¿Sabías que…?
... un concepto de isla Yotsuba está inspirado en los juegos de Pokemon de tercera generación.
[Común] [C-Presente] Guía para guiris de Loguetown... o algo de eso
Atlas
Nowhere
Lo esperpéntico de la situación quedaba claro en cuanto uno veía lo que sucedía alrededor. La sencillez tan pura que exhibía aquel hombre sin ningún tipo de escrúpulos ni tapujos era tan divertida como enternecedora. Por otro lado, Masao se aseguró de dejar claro su fervor religioso desde el primer momento. A decir verdad era algo que me resultaba bastante indiferente. A mi modo de verlo las convicciones religiosas eran algo muy íntimo y personal de cada individuo, por lo que no tenía nada que operar al respecto. No obstante, desconocía qué era eso de bujarra. Tal vez fuese algún tipo de credo enfrentado con el que él profesaba.

—No sé qué es eso, Masao —le dije, aún divertido—, pero no creo que lo sea.

La conversación siguió y la religión de Masao continuó siendo el centro de la misma. Siguiendo sus costumbres, decía necesitar acudir a alguno de sus templos para realizar una ofrenda de agradecimiento en forma de vela. A esas alturas ya había recorrido buena parte de la isla en busca de un escondrijo donde Shawn no me encontrase —sin éxito, claro—, pero nunca me había fijado en si había iglesias o templos de otra clase. A decir verdad, desconocía incluso si en Loguetown había alguna religión predominante.

Las palabras de Camille no tardaron en darme la información que estaba solicitando. Efectivamente, en la plaza principal había un lugar donde Masao podría satisfacer sus necesidades espirituales. Fue por ello que pusimos rumbo hacia allí.

Por el camino iba señalando callejones y locales en los que en alguna ocasión había intentado esconderme del sargento. Lo hacía con una sonrisa en el rostro, pero estaba seguro de que cierto matiz de miedo se podía percibir en mi mirada al pensar en nuestro superior. También iba comentando otras posibles localizaciones que tenía fichadas como futuros objetivos. Del mismo modo, si veía alguna posición interesante en la que no había reparado antes lo comentaba con los demás.

—Tú no conocerás algún sitio donde esconderse en el que el sargento Shawn no pueda encontrarme, ¿no, Camille? —pregunté en un momento determinado, cuando sólo quedaba torcer en dos esquinas para llegar a la plaza de la iglesia—. Es que estoy harto de que siempre me encuentre y me castigue después. Creo que me merezco un respiro.
#21
Ray
Ray
El saludo de Masao fue un tanto peculiar, llamando en tono amistoso pijo a Ray y diciéndole que le gustaba su... ¿qué? El joven no tenía la menor idea de lo que la palabra "flow" significaba, pero no había sonado a nada malo por la forma en la que su interlocutor lo había comentado. Tendría que enterarse de qué quería decir esa curiosa expresión.

Lo que sin duda le generó una mezcla entre diversión y extrañeza fue el hecho de que le catalogase como pijo. El peliblanco sabía lo que esa palabra significaba, y era curioso lo lejos que estaba de la realidad. No sabía mucho del origen de aquel tipo, pues desconocía la ubicación de Tres Hermanas, pero sus orígenes eran con mucha diferencia los más humildes de todo el grupo. Al menos durante su niñez en el orfanato no había pasado hambre pese a no haber conocido siquiera el menor de los lujos, pero desde que cumplió la mayoría de edad hasta que se alistó en la Marina apenas había dormido contadas noches bajo techo, y eran más los días que se había acostado con el estómago vacío que los que había encontrado algo que llevarse a la boca. Aunque claro, podía entender la confusión. Una vez con acceso a unas medidas básicas de higiene la natural belleza de Ray le confería un porte y un aspecto que cualquier ricachón podría firmar.

Poco después Taka amenazó con romper nuevamente la inestable calma que se había instalado en su particular grupo al lanzar una pulla a Camille. A juzgar por su comportamiento parecía aún algo dolido por el frontal rechazo con el que la joven había respondido a su insinuación inicial. En esta ocasión sin embargo, pese al tono de voz cortante que dejaba bien claro que no le hacían gracia aquellas tonterías, la enorme marine fue bastante menos antipática en su respuesta.

A Ray casi le daba pena Camille. Ya había visto en varias ocasiones lo fácil que su amigo se enamoraba a primera vista y después se desenamoraba, y en ocasiones sus intentos de aproximación eran poco sutiles. Podía entender que algunos pudieran resultar incluso algo incómodos para las receptoras de los mismos, en particular si estas eran un poco más tímidas de lo habitual. Lo divertido era que en este caso el blanco de sus flirteos daba la sensación de poder abrirle la cabeza con facilidad si se enfadaba, lo que no parecía inquietar lo más mínimo al peliverde.

Tras la petición de Masao de pasar por una capilla su guía le informó de que llegarían no mucho tiempo después a la iglesia de Loguetown, que se encontraba al lado del principal mercado de la ciudad. Al ser esta una de las paradas ya planificadas en su itinerario probablemente el musculoso marine podría entrar y dedicar una o dos oraciones a su Dios.

A decir verdad las religiones eran algo que Ray no llegaba a comprender del todo bien. Y tenía sentido. Cuando se es tan pobre como él había sido toda su vida las preocupaciones van dirigidas a continuar vivo y con el estómago lleno, no hay tiempo de pensar en qué habrá más allá. El mismo concepto de más allá le resultaba totalmente extraño y ajeno. En su cabeza tan solo existía ese mundo y la vida que se vivía en él.

Se dirigieron entonces hacia el mercado, dirigidos nuevamente por Camille. Atlas, ni corto ni perezoso, le preguntó si conocía algún lugar donde pudiera llevar a cabo con éxito su pasatiempo favorito: esconderse de Shawn. El peliblanco esperó a que su guía le contestara para poco después preguntar a Masao:

- ¿Qué tal ha ido el viaje? ¿Habéis tenido algún incidente o ha sido tranquilo?

Sabía por experiencia propia que en el camino hacia Loguetown uno podía encontrarse con considerables dificultades, y el grandullón además parecía venir de bastante más lejos que él, por lo que interesarse por su camino le pareció la mínima cortesía para empezar a conocer al nuevo integrante de su Cuartel General.
#22
Takahiro
La saeta verde
—Yo suelo llamarlo improvisación, que es un signo de inteligencia al igual que la ironía —saltó a decir Takahiro, viendo como el tono de voz de la grandullona era bastante adusta en sus contestaciones cuando se trataba de él. Sin embargo, ante de que pudiera volver a añadir algo más a su comentario, Masao volvió a dar un giro de ciento ochenta grados a la conversación, preguntando por la capilla. «Solo espero que no diga de meternos en una misa. Que pereza…», pensó, acercándose hacia Atlas, que parecía algo desconcertado tras lo que le había dicho el nuevo.

—Luego te aclaro lo que significa eso de bujarra, Atlas —le dijo en voz baja el peliverde, mostrando una sonrisa al rubio.

Lo cierto es que él no veía afeminado a su compañero, es más, podría decirse que tenía de los cuerpos más varoniles entre todos ellos. Bastante compensado muscularmente, con buenos hombros… Una bonita percha, como solía decir su abuelo de la gente.

La visita se le estaba haciendo larga. No estaban haciendo nada interesante, más que dar vueltas de un lado al otro sin pararse a tomar algo. Fue en ese momento cuando apareció la señora Louisa. Una mujer de unos setenta y muchos años, de cabellos grises, un vestido amplio estampado y su perro salchicha, bollito.

—¡Oy, oy, oy, oy! —exclamó en voz alta frente al grupo de marines—. ¿Pero a quien tenemos aquí? ¡Cuánto joven apañao!

—Buenos días, señora Louisa —le dijo Takahiro, agachándose a acariciar al perro—. ¿Cómo se encuentra hoy?

—Buenos días, Takahiro, hijo —le respondió—. Tirando, como siempre. A ver si dios me lleva pronto.

—No digas eso. Que está usted muy bien par su edad —le dijo, con tono jocoso—. ¿Cuántos años tiene? ¿Dieciocho? —bromeó.

—Quien los cogiera, hijo, quien los cogiera —dijo ella—. Dime, ¿Quiénes son tus amigos?
#23
Masao Toduro
El niño de los lloros
Tras la tanda de saludos y presentaciones, reanudamos la marcha, petate a la espalda, me puse a la par del ricachón, mientras escuchaba los comentarios del grupo. El demonio, tras replicar al moreno, no tardó en responderme, indicándome que de hecho nos íbamos a dirigir a la capilla, o mejor dicho, al mercado donde se encontraba el tempo. La verdad es que no me extraño aquello, ya que en mi barrio los domingos también ponían el mercadillo por ahí, por lo que imaginaba que sería algo similar, un sitio donde escuchar los típicos “¡MELONE a DOSCIENTOS berries, NIÑA!, ¡Me lo quitan de las manos!” o los clásicos “¡BRAGITAS, bragitas pah niña, mujeh y señora, de todos looo colores, 300 berries por uno y 600 por treh”. La verdad es que es pensamiento era reconfortante.
 
Lo que no me gusto tanto fue la omisión del demonio en cuanto a su bautismo, omisión que no había pasado por alto una mente brillante como la mía, fuera como fuera, tendría que ir resolviendo los problemas uno por uno, esta seguro de que como le decía el párroco Damián de su congregación “Dios proveerá”.
 
El resto del trayecto trascurrió con varias conversaciones paralelas, por mi parte me quede hablando con Ray el cual la verdad es que me dio pie al preguntarse por el viaje.
 
—Poh mira niño, después de salir de mi isla, porque yo soy del Malbuena, el caso es que pensaba que íbamos a tardar naah, media tarde o así, pero resulta que la isla de Grana estaba a tres días en barco, el caso que pasamos ahí media mañana pah aprovisionarnos y ezo, pero no veas “pijoh” lo mal que habla ahí la peña, no sabeh articula palabra, vamoh que no hablan ni como yo ni mucho menos como tú, así que si vas lleva traductor o algo, ah y tenían un palacio mu chulo de un rey o no sé qué, creo que ya está muerto, pero la verdad es que no estoy muy enterao ¿Sabes?— pregunté y sin dar cuartel proseguí mi historia, porque el viaje había dado mucho de sí y no era plan de dejar en ascuas al peliblanco, con mi habitual tono de voz y acento, que ahí la gente parecía que hablaba a susurros  —El caso es que una vez que salimos de ahí fuimo pa la isla del Mahon, la verdah es que ponían buen jereh en la taberna y buena tapa, pero todo mu estirados y señoritos, lo mismo a ti te tratan mejor, ezo zi la iglesia preciosa, mira, mira su virgen ¿Quieres una estampita? Compre dos por zi perdía una, pero vaya, que si no tienes te puede dar una— le fue narrando mientras le daba una, casi obligándole a tener algo de protección divina encima, y es que con los cuernos de la de delante, el alma de uno no podía estar a todo buen recaudo de lo que debería.
Le fui contando el resto de la historia con varios detalles, y yendo al grano como había hecho con las dos primeras islas. Narrando así como media docena de islas o tal vez incluso más, todo esto mientras le agarraba del hombre y le daba palmadas amistosas en la espalda pa ir ganando confianza, así hasta llegar a la anécdota del viaje —El caso, vamos un pico más alto que toa “sierra nevaaa”, y eso que la sierra es pecha alta. El fin, que era una cascada que subía así pal cielo, nunca he visto algo así niño, como el barco se movía mucho, estaba yo así medio mareao porque me había dado un poco de amarillo con las copichuela de jereh. El caso, es que zalí a cubierta y cuando me dio el aire como que me caía, entonces de repente estaba como en una nube, y entonces di como un giro completo y ¡FUAAAA! Y ENTONCES EMPEZEH A CAER EN PICADO COMO A LO ¡WOAAAAH! MIENTRAS VEÍA COMO TOAH LA CREACIÓN DE DIOS HASTA VER UN PUNTO AZUL, Y ATRAVEZÉ LAS NUBES, Y LUEGO EL CIELO AHÍ CON TOOS LOS ANGELES, LA VIRGUEN, EL ESPIRITU SANTO Y TODA LA PESCA Y SEGUIR CAYENDO Y CAYENDO HASTA QUE COMO QUE MI ALMA CAYÓ OTRA VEZ EN MÍ MISMO Y YA VOLVÍ EN SI, así que eso, yo creo que lo llaman Montaña Reverso porque te poneh del revés, porque si no no me lo explico ¿Os paso a vosotros también? ¿O no habéis pasado por allí? Y ya después de eso, bastante tranquilito el viaje, la verdah ¿Vuestros viajes como fueron? ¿Por qué no eras de aquí no?— pregunté al pijoh a la espera de que él y el resto compartieran su experiencia.
 
Por el camino nos cruzamos con una vieja también, lo cual me hizo preguntarme si sería como Marisa, una de las viejas del barrio y que tenía la terraza llena de macetas con maría de la mala.
 
—Yo me llamo Masao, vamoh a ver a la virgencita y a poner un pah de vela— le repliqué, al parecer a grito pelao, según me contaron después.
#24
Camille Montpellier
-
La conversación de su rebaño se fue volviendo más y más distendida, dentro de las posibilidades que había de eso cada vez que intervenía Masao. Era notable que Atlas, Ray y Takahiro se conocían desde hacía varios días por la fluidez de sus conversaciones y la complicidad del trato. Eso, independientemente de lo que pudiera opinar de cada uno de ellos, le transmitió cierta tranquilidad. Siempre era bueno que las relaciones fueran cordiales en la medida de lo posible, pero si se desarrollaban amistades o al menos algo de compañerismo, mejor que mejor. Quizá una pequeña parte de ella sintiera un poco de envidia, pero ya llevaba mucho tiempo sin darle demasiada importancia a esas cosas: estaba acostumbrada a su forma de vivir y tampoco parecía tener mucha solución.

Salió un poco de su ensimismamiento en el momento en que Atlas abrió la boca para preguntarle por más escondites. Otra cosa no, pero al rubio le sobraba audacia preguntándole algo así sin siquiera conocerla. ¿Quién le decía que no fuera a comentarle algo a sus superiores? ¿O que no fuera a ayudar a Shawn a encontrarle? Quizá la gente normal no tenía que andar preocupándose por esas cosas todo el rato.

Es... algo que no me he planteado, la verdad —empezó, intentando pensar en algo que pudiera servirle—. Supongo que cualquier sitio concurrido debería servirte mientras no lleves el uniforme, aunque quizá vendría bien que usases alguna capucha o algo similar. No sé, no soy el tipo de persona que pasa desapercibida, como te imaginarás —explicó, tocándose uno de los cuernos al terminar de hablar—. Quizá la parroquia sea una buena opción. Diría que el sargento no es practicante y... bueno, se supone que ofrecen refugio a los necesitados, ¿no? —Miró a Masao de reojo, como esperando confirmación—. ¿Creo que eso cuenta? Si no siempre te quedan las barriadas, aunque no te recomiendo eso si no buscas una puñalada.

No estaba muy segura de si algo de lo que había dicho le sería de utilidad al rubio, o siquiera si debería haberle intentado ayudar en eso. En parte sabía que no, pero tampoco era su deber imponer disciplina sobre él o sobre cualquiera del grupo que estaba liderando. A decir verdad, ni siquiera sabía qué posición tenían en la jerarquía, aunque había estado dando por sentado que todos serían reclutas y soldados.

Tras este breve inciso de las conversaciones, Ray se aventuró a preguntarle a Masao, una iniciativa de la que quizá no tardase en arrepentirse: la chapa que les cayó a raíz de su curiosidad fue más dura que el temporal del otro día. La incredulidad, confusión y el número de preguntas de Camille se iban incrementando más y más a cada palabra que el sureño soltaba por la boca. No tenía ni idea de la localización o siquiera existencia de la mayor parte de las islas que mencionó. Es más, quizá solo fuera consciente de la existencia de la Reverse Mountain, localización que nombró en su monólogo. Ella no había estado nunca, aunque la experiencia de cruzarla que el moreno compartió con ellos, lejos de aclararle dudas o satisfacerle la curiosidad a la oni, la dejó aún más confusa de lo que ya estaba. No tenía muy claro si esa experiencia onírica era real o si se trataría de un producto de alguna sustancia que hubiera consumido. Tampoco creía querer saberlo, la verdad. Lo único de lo que tenía certeza era de que la cabeza le había empezado a dar vueltas tras escuchar el relato. Iba a necesitar unas buenas vacaciones después de ese día.

No sería erróneo afirmar que por suerte para todos, una mujer hizo acto de presencia con su fiel acompañante canino y cortó la posibilidad de que otra inocente pregunta de Ray pudiera traerles el apocalipsis en forma de historia. Otra vez. La mujer respondía al nombre de Louisa y parecía conocer a Takahiro, lo cual no sabía si eran buenas o malas noticias. Supuso que como la mujer estaba entrada en años no había tenido que soportar los arpones del peliverde.

La oni asintió con la cabeza a modo de saludo.

Un placer señora, mi nombre es Camille —se presentó brevemente, esperando a que el resto hiciera lo propio antes de seguir—. Estamos a su disposición si le surge cualquier problema.

Sus palabras salieron con amabilidad, acompañadas con una sonrisa que contrastó quizá con la actitud que había mostrado hasta ese preciso instante. Aun así, procuró no intervenir demasiado por temor de resultar intrusiva o la posibilidad de que su peculiar apariencia pudiera incomodar a la mujer que tenían delante. La verdad era que no le sonaba de nada, aunque tampoco es que eso fuera muy sorprendente: la población de Loguetown era cuanto menos numerosa. Lo que quizá sí que le resultaba extraño era que Louisa no la conociera a ella. A veces sentía que su existencia era conocida por todos y cada uno de los habitantes de la isla.

La parada se había producido justo a la entrada del mercado central de Loguetown, de modo que ya desde allí podía verse el ajetreo habitual de este y escucharle el griterío que tenderos y clientes producían. Se quedó un poco al margen de la conversación que tuvieran con Louisa, al menos mientras no fuera mencionada directamente. Por su parte, enfocó la vista para localizar lo que andaba buscando y cuando lo hizo, trató de llamar la atención de Masao con un gesto y le señaló la parroquia, justo al otro lado del mercado.

Ese es el sitio. Podemos pasar después de enseñaros un poco la organización del mercado, pero si tienes prisa por ir podemos reunirnos en la puerta luego. No es que este sitio tenga mucha complicación de todos modos.

Aunque lo cierto es que había bastante ajetreo aquel día. Más del habitual. Como estaban a mediados de mes, los distintos comerciantes debían haber recibido recientemente reposición de sus productos; al menos aquellos cuyas ventas no consistían en frutas o pescado, ya que ellos reponían habitualmente los bienes que vendían. Probablemente sumado a esto, podían verse más patrullas de lo normal por la zona. Se trataba del procedimiento habitual, pues era en días de alta actividad como aquel cuando los intentos de hurto se multiplicaban. 

Tan solo esperaba que, por una vez, pudieran tener un día tranquilo... dentro de lo particular que estaba siendo, claro.
#25
Atlas
Nowhere
Taka parecía haber conseguido leer a la perfección la perplejidad y la confusión en mi rostro tras las palabras de Masao. Siempre era de agradecer que alguien que sabía algo que tú no te tendiese una mano y se ofreciese a explicártelo sin pedir nada a cambio. Que el significado de ese término resultase de mi agrado o no ya era otra cosa. ¿Quería saberlo? La curiosidad nunca mató a nadie. Bueno, dicen que mató al gato. Pero ¿qué gato? Tal vez el gato tenía algún problema de salud y murió porque le tocaba, no por la curiosidad.

Fue la voz de Camille lo que me sacó del bucle de estupidez en el que me había zambullida de cabeza. Parecía en cierto modo incómoda con mi pregunta, como si hubiese expuesto un tema prohibido o sacrílego. No era ningún secreto lo que hacía con mi tiempo de trabajo, ni siquiera entre los oficiales —para mi desgracia, por otro lado—, así que su expresión no dejaba de resultar curiosa. Aun así, el modo en que  la de los cuernos plasmó una respuesta en cierto modo tan inocente y la forma en que contrastaba con su aspecto físico consiguió que en mi cara aflorase una sonrisa.

—Sí, desde luego la definición de necesitado soy yo cuando Shawn viene corriendo detrás de mí; eso no se puede discutir.

Obvié el comentario acerca de la puñalada, ya que eso era algo que, más allá del dolor, había dejado de preocuparme en demasía hacía tiempo. Pensamientos peregrinos como ése me hicieron reflexionar acerca de que, en realidad, nadie en el mundo estaba al tanto del poder que albergaba dentro de mí. La única perdona que alguna vez lo había sabido había fallecido tiempo atrás, acribillado ante los asustados ojos de un niño que curioseaba, atemorizado y bloqueado como una presa a un segundo de ser cazada, entre las hojas de un arbusto. Aquel tipo me había pedido que lo mantuviese en secreto hasta que estuviese capacitado para darle un uso, una función en el mundo. Para ello primero debía tener un objetivo, que en cierto modo se había convertido en algo más que un boceto en mi mente. Ya llegaría el día.

Con respecto a Masao, había perdido por completo la capacidad de seguirle en la tercera frase. Se suponía que estaba contando una única historia, pero en mis oídos sonaba como si saltarse sin cesar y sin orden alguno de un tema a otro. Como un martillo pilón en pleno momento de trabajo álgido, casi que me empujaba a dejar de escucharle.

Fue la abuelita quien me abrió la puerta de escape. Por cómo reaccionaba a los comentarios de Taka, era curioso cómo según el momento vital y la atención recibida las mismas palabras podían resultar como un gesto entrañable o como un comentario incómodo. En el caso de la señora, claro, quería sonar más como lo primero.

El mercado bullía de actividad. Los comerciantes exhibían sus productos y clamaban sus bondades, reales o no, a los cuatro vientos. Interminables filas de personas se movían como hormiguitas entre los puestos, deteniéndose para evaluar alguna posible adquisición y reanudando la marcha si no les convencía o finalmente compraban. Desde luego, tal y como decía Camille aquel era un lugar maravilloso donde pasar desapercibido.

No tardé en divisar las primeras patrullas, que escudriñaban con evidente suspicacia a cuanto viandante con pinta sospechosa divisaban. Me llamó la atención que, pese a reparar en nosotros en alguna ocasión, en ningún momento nos saludaron. Tal vez estuviesen totalmente concentrados en su trabajo y por eso... Fuera como fuese, allí había mucho que ver y muy poco para hacerlo. Mientras caminábamos por los pasillos que se formaban entre los puestos Camille nos explicaba por encima la distribución de los mismos. Había sido planificada para asegurar la comodidad de comerciantes y compradores, pero, sobre todo, la facilidad de acceso de la Marina en caso de cualquier incidencia.

Por el camino no pude resistirme a comprar un gran melocotón que llamó mi atención desde ma distancia. Tenía las dimensiones de un coco. Pero no de uno cualquiera, no; de uno de los grandes. Fue por ello que cuando nos detuvimos en la puerta de la iglesia tenía las dos manos ocupadas y la boca inundada por un agradable y dulce sabor.

—No sé si es buena idea que entre con esto en la mano, Masao —le dije al nuevo—. Creo que me quedaré aquí fuera disfrutando de la gente.
#26
Ray
Ray
No habían pasado ni siquiera treinta segundos desde que Masao comenzara a contarles con todo lujo de detalles su trayecto desde su lejano hogar hasta Loguetown, y el joven peliblanco ya se arrepentía de haberle preguntado al respecto. Durante lo que le pareció una auténtica eternidad el nuevo integrante de su grupo les habló de una cantidad ingente de islas pertenecientes a su mar de origen, añadiendo una pequeña historia o anécdota en casa una de ellas que, a juzgar por cómo hablaba de ellas, a él le habían resultado tremendamente interesantes.

Ray no podía decir si era debido a lo mal que se le entendía, a la gran cantidad de interjecciones que intercalaba en su narración, a su exageradamente alto tono de voz o simplemente a que las historias que Masao les contaba no eran tan divertidas como él creía, pero se encontró desconectando de la conversación a los pocos minutos. Se sintió mal por hacerlo, si, pero no fue capaz de evitarlo. Semejante turra era superior a sus fuerzas.

Por suerte poco después fueron interrumpidos por una señora que parecía conocer a Takahiro. Louisa parecía ser su nombre, e iba acompañada de un perro salchicha. Ray nunca había entendido por qué esos perros le gustaban tanto a la gente, si parecían una experimento que había salido mal. Con esas patas tan exageradamente cortas que apenas podían caminar y esos cuerpos tan alargados, el joven dudaba muy seriamente que ningún miembro de esa raza canina fuera capaz de sobrevivir en la naturaleza sin una persona que atendiera todas sus necesidades.

- Encantado, señora Louisa. Yo soy Ray. - Saludó a la mujer mientras le dedicaba una amplia y cálida sonrisa.

Poco después, apenas unos minutos tras despedirse de la entrañable anciana y su deforme cánido, llegaron al mercado. Antes de entrar Camille señaló hacia el templo situado justo enfrente, principalmente para que Masao viera dónde estaba el lugar que buscaba. Indicó que, si este así lo quería, pasarían a verlo después de haberles enseñado la distribución básica del mercado.

Dicho lugar era un auténtico hervidero de actividad. Los estrechos caminos que discurrían entre las hileras de pequeños puestos y tiendas estaban abarrotados de gente comprando, vendiendo o tan solo observando la mercancía disponible. Sin duda aquel era un sitio que debían conocer, pues parecía uno de los epicentros de la economía diaria de la ciudad.

Cuando hubieron terminado se dirigieron hacia la entrada del templo. El peliblanco no creía en ninguna entidad superior que manejarse sus actos, pero sabía apreciar el arte y la arquitectura de los hombres y mujeres que habían edificado aquella iglesia. Por lo tanto entró junto a sus compañeros, o al menos junto a los que quisieran acompañar a Masao al interior de aquel edificio.
#27
Takahiro
La saeta verde
La espontaneidad de Masao era algo que le encantaba a Takahiro, que no podía evitar reír alguna que otra vez a carcajada limpia tras escucharlo. En su vida había conocido a alguien como él, tan auténtico y escandaloso. Se le veía a lejos que era un buen tío. Sin embargo, a la señora Louisa no pareció gustarle mucho, ya que se fue de allí en cuanto le escuchó elevar la voz un par de veces.

—¡Vaya bien! —le dijo a la señora, que se despidió con una sonrisa.

A la hora que era, el mercadillo estaba en su apogeo. Todos los puestos estaban repletos de personas comprando, niños correteando por los pasillos que formaban las carpas de cada puesto y un griterío que hacía mucho que no escuchaba.

—Tomates del mar del norte, señoras —gritaba un mercader—. Los mejores del mercado. Pruébelos y no se arrepentirá.

—¡Oferta gitana, lo robo por la noche y lo vendo por la mañana! —gritaba otro sujeto, que ofertaba todo tipo de utensilios de cocina, desde platos hasta cepillos de dientes.

—¡Melones gigantes a buen precio! —gritaba un hombre regordete—. No como los de mi señora, que me han salido caros.

El olor a fruta fresca y el aroma a comida de algunos puestos callejeros penetraban en los orificios nasales del peliverde, haciendo que su estómago rugiera con bastante intensidad. Tenía ganas de comerse algún hojaldre con dátiles y miel, pero dudaba de que tal manjar estuviera en un lugar tan recóndito como el mar del este. Si lo pensaba bien era algo que tan solo había comido en Nanohana, ¿sería típico de allí? Era probable.

La idea de Masao era visitar la capilla, pero no era algo que a Takahiro le hiciera mucha ilusión. Es por ello, que optó por quedarse con Atlas, quien se había comprado un melocotón del tamaño de la cabeza de un recién nacido. Era grande, jugoso y muy apetitoso.

—Me das hambre, Atlas —le dijo—. Creo que voy a comprarme algo también. ¿Queréis algo? Ya se va acercando la hora del segundo desayuno.

Fue en ese momento, cuando alguien gritó en mitad del mercadillo. Fue un grito que ensordeció todo el lugar, enmudeciendo hasta al más gañán de los comerciantes. Echó una mirada a sus compañeros y el peliverde se fue directo hacia el lugar desde el que le había parecido surgir aquel alarido tan desgarrador. Al llegar vio un corrillo de gente, alrededor de una figura que yacía en el suelo. La multitud murmuraba, pero nadie osaba a acercarse a aquel cuerpo. El joven marine se acercó pasando entre la multitud, apartando con poca delicadeza a la gente que allí estaba.

—Dejen paso a la marina, por favor —reiteró en un par de ocasiones.

Fue entonces cuando lo vio. Un hombre borracho, completamente desnudo y con un cuchillo clavado en el hombro. Sin embargo, lo que más llamaba su atención era que la única prenda que vestía era un cinturón con una colita de conejo de color rosa.
#28
Masao Toduro
El niño de los lloros
Tras el encontronazo con la señora, el grupo reanudó el movimiento, por lo que tras darle una palmadita en la espalda a Ray me giré a conversar con otros grupos, el primero fue el dúo de Camile y Atlas, los cuales al parecer requerían de mi vasto conocimiento católico.

—Poh la verdad ez que no sé cómo lo harán aquí, en mi congregación del barrio le rezábamos a la virgen de la “Ostia consagraa”, el padre Damián siempre nos dio a mí y siete hermanos ayuda siempre que lo hemos necesitado, azi que imagino que aquí será igual, y ezo que yo era mu pecador eh— dije antes de mirar al cielo momentáneamente, claramente emocionado — Doy gracias al señor y al padre Damián por ello, así que ya sabeh rubia, siempre estás a tiempo de arrepentirte y la vida en el barrio es mu dura— le y dándome palmadas en el pecho en cuanto mencioné al barrio, el barrio no sería lo mejor, pero era el mío y eso era lo importante.
Mientras continuaba el trayecto aproveche para zarandear algo a Atlas el cual parecía algo abatido y cabizbajo. Según nos aproximamos al mercado el hervidero de gente se hacía patente, y en un pis pas acabamos a la entrada de la iglesia, allí uno por uno, salvo por Ray, se trataron de escaquear de ir a ver a la virgen, algo esperable teniendo en cuenta el culto satánico al que probablemente adorara la mayoría.

Pese a que la iglesia era de un tamaño modesto para lo que cabría de esperar de una ciudad del tamaño de Loguetown, alguien de pueblo y que no había salido apenas de su barrio le resultaba gigantesca, no fue diferente para Masao. La ermita construida con piedra envejecida tenía unos muros que reflejaban el paso de los años de lo que era aquella ciudad centenaria. Y su campanario, un torreón sencillo, pero imponente, se erigía como un faro espiritual que guiaba tanto a los hombres del mar como a sus familias.

— Pero no iras a quedarte ahí, ¿no? Se va a poner triste la virgen, además, tendrás que conocer al cura para confesarte si quieres que te acojan— respondí a Atlas llorando abiertamente y decepcionado con la bujarra, ya que estaba seguro de que cristo le perdonaría incluso teniendo esas tendencias amorosas tan retorcidas.
 
Trataría de arrastrar al rubio al interior de la iglesia, pero tampoco lo forzaría, puede que no tuviera modales, pero sabía respetar un espacio sagrado como aquel. Fuera cual fuera el resultado entraría dentro y tras mirar a la imagen se comenzaría a santiguar.
 
— En nombre del padre, del hijo y del espíritu santo— murmuró, en un tono adecuado para lo que correspondía.
 
Tras el rito de rigor, me detuve a examinar el lugar, Lo primero a destacar era que la estancia estaba bañada por la luz tenue, atravesaba los pequeños vitrales de colores a la espalda del altar principal, el cual se encontraba presidido por una imagen de la Virgen María. La estatua era casi de mí mismo tamaño, tallada en madera y pintada a mano con delicados detalles, parecía representa a la Virgen local, una patrona de los pescadores. Su mirada, suave y compasiva, parecía abrazar a todo aquel que entra en el recinto, como si comprendiera las penas y alegrías de cada alma.
 
A sus pies, había una ofrenda floral, la cual más tarde me enteré de que eran dejadas por las esposas de los pescadores y las viudas que dejaba el mar. A los laterales de este, se encontraban varias decenas de velas encendidas que parpadean tímidamente, iluminando los rostros de los devotos que se acercan en silencio, mientras que en las paredes más alejadas del altar, se podía apreciar unas pequeñas placas de agradecimiento y exvotos colgaban como testimonios de fe, contando historias de milagros, rescates y vidas salvadas en el océano. Lo curioso era que pese a lo alejado que estaba del puerto, la brisa marina, a veces se colaba por las puertas abiertas de la iglesia, trayendo consigo el aroma del mar, y mezclándose con el incienso que perfumaba el aire haciendo del tempo toda una experiencia.
 
Tras señalar a Ray que iba a la virgen y a poner unas velas, se acercó y si nadie se lo impedía, besaría los pies de la imagen de virgen, tras lo cual se retiraría, sin dar en ningún momento la espalda, se arrodilló en una de las primeras bancas y quitándose el rosario del cuello, comenzó a rezar. El rosario completo eran cincuenta bolitas, cinco tandas de diez, afortunadamente para su grupo, solo tenía que hacer una única tanda y a diferencia de su ritmo de lectura, la velocidad de sus rezos era casi tan grande como el fervor que procesaba. Tras los rezos prendió cinco velas, cuatro por el alma de sus compañeros y una por la suya propia, dono unas pocas monedas al cepillo e indicó a Ray (y a Atlas si finalmente lo había acompañado) que habría concluido, si es que todavía se encontraba dentro.
 
No tardó mucho al salir en enterarse de que había ocurrido una desgracia, remangándose se dirigió al meollo del asunto, con rostro serio y una profesionalidad que posiblemente podría llegar a sorprender vista su actitud habitual y sensible.
#29
Camille Montpellier
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Tras despedirse de la susodicha señora Louisa, el esperpéntico grupo de marines se adentró entre la suerte de callejuelas que formaban las diferentes tiendas del mercado, recorriéndolo como si de turistas se tratara. En este caso particular, la guía del grupo era fácilmente reconocible y difícil de perder, sobresaliendo por encima de la mayoría de los presentes incluso entre el numeroso tumulto. Como alguno de mis compañeros ha sabido evidenciar en sus respuestas, los conocimientos que Camille tenía sobre el mercado eran extensos, aunque en realidad tan solo lo eran tanto como los de cualquiera que fuera oriundo de Loguetown. 

El mercado se dividía en tres secciones principales. La primera de ellas era a lo que vulgarmente se le llamaba «La Despensa», que como todos podrían imaginarse recibía ese nombre debido a que allí se encontraban todos los puestos relacionados con comida; no solo en el más estricto sentido de la palabra, sino incluyendo también aderezos, especias y condimentos, aunque estos eran lo más raro del lugar y probablemente unos de los productos más caros que había en el mercado. La segunda zona era una especie de popurrí, la «Cacharrería», donde se podían encontrar bienes de todo tipo: equipamiento de senderismo y acampada, cañas de pescar, útiles de cocina, sastrería humilde, redes, bolsas, cubertería de madera o hierro, zapatos y calzado, bisutería barata... un poco de todo, nada de calidad excepcional pero desde luego con una variedad que sí que lo era. Finalmente, la tercera sección no era otra más que la «Exquisita», aunque más que puestos de mercado eran una extensión al aire libre de las tiendas y comercios más caros de Loguetown. Allí podían encontrarse unas pocas muestras de lo que los empresarios más prósperos de la isla ofrecían en sus locales, mucho más grandes, ostentosos y abastecidos. Tampoco es que necesitasen tener mucha cantidad de productos allí, pues pocos eran los que podían permitirse sus lujos y muchos menos se adentraban en el mercado del populacho. El objetivo principal de estos puestos eran aquellos mercaderes adinerados que acudían a Loguetown por primera vez, de modo que el puesto sirviera como publicidad del negocio real. Como es de esperar, el foco de los marines que patrullaban la zona tendía a centrarse en la Exquisita.

Camille iba explicando todo esto a sus compañeros, sin saber bien si su voz se escucharía entre el ruido del gentío o siquiera si estarían prestándole suficiente atención como para enterarse de algo. Fuera como fuese, sus pasos les terminaron llevando hasta la puerta de la parroquia. Allí, tanto Atlas y Takahiro como ella misma decidieron esperar afuera, siendo Ray el único que acompañó a Masao hasta el interior. Ella había entrado alguna vez en el pasado, pero no conservaba buenos recuerdos de la experiencia y fue más por curiosidad que por devoción. Podía entender, sin embargo, que una persona que compartía rasgos con el némesis de aquella religión no fuera bienvenida en sus lugares de culto. Algo injusto, por otro lado, pero es que la reacción del sureño había sido muchísimo más suave que la de algunos feligreses. De hecho, pudo ver por el rabillo del ojo cómo algún devoto se le quedaba mirando antes de entrar en el edificio. La oni se limitó a suspirar, desviando la atención hacia sus compañeros.

Son famosos en Loguetown —le explicó a los muchachos, conteniendo su desidia hacia Takahiro—. Es raro que alcancen ese tamaño en otras islas, pero el suelo de la isla parece tener alguna propiedad especial que los hace crecer así.

El ambiente se había vuelto bastante distendido, algo que no esperaba pero que agradeció con todo su ser. Por desgracia, tan solo era la calma que precedía a la tempestad, no tardando en llegar los problemas. Justo en el momento en que Masao salía de la parroquia se empezó a escuchar un griterío y no tardaron en ver el pánico y el caos adueñarse del mercado. Tampoco tardaron ellos en acercarse para comprobar qué había ocurrido, topándose con un hombre tendido en el suelo que había recibido una puñalada.

Camille echó un rápido vistazo alrededor, intentando ubicar al agresor que, normalmente, estaría huyendo de la escena a toda prisa. Sin embargo, había varias personas alejándose de allí con pies en polvorosa, probablemente asustados ante la idea de ser agredidos de la misma forma.

¿Alguien ha visto algo? —inquirió, acercándose al grupo de curiosos que les rodeaba con cierto apuro, mirando después hacia sus compañeros—. ¿Y alguno de vosotros sabe de medicina o primeros auxilios?

De no ser el caso podría ocuparse ella misma, pero le sonaba haber escuchado que, pese a lo esperpéntico de sus compañeros, todos o casi todos contaban con capacidades y conocimientos útiles. O, al menos, eso le había dicho la capitana Montpellier. Tendría que confiar en su palabra por una vez e implorarle a la suerte no tener que trasladar a toda prisa a aquel hombre hasta el cuartel o al médico del lugar. No es que ninguna de las dos localizaciones estuviera particularmente cerca de allí. Al menos no tanto como para que fuera efectivo.
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