Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
24-11-2024, 04:16 PM
Día 17 Verano del año 724
La niña se retorció en los brazos del criminal, sus pequeños pies golpeando en el aire mientras él la sujetaba con fuerza. A pesar del cuchillo que le amenazaba la garganta, un destello de valentía brilló en sus ojos llorosos. Entre sus dedos aún apretaba un pequeño juguete de madera, una figura tallada a mano que parecía un caballito de mar. Con movimientos sutiles, empezó a dejar caer astillas y pedazos de su juguete, apenas visibles entre el caos de la multitud. Era una niña muy inteligente. El hombre no notó la maniobra. Avanzaba con determinación, utilizando la densa procesión de Sumpa para perderse entre los colores vibrantes y el estruendo de los tambores. La marea de cuerpos dificultaba cualquier persecución, y el callejón pronto quedó vacío, salvo por la madre, que lloraba en el suelo, y Asradi, que permanecía inmóvil, evaluando frenéticamente la situación. La madre, aún de rodillas, alzó la mirada hacia Asradi, sus ojos hinchados y enrojecidos pero llenos de una furia desesperada. De vuelta en el callejón, la madre de la niña seguía abrazando los restos del juguete que su hija había dejado caer. Aunque temblaba visiblemente, su rostro estaba marcado por una mezcla de desesperación y determinación. — ¡No puedo quedarme aquí sin hacer nada! Llévame contigo, haré lo que sea necesario para recuperar a mi hija. — Exclamó con un tono firme, mientras se dirigía a Asradi. El silencio entre ambas era tenso, cargado de emociones. La madre estaba lista para arriesgarlo todo, sin importar el peligro que acechaba.
En otro lugar ...
La tienda a la que el hombre había llevado a la niña parecía un negocio de segunda mano, pero estaba claro que servía de fachada para actividades más turbias. Tras el mostrador, una trampilla conducía a un sótano donde el secuestrador se reunió con otros cinco hombres. La niña, con los ojos llorosos, fue colocada en una silla desvencijada en el centro de la habitación. — ¿Y bien? ¿Para qué todo este alboroto? —Preguntó un hombre corpulento con cicatrices en el rostro, evidentemente el líder del grupo, mientras limpiaba una pistola con movimientos pausados. — Tengo algo grande, jefe. Una sirena, —Respondió el secuestrador, dejando que una sonrisa confiada cruzara su rostro— Es peligrosa, pero con una red y algo de ayuda, podríamos atraparla. Vale más de lo que cualquiera de nosotros verá en su vida. — El líder levantó una ceja, mostrando un interés calculador.
— ¿Y la mocosa?
— Un seguro. Si aparece, no se atreverá a moverse mientras tengamos a la cría. Además, siempre podemos usarla como moneda de cambio, —dijo el hombre con una frialdad que hizo que la niña temblara aún más. Los otros hombres comenzaron a armarse, revisando pistolas, cuchillos y viejos mosquetes. Se colocaron en posiciones estratégicas alrededor del sótano, listos para un enfrentamiento. Mientras tanto, el silencio exterior comenzaba a llenarse de murmullos de procesiones que se alejaban, dejando la zona en una penumbra incómoda. La trampilla de la tienda estaba asegurada desde dentro, y cualquier intento de entrar requeriría tanto ingenio como cuidado, un ataque frontal sería poco menos que suicida. El rastro de los trozos del juguete había llevado a la entrada de la tienda. Frente a ella, la madre de la niña miraba a Asradi con una mezcla de súplica y resolución, esperando a que tomara la iniciativa.
Las luces del sótano parpadeaban tenuemente mientras los criminales discutían en voz baja, ajenos a la posibilidad de que fueran seguidos. En el aire flotaba la tensión, como si la calma antes de la tormenta estuviera a punto de romperse.