Yuya Mirokuji
Handsome Hunter
23-11-2024, 12:05 AM
Había guardado uno de los carteles de recompensa en un bolsillo tras doblarlo un par de veces sobre sí mismo. Sí, no era tan elegante y ordenado como la carpeta que portaba Hammond, pero no tenía tantos papeles que llevar como para justificar el uso de una carpeta. Además, sin una mochila o algo así, esas cosas te ocupaban siempre una mano que deberías tener libre para cualquier inconveniente que pudiera surgir, desde tropezar y caerte, hasta encontrarte con una emboscada. ¿Tirar la carpeta o dejarla por ahí mientras peleo? Claro, era una opción, pero para ponerme a tirar mis cosas al suelo prefería simplemente tenerlas en un bolsillo, donde no estorbaran. Los otros dos se los guardaría Diana, al menos uno de ellos, el de la aprendiz de Hammond, en un lugar en el que me gustaría meter la mano, pero seguramente la perdiera si lo hacía.
- Bien, entonces tenemos a nuestras presas y hasta un barco. Es usted muy amable, no cualquiera regalaría algo así a un par de personas que acaba de conocer. No sé, yo lo hubiera vendido si ya no lo fuera a usar. – Dije, siendo completamente honesto en cada palabra. Tal vez lo regalase a un familiar o amigo, ¿pero a dos completos desconocidos a los que ya acababa de ayudar con información y trabajos? Esos que me compraran el barco, lo mínimo que podían hacer. Claro, eso me ponía en la situación de que debería darle un dinero por el barco por mis mismas palabras, pero… Bueno, era un regalo, ¿no? Estaba feo ofrecer dinero por un regalo, era casi lo mismo que rechazarlo. Pero la felicidad, tranquilidad y buenas noticias no pueden durar para siempre. De un momento a otro, el anciano y veterano cazarrecompensas dijo una frase completamente fuera de contexto que me dejó un poco extrañado al principio.
Analizada así en frío y obviando el contexto, era como si nos estuviera diciendo que se avecinaban problemas. ¿Pero cómo podría haberlo sabido? La cosa es que allí, en caliente y en contexto, pues sus palabras no tenían ningún sentido y me contrariaron, no pudiendo procesarlas antes de que una mujer entrara a toda prisa en el local, dirigiéndose a mí. La reconocía… bueno, casi. Su cara me sonaba, eso fijo, y conociéndome pues no había muchas opciones. Básicamente, había compartido cama con ella. No me juzguéis, me acuesto con muchas mujeres, a veces con varias a la vez, no es posible que me acuerde de todas, y menos si no repito. Aunque solía acordarme de las excepcionales. No sólo por sus habilidades en el lecho, sino en general. Aunque con aquella escena que estaba teniendo lugar, fijo que no me olvidaba de esa chica en un buen tiempo. Y sí, me acostaba con mujeres prometidas o casadas. Pero si decidían que preferían una noche conmigo era culpa de que sus prometidos o maridos no las hacían felices, a mí que nadie me eche las culpas de nada. Esas relaciones estaban destinadas a fracasar, si lo hacían antes por mi causa, pues tiempo que se ahorraban. Si en el fondo les hacía un favor, especialmente a ellas.
Me levanté de mi silla y alcé a la muchacha del suelo para sentarla en el que había sido mi asiento hasta entonces. – Tranquila. Soy un hueso duro de roer. Y no estoy solo. Ahora deja de llorar, cualquier lágrima que no sea producto de la felicidad no debería manchar el rostro de una bella dama. - ¿En qué momento había aprendido a hablar de una forma tan melosa, zalamera y seductora? No lo sé, la verdad, es algo que fue surgiendo con el tiempo y la interacción con más y más mujeres. Y la verdad es que me daba un poco de vergüenza, pero sólo un poco, que Diana me escuchara hablar así, por lo que le dirigí una mirada de soslayo medio segundo con las mejillas muy levemente enrojecidas. Entonces fue cuando todo comenzó a cobrar sentido.
Más gente entró en la taberna, el grupo de matones que la muchacha, cuyo nombre seguía sin recordar, mencionó. Pues no eran unos matones cuales quiera, eran unos matones de renombre en la isla. Me interpuse entre el líder de aquel grupo y la chica cuando la amenazó, recogiendo mi espada y desenvainándola para hacer frente a aquella gentuza. ¿Ninguno tenía una recompensa por su cabeza? Realmente disfrutaría cobrando una, por pequeña que fuera, tras derrotarlos. Pero el anciano se me adelantó. Ver a aquel señor en acción era… extraño. Su cuerpo parecía frágil, y él mismo decía que se jubilaba y que ya no estaba para cacerías. Pero estaba dando un buen repaso a aquellos tipos… - Hammond… Creía que había dicho que vería nuestras habilidades, no al revés. ¿Realmente se va a retirar cuando todavía es capaz de moverse así? – Me quedaba mucho camino por recorrer para ser capaz de hacer lo mismo que Hammond, pero aproveché el momento de confusión para atacar a los matones que estaban paralizados por la sorpresa. Mi propia reacción fue más lenta de lo que me hubiera gustado, pero ¿quién no se sorprendería al ver a un anciano de setenta y pico años repartir leña como lo estaba haciendo aquel? El matón que estaba más cerca de mí se llevaría un tajo de mi espada en horizontal, a la altura del abdomen.