Sintió confusión. El único momento inapropiado para hacer chistes es cuando se está con cagadera y muy lejos del baño. Entendía que su camarada tuviera cierta sensibilidad con el hombre recién muerto, pero ¿sacaría algo con llorar, con expresar solemnidad? La Causa exige sacrificios, de lo contrario, cualquiera lucharía en su nombre. No, el compañero asesinado no merecía solemnidad ni pesimismo, mucho menos lamentos, lo que merecía era seguir hacia delante y saber qué diablos estaba sucediendo en esos malditos túneles.
-Murci-chan, el fuego es el corazón del Ejército Revolucionario. Estas llamas purificarán los cuerpos y las almas de nuestros compañeros caídos -le respondió, sumado al comentario bastante oportuno de Chicles-. Además, podemos lidiar con un poco de humo. Solo será un poco. A mí me preocupa más el olor, quién sabe si el aroma a carne asada atrae a los monstruos de los túneles.
Juntar cuerpos desmembrados y en pésimo estado causaba un sonido similar al presionar un trozo de carne de res extra jugoso. Era asqueroso, pero con un poco de imaginación a su favor lo soportaba mejor. Utilizó un brazo de mantequilla para atraer el cuerpo de un hombre, pero cuando jaló este se separó a la mitad. ¿Desde cuándo los cadáveres son tan débiles? ¿Es que acaso los fabrican en China, sea lo que sea esto? Una vez saliese de los túneles elevaría un reclamo a los altos mandos de la Armada; iba a exigir que entrenasen mejor a los reclutas, pues se desarman con facilidad.
Tras inspeccionar las pertenencias de los camaradas recién caídos, se apropió de algunas de estas bajo el pretexto de confiscación obligatoria y para-nada-egoísta. Probablemente un tarro de cerámica le serviría para comer más tarde, y el den den mushi personalizado le recordaba a… Bueno, a nadie. No se imaginaba a nadie que tuviera un estilo tan horripilante, aunque la cicatriz le daba un buen toque. Lo tomó solo porque, eventualmente, surgiría en él la necesidad de coleccionar caracoles parlanchines.
-Ejem, ejem… Si nadie quiere estofado… -Pateó la olla con intención de que todo el contenido se desperdigase por el agua, solo para parecer violento-. Y hecho esto, larguémonos de aquí. Me gusta el humo, pero el humo de los cigarrillos, no el que proviene de cadáveres calcinados. Y me estoy sintiendo medio mal, así que avancemos.
Junto a su equipo, el Adalid de la Causa avanzó por el túnel pequeño, teniendo que pasar a cuatro patas a través de este. Una vez encontrase un lugar amplio y cómodo, lejos del humo y en un sitio relativamente seguro, llamaría por el den den mushi.
-¿Aló, aló? ¿Venden pizzas de peperonni? Bueno, prefiero las de tocino y aceitunas. Quiero una para llevar en nombre del Ejército Revolucionario -dijo con tono gracioso.
-Murci-chan, el fuego es el corazón del Ejército Revolucionario. Estas llamas purificarán los cuerpos y las almas de nuestros compañeros caídos -le respondió, sumado al comentario bastante oportuno de Chicles-. Además, podemos lidiar con un poco de humo. Solo será un poco. A mí me preocupa más el olor, quién sabe si el aroma a carne asada atrae a los monstruos de los túneles.
Juntar cuerpos desmembrados y en pésimo estado causaba un sonido similar al presionar un trozo de carne de res extra jugoso. Era asqueroso, pero con un poco de imaginación a su favor lo soportaba mejor. Utilizó un brazo de mantequilla para atraer el cuerpo de un hombre, pero cuando jaló este se separó a la mitad. ¿Desde cuándo los cadáveres son tan débiles? ¿Es que acaso los fabrican en China, sea lo que sea esto? Una vez saliese de los túneles elevaría un reclamo a los altos mandos de la Armada; iba a exigir que entrenasen mejor a los reclutas, pues se desarman con facilidad.
Tras inspeccionar las pertenencias de los camaradas recién caídos, se apropió de algunas de estas bajo el pretexto de confiscación obligatoria y para-nada-egoísta. Probablemente un tarro de cerámica le serviría para comer más tarde, y el den den mushi personalizado le recordaba a… Bueno, a nadie. No se imaginaba a nadie que tuviera un estilo tan horripilante, aunque la cicatriz le daba un buen toque. Lo tomó solo porque, eventualmente, surgiría en él la necesidad de coleccionar caracoles parlanchines.
-Ejem, ejem… Si nadie quiere estofado… -Pateó la olla con intención de que todo el contenido se desperdigase por el agua, solo para parecer violento-. Y hecho esto, larguémonos de aquí. Me gusta el humo, pero el humo de los cigarrillos, no el que proviene de cadáveres calcinados. Y me estoy sintiendo medio mal, así que avancemos.
Junto a su equipo, el Adalid de la Causa avanzó por el túnel pequeño, teniendo que pasar a cuatro patas a través de este. Una vez encontrase un lugar amplio y cómodo, lejos del humo y en un sitio relativamente seguro, llamaría por el den den mushi.
-¿Aló, aló? ¿Venden pizzas de peperonni? Bueno, prefiero las de tocino y aceitunas. Quiero una para llevar en nombre del Ejército Revolucionario -dijo con tono gracioso.