Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
12-08-2024, 08:48 AM
El estómago le estaba gritando a los cuatro vientos que por favor, llegase la vaca cuanto antes. Era malo tener a un hombre de ese calibre en un estado de desnutrición, que es lo que él comenzaba a pensar ... Se ponía la mano en el estómago, obviando por completo los dolores por el balazo recibido un día antes. Incluso estaba pasando por alto que aún le quedaba restos de fiebre. Su cabeza cada poco tiempo se iba a otro lugar.
— Asradi y Airgid son tan diferentes. La rubia es muy enérgica, divertida y joven, pero la otra ... Es también atractiva, parece tener más edad, más serena, ¿estará en condiciones para la reproducción? Preguntar la edad es una falta de respeto ... — Divagaba, acariciando su cuadrada barbilla. La cópula representaba también un ejercicio de relajación. Todo era visto como un ejercicio o utilidad para Hammond, incluso el bendito momento de acostarse con una mujer. Además, como buen hombre del norte, claramente superior genéticamente a casi todos los demás hombres, su deber era propagar su semilla siempre y cuando tuviera la ocasión. Sobre todo si aparecían hembras aptas para la gestación. El golpe en la mesa de la mujer rubia le despejó la mente por un instante. — Mira ese brazo, se mantiene muy en forma, es algo que aprecio mucho genéticamente ... — Volvió a su mundo, buscando la mejor forma de seleccionar a la hembra perfecta. No se cortó al pedir de comer, todo lo hacía gritando. —¿Y si tiene que acostar al bebé? lo despertará todo el rato ...La morena es mejor pretendienta.— Imaginó una futura escena donde a un hipotético bebé con músculos superdesarrollados, le costaba mucho dormir porque su madre no cesaba de gritar para todo, hasta para cantarle una nana.
La mirada fija en los pechos de las mujeres, observando bien el tipo de curvas que ofrecían, se disipó con la llegada de la carne. A todo esto, el nuevo integrante del grupo comentó que tampoco era de la isla, que de hecho le estaba costando acostumbrarse al clima local y que añoraba el frío. Hammond alzó una ceja. Él era del norte, de una isla fría como el mismísimo puño de Odín, pero al revés de su compañero, se enamoró de lo que la calor podía ofrecer. — Acostumbrrrar rrrápido, amigo. — Bufó, como lo haría un león que ve llegar su comida de la boca de unas preciosas leonas. Depositaron la comida en el suelo, ya que uno de los platos ni cabía en la mesa. Eran un total de veinte. Le rodeaban. La broma del colacao pasó por encima. Hammond no quiso aceptar su culpa, ¿quién iba a imaginar que se trataba de chocolate? eso definía la juventud de Airgid.
No tardó en tomar una de las patas (enteras) por la pezuña y darle un gran bocado. Tampoco pasó desapercibido la llegada de un pato como si fuera un premio,encima de un cojín. Un pato. — ¡Já! — Esputó, cayendo algo de carne de sus fauces al suelo. Pero siguió comiendo. No paraba de llegar gente, quizás atraídos por el olor de la vaca asada. Hammond estaba feliz, entre que comía y comía y analizaba a las hembras futuras portadoras de su semilla. Eso le gustaba, era como cuando decides tu viaje preferido para el fin de semana. Se dejó llevar por la emoción y gritó. — ¡TODOSSS ESTARRR INVITADOOOOOSS! — Alzó la mano donde sostenía la pata. Casi al unísono todo el mundo en aquella terraza comenzó a alucinar. Primero alucinar, después agradecer y por último celebrar. Qué feliz era hacer feliz a la gente con el dinero de otros, la virgen.
— Asradi y Airgid son tan diferentes. La rubia es muy enérgica, divertida y joven, pero la otra ... Es también atractiva, parece tener más edad, más serena, ¿estará en condiciones para la reproducción? Preguntar la edad es una falta de respeto ... — Divagaba, acariciando su cuadrada barbilla. La cópula representaba también un ejercicio de relajación. Todo era visto como un ejercicio o utilidad para Hammond, incluso el bendito momento de acostarse con una mujer. Además, como buen hombre del norte, claramente superior genéticamente a casi todos los demás hombres, su deber era propagar su semilla siempre y cuando tuviera la ocasión. Sobre todo si aparecían hembras aptas para la gestación. El golpe en la mesa de la mujer rubia le despejó la mente por un instante. — Mira ese brazo, se mantiene muy en forma, es algo que aprecio mucho genéticamente ... — Volvió a su mundo, buscando la mejor forma de seleccionar a la hembra perfecta. No se cortó al pedir de comer, todo lo hacía gritando. —¿Y si tiene que acostar al bebé? lo despertará todo el rato ...La morena es mejor pretendienta.— Imaginó una futura escena donde a un hipotético bebé con músculos superdesarrollados, le costaba mucho dormir porque su madre no cesaba de gritar para todo, hasta para cantarle una nana.
La mirada fija en los pechos de las mujeres, observando bien el tipo de curvas que ofrecían, se disipó con la llegada de la carne. A todo esto, el nuevo integrante del grupo comentó que tampoco era de la isla, que de hecho le estaba costando acostumbrarse al clima local y que añoraba el frío. Hammond alzó una ceja. Él era del norte, de una isla fría como el mismísimo puño de Odín, pero al revés de su compañero, se enamoró de lo que la calor podía ofrecer. — Acostumbrrrar rrrápido, amigo. — Bufó, como lo haría un león que ve llegar su comida de la boca de unas preciosas leonas. Depositaron la comida en el suelo, ya que uno de los platos ni cabía en la mesa. Eran un total de veinte. Le rodeaban. La broma del colacao pasó por encima. Hammond no quiso aceptar su culpa, ¿quién iba a imaginar que se trataba de chocolate? eso definía la juventud de Airgid.
No tardó en tomar una de las patas (enteras) por la pezuña y darle un gran bocado. Tampoco pasó desapercibido la llegada de un pato como si fuera un premio,encima de un cojín. Un pato. — ¡Já! — Esputó, cayendo algo de carne de sus fauces al suelo. Pero siguió comiendo. No paraba de llegar gente, quizás atraídos por el olor de la vaca asada. Hammond estaba feliz, entre que comía y comía y analizaba a las hembras futuras portadoras de su semilla. Eso le gustaba, era como cuando decides tu viaje preferido para el fin de semana. Se dejó llevar por la emoción y gritó. — ¡TODOSSS ESTARRR INVITADOOOOOSS! — Alzó la mano donde sostenía la pata. Casi al unísono todo el mundo en aquella terraza comenzó a alucinar. Primero alucinar, después agradecer y por último celebrar. Qué feliz era hacer feliz a la gente con el dinero de otros, la virgen.