Alguien dijo una vez...
Donquixote Doflamingo
¿Los piratas son malos? ¿Los marines son los buenos? ¡Estos términos han cambiado siempre a lo largo de la historia! ¡Los niños que nunca han visto la paz y los niños que nunca han visto la guerra tienen valores diferentes! ¡Los que están en la cima determinan lo que está bien y lo que está mal! ¡Este lugar es un terreno neutral! ¿Dicen que la Justicia prevalecerá? ¡Por supuesto que lo hará! ¡Gane quién gane esta guerra se convertirá en la Justicia!
[Común] [C-Presente] Guía para guiris de Loguetown... o algo de eso
Ray
Ray
Así que era por eso... La enorme joven se había criado allí, en el propio Cuartel General. Ese dato por sí solo explicaba a la perfección el por qué había sido la persona designada para hacer de guía de los demás pese a ser una recluta como la mayoría de ellos. Sin embargo generaba otra pregunta en la mente de Ray. ¿Cómo habría llegado alguien como ella hasta allí? Era probable que alguno de los marines allí establecidos la hubiera rescatado de niña durante alguna misión y se hubiera tomado el criarla como su deber tras hacerlo. No obstante, ¿quién habría sido? La única oficial que conocía hasta ahora, la Capitana Montpellier, no parecía precisamente la mujer con el mayor instinto maternal del mundo. No hacía falta más que conversar un momento con ella para darse cuenta de lo atípico de su forma de ser y de trabajar, así como de su falta de formalidad para tratarse de alguien que ocupaba un cargo como aquel en la Marina. Lo que sin embargo le hacía la oficial idónea para unos marines tan distintos a lo habitual, por decirlo así, como ellos. Pero, ¿criar a una niña de tamaño enorme y con cuernos? Le sorprendería muchísimo si fuera así.

Las explicaciones de Camille tras la pregunta de Taka fueron interesantes. Como marines tenían autoridad para ir a cualquier sitio de la isla, pero había zonas que no eran precisamente recomendables puesto que ningún integrante de la Marina sería bienvenido. No obstante cuando poco después fue Atlas el que preguntó a su guía el peliblanco no pudo evitar percibir cómo Camille se tensaba ligeramente. Fue apenas un momento, pues enseguida pareció recobrar por completo la compostura, pero por algún motivo aquella pregunta le había incomodado. Cosa que no transmitió en ningún momento con su respuesta, alegando que no se habían encontrado hasta ahora porque habían tenido horarios diferentes y porque la Capitana Montpellier la requería a menudo para lo que ella se refirió como "ser la recadera".

Esa respuesta sorprendió al joven marine, pues parecía aclarar quién había sido la oficial que había traído a Camille al Cuartel General y la había criado. Aquella era una faceta de su superiora que no esperaba encontrar, pero que como huérfano que era no hizo sino obtener su aprobación y hacer que la estima en la que tenía a la Capitana aumentara.

De hecho escasos minutos después su guía recibió una nueva asignación de parte de su superior por medio de un mensajero. Debía guiar al grupo hasta el muelle para recoger a un nuevo recluta que se iba a unir al tour gratuito por la ciudad. Dio la sensación de que el repentino cambio de planes no agradó a Camille, pero rápidamente se resignó y anunció que se dirigirían hacia donde se les había indicado.

Ray sonrió a su guía con intención de darle ánimos y le hizo un gesto con el pulgar de su mano izquierda hacia arriba, asegurando que todo estaba bien y que a él no le importaba que tuvieran que alterar la ruta prevista.

Una vez puestos en marcha se situó al lado de Atlas y Taka y, en voz baja, les preguntó:

- Oye, ¿vosotros habíais visto alguna vez a una persona tan alta y con cuernos? Porque yo nunca me había cruzado con nadie parecido.

La curiosidad sobre la peculiar fisionomía de su guía podía con él, pero no consideraba apropiado preguntárselo directamente a ella. Todavía no tenían la confianza suficiente y, viendo que la pregunta del rubio no le había gustado y que lo primero que había hecho el peliverde había sido ofenderla, no quería tensar la situación y provocar que les odiara desde el primer momento.
#11
Atlas
Nowhere
Tal vez no fuese mala idea comenzar a pensar las cosas un par de veces antes de decirlas. Al menos ése era el consejo que se desprendía de la correcta respuesta de Camille a una pregunta que en ningún momento había pretendido incomodar a nadie. La réplica de la corpulenta recluta había sido de lo más correcta, pero cualquiera con más empatía que una piedra del monte habría reparado en que algo no le había sentado bien. Por otro lado, el hecho de definirse a sí misma como recadera dejaba claro que, pese a ser alguien que cumplía diligentemente con las tareas que se le asignaban, no estaba del todo cómoda con su situación en esos momentos. Distinguir si ese malestar era algo más bien generalizado o si se debía esencialmente a nosotros, que no le habíamos caído bien, escapaba a mi entendimiento por el momento. De cualquier modo, ni se me pasó por la cabeza preguntarle al respecto. Si en algún momento hacíamos mejores migas ya me encargaría de resolver aquellas dudas.

Y cuando parecía que ya estábamos todos, parió la abuela. Al menos así lo confirmó un uniformado que no dudó en dirigirse a nuestra guía por su nombre de pila y transmitirle las órdenes que había dado la capitana. Llegaba un tipo nuevo procedente del South Blue e íbamos, ni más ni menos, que a recogerlo en grupo al puerto. Visto el historial que llevábamos, todo hacía pensar que sería otro bicho raro que añadir al circo que estábamos montando. Sólo faltaba la mujer barbuda, aunque... No, definitivamente no era el momento de preguntarle a Camille si se afeitaba a escondidas por las mañanas.

Mentiría si dijese que la idea de salir de la base no me agradó. En mayor o menor medida ya conocía todo lo que la recluta nos estaba mostrando y salir al exterior a despejarnos me parecía una idea excelente. Además, tal vez en el trayecto nos ilustrase con algún escondite perfecto que ni el mismísimo Shawn conociese, donde pudiese refugiarme cuando esa bestia parda carente de pelo me quisiese hacer trabajar.

Apenas llevábamos unos minutos caminando cuando Ray frenó un poco el paso para situarse junto a Taka y a mí, que casualmente caminábamos a la misma altura.

—La panadera de mi pueblo, Emily, es una mujer bastante alta, pero creo que no tanto como ella. Las malas lenguas decían que Frey, el carbonero, le había puesto los cuernos cuando eran más jóvenes. Yo nunca se los vi y siempre pensé que era una forma de decir que la había engañado con otra, pero ahora tengo mis dudas. ¿Se podrán quitar y poner? A lo mejor Emily los guardaba en casa para no darse con las puertas... —respondí en un susurro, imaginando a la mujer de mediana edad intentando amasar pan con semejantes astas en la cabeza—. De todos modos, algo me dice que Taka tiene que saber bastante más de cuernos que tú o yo... Al menos que yo —añadí en un tono igual de bajo al tiempo que lanzaba un codazo al costado del peliverde.

La comitiva continuó con su viaje. Al salir al exterior del cuartel, y tras habernos identificado en el control, pusimos rumbo al puerto. Aquella zona me sonaba bastante. De hecho, juraría que era el barrio por el que me perdí accidentalmente aquel día de permiso. Mis sospechas se vieron confirmadas en cuanto pasamos por aquella plaza centrada por una fuente de dos niveles. La mujer de piedra y los dos carneros situados en la parte superior seguían escupiendo agua al nivel inferior. Del mismo modo, frente a la misma seguía estando el local cuya fachada exhibía un trébol rojo de tres hojas. Aquel día, por supuesto, no había ni la mitad de gente que la última vez que estuve por allí.

—No os recomiendo ese sitio —les dije a mis compañeros—. La bebida está buena, pero el ambiente no es el mejor —sentencié al tiempo que, inconscientemente, me llevaba una mano al pómulo derecho. Hasta hacía dos o tres días no había dejado de dolerme.

La ruta seguida por Camille nos llevó finalmente al puerto, donde una actividad frenética revelaba que estábamos, si no en hora punta, muy cercanos. Embarcaciones de todos los tipos y tamaños zarpaban y atracaban. De algunas de ellas descendían mercaderes, mientras que otras eran ocupadas por marines que regresaban de sus destinos o partían hacia los mismos. No eran pocos los buques mercantes cuyas bodegas eran vaciadas por operarios y marineros con pinta de desear haber dejado de beber antes la pasada noche.

—Encontrar a alguien de uniforme aquí va a ser más difícil que encontrar una aguja en un pajar. ¿Nos han dado algún dato acerca del barco o algún punto de encuentro? —pregunté, alzando algo el tono de voz para imponerme al bullicio de la zona.
#12
Takahiro
La saeta verde
El peliverde podía notar cierta tensión cada vez que le dirigía la palabra o alguna mirada a la grandullona de deslumbrante cornamenta. Era consciente de que no le había caído bien, pero así solía ser con él, o le caías estupendamente o le caías como el culo. Y, en este caso, había sido lo último. Cabía la posibilidad de que la recluta fuera una amargada con pocos amigos, después de todo si era la recadera personal de la capitana, era probable que estuviera más tiempo haciendo recados que construyendo relaciones con sus compañeros. «Quizá después con un buen trago nos hagamos amigos», pensó el marine.

Pese a todo, la respuesta de la morena coincidía con sus propias deducciones. Aunque la marina fuera quien tuviera potestad dentro de la isla, al ser el núcleo urbano más cercano entre la entrada al Grand Line y el Mar del Este, era normal que hubiera barrios que eran una zona sin ley. Eso no le gustaba al peliverde, que veía la lucha contra la piratería entre un pulso entre lo que estaba bien y lo que —teóricamente— estaba mal. Prostitución, criminalidad, intercambios turbios de bienes y servicios ilícitos… Todo aquello que hacía que la sociedad fuera decadente, lo que había terminado con su familia.

«Pienso acabar con la criminalidad de esta isla»

El marine apretó el puño, absorto en sus pensamientos, cuando un marine se acercó a ellos. El tour por el cuartel había terminado e iban a dirigirse al puerto a recoger a otro nuevo recluta. ¿Entraría en su escuadrón? Era una posibilidad, ya que todos los nuevos parecían entrar al equipo de la capitana Montpellier. Sin embargo, esperaba que no se tratara de otro marine con un palo metido por la cavidad anal.

De camino al puerto por las calles de Loguetown, Ray disimuladamente les preguntó sobre el linaje étnico de la recluta. La respuesta de Atlas le hizo mucha gracia, haciendo que no pudiera evitar soltar una pequeña carcajada.

—No creo que se refiera a eso Atlas —comentó, sonriente—. Si os soy sincero…, en persona jamás he visto a alguien con sus características —le respondió en voz baja—. Mi abuelo era un fanático sobre las leyendas y los mitos de distintas islas. Cuando era niño me contaba historias protagonizadas por distintos tipos de de razas, desde personitas del tamaño de un hada que habitan el grand line, hasta seres descendiente de los mismos demonios del infierno con cuernos o seres humanos con alas en la espalda —le dijo—. Yo creo siempre hay algo de verdad dentro de los mitos que llegan a nuestros días, pero a saber.

El viaje continuó por el callejero de la ciudad, que resultó más aburrido de lo que hubiera esperado. No había muchos lugares de interés, además de los que había visto ya. Le interesaba mucho más las zonas que tenían prohibidas que las otras.

—Tomo nota —le dijo a Atlas—. Cerca de aquí también hay una taberna muy pequeña frecuentada por gentuza —comentó, recordando la reyerta que tuvo con el piratuelo de poca monta que pudo capturar—. Tampoco es muy recomendable si vas vestido como un marine—. Dime, Ray, ¿has tenido algún infortunio por la ciudad o somos solo nosotros dos los desafortunados?
#13
Masao Toduro
El niño de los lloros
— “Gitana, gitana, te quiero… Tu pura como la mimbre…. Yo gitano canastero”— arrancaba otra canción.

Mi voz, al igual que mis pasos, iban siguiendo al pequeño camino que parecía ser el puerto. Y es que, si bien desde la distancia no le había parecido tal, ciertamente aquel puerto se llevaba la palma de los que había visitado. Era gigantesco, casi parecía tener tres o incluso más veces el tamaño que el de su isla, y su actividad frenética y desenfrenada lo empequeñecían.

Me encontraba deambulando, mirando y cotilleando los puestos, hipnotizado por la cantidad de frutas y pescados que veía por lo que parecía ser una suerte de lonja o mercado, todavía no lo tenía muy claro. La sensación de estar como pez fuera de agua, le estaba carcomiendo por dentro.

— “Eres la mujer que yo más quiero…. El manantial de mi vía… La laegria de mis sueños” —canturreaba con carrasposa mientras daba algunas palmadas, en lo cual tuvo una epifanía, que bien le vendría un zumo para la garganta.

Y entonces mis ojos se posaron en lo que era un puesto de naranjas, bajo la atónita mirada de la tendera, para la cual no había pasado desapercibido mi porte ¿O era miedo? No lo tenía yo muy claro. El caso es que la chica era una rubia bastante mona, la cual tenía una actitud nerviosa.

—Oeee pijah, a cuanto esta el kilo de naranja— arranqué —Me vendría de lujo pa un zumito, ya sabeh mi arma, dame dos o tres bien dulzonah, azí como tú— proseguí, a mi parecer con lo que era un flujo de conversación de lo más natural, como el zumo que iba a hacerme.

La mujer sin mediar palabra, y con una actitud casi histérica metió unas cuantas naranjas en el saco, tras lo cual me lo dio y me señalo un camino arriba, una invitación a irme que no comprendí hasta pasado unas cuantas semanas.

—Trescientos berries— replicó de forma cortante y tajante, la niña ni lo había pesado.
 
Sacando el monedero y desprendiéndome de unas pocas monedas, cogí el saco y me giré por donde había venido, quedándome con las ganas de haberla pedido el numerito del den den mushi, menos mal que esos cacharros iban con símbolos y lo podía entender igual que las monedas.
 
Fuera como fuere, los minutos fueron pasando, así mismo como os puestos que iba mirando, de todas formas, no tardé mucho en darme cuenta gracias a mi privilegiado intelecto de que no estaba siendo muy bien recibido ahí para variar.
 
—Eh verda, que ahora soy madero— pensó para sus adentros, es que todavía no se hacia mucho al cambio. —Es que el uniforme pone siempre nerviosa a la gente— prosiguió absorto en sus pensamientos.
 
Estos pensamientos se vieron interrumpidos de forma abrupta por un pequeño jaleo que se estaba montando algunos metros más allá, dirección al centro de la isla. Un pequeño tumulto de gente se estaba moviendo en lo que parecía ser una suerte de tour turístico, aquello le recordó con cierta añoranza a las profesiones de su pueblo, ya que por lo que fuera allí la gente que venía ha hacer turismo solo lo hacía por “la ruta del bacalao”. Lo que jamás se había imaginado, es que aquella tropa fuera uniformada más o menos igual que él. Y mucho menos estuviera liderada por satanás, una bruja que le sacaba varias cabezas, y con dos cuernos más grandes de los que habían puesto a su madre.
 
Por lo que besando la cruz de su collar de oro de cuando había hecho la comunión, y palpándose la estampita de la virgencita que llevaba en el bolsillo del pecho, fue con paso directo a enfrentarse al demonio.
 
—¡VIVA CRISTO REY! — gritó al demonio, mientras se la encaraba con los brazos en jarra, mientras encaraba al diablo en persona, una batalla para que su fe lo había estado preparando desde el día de su bautizo.
 
Y es que era tal como le habían dicho las monjas de su capilla, dios reserva las peores batallas para sus mejores guerreros.
#14
Camille Montpellier
-
En parte agradeció el gesto de Ray, pero dudaba que fuera a ser suficiente alivio como para quitarse el pequeño rebote que se había pillado. No es que tuviera problemas en cumplir las órdenes que se le asignaban, pero la capitana tenía una capacidad casi innata para ensamblar una tarea con otra hasta que, al final, terminabas con una única labor que englobaba muchas otras más pequeñas. En este caso, su pequeño paseo turístico se había convertido también en una recepción para el marine sureño, y aún quedaba día suficiente como para que le encasquetasen alguna cosa más.

Dirigió al grupo más allá de la entrada del G-31, deambulando por el camino que bajaba hasta la urbe y dirigiéndose desde allí hacia el puerto. Durante el trayecto explicaría algún que otro detalle, pero nada de lo que hubiera cerca del cuartel era realmente interesante. Lo más llamativo que señalo fueron la herrería que se encontraba a los pies de la base y un pequeño mercado frecuentado por los marines que vivían allí. Para ella, lo interesante siempre había estado en las afueras y en los barrios más humildes; entre los puestos de los mercadillos y las callejuelas lúgubres que conducían hasta tabernas de dudosa reputación, pero donde se contaban las mejores historias para compensar la escasa calidez de la comida.

Durante el trayecto no prestó especial atención a la conversación que mantenían: desde un primer momento había quedado claro que el trío se conocía de antes y que habían hecho buenas migas, de modo que respetó en la medida de lo posible la privacidad de su conversación y no le dio mayor importancia. Puede que incluso se adelantase un metro más para dejarles su espacio, así que difícilmente podía imaginar la oni que el tema de conversación los incumbía a ella y a sus rojizos cuernos. Ajena a todo esto siguió guiándoles, y no dejó de prestar atención al recorrido hasta que uno de ellos comentó en voz alta al respecto de una taberna que acababan de cruzar.

Camille desvió la mirada hacia el cartel que exhibía aquel trébol rojo, esbozando una pequeña sonrisa para reírse poco después.

Me da que no os podréis librar del todo de ese sitio —les dijo, ladeando la cabeza para mirarles de reojo—. Aunque está en pleno centro, el Trébol de Otoño es un antro en el que siempre hay algún jaleo. Eso sí, lo pisaréis más estando de servicio que por ocio... salvo que os vaya la marcha, claro.

Se encogió de hombros con aquella última frase, volviendo su atención al frente. El anterior dueño de aquel local había muerto cuando ella era poco más que una adolescente, heredándolo su hijo. En tan solo un par de años convirtió uno de los negocios más reputados de Loguetown en un bareto de mala muerte, lo suficientemente céntrico como para alejar a la chusma más peligrosa, pero no a los borrachos ni a los fulleros con algo de poder adquisitivo.

Al fin llegaron al puerto y, una vez allí, no pudo sino dibujar una mueca en su gesto ante la pregunta de Atlas.

No, para variar la información que tenemos es escasa —comentó algo hastiada—. De todos modos, no deberían haber llegado muchos barcos del South Blue hoy, por no decir que seguramente sea el único. Tiraremos de ahí.

Iba a ponerse a caminar pero, para su sorpresa, no iban a tener que esmerarse demasiado en encontrar al recién llegado. De hecho, sería él quien les encontraría a ellos. Fornido y alto, más o menos de la estatura de Atlas, se presentó ante ellos un muchacho que tenía pinta de no haber tenido una muy buena vida o que llevaba muy mal los años, de gestos estrafalarios y un acento que a Camille no identificaba. Sus esperanzas de encontrarse con un compañero normal, quizá como Ray, se hicieron añicos en cuanto abrió la boca y se plantó frente a ella de esa forma.

Em... ¿Viva? —Sus palabras nacieron cargadas de una confusión palpable, la misma que sentía la recluta en ese instante. Su rostro se volvió la máxima expresión de la perplejidad, con los ojos un poco más abiertos que antes, intentando encontrar las palabras. ¿Quizá fuera aquel saludo una costumbre del Mar del Sur o un saludo típico?— Tú debes de ser el marine que trasladan desde el South, ¿verdad? Yo soy la recluta Camille y estos Ray, Atlas y Takahiro —les señaló en orden de relevancia para ella, aunque diría que el único poco importante era el del pelo musgoso—. La capitana Montpellier me ha asignado la tarea de enseñarte la ciudad y guiarte hasta el G-31.
#15
Atlas
Nowhere
—A mí me dieron una buena paliza durante un día de permiso que... bueno, digamos que finalmente no fue tan de permiso. Por lo que se ve había varios camellos de la zona que estaban intentando usar el bar para vender alguna que otra cosa. Cuando quise darme cuenta, y todavía no tengo demasiado claro cómo pasó, me estaba dando de tortas con ellos —expliqué con una sonrisa vergonzosa en el rostro y los recuerdos a flor de piel. Después del comentario de Camille no quería que mis compañeros me relacionasen con según qué tipo de actividades. Ya me tenían bastante controlado en la base como para añadir otro motivo por el que no quitarme el ojo de encima. Vago tal vez, pero nunca corrupto.

Ya en el puerto, la escasa información de la que disponía la recluta me dejó claro que, por suerte o por desgracia, no hallaríamos demasiados problemas para dar con el recién llegado. Y decía por suerte o por desgracia porque uno nunca sabía qué clase de personas tendría pensado el destino ponerle delante. Hasta el momento me había topado con gente peculiar... muy peculiar... extremadamente peculiar... Vale, unos bichos raros, pero buena gente. Ese tipo de personas que, al referirte a ellas, piensas: «Es un desastre, pero es mi desastre». Hasta el momento había tenido mucha suerte y en cierto modo temía que mi buena racha se acabase. Tanto lo bueno como lo malo siempre encuentran su final, y detrás de uno sólo puede venir el otro. En consecuencia, lo que siguiese a aquello que me estaba tocando vivir —con sus más y sus menos— no prometía ser demasiado reconfortante. De cualquier modo, no era lugar, momento ni contexto para permitir que pensamientos parásitos como aquél se apoderasen de mi mente.

En cuanto ese tipo se plantó delante de nosotros como un iceberg en la trayectoria de un barco me quedó claro que estábamos ante uno de los dos extremos: habíamos tocado techo o habíamos tocado fondo, suerte o desgracia, alegría o tristeza. Nuestra guía respondió como buenamente pudo, atónita, al saludo más inesperado y carente de sentido que había presenciado en mi vida. Yo, por mi parte, no pude ocultar una sonrisa que enseguida dejó paso a una sonora carcajada, irreprimible pero tan sincera como la confesión voluntaria a un sacerdote.

Aún con lágrimas en los ojos y mis labios amenazando con separarse para romper a reír de nuevo, alcé la mano en un cordial y amigable gesto de saludo cuando Camille pronunció mi nombre.

—Encantado —dije, no sin antes tener que detenerme un segundo a sofocar los últimos restos de la carcajada—. No sé si hacen estas cosas queriendo o sin querer, pero creo que vas a encajar bastante bien con los demás —añadí al tiempo que me aproximaba a él para estrecharle la mano y, justo después, me hacía a un lado para que los demás pudieran hacer lo propio—. Nuestra guía ya nos ha enseñado los barracones y alguna que otra cosilla más. Si quieres y a los demás les parece bien podemos continuar por donde íbamos y más tarde damos una vuelta por las zonas que tú aún no has visto. No es gran cosa, vaya, y en los barracones vas a estar suficiente tiempo como para conocértelos sin que haga falta que te los enseñen. ¿Os parece? —finalicé, dirigiéndome a todos pero en especial a Camille, ya que era ella en última instancia y salvo orden expresa la indicada de decidir la ruta y los próximos pasos a seguir.

¿Quién sabía? Tal vez de ese modo pudiésemos recortar el recorrido de algún modo para así poder disfrutar de algo de tiempo de relajación y esparcimiento. Hay quien lo llama pereza o desidia; a mí me gusta más el término de economía del interés y la energía.
#16
Ray
Ray
La respuesta de Atlas fue... bueno, digamos que fue una respuesta. Comenzó a desvariar acerca de los metafóricos cuernos en las relaciones sentimentales y a elucubrar una posible relación entre dicha metáfora y la muy real cornamenta que portaba Camille. Divertido, Ray soltó una carcajada, aunque ni se le pasó por la cabeza que su compañero estuviera hablando en serio.

Takahiro puso algo más de cordura al asunto, hablando sobre cómo su abuelo le había contado historias años atrás sobre otras razas similares a la humana que, aunque no había podido comprobar nunca que fueran reales, tenían bastante sentido. Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa podía explicar mejor el origen de la enorme Camille que el hecho de que fuera miembro de otra raza de seres muy similares a los humanos pero con unas características peculiares? A él no le importaba lo más mínimo que fuera estrictamente humana o no, no era racista. Las personas solo se definían según sus actos, no según su aspecto o su procedencia. Y su nueva camarada parecía buena gente, aunque la hubieran conocido hacía tan poco. Ray tenía buen ojo para juzgar esas cosas, o al menos eso creía.

Poco después el rubio les señaló una taberna, recomendando evitarla en lo posible. Al parecer pese a que la bebida no fuera de mala calidad la gente que solía frecuentarla no era precisamente la más recomendable. Cosa que confirmó su guía, anunciando que seguramente debieran acudir allí más de una vez en el ejercicio de su trabajo para asegurarse del cumplimiento de la ley o intervenir en alguna disputa. El Trébol de Otoño... el peliblanco se aseguró de recordar ese nombre.

Cuando Takahiro le preguntó si él también había sufrido alguna desgracia en la ciudad el joven no pudo sino responderle con sinceridad:

- La verdad es que no, pero porque aún apenas he pisado la ciudad por mi cuenta. De hecho mi principal infortunio fue en el Cuartel. - Hizo una pequeña pausa y miró a sus compañeros antes de proseguir. - Ya os habréis enterado, seguro. El otro día, cuando fue la tormenta tan fuerte, no me enteré del aviso y me quedé atrapado en la superficie, tratando de resguardarme como pude. Al final conseguí ponerme a salvo, pero estuve cerca de morir.

Solo el recuerdo de aquel día le hacía estremecerse. La fuerza del viento y la lluvia habían estado cerca de mostrarse superiores a las suyas, y poco había faltado para que no pudiera contarlo.

Estaban ya cerca del puerto cuando se encontraron frente a frente con otro marine. O bueno, con alguien que llevaba un uniforme idéntico al que portaban todos ellos pero al que el peliblanco no había visto en su vida. Algo más bajito que él pero extremadamente musculoso y corpulento, y con el pelo negro y muy corto, aquel tipo parecía ser capaz de pelear.

- ¿Será este el nuevo recluta al que debíamos venir a buscar? - Se preguntó Ray para sí mientras le miraba.

El fornido marine hizo un gesto de sorpresa al ver a Camille y, besándose una extraña cruz que llevaba colgada del cuello en una cadena, se plantó ante ella como queriendo enfrentarla mientras lanzaba un grito alabando a un rey que el joven no conocía.

Camille, visiblemente confundida ante su reacción, le contestó no obstante con una admirable compostura y se presentó, introduciendo también a los tres amigos que iban con ella. Atlas fue el primero en seguirla y presentarse también, explicándole con amabilidad lo que habían hecho hasta aquel momento y aclarándole que no tenía que preocuparse por haberse perdido nada de vital importancia que no le pudieran explicar más adelante sobre la marcha.

- Yo soy Ray, como ha dicho nuestra guía. - Siguió el peliblanco mientras le tendía la mano haciendo un gesto para chocarla. - Encantado también.

¿Quién sería aquel tipo? Desde luego ya solo con la primera impresión le daba la sensación de ser lo bastante peculiar para ser parte de su extraño grupo. Los más atípicos de entre todos los marines, y quienes se encargarían de hacer del mundo un lugar mucho más justo en los próximos años.
#17
Takahiro
La saeta verde
—¿Eso te ocurrió? —comentó a Ray, después de haber escuchado su historia—. Yo ese día, después de haber estado horas en la cocina por castigo de nuestro querido sargento Shawn, el comandante Buchanan me mandó a comprar tabaco y acabé refugiándome en una taberna. Al final, capturé a un intento de maleante —dijo, sonriente—. Eso me libró de una buena reprimenda. Lo cierto es que somos un grupo bastante variopinta.

Llegaron al puerto a paso ligero por la preciosa ciudad de Loguetown. Lo cierto era que haber ido conversando tan amenamente con sus compañeros, pese a la insípida actitud de la recadera de la capitana, habías resultado un placer que desconocía. El peliverde siempre había estado solo con su abuelo o su instructor, así que poder estar con personas de su edad le gustaba.

El sol del mediodía comenzaba acariciar su piel con bastante intensidad, haciendo que poco a poco le fuera sobrando parte de su vestimenta. Adoraba los días calurosos, pero detestaba ir vestido, sobre todo por arriba. Le encantaba sentir la brisa veraniega sobre su torso desnudo esculpido por las horas de trabajo en los puertos de Nanohana.

La comitiva se paró durante un momento, en el que el marine aprovechó para cerrar los ojos y sentir con el resto de sus sentidos el sonido del mar y el bullicio del puerto, el viento golpeando y meciendo sus verdosos cabellos, el olor a mar mezclado con pescado en no muy buen estado. «Me encanta esta sensación», pensó para sus adentros, relajando sus hombros y abriendo los ojos.

Sin embargo, aquella calma que inundó el cuerpo y la mente del peliverde desapareció de sopetón. De la nada, apareció frente a ellos un joven de cabellos castaños y musculatura envidiable. Era un sujeto algo más bajo que él, pero bastante más corpulento físicamente, el cual se postró frente a la recluta de las astas en la cabeza y se puso a berrear.  Ante aquello, no pudo evitar soltar una carcajada, al ver la cara de sorpresa de la muchacha.

—Un placer, amigo —le dijo, tendiéndole la mano para saludarlo, mientras con la otra se quitaba una pequeña lágrima que le había brotado del ojo después de reírse—. Como ya te han dicho, mi nombre es Takahiro Kenshin, pero puedes llamarme Taka —le dijo, escuchando justo después las palabras de Atlas—. A mi me parece bien —añadió, sin tan siquiera mirar a la grandullona—. Sería una tontería volver al cuartel estando ya aquí. Aunque todo depende de la programación que tenga hecha la grandullona. Si es que tiene alguna y no está improvisando —soltó el peliverde, con cierto retintín en sus palabras.
#18
Masao Toduro
El niño de los lloros
Ya estaba remangándome y dispuesto a quitarme el uniforme para pelear en el nombre de cristo nuestro señor cuando el demonio respondió como ¿Viva? Fue entonces cuando o mi cabeza comenzó a pensar, con esa fluidez y agilidad que me caracterizaban, había dicho viva, claramente un demonio no podía decir eso cierto ¿O tal vez era una trampa porque justo eso es lo que quería el diablo que pensará? Como cuando Jesús estaba atravesando el desierto y ahí estaba satanás para confundirlo y atormentarlo. Pero además llevaban uniforme ¿Acaso la marina había abrazado el satanismo? ¿No seríamos el brazo ejecutor de unas oligarquías poderosas que se viajaban de isla a isla dibujando pentagramas en el suelo? No, aquello era demasiado, aquella mujer simplemente debía ser hija de una bruja o entidad que hubiera pactado con el maligno, si, aquello debía ser la solución más lógica o al menos era algo que me podía decir el párroco de tres hermanas, Antonio Heredia, que también era un tío lejano.
 
Después de ese lapsus de un breve segundo, respondió al demonio, sería una infiel pero todavía albergaba esperanzas por la salvación de su alma:
 
—Poh yo me llamo Masao Toduro Heredia, soy el mayor de ocho hermanos y vengo del barrio de “Tres hermanas” y voy a misa los domingos ¿Y tú donde te has bautizado?— pregunté dubitativo de si realmente aquel ser era maligno, y me comería mientras dormía.
 
La ogra, me presento a los que parecían que iban a ser mis compañeros, todo esto asumiendo que no tuviera que exorcizarlos a todos, claro. El primero fue un rubio, el cual se estaba descojonando, una reacción que por lo que fuera no me resultaba ajena ni extraña, después de todo mucha gente se ponía contenta tras conocer a un tío como yo.

El hombre, Atlas, era un rubio de altura similar a la mía, también con una cicatriz en el rostro y parecía haber llevado una vida con altibajos. Se limitó a decir que iba a encajar bien con el grupo (mis teorías sobre las practicas exotéricas cobraban fuerza por momentos) y me comentó algo de enseñarme los barracones o algo similar.
 
—Sí, sí, encataoh— respondí replicando el saludo con la mano —¿No será bujarra? — me pregunté al malentender el comentario —Los cojones voy a ver yo los barracones con la rubia esta— me guardé para mis adentros, y no es que no fuera “homo” no sé qué como decía la gente “moderna”, pero vamos que tenía muy claro que aquello era ir en contra de la voluntad de dios.
 
A este le siguió un tipo algo más alto que yo, casi me sacaba una cabeza, y más o menos de mi edad, el tío pese a ser un palillo no era feo del todo, ni tenía cicatrices como el primer rubio. La verdad es que tenía una pinta de pijo que echaba para atrás, pero bueno también me saludo como nos saludamos la gente en el barrio así que por lo menos no era un estirado, además tenía el mismo nombre que un negro de mi barrio, así que lo mismo se había fugado de su mansión con un sueño musical a la espalda y había acabado enrolado en la marina. Bastante posible de hecho.
 
—Encataoh pijoh, me mola tu “flow”— respondí tratando de seguirle el rollo.
 
El último que le saludo, Taka, era un tío algo más alto que yo, tenía el color de pelo igual con el mismo color que las plantas de maría que plantaba mi vecina, la viuda, al igual que el anterior sus facciones le recordaban a la de un compañero de juegas, un carterista también moreno que se llamaba Salih Hu Yendo.  El tipo también parecía tener algo de tirria al demonio, posiblemente su fe al igual que la mía, le impedían seguir a rajatabla los dogmas de tan exotérico culto multicultural, bueno era natural después de todo rezábamos al mismo dios, solamente que él lo hacía mal.
 
—Lo mismo digo, amigo— respondí con sinceridad —Por mi podemos seguir por donde lo hayáis dejao, solo quiero, si es posible, ir a la capilla que tengaí por aquí, que tengo que poneh una vela, ya sabei pa agradeceh a la virgen el llegar a buen puerto— respondí con mi peculiar acento y habitual desparpajo —Mi madre siempre deciah, es de bien nacido se agradesio— finalicé tal vez con un tono más alto de que lo que se consideraba normal.
 
Al parecer, iba a tener que trabajar duro en sea cofradía para reconducirla por el camino del señor.
 
—Dios, dame paciencia— pensé antes de mezclarme entre el grupo para ver de que iban hablando.
#19
Camille Montpellier
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No fue ninguna sorpresa que la actuación de aquel... personaje, pues no tenía otro nombre más apropiado, generase más de una carcajada. No ocurrió solo entre sus compañeros, sino que Masao llamó tantísimo la atención que varias personas del puerto detuvieron momentáneamente sus quehaceres para fijarse en lo que estaba ocurriendo allí. Los espectadores se conformaban principalmente por civiles, pero también se encontraban algunas patrullas de marines en las proximidades. Como no podía ser de otro modo, entre los variopintos grupos también se produjeron sonoras carcajadas y risas ahogadas. Mentiría si dijera que Camille no se sintió ligeramente abochornada por la situación, pero prefirió dejarlo estar mientras se ajustaba la gorra blanca que formaba parte de su uniforme, dejándoles un rato para las presentaciones.

«¿Por qué tienen que pasarme estas cosas a mí?», se preguntó a sí misma, negando despacio con un aire de incredulidad. Sentía que si alguien le pellizcaba en ese momento se despertaría de un mal sueño, pero probó a pincharse en el dorso de la mano y lo sintió tan real como la vida misma. No tendría tanta suerte.

Cuando las presentaciones concluyeron, Atlas propuso aplazar la visita por la base y dejarla para el final, de modo que pudieran aprovechar que ya se encontraban fuera del G-31 para visitar la ciudad y sus zonas más relevantes. Camille no tenía ningún problema con ello, de modo que se encogió de hombros y respondió con un tranquilo «como prefiráis», esperando a que el resto del grupo opinase al respecto. Todos parecían estar de acuerdo, pese a que el imbécil de Takahiro tuviera que soltar un comentario de mierda. En cualquier otra situación, posiblemente lo hubiera hundido en el suelo de un puñetazo, pero hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para, simplemente, responder con palabras.

Por suerte para la Marina, no todos actuamos como descerebrados —su gesto fue brusco y su tono evidentemente borde, pero duró apenas unos segundos, lo que tardó Masao en comentar algo sobre... ¿La capilla?

La oni se quedó pensando un momento. En cierto sentido, tras la presentación que se había marcado y las formas en que hablaba, no le sorprendía en absoluto que el recién llegado del South Blue fuera una persona devota. Tampoco era muy complicado percibirlo; después de todo, llevaba un rosario de oro al cuello que estaba muy lejos de ser un accesorio discreto. Personalmente, ella no solía acercarse a la iglesia de Loguetown porque sentía que generaría respuestas similares a las de Masao al hacerlo. Digamos que, dentro de la simbología religiosa, los seres con cuernos como ella no eran lo que se dice bien recibidos, así que entrar en un lugar sagrado para los feligreses casi que podría considerarse un insulto o una provocación.

Asintió y le dedicó una sonrisa amistosa al chico. Dentro de que había sido una presentación de lo más peculiar, no era el tipo de persona que juzgase a la gente por las apariencias o las primeras impresiones. Excepto a Takahiro, claro, ¿pero podía considerarse «persona» a semejante impresentable?

Hay una iglesia cerca de la plaza que hay en todo el centro de Loguetown. No es muy grande, pero lo suficiente para acoger a todos sus fieles. Tenía pensado pasar por allí porque también está el mayor mercado de la ciudad y es conveniente que lo conozcáis, tanto porque tendréis que patrullarlo y vigilarlo de vez en cuando como porque se puede comprar de todo allí —les explicó amigablemente, procurando relajar las tensiones un poco. Iban a ser sus compañeros al fin y al cabo—. Yo os llevo, no tardaremos mucho desde aquí.

Ahora que ya tenían un rumbo claro que seguir, Camille se apresuró a liderar de nuevo al grupo e ir explicándoles la forma más sencilla de llegar hasta el mercado, tanto desde los puertos como desde la base. Al final, eran las dos localizaciones de la isla en las que más tiempo pasarían a lo largo de los días, más allá de sus patrullajes. Esta vez, picada por la curiosidad, decidió poner un poco la oreja y prestar atención a las conversaciones de sus compañeros. Tenía... interés por saber qué tipo de temas surgirían. Quizá la presencia de Masao fuera el principal aliciente.
#20


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