¿Sabías que…?
...oficialmente el aniversario del manga One Piece es el 22 de Julio, dado que ese día en el año 1997 fue cuando se publico el primer capitulo.
Brindis a la luz de la Luna [Público]
Octojin
El terror blanco
Mientras el mink que se había presentado como Lobo Jackson devoraba con entusiasmo, Octojin no se quedaba atrás, disfrutando de los múltiples sabores que el Baratie ofrecía. Se aseguró de probar cada plato que llegaba, desde los más exóticos mariscos hasta los más sencillos bocados de pescado, cada uno cocinado a la perfección. Su tamaño, aunque podía parecer un inconveniente en espacios pequeños, en este caso le servía bien, permitiéndole disfrutar de grandes porciones que saciaban su formidable apetito.

Entre bocado y bocado, Octojin escuchaba con atención la historia de Jackson. La música era un tema que le fascinaba aunque no la practicara él mismo, y la idea de un lobo mink buscando hacerse un nombre en el mundo a través de la alegría y el arte le parecía noble y emocionante. Además, esa alegría con el que el peludo ser hablaba de lo que era su pasión, contagió el espíritu del tiburón, que pasó a olvidar el cansancio. Al menos por el momento.

—¿Y qué tipo de música tocas, Jackson? —preguntó el tiburón con genuino interés, mientras se pasaba una servilleta por la boca, limpiando restos de salsa que habían quedado al borde de sus labios y que estaban a punto de caer sobre la mesa.

La curiosidad recorrió las escamas del gyojin, que empezó a imaginarse multitud de posibilidades ante la respuesta del mink. Incluso hizo un ágil juego de imaginarse al lobo en un concierto para intentar adivinar qué género tocaba. Y tras un par de intentos llegó a la conclusión de que le pegaba más algún subgénero de pop o rock. Quizá estaba muy alejado de la realidad, pero experimentó un sentimiento de alegría al imaginárselo en su cabeza. En cualquier caso, pronto sabría la verdad si el mink accedía a responder si pregunta.

El ambiente en el Baratie se había transformado casi en un espectáculo, con los demás clientes mirando con asombro cómo el par despejaba platos a una velocidad impresionante. Octojin sonrió, satisfecho no solo con la comida, sino también con la compañía que estaba recibiendo. A pesar de las miradas de sorpresa y curiosidad de los otros comensales, se sentía cómodo; la presencia de Jackson aportaba una sensación de camaradería que hacía mucho no experimentaba. Un sentimiento extraño para el escualo, pero uno que sin duda le gustaba.

Mientras el personal del restaurante trabajaba afanosamente para mantener su ritmo, Octojin pensaba en las palabras de Jackson sobre encontrar su propio camino. Era una idea que resonaba con él, especialmente en ese momento de su vida donde estaba empezando a forjar su propio destino en la superficie, lejos del fondo del mar.

—Lobo Jackson, parece que ambos estamos en jornadas para redescubrirnos. Yo también estoy tratando de encontrar mi lugar entre los de la superficie—, compartió Octojin, dando un tono más personal a la conversación. Era raro para él abrirse así, pero algo en la presencia del lobo mink lo hacía sentirse en confianza.

Luego, con un gesto amistoso, llenó de nuevo los platos de ambos con más delicias del mar, preparándose para continuar la conversación, aprendiendo más sobre el mink y compartiendo su propia experiencia de vida. Mientras el festín continuaba, Octojin no solo alimentaba su cuerpo, sino que también nutría su espíritu con la conexión que estaba empezando a formar con su nuevo amigo.
#11
Lobo Jackson
Moonwalker
El lobo asentía entre bocados, concluyendo con el sorbo especialmente ruidoso de una decena de ostras. Estaba contento de haber comprobado en persona la verdad detrás de aquel dicho popular: no se debe juzgar a un libro por su cubierta. En este caso, la cubierta eran cuatro metros de puro músculo con una hilera de dientes tan afilada como aterradora. Hecho que varios de los comensales no habían tenido el placer de descubrir por el miedo que les infundía el voraz apetito de aquella máquina devoradora de langostas, gambas, percebes y todo tipo de peces que colocaban frente a él. Jackson, quien había logrado igualar su ritmo durante un tiempo por el hambre que se había ensañado con su estómago durante los últimos tres días, se vio forzado a adoptar un ritmo más comedido tras despachar la décima ronda de sardinas asadas.

Se reclinó en la silla, echándose hacia atrás y equilibrándola con las patas para mirar con mayor facilidad al rostro del tiburón, ya que torcer el cuello hacia arriba una y otra vez le estaba fastidiando las cervicales.

- ¿Mi estilo-gara? ¡Oh! Haber empezado por ahí, amigo mío-gara. - Respondió animado. - Estoy tratando de crear mi propio repertorio musical-gara, donde el baile forma clave de la canción como un instrumento más en el conjunto sinfónico que le da vida a la letra-gara. -

Señaló al instrumento que colgaba a su espalda por una correa: una guitarra eléctrica. Se limpió las manos con una gran servilleta de tela para poder sujetarla sin mancharla de salsas y se la enseñó al tiburón.

- ¿Qué te parece-gara? Se llama Beatbreaker y funciona con la energía eléctrica de mi cuerpo-gara. - Dijo orgulloso. - ¿Sabes? Me costaba horrores hacer que funcionara cuando estaba muerto de hambre-gara, pero ahora que he repuesto energías creo que estoy listo para tocarla de nuevo-gara.

A continuación escuchó a su compañero escualo hablar sobre la búsqueda de uno mismo en un lugar desconocido, algo que el mink comprendía muy bien. 

- Yo atrás Zou, mi hogar, para descubrir el mundo-gara, para darme a conocer por los cuatro mares y el Grand Line-gara. Sé muy bien lo que se siente al abandonar todo lo que conoces-gara, sobre todo dejar atrás a tu gente-gara. - Aunque sus palabras pudieran ser tristes, el mink las decía con una seguridad y confianza que irradiaban optimismo. - Apenas habré visto un par de minks en mi viaje-gara, pero estoy seguro de que conoceré todo tipo de gente interesante-gara, como tú. -

Para los demás, es posible que no se trataran de un lobo y un tiburón que acababan con las existencias del Baratie. Pero para ellos, aquel era el comienzo de una bonita amistad.
#12
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
Mientras las luces del Baratie bailaban en reflejos de plata y carmesí sobre la superficie de los platos vacíos, mi atención permanecía fija en el intercambio que se desarrollaba ante mis ojos, aunque mi mente ya estaba más allá de ese lugar. Observaba, con la distancia de un espectador en un teatro, cada palabra, cada gesto, cada fragmento de la conversación entre aquellos dos personajes, un gyojin tiburón, y el mink lobo de extraña indumentaria, como si formaran parte de una farsa destinada a entretener al auditorio.

Sin embargo, lo que otros podrían haber percibido como una simple conversación entre camaradas, para mí no era más que un juego de poder en ciernes. Había en los intercambios una tensión subyacente, una competencia tácita entre ambos. No importaba cuánto se esforzaran por proyectar camaradería; la verdad era que el deseo de afirmarse en un mundo que, en su naturaleza más cruda, solo respeta la fuerza, no podía ser ignorado.

El mink, llamado Lobo Jackson, parecía ajeno a este hecho, o al menos pretendía estarlo. Su entusiasmo contagioso y su espíritu inquebrantable resonaban como la risa de un niño que juega en medio de una tormenta, ignorando el trueno que retumba en la distancia. Era optimista, casi demasiado, una cualidad que, a mi parecer, solo conducía a la decepción cuando la realidad decidía mostrarse en toda su crudeza. Mientras hablaba de su música, de su instrumento, no en el mal sentido de la palabra, y de cómo lo alimentaba con la energía proveniente de su cuerpo. Una falla estratégica, garrafal, por otro lado, ante alguien del cual no conocía su origen.

Y, sin embargo, ahí estaban: él y aquel tiburón, dos seres de naturalezas distintas, conectando a través de sus experiencias compartidas de desarraigo y búsqueda de un lugar en este vasto y despiadado océano. Aunque no podía comprender completamente la naturaleza de su vínculo, algo en mí resonó con su deseo de pertenencia, ese impulso primigenio que todos los seres vivos parecen compartir, a pesar de mis propios intentos por sofocarlo durante años.

Pero la conexión entre ellos no me distraía de lo esencial. Mientras continuaba su intercambio de historias, de esperanzas y de anhelos, seguí escudriñando más allá de las palabras, observando los detalles, los pequeños gestos que revelaban más de lo que los sonidos vocales eran capaces de transmitir. El tiburón, por ejemplo, había comenzado a abrirse, algo que probablemente no le resultaba fácil. Sus palabras, aunque sencillas, tenían el peso de alguien que había vivido una vida de aislamiento, un aislamiento que quizás él mismo había impuesto para protegerse del dolor que el mundo, inevitablemente, inflige.

Y Jackson… bueno, Jackson era un soñador. Eso, en sí mismo, no era ni bueno ni malo, pero los soñadores tendían a ser aquellos que más sufrían cuando la realidad golpeaba. Me preguntaba cuánto tiempo tardaría en darse cuenta de que el mundo no estaba hecho para aquellos que buscaban la alegría en cada rincón. No, el mundo era para los calculadores, para aquellos que sabían cómo jugar el juego sin perder de vista la meta final.

Mi mirada se desvió brevemente hacia mi propio reflejo en el cristal que daba al mar, donde las luces del restaurante se mezclaban con las sombras del agua profunda. ¿Acaso no era yo también un soñador, en cierto modo? Pero mis sueños no eran como los suyos, llenos de música y esperanza. Mis sueños estaban teñidos de sombras, de la certeza de que cada paso en este mundo debía ser calculado con precisión, cada movimiento, cada palabra, debía ser parte de una estrategia más amplia. Al igual que en una partida de cartas, había aprendido a no revelar mis palos hasta que no tuviera la ronda asegurada.

Mientras el festín continuaba y los dos extraños seguían intercambiando confidencias, decidí que había llegado el momento de intervenir. No porque tuviera algo importante que decir, sino porque las palabras tienen poder, y cada interacción es una oportunidad para sembrar una semilla, para influir en el curso de los acontecimientos de maneras sutiles.

Incliné ligeramente la cabeza hacia ellos, permitiendo que mi presencia se sintiera sin ser abrumadora, y con un tono de voz lo suficientemente bajo para parecer casual, pero lo suficientemente firme para captar su atención, interrumpí momentáneamente su conversación.

Es fascinante, ¿no es así? —dije con una sonrisa suave, casi despreocupada— Cómo los caminos de aquellos que buscan algo más en la vida tienden a entrelazarse, a cruzarse en los lugares más inesperados. Supongo que el Baratie es un lugar como cualquier otro para comenzar una nueva historia. —finalicé con tranquilidad y curiosidad, aportando un punto de vista mucho más humano.

Los dos se detuvieron un momento, mirándome con curiosidad, quizás preguntándose cuál era mi lugar en su narrativa. Pero no era necesario que lo supieran. Lo importante era que mi presencia ahora estaba firmemente establecida en sus mentes, como un espectador invisible que observaba desde las sombras, esperando el momento adecuado para hacer su jugada.

La música, la búsqueda de un hogar, de una identidad… —continué, permitiendo que mis palabras fluyeran con la cadencia de alguien que reflexiona en voz alta.— Todos buscamos algo, al final del día. La pregunta de los cien mil millones de berries es, ¿cuánto estamos dispuestos a sacrificar para encontrarlo?— finalicé con cierto toque de picaresca y mordacidad audaz.

No esperaba una respuesta inmediata, ni la necesitaba. Lo que buscaba era plantar una idea, una semilla que, con el tiempo, germinaría en sus mentes. Porque eso era lo que hacía, lo que siempre había hecho. Jugaba el juego a largo plazo, dejando que los demás se movieran a su propio ritmo mientras yo observaba, esperando el momento en que pudiera guiar la dirección de sus pasos sin que se dieran cuenta.

Mientras las luces del Baratie continuaban reflejándose en el mar oscuro, sentí que este era solo el principio de algo más grande, una nueva sinfonía que estaba comenzando a tomar forma en las sombras. Y en esta pieza, cada uno de nosotros tendría su papel, ya sea como intérprete o como espectador. 

Con una sonrisa cortés, aguardé con calma a una respuesta filosófica que pudiera deslumbrarme, dejando que Jackson y Octojin tuvieran un tiempo para pensar, pero sabiendo que ahora, mi presencia flotaba entre ellos, con un cariz disonante.
#13
Lobo Jackson
Moonwalker
Tras dejar limpio el enorme hueso de lo que se asemejaba al fémur de un magnífico ejemplar de mamut sobre el plato, Lobo Jackson se decidió por el suculento y jugoso muslo de pavo que brillaba por el aspecto caramelizado que la salsa daba a su piel. Una maravilla de la cocción a fuego lento cuya carne parecía derretirse en la boca del mink, tan exquisita y suave que sus dientes apenas debían aplicar una ligera presión para separar el músculo del hueso, donde cada fibra rezumaba el delicioso jugo que volvía locas las papilas gustativas del lobo.

Y mientras dejaba que sus sentidos se embriagaran con el aroma y el sabor del pavo, un joven apareció de entre la multitud. A primera vista parecía un joven elegante, de ademanes educados y un físico esbelto con facciones delicadas; un encanto en pocas palabras. Pero lo que llamó más la atención del mink fue su mirada de ojos inusualmente vacíos, como si tras ellos se escondiera un alma melancólica atormentada por una inteligencia privilegiada... O al menos eso le dijo su corazón de artista, ¿qué sabría él?

En cambio le sorprendió el saludo tan repentino con el que se hizo hueco en la conversación. - ¡Qué curioso! - Pensó el lobo, con el muslo todavía entre sus fauces. - Me alegra ver que hay quienes no se asustan por las apariencias y no temen hablar con otros de raza diferente a la suya.

- Amghsushsshs. - El mink quiso hablar pero, olvidando que tenía medio pavo en la boca, tan sólo profirió unos sonidos sin sentido. Tras levantar la mano en señal de espera, tragó con apremio y se limpió el morro con una servilleta. - Disculpa-gara. - Miró durante un instante a su escualo compañero y luego volvió a mirar al recién llegado. - ¿Tienes hambre-gara? Por favor, toma asiento-gara, se libre de compartir con nosotros el almuerzo-gara. -

Sin esperar a que éste tomase asiento, el mink decidió responder a la pregunta del joven. - El Baratie es un sitio fantástico-gara, quizá sea el lugar ideal para conocer gente por el buen ambiente-gara, pero sobre todo, porque es mucho más fácil conectar con alguien con el estómago lleno-gara. - La mentalidad de Lobo Jackson era de esas que se caracterizaban por su enfoque simple y directo. Demasiado centrada en lo que tiene delante como para comprender los sutiles matices de una conversación en cuya profundidad se esconden varios niveles de sofismo, ocultos bajo capas de palabras colmadas de elegancia.

- Hay que estar dispuesto a luchar para alcanzar los sueños y nunca rendirse-gara, eso es algo que he visto durante mi viaje-gara. Estoy seguro de que mi amigo aquí presente estará de acuerdo-gara. - Pensó durante un momento, dejando que el sabor de un mejillón en su salsa lubricara sus palabras. - Yo busco ser el mejor músico del mundo-gara, ese es mi sueño-gara... ¿Cuál es el tuyo-gara? - Y mientras esperaba una respuesta, alargó la mano y atrajo hacia sí un plato de aspecto irresistible que parecía una tarta salada, de bordes crujientes y una superficie gratinada, que ofreció al recién llegado.  - ¿Te apetece probar el quiche de gambas-gara? ¡Está muy bueno-gara! -
#14
Octojin
El terror blanco
La noche en el Baratie se había vuelto una mezcla interesante de sabores, ideas y personajes. Octojin continuaba devorando las suculentas delicias que le traían sin parar, desde ostras hasta langostas, con una voracidad que, lejos de ser mal vista por su compañero mink, parecía generar una sana competencia entre ellos. Jackson, con su particular estilo y su guitarra eléctrica colgada a la espalda, hablaba de su música, de cómo la danza y el ritmo se entrelazaban en sus composiciones, dándole vida a su arte.

Mientras Octojin masticaba un trozo de pulpo a la parrilla, sus ojos se clavaron en la guitarra que Jackson le enseñaba con orgullo. La "Beatbreaker" funcionaba con la energía eléctrica del cuerpo del mink, y el tiburón no pudo evitar sentirse impresionado. No tanto por la música, pues no era algo que hubiese marcado su vida, sino por la capacidad de un ser como Jackson de canalizar algo tan técnico y complejo en algo que para él era puro disfrute.

Jackson, por su parte, continuaba su charla con una alegría contagiosa. Su optimismo casi infantil, resonaba con fuerza, pero había algo en sus palabras que a Octojin le hacía pensar. El lobo había dejado atrás su hogar en Zou, tal como él había dejado la Isla Gyojin. Aunque parecían dos seres completamente distintos, compartían algo fundamental: ambos buscaban su lugar en un mundo que muchas veces no los entendía.

Mientras reflexionaba sobre ello, un nuevo rostro apareció en su campo de visión. Un hombre joven, de porte elegante y mirada penetrante, se acercó a ellos con una calma que contrastaba con la energía de Jackson y la imponente presencia del escualo. Era un humano, un extraño individuo con un halo de misterio que parecía envolverlo. Su piel pálida, su cabello azabache, y ese lunar bajo el ojo izquierdo le daban una apariencia peculiar, casi poética.

Octojin lo miró de reojo, sin detener su festín, mientras aquél ser intervenía con una suave sonrisa. Habló de lo fascinante que era que los caminos de la gente con sueños se entrelazase. Y de lo bonito que era que hubiera sido allí en el Baratie.

El tiburón levantó la vista, observando al tipo con curiosidad. No estaba seguro de qué quería aquel humano, pero había algo en su presencia que le recordaba a los tipos que jugaban con las palabras más que con las armas. Aun así, no lo rechazó de inmediato. Octojin sabía que no se debía subestimar a alguien solo por su apariencia, por muy poético o reflexivo que pareciera.

Jackson, siempre el optimista, parecía encantado con la aparición del extraño, mientras que Octojin, con un bocado más de calamares, escuchaba en silencio las reflexiones de Terence. Las palabras sobre la búsqueda de un hogar y la identidad resonaban de alguna manera en el gyojin, aunque no del mismo modo en que lo harían en Jackson. También habló sobre el precio de cada uno.

La pregunta se quedó colgada en el aire, y aunque el humano no parecía esperar una respuesta inmediata, Octojin sintió un leve malestar ante esa línea de pensamiento. Él no estaba allí para filosofar. Estaba en el mundo humano para buscar su lugar, claro, pero no a través de las palabras suaves de alguien que parecía disfrutar jugando con las mentes ajenas.

Tomó un trago de agua y habló, siendo su voz profunda y directa.

—No sé tú, humano —dijo, mirándole a los ojos—, pero yo sé lo que busco. No se trata de encontrar un hogar, se trata de seguir adelante. El mar no espera a nadie, y tampoco los que vivimos de él. Sacrificios… bueno, ya he hecho muchos.

Sus ojos, momentáneamente iluminados por la luz del Baratie, volvieron a centrarse en el plato frente a él. Había visto muchas cosas en su vida, y sabía que la búsqueda de algo siempre venía acompañada de dolor y pérdidas. Pero esas reflexiones no eran algo que compartiera fácilmente con extraños.

—Rendirse nunca es una opción —contestó a su amigo mink, con una sonrisa en la cara —. Y eso es algo que los marginados y excluidos por vosotros, humanos, sabemos muy bien. Puede que todo nos cueste más y que no recibamos ayuda de nadie, pero lo acabamos consiguiendo.

Octojin continuó observando la escena mientras terminaba otro plato de mariscos. No compartía del todo la visión calculadora de Terence. Para él, todo aquello era solo parte del camino. Uno donde la fuerza, el instinto y la supervivencia siempre se imponían. Aun así, permitió que la conversación continuara, sabiendo que, aunque no siempre comprendiera a aquellos con los que cruzaba caminos, cada encuentro tenía su propio valor.

—Y dime... ¿Qué te ha traído aquí a ti, humano? —preguntó sin tan siquiera mirarle, centrado aún en la comida— ¿Qué es aquello que ansías y qué estás dispuesto a dar por ello?

Las preguntas del gyojin tenían como objetivo ver de qué palo iba aquél humano. Devolverle las preguntas que él mismo había hecho no era sino un arma de doble filo. Realmente tendría ya una respuesta pensada, pero... ¿Diría la verdad? Fuera como fuese, seguro que Octojin no se fiaba de él.
#15
Galhard
Gal
Galhard observó con atención cada movimiento, cada palabra que salía de las bocas de Octojin y Lobo Jackson, intentando mantener una expresión serena mientras sentía el picor incesante en la garganta y el leve escozor que le provocaba la presencia del mink. Era irónico que, de todas las criaturas con las que el destino lo obligaba a cruzarse, un mink con ese pelaje rebelde fuera una de las pocas que realmente le afectaba de manera física. El mareo y la molestia constante en su nariz empezaban a desdibujar el borde de su paciencia, pero Galhard era un hombre acostumbrado a lidiar con las adversidades en silencio.

Sus dedos tamborileaban sobre la mesa, apenas perceptibles para el resto, mientras su mente analizaba los gestos y las palabras de ambos. Había algo en la mirada de Octojin, ese gyojin tiburón con una presencia imponente, que lo hacía sentir como si estuviera observando un depredador cansado de ocultarse en las sombras. Por otro lado, Jackson irradiaba una energía tan desbordante que su mera presencia parecía llenar cada rincón del Baratie, aunque su entusiasmo rayaba en una peligrosa ingenuidad. Los soñadores siempre se quemaban más rápido.

Galhard sonrió internamente ante las palabras de Terence, que había logrado deslizarse entre ambos como una serpiente, astuto, paciente, y con la habilidad para ver más allá de lo evidente. Era cierto que el Baratie había sido testigo de muchos encuentros inesperados, y tal vez lo que presenciaban en ese momento no era diferente de otros encuentros del pasado. Sin embargo, Galhard sabía que algo más profundo bullía bajo la superficie.

Dio un pequeño sorbo a su bebida, intentando calmar la irritación en su garganta mientras intervenía, en un tono bajo, pero firme:
—Interesante reflexión, Terence. Es cierto que el Baratie tiene la habilidad de entrelazar historias que de otro modo jamás se cruzarían. Sin embargo —su mirada se posó primero en Octojin, luego en Jackson, antes de volver a Terence —la verdadera cuestión no es cuánto estamos dispuestos a sacrificar para encontrar lo que buscamos, sino qué estamos dispuestos a aceptar una vez que lo encontramos.—

Dejó que sus palabras flotaran en el aire por un momento, sus ojos enfocándose en Jackson, quien parecía aún absorto en la conversación sobre su música y sus sueños. Galhard sabía que los soñadores, aunque inspiradores, a menudo se estrellaban contra las rocas de la realidad.
—Jackson —su voz se tornó un poco más grave, casi como un consejo paternal disfrazado de advertencia — la música es poderosa, sin duda. Pero recuerda que este océano no tiene piedad con quienes solo ven su belleza. Es tan implacable como cualquier rival. Un mal acorde, una decisión apresurada, y te engullirá sin pensarlo dos veces.—

Octojin, por su parte, mantenía esa expresión de quien había visto suficiente del mundo como para entender lo que Galhard estaba insinuando. Los dos compartían esa experiencia, la de haber sido golpeados por la realidad, moldeados por las cicatrices invisibles que la vida les había dejado.
—No es malo soñar —concedió Galhard con un suspiro apenas perceptible — Pero hay momentos en que uno debe abrir los ojos y ver lo que hay frente a ellos. Y a veces... lo que uno encuentra puede ser más de lo que esperaba.—

Galhard hizo una pausa, aguantando un pequeño estornudo que le costó contener. La cercanía de Jackson estaba pasando factura, pero no permitiría que una alergia lo debilitara en ese momento crucial. 

Miró nuevamente a Terence, con esa sonrisa fría y controlada que solía usar cuando estaba a punto de hacer una jugada estratégica:
—Porque el sacrificio, después de todo, no siempre es el precio más alto que pagamos. A veces, lo que realmente cuesta es decidir qué haremos con lo que obtenemos.—
Su respiración se hizo un poco más profunda, intentando ignorar el picor incesante que lo asaltaba, sabiendo que pronto tendría que retirarse o sucumbir ante el maldito pelaje de Jackson.
#16
Octojin
El terror blanco
Octojin escuchaba atentamente, con sus ojos oscuros observando cada pequeño gesto del nuevo integrante en la conversación. Los humanos tenían una extraña costumbre de auto-incluirse en las conversaciones ajenas con una facilidad pasmosa. El gyojin aún no sabía si aquello era costumbre únicamente en conversaciones o en todos los ámbitos, pero lo veía un tanto extraño. ¿Acaso no valoraban la privacidad?.

El ambiente en el Baratie había cambiado sutilmente desde que ese humano comenzó a hablar. Las palabras resonaban con una calma contenida, un eco de experiencia y sabiduría que no necesitaba levantar la voz para imponerse. A pesar de no haber compartido muchas palabras con él hasta ese momento, Octojin podía sentir el peso de lo que estaba diciendo. Era como si el humano pudiera ver a través de las apariencias, captando algo más profundo de lo que los demás podían percibir.

Mientras el mink Lobo Jackson seguía su intercambio enérgico sobre su música, Octojin notaba cómo Galhard mantenía una cierta distancia emocional, como si estuviera observando una escena desde un punto ventajoso. El otro humano había lanzado su comentario reflexivo sobre los caminos que se cruzan en el Baratie, y ahora Galhard lo estaba elaborando, volviendo la conversación más seria y densa.

Octojin no era del tipo que se dejara llevar por el humor o las bromas, y aquella conversación encajaba más con su estilo. "¿Cuánto estamos dispuestos a aceptar una vez que encontramos lo que buscamos?". Las palabras de Galhard retumbaban en su mente. Las había entendido con una claridad preocupante. Durante años, el habitante del mar había buscado algo: un propósito, un lugar en el mundo que pareciera tener sentido para alguien como él, que no encajaba ni en el mar ni en la tierra. Había dejado su hogar, la seguridad del océano, para explorar un mundo que muchas veces lo había recibido con hostilidad. Y que francamente, no terminaba de entender ni de sentirse cómodo en él. En un ambiente así, era complicado dar una valoración sobre si había sido una buena decisión o no, pero sí que podía asegurar que su fin era el correcto, al menos para él. Y por ello seguía luchando día a día contra todo lo que se le ponía enfrente.

El tiburón asintió levemente mientras la conversación continuaba. El humano dirigió su atención hacia Jackson, advirtiéndole con una severidad paternal. El mink, aunque optimista, no comprendía aún la crueldad de los mares, pensó Octojin. Él, en cambio, lo había vivido. Sabía que los océanos eran implacables, que no mostraban misericordia para los soñadores, los débiles, ni para los que actuaban sin pensar, que solían ser la gran mayoría. Aquello era lo que más le preocupaba de Jackson. Parecía haber conocido a demasiados soñadores en su vida, y la mayoría de ellos habían acabado rotos, devorados por la realidad.

Pero entonces, una nueva pregunta de Galhard lo atrapó: "¿Qué haremos con lo que obtenemos?". Era algo que no había considerado en mucho tiempo. Él cazaba maleantes y carpinteaba para mantenerse ocupado, pero ¿realmente había encontrado lo que estaba buscando? ¿Qué haría cuando finalmente lo hallara? Era una pregunta que le pesaba en el pecho, algo que tendría que responderse tarde o temprano.

Por un lado, pensaba que aquello vendría solo. Uno no sabe cómo reaccionará ante ciertos estímulos hasta que no los siente, de la misma manera que no sabes por qué el ser que tienes delante actúa de una manera u otra. Cada uno de los allí presentes tenía su recorrido, y el habitante del mar estaba seguro de que ninguno reaccionaría igual ante las mismas noticias. Porque cada camino, había sido diferente. Entonces pensó, que quizá, debería plantearse que los objetivos no tienen por qué cumplirse. El recorrido es lo realmente importante, y éste podía derivar en otros a medida que pasaba el tiempo. Y aquello realmente estaba bien.

Galhard parecía estar terminando su intervención, y el Baratie cayó en un silencio momentáneo. Octojin, siempre reservado, decidió que no era el momento de abrirse en demasía. Pero había algo en la atmósfera que le sugería que se acercaba una tormenta, no una física, sino una interna, algo que removería las aguas en las que nadaban todos los que estaban en esa conversación. Apartó el plato que tenía enfrente y esbozó una mueca. Le habían quitado el hambre con tanta pregunta existencial. Aquellas reflexiones no estaban hechas para él, y solo conseguían que se replanteara más cosas de las que realmente quisiera.

Con una voz baja, más por respeto a las palabras de aquél humano que por cualquier otra cosa, Octojin se dirigió a él, rompiendo el silencio.

—Tienes razón. El océano no perdona. Pero también hay momentos en los que tenemos que lanzarnos a él, sin saber si vamos a encontrar lo que buscamos o si simplemente nos tragará. Eso es la vida, no tener miedo a nadar en ella. O a surfearla, o bucear. Cada uno elige cómo quiere recorrerla, lo importante es los puntos que vas pasando. Si llegas a una isla tropical, soleada y con un montón de fruta sabrosa, disfruta de ella. Si llegas a otra con un clima lluvioso, desierta y sin alimento, ve a la siguiente, no repares en la mala suerte que has tenido.

Miró a Jackson, quien seguía irradiando esa energía despreocupada. Luego, dirigió su mirada de vuelta a Galhard, quien estaba claramente incómodo, quizá por haber lanzado tantas preguntas sin obtener respuesta. O puede que fuese otra cosa, la verdad es que era raro verle así.

—A veces, no se trata de encontrar respuestas, sino de sobrevivir el tiempo suficiente para hacer las preguntas correctas. Y a veces, incluso de no preguntar. Yo soy más de estos últimos. Avanza, vive y no te metas con nadie que no lo merezca.

Era lo más cercano a un consejo que podía ofrecer en ese momento. Sabía que tanto Jackson como Terence y Galhard estaban lidiando con sus propios demonios, sus propias búsquedas internas. Y aunque Octojin también tenía los suyos, no estaba dispuesto a mostrarlos tan abiertamente. Al menos no cuando el nivel reflexivo era tan exigente.

En ese momento, Octojin se dio cuenta de que el día en el Baratie no sería tan tranquilo como pensaba. Había estado viviendo un espejismo minutos atrás, donde comer con el mink era el máximo esfuerzo que debía hacer. Sin embargo, ahora la filosofía y el camino recorrido por cada uno eran los principales temas de conversación, con consejos por aquí y por allá y reflexiones dignas de un libro. Aquello sin duda dejó sin hambre al tiburón, que siguió ojeando cómo seguía la conversación, esta vez siendo algo menos participativo.
#17
Galhard
Gal
Galhard escuchó atentamente las palabras de Octojin. El gyojin, siempre reservado, había decidido compartir su perspectiva, aunque de manera más concisa que la suya. Había algo en su tono, en la forma en que hablaba sobre el océano y la vida, que resonaba profundamente en Galhard. No era la primera vez que escuchaba una reflexión similar, pero el enfoque pragmático de Octojin, esa aceptación de que la vida no siempre ofrecía respuestas claras, le pareció increíblemente honesto.

Galhard, por un momento, se permitió reflexionar sobre lo que acababa de oír. Las palabras del tiburón eran directas, sin adornos, pero cargadas de la experiencia de alguien que había vivido y luchado por encontrar su lugar en el mundo. Su consejo, aunque simple, le daba vueltas en la cabeza: “No se trata de encontrar respuestas, sino de sobrevivir el tiempo suficiente para hacer las preguntas correctas”. Era una verdad dolorosa, pero necesaria.

Con una leve sonrisa, Galhard asintió, agradecido por la intervención de Octojin. Sabía que no era el tipo de persona que hablaba por hablar, y el hecho de que se tomara el tiempo para decir algo en aquel momento lo valoraba más de lo que dejaba ver.

—Tienes razón, Octojin —respondió finalmente Galhard, su tono relajado pero serio—. A veces, nos aferramos tanto a encontrar una respuesta, que olvidamos que el recorrido mismo puede ser suficiente. Y que, al final, puede que nunca la encontremos. Supongo que parte de lo que me empuja a seguir es esa lucha constante, esa búsqueda interminable. Pero… quizás, como dices, lo importante no es tanto lo que buscamos, sino cómo lo vivimos.—

Hizo una breve pausa, echando un vistazo a Jackson, que parecía seguir en su propio mundo, y luego a Octojin, antes de continuar.
—Todos estamos nadando en nuestras propias corrientes, algunos en mares más tranquilos, otros en tormentas. Pero al final, lo que nos une es que estamos aquí, enfrentando lo que venga. Quizás no tenemos que saber a dónde vamos o qué obtendremos, solo seguir avanzando y confiar en que cada decisión nos llevará donde debemos estar.—
Galhard se inclinó un poco hacia adelante, apoyando los brazos en la mesa. Sentía que, aunque había mucho más que decir, a veces lo más sencillo era suficiente. El consejo de Octojin lo había hecho reconsiderar su propia necesidad de respuestas inmediatas, y en su interior, una pequeña chispa de tranquilidad se encendía.
—Gracias por recordarme eso, Octojin —dijo finalmente, con una sonrisa sincera—. A veces, olvidamos que hay cosas que no se pueden forzar. Solo podemos seguir adelante.—
El ambiente en el Baratie, aunque cargado de reflexiones profundas, se sentía extrañamente calmado. Galhard dejó que el silencio volviera, permitiendo que cada uno de los presentes asimilara sus propias conclusiones en aquel pequeño rincón del mundo
#18
Lobo Jackson
Moonwalker
El mink sonreía mientras dejaba limpio un salmón al horno que habían dejado sobre la mesa, quedando tan solo las cáscaras de limón que habían sido más exprimidas que el esclavo de un noble mundial.

- Os preocupáis demasiado-gara. - Contestó, limpiándose los colmillos con una espina que utilizaba de mondadientes. - Si nos quedamos viviendo en el pasado nunca conseguiremos disfrutar del presente-gara, y mucho menos luchar por el futuro-gara.

Dándose cuenta de que tanto su amigo el escualo y los humanos le observaban con curiosidad, decidió explicarse mejor.

- A ver... La vida es... ¿Cómo podría explicarlo-gara? - Ojeó a su alrededor y justo vió pasar a un camarero que sujetaba una enorme bandeja con un gigantesco atún. - ¡Ey! ¿Podrías dejarnos ese pescadito aquí-gara? -

Antes de que el camarero pudiera acercarse, otros dos llegaron a la mesa y recogieron los platos sucios, restos de comida y demás cubertería usada para hacer hueco al colosal atún que ocupaba la mesa al completo, cuya bandeja se salía por los bordes. Al mink se le hizo la boca agua y agarró un cuchillo antes de empezar a hablar.

- Mirad-gara, la vida es como este atún-gara... - Su sabiduría peleaba con el hambre en la lucha por el control de su boca: la primera quería hablar, la segunda quería comer. - ¿Lo véis? Aquí sin más parece lo más simple del mundo-gara, listo para ser devorado-gara. Un pescadito completo de una pieza-gara, pero por dentro es un ser complejo lleno de tejido, músculos y espinas-gara. -

Con la punta del cuchillo rasgó la piel, cortando suavemente hacia abajo para que ésta se abriera bajo la afilada hoja de acero inoxidable. Poco a poco hizo mella en la carne, tan deliciosa como se imaginaba. - Para disfrutar de la vida no hay que ir a toda prisa-gara, de la misma forma que tampoco es buena idea cortar a diestro y siniestro la carne del atún-gara. Si te precipitas y lo haces sin pensar, la puedes echar a perder-gara. Lo mismo pasa con la vida-gara, no vale la pena lanzarse sin pensar y como loco-gara, pero tampoco es necesario detenerse a analizar cada paso-gara.

- Así es la vida-gara, lejos de parece sencilla, pero cuando profundizas te das cuenta de que no todo es comer, dormir, bailar y existir-gara. - Empezó a raspar suavemente la piel con el cuchillo, sacando aquel delicioso ruido que sólo ocurre cuando la piel está en su punto. - Debajo de esta deliciosa piel se esconde la jugosa carne del atún-gara, las capas de la vida-gara. El truco está en disfrutar el proceso de ir poco a poco hasta alcanzar el corazón-gara... Y cuando digo el corazón me refiero a la esencia de la vida misma-gara. -

Seguidamente pinchó el trozo que había cortado con el tenedor, sacando una buena pieza que llevó hasta su boca con gran deleite para su paladar. Aquel pedazo de atún le supo a gloria bendita, como si su estómago hubiera hecho un espacio único en su interior para albergar algo tan maravilloso. Cuando por fin tragó, extasiado en aquella experiencia culinaria, suspiró con gracia.

- Eso de preguntas y respuestas-gara... Las respuestas llegan solas, basta con vivir la vida-gara. Y a veces, la respuesta eres tú mismo-gara. - Explicó el mink. - Si quieres que algo cambie lo mejor que puedes hacer es dar pie a ese cambio-gara. Nadie mejor que tú conoce tus deseos-gara, y cómo se podrían llevar a cabo-gara

Luego, señaló la envergadura completa del atún. - Pero algo muy importante que debéis tener en cuenta-gara, es que a veces uno necesita pedir ayuda para salir adelante-gara. Como veis, para mí sería imposible acabar este hermoso atún yo solito-gara, y que me ayudéis hacerlo además es una excusa para compartirlo con vosotros-gara. ¿Qué mejor regalo en esta vida que vivirla con la gente que nos cae bien-gara? ¿Con los que conocemos en el camino-gara? ¡Esa es la esencia-gara!

Entonces se fijó en que el rostro del joven que estaba a su lado se había ido enrojeciendo con el paso de los minutos. Por un momento, creyó que el chico estaba aguantando la respiración, pero sus ojos enseguida vieron que algo le estaba dando una reacción alérgica. 

- Oh vaya, lo siento-gara. - Dijo Jackson. - ¿Tienes alergia al atún? ¿Te ha salpicado el jugo del pescado-gara? ¿Quieres una servilleta-gara? - Tomó una servilleta de papel de tela, de esas elegantes que tienen el símbolo del Baratie bordado, y se la acercó al hombre con amabilidad.
#19
Galhard
Gal
Galhard intentaba mantener la compostura mientras el picor en su garganta y nariz aumentaba con cada segundo. No era el atún, ni ningún otro plato lo que le estaba afectando.

 Mientras Lobo Jackson cortaba y explicaba su filosofía de vida a través de un atún gigante, Galhard había intentado seguir la conversación, pero la alergia al pelaje del mink se le hacía cada vez más insoportable.

Cuando Jackson, con su amabilidad característica, le ofreció una servilleta, preocupado de que fuera una reacción alérgica al pescado, Galhard sintió cómo el calor le subía al rostro, no por la comida, sino por la vergüenza.

—No... no es el atún —respondió con una leve tos y la cara algo enrojecida. Tomó la servilleta para limpiar su cara, pero también para ocultar momentáneamente la incomodidad— Es tu... pelaje. Tengo una alergia al pelaje de los minks. Es algo que, desafortunadamente, me impide... bueno, interactuar mucho con la gente de tu raza.

Su tono, aunque serio, llevaba un matiz de vergüenza. Era irónico que, con todo lo que había enfrentado en su vida, algo tan mundano como una alergia fuera lo que lo pusiera en una situación incómoda. Miró a Jackson, quien seguía irradiando esa energía despreocupada y amigable, y no pudo evitar sentir una punzada de incomodidad por tener que distanciarse.

—Es una lástima, realmente —añadió, tratando de suavizar la situación con una pequeña sonrisa—Porque siempre he admirado la fortaleza y el espíritu de los minks, pero... ya ves. El destino tiene un sentido del humor curioso a veces.

Guardó silencio por un momento, esperando que Jackson no se lo tomara a mal. Después de todo, no era algo que Galhard pudiera controlar. Se acomodó en su asiento, alejándose ligeramente para respirar mejor, aunque le daba pena tener que tomar esa distancia.

—Espero que entiendas —dijo finalmente, con una mirada sincera—. No es algo personal, simplemente... bueno, es lo que es.

Galhard respiró hondo, tratando de calmar la irritación en su nariz, y luego volvió a centrar su atención en la conversación, esperando que Jackson lo tomara con la misma ligereza con la que parecía tomarse todo en la vida.
#20


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