Vesper Chrome
Medical Fortress
21-11-2024, 09:53 PM
(Última modificación: 21-11-2024, 09:54 PM por Vesper Chrome.)
Mientras ustedes cazarrecompensas se encuentran charlando con Hammond en aquel dichoso bar, espectando la información que salía de los labios del cazador experimentado que estaba decidido a retirarse de la labor que tantos años tenia ejerciendo. Mientras los tres toman de sus respectivas bebidas, ni siquiera logran notar lo que podría estar pasando fuera del local, o al menos no ustedes dos, a menos que uno de ustedes posea haki de observación y pueda utilizarlo para percibir los movimientos del exterior. Tras ordenar una segunda ronda de bebidas y ponerme un poco mas amigables con el viejo Hammond este se queda callado por un momento para volver a verlos y comentar cosas extrañas.
—Pensé que no vería sus habilidades en acción, pero me parece que si jovencitos. — El anciano toma su cachimbo y prende fuego para comenzar a fumar. —Hombre, si que eres un mujeriego. — Parecía que simplemente eran comentarios al azar a los anteriores comentarios que había zanjado Yuya, tras esto Hammond dio una fuerte calada de humo a su cachimbo y rápidamente una mujer entró por la puerta del bar. Diana puede que no la conozcas, pero tu compañero si la conoce, perfectamente, incluso mas de lo que un hombre debe conocer a una mujer comprometida.
—Yuya, Yuya, debes irte, debes correr, rápido, escapa de aquí. — Esta mujer se lanza a tus pies bruscamente, casi rogándote que te largues de ese lugar rápidamente, ¿por qué? Pues quien sabe mi querido casanovas. —Es Lucio, mi prometido, se entero de lo que pasó la otra noche y envió a unos matones. — La voz de la mujer comienza a entrecortarse mientras comienza a llorar por la situación. Hammond simplemente miraba con fascinación la situación mientras seguía fumando de su preciado cachimbo.
Mientras la mujer, con el rostro bañado en lágrimas, se desplomaba a tus pies, el ambiente en el bar comenzó a volverse tenso. La puerta del local se abrió de golpe, y el estruendo de los pasos resonó en todo el lugar. No era Lucio quien había entrado, sino un grupo de matones que rápidamente se hicieron notar. Eran conocidos en la ciudad como Los Pañuelos Rojos, una banda de delincuentes notoria por su brutalidad y por dejar un rastro de destrucción a su paso. Con una risa burlona y una actitud desafiante, uno de los matones, el líder del grupo, entró con una gran sonrisa en su rostro, sacudiéndose la mugre del exterior como si nada fuera a detenerlo. Sus compañeros, igualmente malhechores, se hicieron camino hacia la barra, destruyendo mesas y sillas en su camino, generando caos en el lugar. Al fondo, Hammond no se inmutó ni un poco, mirando la escena como si fuera parte del show de su vida.
—¿Así que tú eres Yuya, eh? —dijo el líder de Los Pañuelos Rojos con una sonrisa torcida, lanzando una mirada a la mujer caída en el suelo. — Lucio está muy interesado en saber qué es lo que estás haciendo aquí. Y te advierto, no le hagas perder el tiempo, porque cuando lo haces, las consecuencias son... dolorosas. — La mujer levantó la cabeza con desesperación, mirando a Yuya como si quisiera decir algo más, pero su voz se quebró de nuevo. Sin perder tiempo, uno de los matones dio un paso adelante, levantando una silla rota como si fuera un arma improvisada, mientras los demás se posicionaban alrededor de los tres cazadores. El ambiente en el bar estaba cargado de una tensión palpable.
Hammond, viendo que las cosas se ponían serias, dejó su cachimbo en la mesa con un suspiro. Luego, con calma, se puso en pie y observó la situación, como si fuera parte de un espectáculo al que ya estaba acostumbrado mientras lentamente tomaba su arma que estaba apoyada en la mesa. —Parece que esto va a ponerse interesante. — comentó con tono burlón, mientras sus ojos seguían la acción. El líder de los Pañuelos Rojos se acercó a Yuya, sus ojos fijos en él, y su risa comenzó a aumentar de volumen mientras se acercaba peligrosamente.
—No eres tan listo como crees, ¿verdad? Estuviste con la prometida de uno de los hombres más influyentes de esta maldita isla la otra noche. Ahora, esto es lo que pasa cuando metes las manos donde no te llaman — dijo con una sonrisa maliciosa. El líder de Los Pañuelos Rojos se acercó con una sonrisa arrogante, sin percatarse de la amenaza inminente que se cernía sobre ellos. El matón que había levantado la silla, con la mirada fija en Yuya, estaba a punto de lanzarse hacia él. Pero antes de que pudiera dar un paso más, un destello de movimiento captó la atención de todos en la habitación. Con una velocidad que desafiaba su apariencia de anciano cansado, Hammond se levantó y tomó su martillo, un arma rústica con un mango de hierro y una cabeza de madera que parecía haber sido su compañero durante años. En un solo movimiento fluido, el martillo se elevó y cayó con una fuerza devastadora. El golpe aterrizó en el matón con una precisión sorprendente, enviándolo al suelo de inmediato, sin que pudiera hacer nada para reaccionar.
Pero lo que dejó a todos boquiabiertos no fue solo la fuerza del golpe, sino la rapidez con la que se ejecutó. Para los presentes, parecía como si el tiempo se hubiera detenido por un segundo, el ruido del bar se desvaneció y todo en la habitación quedó en pausa. El matón que había levantado la silla ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar antes de que el segundo golpe de Hammond lo alcanzara. El anciano volvió a mover el martillo, esta vez con un segundo ataque, golpeando con tal fuerza que la silla rota voló por los aires y el matón quedó desplomado en el suelo. En ese breve instante, todos los ojos estaban fijos en Hammond, con asombro y confusión reflejados en sus rostros. Los matones de Los Pañuelos Rojos se quedaron paralizados, incapaces de procesar lo que acababa de suceder.
—¿Quién más quiere intentarlo? —preguntó el anciano, con una sonrisa desafiante, mientras la atmósfera en el bar se mantenía cargada de tensión. El reloj seguía corriendo, pero para los matones, el tiempo ya se había detenido.
—Pensé que no vería sus habilidades en acción, pero me parece que si jovencitos. — El anciano toma su cachimbo y prende fuego para comenzar a fumar. —Hombre, si que eres un mujeriego. — Parecía que simplemente eran comentarios al azar a los anteriores comentarios que había zanjado Yuya, tras esto Hammond dio una fuerte calada de humo a su cachimbo y rápidamente una mujer entró por la puerta del bar. Diana puede que no la conozcas, pero tu compañero si la conoce, perfectamente, incluso mas de lo que un hombre debe conocer a una mujer comprometida.
—Yuya, Yuya, debes irte, debes correr, rápido, escapa de aquí. — Esta mujer se lanza a tus pies bruscamente, casi rogándote que te largues de ese lugar rápidamente, ¿por qué? Pues quien sabe mi querido casanovas. —Es Lucio, mi prometido, se entero de lo que pasó la otra noche y envió a unos matones. — La voz de la mujer comienza a entrecortarse mientras comienza a llorar por la situación. Hammond simplemente miraba con fascinación la situación mientras seguía fumando de su preciado cachimbo.
Mientras la mujer, con el rostro bañado en lágrimas, se desplomaba a tus pies, el ambiente en el bar comenzó a volverse tenso. La puerta del local se abrió de golpe, y el estruendo de los pasos resonó en todo el lugar. No era Lucio quien había entrado, sino un grupo de matones que rápidamente se hicieron notar. Eran conocidos en la ciudad como Los Pañuelos Rojos, una banda de delincuentes notoria por su brutalidad y por dejar un rastro de destrucción a su paso. Con una risa burlona y una actitud desafiante, uno de los matones, el líder del grupo, entró con una gran sonrisa en su rostro, sacudiéndose la mugre del exterior como si nada fuera a detenerlo. Sus compañeros, igualmente malhechores, se hicieron camino hacia la barra, destruyendo mesas y sillas en su camino, generando caos en el lugar. Al fondo, Hammond no se inmutó ni un poco, mirando la escena como si fuera parte del show de su vida.
—¿Así que tú eres Yuya, eh? —dijo el líder de Los Pañuelos Rojos con una sonrisa torcida, lanzando una mirada a la mujer caída en el suelo. — Lucio está muy interesado en saber qué es lo que estás haciendo aquí. Y te advierto, no le hagas perder el tiempo, porque cuando lo haces, las consecuencias son... dolorosas. — La mujer levantó la cabeza con desesperación, mirando a Yuya como si quisiera decir algo más, pero su voz se quebró de nuevo. Sin perder tiempo, uno de los matones dio un paso adelante, levantando una silla rota como si fuera un arma improvisada, mientras los demás se posicionaban alrededor de los tres cazadores. El ambiente en el bar estaba cargado de una tensión palpable.
Hammond, viendo que las cosas se ponían serias, dejó su cachimbo en la mesa con un suspiro. Luego, con calma, se puso en pie y observó la situación, como si fuera parte de un espectáculo al que ya estaba acostumbrado mientras lentamente tomaba su arma que estaba apoyada en la mesa. —Parece que esto va a ponerse interesante. — comentó con tono burlón, mientras sus ojos seguían la acción. El líder de los Pañuelos Rojos se acercó a Yuya, sus ojos fijos en él, y su risa comenzó a aumentar de volumen mientras se acercaba peligrosamente.
—No eres tan listo como crees, ¿verdad? Estuviste con la prometida de uno de los hombres más influyentes de esta maldita isla la otra noche. Ahora, esto es lo que pasa cuando metes las manos donde no te llaman — dijo con una sonrisa maliciosa. El líder de Los Pañuelos Rojos se acercó con una sonrisa arrogante, sin percatarse de la amenaza inminente que se cernía sobre ellos. El matón que había levantado la silla, con la mirada fija en Yuya, estaba a punto de lanzarse hacia él. Pero antes de que pudiera dar un paso más, un destello de movimiento captó la atención de todos en la habitación. Con una velocidad que desafiaba su apariencia de anciano cansado, Hammond se levantó y tomó su martillo, un arma rústica con un mango de hierro y una cabeza de madera que parecía haber sido su compañero durante años. En un solo movimiento fluido, el martillo se elevó y cayó con una fuerza devastadora. El golpe aterrizó en el matón con una precisión sorprendente, enviándolo al suelo de inmediato, sin que pudiera hacer nada para reaccionar.
Pero lo que dejó a todos boquiabiertos no fue solo la fuerza del golpe, sino la rapidez con la que se ejecutó. Para los presentes, parecía como si el tiempo se hubiera detenido por un segundo, el ruido del bar se desvaneció y todo en la habitación quedó en pausa. El matón que había levantado la silla ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar antes de que el segundo golpe de Hammond lo alcanzara. El anciano volvió a mover el martillo, esta vez con un segundo ataque, golpeando con tal fuerza que la silla rota voló por los aires y el matón quedó desplomado en el suelo. En ese breve instante, todos los ojos estaban fijos en Hammond, con asombro y confusión reflejados en sus rostros. Los matones de Los Pañuelos Rojos se quedaron paralizados, incapaces de procesar lo que acababa de suceder.
—¿Quién más quiere intentarlo? —preguntó el anciano, con una sonrisa desafiante, mientras la atmósfera en el bar se mantenía cargada de tensión. El reloj seguía corriendo, pero para los matones, el tiempo ya se había detenido.