Vesper Chrome
Medical Fortress
29-11-2024, 02:09 AM
(Última modificación: 29-11-2024, 02:11 AM por Vesper Chrome.)
Los Pañuelos Rojos se miraron entre sí, algunos titubeando y otros claramente más temerosos que dispuestos a pelear. Pero el líder de la banda, un hombre corpulento con una cicatriz que cruzaba su rostro y un pañuelo rojo atado a la frente, no parecía tener intención de retroceder.—¡No se queden parados como idiotas! ¡Es solo un viejo! — rugió, apuntando con un gesto brusco hacia Hammond. Aunque sus palabras buscaban inspirar confianza, su tono denotaba un ligero temblor. No era ciego; había visto lo que Hammond había hecho, pero no podía permitir que su reputación se hundiera frente a sus hombres.
Dos matones, más por miedo al líder que por valentía propia, avanzaron hacia Hammond. Uno llevaba un cuchillo oxidado y el otro un garrote improvisado. Sus movimientos eran torpes, y sus rostros mostraban que preferirían estar en cualquier otro lugar. Hammond observó a los dos hombres acercándose y, sin apurarse, se llevó el cachimbo a los labios para dar una última calada antes de dejarlo en la mesa. Luego, alzó el martillo con una sola mano y, en un movimiento que parecía casual, lo giró sobre su hombro.
—Cuando era joven, solían llamarme el Azote de Hierro por una razón, muchachos. —dijo, con una voz tranquila pero cargada de un poder latente. —Dejen sus juguetes en el suelo y tal vez les permita irse con sus piernas intactas. — Claro, que quizá no seria asi, al final de cuentas eran bandidos, liderados por un idiota. El del cuchillo se lanzó primero, con un grito más para darse valor que para intimidar. Pero Hammond ya estaba en movimiento. Con un giro ágil, esquivó el cuchillo y dejó caer el martillo en un arco descendente.
— ¡Shūri!—
El impacto no solo desarmó al hombre, sino que lo envió de rodillas al suelo, su cuchillo volando lejos mientras se aferraba a su mano herida con un gemido de dolor. Hammond no le dio tiempo a recuperarse; el martillo volvió a moverse con una velocidad y precisión imposibles para alguien de su edad. Un golpe directo en el pecho lo hizo caer de espaldas, inconsciente. El segundo matón, viendo el destino de su compañero, dudó. Miró a Hammond, luego al líder, y retrocedió un paso. Pero la mirada del líder era inconfundible: adelante o enfréntame después. Tragando saliva, el hombre intentó atacar con su garrote. Hammond, sin embargo, no esperó.
—¡Tekkō funsō!—
El anciano anunció su siguiente movimiento con un leve susurro. En un parpadeo, el martillo se movió en un barrido horizontal, golpeando el garrote y partiéndolo en pedazos antes de impactar en el costado del matón. El golpe fue tan fuerte que el hombre salió disparado hacia una mesa cercana, rompiéndola bajo su peso. Los demás miembros de la banda comenzaron a retroceder. Incluso el líder vaciló, su mirada saltando entre Hammond y los dos hombres derribados.
—Bueno, bueno… Parece que subestimamos al viejo. —murmuró con una sonrisa tensa. Luego miró a Yuya y Diana. —Pero no crean que esto se ha terminado. Lucio no olvida, y nosotros tampoco. Esto es solo el comienzo. — El líder hizo un gesto hacia los miembros restantes, y Los Pañuelos Rojos comenzaron a retirarse, dejando a sus compañeros inconscientes detrás. Hammond, con su martillo aún en mano, no los siguió. En su lugar, volvió a sentarse, recogió su cachimbo y le dio una calada, como si nada hubiera pasado.
—Un dia más tranquilo de lo que esperaba. —dijo con un tono casual, mientras el silencio en el bar comenzaba a disiparse. La mujer, aún temblando, miró a Hammond con una mezcla de gratitud y asombro. Luego volteó hacia Yuya, su rostro lleno de preocupación.
—Tienes que irte, Yuya. Si Lucio no te encuentra, enviará a más hombres, y la próxima vez puede que no tengamos tanta suerte. Por favor… — Parecia que suplicaba, no es como si lo conociera de toda la vida, quizá se hayan acostado una o dos veces, pero parece que esta mujer había comenzado a enamorarse de Yuya. La tensión aún estaba en el aire. Era claro que esta pelea solo había sido un preludio a algo más grande.
Dos matones, más por miedo al líder que por valentía propia, avanzaron hacia Hammond. Uno llevaba un cuchillo oxidado y el otro un garrote improvisado. Sus movimientos eran torpes, y sus rostros mostraban que preferirían estar en cualquier otro lugar. Hammond observó a los dos hombres acercándose y, sin apurarse, se llevó el cachimbo a los labios para dar una última calada antes de dejarlo en la mesa. Luego, alzó el martillo con una sola mano y, en un movimiento que parecía casual, lo giró sobre su hombro.
—Cuando era joven, solían llamarme el Azote de Hierro por una razón, muchachos. —dijo, con una voz tranquila pero cargada de un poder latente. —Dejen sus juguetes en el suelo y tal vez les permita irse con sus piernas intactas. — Claro, que quizá no seria asi, al final de cuentas eran bandidos, liderados por un idiota. El del cuchillo se lanzó primero, con un grito más para darse valor que para intimidar. Pero Hammond ya estaba en movimiento. Con un giro ágil, esquivó el cuchillo y dejó caer el martillo en un arco descendente.
— ¡Shūri!—
El impacto no solo desarmó al hombre, sino que lo envió de rodillas al suelo, su cuchillo volando lejos mientras se aferraba a su mano herida con un gemido de dolor. Hammond no le dio tiempo a recuperarse; el martillo volvió a moverse con una velocidad y precisión imposibles para alguien de su edad. Un golpe directo en el pecho lo hizo caer de espaldas, inconsciente. El segundo matón, viendo el destino de su compañero, dudó. Miró a Hammond, luego al líder, y retrocedió un paso. Pero la mirada del líder era inconfundible: adelante o enfréntame después. Tragando saliva, el hombre intentó atacar con su garrote. Hammond, sin embargo, no esperó.
—¡Tekkō funsō!—
El anciano anunció su siguiente movimiento con un leve susurro. En un parpadeo, el martillo se movió en un barrido horizontal, golpeando el garrote y partiéndolo en pedazos antes de impactar en el costado del matón. El golpe fue tan fuerte que el hombre salió disparado hacia una mesa cercana, rompiéndola bajo su peso. Los demás miembros de la banda comenzaron a retroceder. Incluso el líder vaciló, su mirada saltando entre Hammond y los dos hombres derribados.
—Bueno, bueno… Parece que subestimamos al viejo. —murmuró con una sonrisa tensa. Luego miró a Yuya y Diana. —Pero no crean que esto se ha terminado. Lucio no olvida, y nosotros tampoco. Esto es solo el comienzo. — El líder hizo un gesto hacia los miembros restantes, y Los Pañuelos Rojos comenzaron a retirarse, dejando a sus compañeros inconscientes detrás. Hammond, con su martillo aún en mano, no los siguió. En su lugar, volvió a sentarse, recogió su cachimbo y le dio una calada, como si nada hubiera pasado.
—Un dia más tranquilo de lo que esperaba. —dijo con un tono casual, mientras el silencio en el bar comenzaba a disiparse. La mujer, aún temblando, miró a Hammond con una mezcla de gratitud y asombro. Luego volteó hacia Yuya, su rostro lleno de preocupación.
—Tienes que irte, Yuya. Si Lucio no te encuentra, enviará a más hombres, y la próxima vez puede que no tengamos tanta suerte. Por favor… — Parecia que suplicaba, no es como si lo conociera de toda la vida, quizá se hayan acostado una o dos veces, pero parece que esta mujer había comenzado a enamorarse de Yuya. La tensión aún estaba en el aire. Era claro que esta pelea solo había sido un preludio a algo más grande.