Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
[Diario] [D - Pasado] El peso del deber
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
23 de Otoño del año 723, Base del G-31, Loguetown.

En la naturaleza, a menudo cualquier protuberancia que saliera del cráneo en forma de cuernos o colmillos tendía a tener su utilidad: los animales herbívoros les daban un uso defensivo o ceremonial, este último por ejemplo en los procesos de apareamiento en según qué especies. A veces también les servían para posicionarse en la jerarquía de las diferentes manadas o rebaños, o simplemente como un atributo que definía su belleza. En el caso de animales como los elefantes se convertían en armas letales e imponentes, capaces de destrozar a cualquier depredador que mostrase una confianza excesiva. Las criaturas que, por el contrario, se dedicaban a cazar a otras especies, a menudo contaban con largos y afilados dientes capaces de perforar las más duras fieles o intimidar a los demás competidores. Un despliegue de la sabiduría —salvo alguna excepción extraña— con la que el mundo se había concebido. En el caso de Camille, sus cuernos no eran más que una molestia.

Cuando era apenas una cría, los efectos secundarios de tener una cornamenta en su frente apenas se dejaban ver. Eran demasiado pequeños como para que supusieran una molestia y, lejos de ser terroríficos, podían llegar a resultar incluso adorables. Apenas sobresalían unos pocos centímetros de su cráneo y el mayor problema que podían generarle era que se le enganchase algún sombrero en ellos, o tal vez las ramitas de las plantas bajo las que intentase cruzar. A medida que se fue desarrollando también lo hizo su cornamenta, apuntando hacia arriba en un sutil pero evidente arco. Con los años, su color tan parecido al de la propia piel de la oni fue sustituyéndose por un rojo intenso en los puntiagudos extremos, no solo dándole un aspecto más temible sino también más llamativo. A esas alturas de la vida, habiendo pasado por veinte inviernos y estando a unos pocos meses de cumplir los veintiún años, tan solo podía considerarlos una molestia. Las gorras de la Marina que desde pequeña había llevado con orgullo ya no podía tenerlas con la visera hacia delante, pues los cuernos hacían que esta chocase con ellos y adquiriera un ángulo extraño en su cabeza. No era la forma reglamentaria de llevarla, pero sus superiores tuvieron que aceptar que se la pusiera del revés por causas de fuerza mayor; la única forma de corregirlo era cortarle los cuernos, y eso no iba a ocurrir.
#1
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Aunque a veces dan ganas... —protestó en voz baja, inclinada en el interior de los vestuarios de mujeres frente a uno de los espejos, colocándose como buenamente podía la gorra.

Tras un rato así, no pudo evitar sonreír un poco viendo su reflejo. Con el tiempo se había acostumbrado a esa longitud y, aunque seguían siendo poco prácticos, le había cogido cariño a sus cuernos. ¿Por qué debería avergonzarse de ellos o repudiarlos? Eran parte de su seña de identidad, después de todo. Además, llevar la visera hacia atrás permitía que se le viera mejor la cara y, sin querer sentirse narcisista, tenía la percepción de que no le quedaba mal.

No le dio más vueltas y tardó poco en terminar de prepararse, saliendo fuera y yendo hacia la armería para ir a buscar su espada. Su promoción llevaba preparándose los tres últimos meses para las pruebas finales, las cuales decidirían quiénes pasarían a formar parte de las filas de la Marina y quién tendría que probar suerte el año siguiente. No había sido un camino fácil para nadie, pero al fin estaban llegando a su conclusión. Sin embargo, había algo que los sargentos y oficiales habían anunciado que causó cierta preocupación entre sus compañeros y ella misma: parte de las pruebas consistirían en una suerte de duelos entre ellos; quienes perdieran sus duelos, quedarían fuera. En resumen, la mitad de la promoción no llegaría a graduarse ese año. Por un lado tenía sentido, pero por el otro sonaba increíblemente injusto. Todo el esfuerzo de esos meses podía irse al traste simplemente por el hecho de enfrentarte a alguien más fuerte o habilidoso que tú. Tal vez incluso porque el día del combate no estuvieras en tu mejor forma. Pensarlo le daba escalofríos.

—Supongo que tiene algo de sentido —había dicho Jell, un cadete de su promoción—. Buscan que ingresen en la Marina los mejores... y ser el mejor implica ser capaz de sobreponerte a las circunstancias. Después de todo, a un pirata le va a dar igual si te encuentras mal o estás cansado el día que lo enfrentes: va a luchar con todas sus fuerzas.
#2
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Camille podía entenderlo, pero también pensaba en la cohesión y organización de la Marina. Sí, tal vez como individuos pudieran flaquear y fuera necesario que supieran sobreponerse a sus peores momentos, pero a su vez actuaban como un organismo unificado: un montón de marines que trabajan juntos para formar un puño robusto que golpeara con firmeza a los enemigos de la justicia. No todo iba de héroes y leyendas, aunque tampoco podía negar que era lo que más podía escucharse a lo largo de los mares.

Aquel día en particular, los mandos les habían indicado que para el entrenamiento harían uso de las armas reglamentarias a las que se habían habituado varios ejercicios a lo largo de su instrucción. En el G-31 no se andaban con sutilezas y, después de todo, si bien los duelos de las pruebas no serían a muerte sí que se llevarían a cabo con armas reales. Serían combates en toda regla, salvo porque los oficiales se asegurarían de que nadie acabase muerto. Aun así, nada les aseguraba que salieran ilesos o que no pudiera suceder un accidente.

La oni no tardó demasiado en llegar hasta la armería, lugar en el que se topó con una corta fila en la que estaban varios de sus compañeros y marines ya graduados. Los últimos probablemente fueran a salir de patrullaje.

—Mira quién está por aquí —saludó Jell al verla, ante lo que Camille sonrió levemente y devolvió el saludo con un asentimiento—. ¿Mentalizada para los ejercicios de hoy?

Como nunca —aseguró ella, avanzando poco a poco hasta llegar al mostrador de los responsables. No tuvo siquiera que indicar cuál era su espada: todos sabían que la más grande.

En cuanto las dos personas que había tras el mostrador dejaron reposar su odachi sobre la madera de este, Camille se apresuró a tomarla con una mano y la sopesó un poco. Era mucho más pesada que las armas de madera que utilizaban durante los entrenamientos, incluso siendo la suya de unas proporciones exageradas que tuvieron que tallarse expresamente para ella. Aun así, había aprendido a sentirse cómoda con esas proporciones y peso. A decir verdad, dada su excepcional fuerza, tampoco es que le supusiera mucho esfuerzo portarla, menos aún cuando la blandía con ambas manos.
#3


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