Ray
Kuroi Ya
10-09-2024, 10:28 PM
Entrar a aquel edificio con Masao fue una verdadera experiencia. El devoto recluta hizo un extraño gesto moviendo su mano hacia su frente, después hacia su pecho y seguidamente hacia ambos hombros para terminar llevándosela a los labios al tiempo que pronunciaba unas palabras en lo que parecía ser una de las oraciones características de su fe. Una vez hubo finalizado aquel cortísimo ritual hizo un gesto al peliblanco, como queriéndole decir que que se dirigía hacia una estatua que representaba una mujer. Dicha figura era de un tamaño muy similar al de una persona adulta, y estaba cuidadosamente tallada en madera y pintada con todo lujo de detalles. Debía representar alguna deidad de gran importancia en aquella religión a juzgar por el fervor en los ojos de su devoto compañero cuando posó su mirada en ella.
A decir verdad, pese a que no creía en la existencia de ningún ente divino que gobernase todo, el joven de cabellos plateados no podía sino admirar la pericia y el esfuerzo que los artesanos que habían construido aquella iglesia habían dedicado a su obra. En cada esquina había una figura de madera tallada con un mimo absoluto, una pintura hecha con el más puntilloso detallismo o una vidriera en la que decenas de colores se fundían con la luz del sol cuando esta los atravesaba para dar lugar a preciosos juegos de luces. Múltiples velas encendidas en distintos lugares estratégicos dotaban de una luz lúgubre pero solemne al mismo tiempo a todo el recinto, lo que a ojos de Ray resultaba apropiado para un lugar destinado a la oración. Su sutil parpadeo hacía que las vidrieras proyectasen distintos tonos en juego de luces y sombras que resultaba verdaderamente maravilloso de contemplar. Parecía mentira la belleza que podía crear el ser humano cuando le inspiraba algo en lo que creía profundamente, ya fuese el amor, el odio, la pasión, la admiración o, como en este caso, la devoción y la fe.
Esperó a que Masao hubiese terminado sus rezos y plegarias en parte porque el tiempo se le pasó rápidamente mientras contemplaba las distintas obras de arte que adornaban el templo y por otro lado por una cuestión de respeto hacia su compañero y sus creencias. Ya que se había ofrecido a acompañarle, lo menos que podía hacer era esperarle y asegurarse de que no se quedaba allí abandonado, ya que conociendo al resto del equipo era posible que cualquier pequeño estímulo hubiese distraído su atención se hubieran olvidado de que estaban allí dentro.
Sin embargo la escena que encontraron al salir de la iglesia no era ni mucho menos la que esperaban. El griterío de la multitud enseguida les alertó de que algo había ocurrido. El peliblanco no tardó en divisar al resto de sus compañeros, que se encontraban junto a un hombre que estaba tendido en el suelo. Aparentemente ebrio, tan solo llevaba un cinturón con una borla rosa que parecía semejar la cola de un conejo, llevando todo el resto de su cuerpo al aire, lo que incluía sus genitales. No obstante lo más llamativo de todo era con diferencia el cuchillo que se encontraba clavado en su hombro derecho, justo por debajo de la clavícula.
El joven corrió hacia sus compañeros y preguntó si habían visto lo ocurrido y si tenían idea de quién había sido. Acto seguido se arrodilló sobre el herido y comenzó a inspeccionarle. La herida parecía profunda, y sangraba muy profusamente. Por su localización la hoja parecía haberse abierto paso entre las fibras musculares del pectoral mayor justo por debajo de su inserción en la clavícula. La respiración agitada del tipo hacía pensar que, casi con seguridad, había perforado la pleura.
- ¡Necesita una operación urgente o morirá en cuestión de horas o incluso minutos! - Dijo en voz alta, con intención de que la gente a su alrededor lo oyera. - ¡Es necesario trasladarle cuanto antes al centro médico más cercano!
Esperaba que algún ciudadano portase un den den mushi que poder utilizar para llamar al hospital más cercano. Pese a sus vastos conocimientos médicos, una herida como aquella superaba con creces lo que cualquiera podría hacer en plena calle y sin instrumental de ningún tipo, así que la única opción que tenía aquel tipo era ser trasladado a la mayor brevedad posible a un centro donde hubiese disponibilidad de un quirófano en el que poder intervenirle para solucionar el colapso pulmonar que sin duda se produciría en los siguientes minutos de forma progresiva. No había tiempo que perder.
A decir verdad, pese a que no creía en la existencia de ningún ente divino que gobernase todo, el joven de cabellos plateados no podía sino admirar la pericia y el esfuerzo que los artesanos que habían construido aquella iglesia habían dedicado a su obra. En cada esquina había una figura de madera tallada con un mimo absoluto, una pintura hecha con el más puntilloso detallismo o una vidriera en la que decenas de colores se fundían con la luz del sol cuando esta los atravesaba para dar lugar a preciosos juegos de luces. Múltiples velas encendidas en distintos lugares estratégicos dotaban de una luz lúgubre pero solemne al mismo tiempo a todo el recinto, lo que a ojos de Ray resultaba apropiado para un lugar destinado a la oración. Su sutil parpadeo hacía que las vidrieras proyectasen distintos tonos en juego de luces y sombras que resultaba verdaderamente maravilloso de contemplar. Parecía mentira la belleza que podía crear el ser humano cuando le inspiraba algo en lo que creía profundamente, ya fuese el amor, el odio, la pasión, la admiración o, como en este caso, la devoción y la fe.
Esperó a que Masao hubiese terminado sus rezos y plegarias en parte porque el tiempo se le pasó rápidamente mientras contemplaba las distintas obras de arte que adornaban el templo y por otro lado por una cuestión de respeto hacia su compañero y sus creencias. Ya que se había ofrecido a acompañarle, lo menos que podía hacer era esperarle y asegurarse de que no se quedaba allí abandonado, ya que conociendo al resto del equipo era posible que cualquier pequeño estímulo hubiese distraído su atención se hubieran olvidado de que estaban allí dentro.
Sin embargo la escena que encontraron al salir de la iglesia no era ni mucho menos la que esperaban. El griterío de la multitud enseguida les alertó de que algo había ocurrido. El peliblanco no tardó en divisar al resto de sus compañeros, que se encontraban junto a un hombre que estaba tendido en el suelo. Aparentemente ebrio, tan solo llevaba un cinturón con una borla rosa que parecía semejar la cola de un conejo, llevando todo el resto de su cuerpo al aire, lo que incluía sus genitales. No obstante lo más llamativo de todo era con diferencia el cuchillo que se encontraba clavado en su hombro derecho, justo por debajo de la clavícula.
El joven corrió hacia sus compañeros y preguntó si habían visto lo ocurrido y si tenían idea de quién había sido. Acto seguido se arrodilló sobre el herido y comenzó a inspeccionarle. La herida parecía profunda, y sangraba muy profusamente. Por su localización la hoja parecía haberse abierto paso entre las fibras musculares del pectoral mayor justo por debajo de su inserción en la clavícula. La respiración agitada del tipo hacía pensar que, casi con seguridad, había perforado la pleura.
- ¡Necesita una operación urgente o morirá en cuestión de horas o incluso minutos! - Dijo en voz alta, con intención de que la gente a su alrededor lo oyera. - ¡Es necesario trasladarle cuanto antes al centro médico más cercano!
Esperaba que algún ciudadano portase un den den mushi que poder utilizar para llamar al hospital más cercano. Pese a sus vastos conocimientos médicos, una herida como aquella superaba con creces lo que cualquiera podría hacer en plena calle y sin instrumental de ningún tipo, así que la única opción que tenía aquel tipo era ser trasladado a la mayor brevedad posible a un centro donde hubiese disponibilidad de un quirófano en el que poder intervenirle para solucionar el colapso pulmonar que sin duda se produciría en los siguientes minutos de forma progresiva. No había tiempo que perder.