
Asradi
Völva
31-01-2025, 08:25 PM
El sentimiento de nostalgia, de incertidumbre y de cosquilleantes nervios se apoderaba cada vez más de ella a medida que el barco se aproximaba a Skjoldheim. Luego de separarse y decidir irse por su cuenta, Asradi había tomado rumbo en otro navío que la acercaría todavía más a la costa que ella estaba buscando. La que conocía de toda la vida. A donde, desde pequeña, solía escaparse para disfrutar de las fiestas que se montaban en el Mjødhall. Recordaba eses momentos con una ligera sonrisa. Allí había aprendido las costumbres de los de la superficie, al menos de ese lugar. Allí había sido acogida de buen grado cada vez que su clan iba a comerciar con los nórdicos del poblado. Allí había aprendido también a beber, aún a pesar de, quizás, no tener edad legal para ello. ¿Pero qué importaba? Era Skjoldheim, esas celebraciones estaban permitidas para todas las dedades. Los niños eran fuertes e independientes. Tenían que serlo si querían sobrevivir en ese clima y esas localizaciones tan duras.
Cuando el capitán del barco le comunicó, faltando un par de millas para llegar, que no podrían ir más allá, la pelinegra asintió de manera suave. Lo comprendía. El hielo era grueso ya en esa época del año y podría no solo dañar el barco, sino encallar y hundirse en esas aguas heladas.
— No se preocupe, puedo llegar sola desde aquí. — Algunos botes ya estaban siendo preparados para aproximar, de manera más segura, a la gente a la orilla. Una sonrisa suave se dibujó en los labios de la habitante de los mares. — Le agradezco el que me haya traído.
Tras eso y un par de palabras más, Asradi se dispuso a abandonar el barco. La orilla no estaba demasiado lejos. No para ella y, a decir verdad, echaba de menos nadar en las aguas gélidas del North Blue. Las del East, aunque agradables y menos peligrosas para lo que estaba habituada, eran demasiado cálidas para su gusto.
Sin dudarlo demasiado, se lanzó al mar, tras asegurarse de que llevaba todo encima. No iba a ocupar un puesto en un bote que, seguramente, le haría falta a otra persona, cuando ella podía manejarse bien entre esas corrientes. En cuanto se sumergió, dió un par de vueltas, como inspeccionando el terreno bajo el hielo. Los ojos azules, afilados ahora, se posaron en su alrededor. Podía escuchar, a lo lejos, el canto de las ballenas, lo que la hizo sonreír más ampliamente. Algunos peces de frías aguas nadaron alrededor de ella, casi como si le diesen la bienvenida. Y tras varios minutos de buen nado, terminó llegando a la orilla, emergiendo entre las zonas que el hielo no había cubierto por completo. Cuando lo hizo, a pesar de estar empapada (algo que no le importó en lo absoluto), lo primero que hizo fue fijarse en el enorme edificio central. El corazón de ese poblado. El corazón le dió un vuelco de expectación, de nervios. El aire olía a hogar, el ambiente frío le hacía erizar, de expectación, las escamas de su cola.
También se fijó en los barcos pesqueros. Anclados en el puerto, silenciosos y balanceándose suavemente debido a la marea. Con el tiempo que hacía y las gruesas capas de hielo sobre el mar, no saldrían a pescar. Tras atravesar el puerto, no tardó en distinguir las humeantes chimeneas, señal de que la gente se encontraría haciendo su día a día en el pueblo. ¿Se acordarían de ella? ¿Ella vería caras conocidas después de tanto tiempo?
Tras atravesar algunas calles que recordaca de memoria, llegó al corazón del pueblo.
Al Mjødhall.
Los ojos se le iluminaron de inmediato cuando se quedó frente al imponente edificio. Y los recuerdos le sobrevinieron. Ahí había estado noches celebrando y riendo, escuchando las historias, bebiendo hidromiel hasta el amanecer. Alguna vez se había dormido ahí mismo, con el regaño posterior que recibiría al regresar a la sede del clan, en el Jormungandr Fjord.
¿Estaría todo igual por dentro? ¿Habría cambiado algo? ¿Estarían todos bien?
El corazón le latía a mil por hora mientras su mirada recorría, con atención y cariño, cada talla hecha en la puerta, cada adorno y cada resquicio. Con una mano acarició la madera hasta que se terminó decidiendo. Las hojas de gruesa madera comenzaron a abrirse, con su característico chirrido.
Asradi soltó el aire contenido mientras su mirada terminó posándose en el interior. Ella bajo el umbral de la puerta.