que pocas veces se lo colocaba en la cabeza y siempre estaba atado al cuello.

Ubben se sentó. Para Hammond, que era un hombre que generaba tensiones con su sola presencia, era fácil identificar cuando alguien se encuentra alerta. Cuando Airgid levantó la voz, lo confirmó. Ubben mantuvo la compostura, aunque apretó ambas manos, quedando algo rígido. Aquella actitud le estaba indicando a Hammond que igual no era un tipo muy normal al que acababan de invitar a comer. Bueno, él no, que no tenía un duro. ¿De todos modos importaba? lo más probable es que después de aquella comida, ninguno de los presentes se volverían a ver ni a cruzar jamás, su deber no era analizar si el pobre Ubben era o no un enemigo, su cometido tenía que ser el de aprovecharse de lo que pudiera sacar gratis, alimentarse y volver a su misión; Escapar de la isla para seguir el viaje. El tipo nuevo confirmó que él tampoco era de la isla, pero a esa información, en este caso, no le daría importancia el rubio. Alzó la mano, dejándose ver con facilidad aquellos dedos moviéndose al son de la luz que los golpeaba desde el astro rey. Como para no verlo.

Se acercó otro camarero. Al anterior, el que habló con la rubia, no pudo pedirle nada. Ahora aprovecharía. — ¿Verrr tamaño? — Se señaló. El camarero parecía algo confuso, incluso asustado. — S-sí ... — Hammond golpeó su propio pecho. — Trrraer algo parrra que yo comerrr. Vaca asssada serrr buen plato parrra día sssoleado. — Apuntó *¿Una vaca de verdad?* y después le miró. — ¿Qué esperrrar? ¡Hammond Venturrrre tenerrr hambrrrrreeeee! — Su grito fue el detonante para que el camarero se sobresaltara, calleándosele incluso el bolígrafo. Se arrodilló para tomarlo y salir corriendo.

Ahora sí, solo quedaba esperar.
#30


Salto de foro:


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