
Ares Brotoloigos
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09-01-2025, 07:38 PM
La crepitante luz de las antorchas, que hacían bailar sombras por doquier, no era algo que le incomodase. Estaba habituado a moverse entre los claroscuros de la noche durante años, entre callejones y otros lugares de peor calaña. Pero ese lugar era muy distinto a cualquier cosa que hubiese visto con anterioridad. Era ominoso y había algo antiguo ahí. No solo antiguo, sino que era como si alguna bestia durmiese latente entre aquellos pasadizos de piedra tallada. A cada paso que daba, sentía el bombear de su sangre, el tamborileo pesado de su corazón y como si su adrenalina comenzase a burbujear. Había expectación, seguridad y una velada cautela y desconfianza, a la par, en su mirada que, ahora, iba descubriendo otras sombras que se iban alzando. Más reptilianos como él, de escamas albas y que parecían alguna suerte de espectrales luciérnagas en medio de la noche. Ares nota también las miradas expectantes, curiosas algunas y otras desconfiadas que se ciernen sobre él. Pero continúa descendiendo hasta llegar a una especie de sala. Pequeña, opresiva y que le hace soltar un gruñido bajo, gutural. Una mirada de advertencia, una velada amenaza, hacia el resto de lagartos que allí se encuentran. Le superaban en número, si aquello pudiese ser alguna especie de emboscada, pero no se iba a arredar ante ellos.
Pero lo que sucedió fue que una se desprendió de aquel grupo que parecía contemplarle con avidez y con distintas emociones. Los ojos del marine se posaron, inmediatamente, en esta nueva figura. Una hembra más joven, de porte esbelto pero no por ello menos llamativo. La mirada rojiza entrecruzándose con aquella azul acristalada que parecía observarle con... ¿sinceridad? Y, aún así, la mirada que el mismo Ares le dedicó fue una de muda advertencia, aunque no pareciese tener iniciales ideas en atacar. Al menos por ahora. El varón la escudriñó de arriba a abajo.
— Todavía tengo demasiadas preguntas. — Fue lo primero que aseveró antes de que su atención se centrase en otra cosa. En algo que acababan de traer por orden de ella. Con un apetito ávido su mirada se posó sobre la sanguinolenta carne. Un hermoso y dantesco manjar justo delante de sus ojos.
Durante unos segundos toda la atención de Ares se fue ahí, no le importó nada más, no vió nada más que aquella tierna carne soltando y rezumando la sangre fresca. El aroma de la misma inundando sus fosas nasales, despertando sus instintos más primarios. Las pupilas de Ares se afilaron como las de un depredador hambriento. Notaba el interior de su boca comenzando a salivar, junto con un ligero gruñido, casi un gorgoreo hambriento, que comenzó a salir desde lo más profundo de su garganta.
Pero es la voz de la joven lo que le distrae finalmente, a quien Ares, ahora, mira de reojo. Aunque todavía siente esa irrefrenable atracción por la carne que ha sido expuesta justo delante de sus narices.
— ¿Los “Hijos de Heracles”? — Interrogó, ahora sí enarcando una ceja. No había escuchado hablar de ese grupo, secta o lo que fuese. Pero era meritorio y también preocupante, el hecho de que un número tan notorio de diablos, o mestizos de los mismo, estuviesen viviendo y haciendo a saber qué bajo las mismas calles de Loguetown sin que nadie pudiese percibirlo. O saberlo.
La suavidad y la disposición de la hembra, de alguna manera, le hacía desconfiar y estar más en guardia. Al fin y al cabo, nunca antes había tenido un trato amable o realmente sincero. Aún así, sí es capaz de notar el silencio espeso, respetuoso, que se forma ante la mención de ese tal “Padre Heracles”. Lo que también le hizo entornar la mirada.
Una secta, ni más ni menos.
Ante la invitación de seguirla, Ares dudó ligeramente. O, más bien, sopesó un momento sus probabilidades. Finalmente, terminó por asentir y la siguió con todavía más preguntas en la cabeza.
— ¿Cuánto tiempo lleváis pululando bajo las entrañas de Loguetown? — Se atrevió a preguntar al fin, mientras caminaba a su lado.
Pero lo que sucedió fue que una se desprendió de aquel grupo que parecía contemplarle con avidez y con distintas emociones. Los ojos del marine se posaron, inmediatamente, en esta nueva figura. Una hembra más joven, de porte esbelto pero no por ello menos llamativo. La mirada rojiza entrecruzándose con aquella azul acristalada que parecía observarle con... ¿sinceridad? Y, aún así, la mirada que el mismo Ares le dedicó fue una de muda advertencia, aunque no pareciese tener iniciales ideas en atacar. Al menos por ahora. El varón la escudriñó de arriba a abajo.
— Todavía tengo demasiadas preguntas. — Fue lo primero que aseveró antes de que su atención se centrase en otra cosa. En algo que acababan de traer por orden de ella. Con un apetito ávido su mirada se posó sobre la sanguinolenta carne. Un hermoso y dantesco manjar justo delante de sus ojos.
Durante unos segundos toda la atención de Ares se fue ahí, no le importó nada más, no vió nada más que aquella tierna carne soltando y rezumando la sangre fresca. El aroma de la misma inundando sus fosas nasales, despertando sus instintos más primarios. Las pupilas de Ares se afilaron como las de un depredador hambriento. Notaba el interior de su boca comenzando a salivar, junto con un ligero gruñido, casi un gorgoreo hambriento, que comenzó a salir desde lo más profundo de su garganta.
Pero es la voz de la joven lo que le distrae finalmente, a quien Ares, ahora, mira de reojo. Aunque todavía siente esa irrefrenable atracción por la carne que ha sido expuesta justo delante de sus narices.
— ¿Los “Hijos de Heracles”? — Interrogó, ahora sí enarcando una ceja. No había escuchado hablar de ese grupo, secta o lo que fuese. Pero era meritorio y también preocupante, el hecho de que un número tan notorio de diablos, o mestizos de los mismo, estuviesen viviendo y haciendo a saber qué bajo las mismas calles de Loguetown sin que nadie pudiese percibirlo. O saberlo.
La suavidad y la disposición de la hembra, de alguna manera, le hacía desconfiar y estar más en guardia. Al fin y al cabo, nunca antes había tenido un trato amable o realmente sincero. Aún así, sí es capaz de notar el silencio espeso, respetuoso, que se forma ante la mención de ese tal “Padre Heracles”. Lo que también le hizo entornar la mirada.
Una secta, ni más ni menos.
Ante la invitación de seguirla, Ares dudó ligeramente. O, más bien, sopesó un momento sus probabilidades. Finalmente, terminó por asentir y la siguió con todavía más preguntas en la cabeza.
— ¿Cuánto tiempo lleváis pululando bajo las entrañas de Loguetown? — Se atrevió a preguntar al fin, mientras caminaba a su lado.