Todavía le costaba entender, bastante, lo que estaba pasando. Podía comprender, de todas maneras, que con el alzamiento de una nueva matriarca, fuesen más cautelosos con la gente de la superficie, todavía más desde su desaparición, si es que eso también habia tenido que ver. ¿Pero hasta el punto de mandar emisarios y que éstes no regresasen? Una punzada de culpabilidad se clavó en el pecho de la sirena sabiendo que aquel hombre había dejado una familia atrás, y que éstes no volverían a ver a su padre y marido. Asradi se mordisqueó ligerament eel labio inferior en varias ocasiones, mientras escuchaba a Torfi con atención y algo de arrepentimiento a partes iguales. Cuando el grandullón se levantó y se sentó a su lado, fue ella también quien buscó las manos ajenas, ese contacto cálido. Torfi se había comportado casi como un padre con ella. Sobre todo después de que el suyo propio hubiese muerto (o eso era lo que siempre le habían dicho) después de una fuerte tormenta. Por lo que la pelinegra tenía un cariño totalmente genuino hacia el humano de poblaba barba.
— No lo sé, hace tiempo que me he ido ya. — Aunque no hubiese sido por su voluntad. — Y todavía no sé quien es la matriarca. — ¿Sería alguien conocido o, simplemente, alguien de otro lugar? Lo último era lo que más raro sería.
Pero tampoco era algo imposible, y no era la primera vez que sucedía en algún clan cercano dependiendo de las circunstancias. Cuando Torfi comenzó a lagrimear de nuevo, instándole a que tuviese cuidado, Asradi sonríó de manera suave y apoyó su cabeza todavía más contra la del hombre, en un gesto de confianza, cariño y cercanía también.
— No llores, Torfi. Te prometo que estaré bien. — Estrujó y enredó sus dedos en torno a las fuertes y grandes manos contrarias. Entendía que estuviese acongojado. De estar en su lugar, ella estaría en el mismo estado, no iba a mentir al respecto. — Además, he sobrevivido hasta ahora. Y sabes que tengo mucho carácter, aunque no lo parezca.
Asradi le guiñó un ojo con confianza y un deje travieso. Esa misma coquetería innata con la que encandilaba a la gente cuando quería conseguir algo cuando tan solo era una niña. Una risueña y que disfrutaba compartiendo cosas con la gente de la superficie, con quienes había entablado una profunda amistad y entendimiento. Por eso quería, también, que los siglos de disputas entre humanos y gyojin se detuviesen todo lo posible. El estar enfrentados no era ganancia para ninguno, y solo se terminaba sufriendo por ambas partes.
Ese resentimiento debía acabar tarde o temprano.
Tras unos segundos, Torfi se puso en pie, y ella le siguió con la mirada.
— Pero Torfi... — Los ojos celestes de Asradi se abrieron de par en par en cuanto reconoció aquel hermoso cuerno tallado. Lo había visto en más de una ocasión, conocía su historia porque el mismo Torfi y los demás marineros del lugar le habían explicado y se la habían contado.
Una de las manos de Asradi se adelantó para acariciar la estructura, notando las runas y demás adornos que el cuerno tenía. Era no solo un honor, sino que también un deje de congoja le nació en el pecho. Asradi apretó ligeramente los labios pero terminó por asentir.
— Me lo llevaré solo porque me lo pides y si eso te deja también tranquilo. — Lo hacía sobre todo por él, por ello. — Pero espero no tener que utilizarlo, a decir verdad.
Porque eso solo significaría un enfrentamiento inevitable entre los habitantes del mar y los marineros de la superficie, de ese poblado. Y, peor aún, no solo un cisma más grande entre ambas especies, sino también más dolor.
Y ya había habido suficiente dolor. Con cuidado, Asradi sujetó las correas que iban unidas al precioso cuerno ornamentado, y se lo colocó a la espalda. Pesaba lo suficiente y aquella era la manera más cómoda de llevarlo consigo.
Pero antes de que pudiese añadir algo más, un agradecimiento o cualquier otra cosa, de fondo comenzó escucharse. Al principio no era perceptible debido a la música del hall y los murmullos y las conversaciones del resto de hombres. Pero cuando todo esto se fue acallando... Se pudo oír.
Todo se quedó en un sepulcral y tenso silencio. A esa distancia no eran distinguibles las palabras, pero sí la voz, el tono empleado.
— Una sirena. — Musitó Asradi, bajando del taburete y poniéndose en guardia.
Su mandíbula se tensó y acto seguido se dirigió a todos aquellos que se encontraban dentro del salón.
— ¡Tapáos los oídos! Con las manos, con lo que sea. — Advirtió, alzando ligeramente la voz para ser escuchada. Asradi salió abruptamente hacia el umbral de la edificación, escuchando, sintiendo. Abrió ambas puertas dejando que la tormenta y algo de nieve se colase en el interior. — Y si no podéis evitarlo... ¡No la escuchéis a ella! ¡Escuchadme a mi!
No estaba intentando entender el canto, no le hacía falta. Lo que le interesaba era saber desde qué dirección provenía. Frunció el ceño y entonces fue ella misma la que alzó su voz en un canto profundo. Un llamado de atención y una muestra de protección hacia no solo los hombres del salón, sino también hacia la gente del puerto o del pueblo.
La voz de Asradi resonó alta y autoritaria. No iba a permitir que nadie más terminase ahogado o siendo atraído de aquella manera, si es que ese era el motivo y la intención.
Y, al mismo tiempo, serviría también para ubicar su posición. Para hacer saber, nuevamente, a los suyos que ella estaba ahí.
Y que, de momento, no tenía pensado irse.
— No lo sé, hace tiempo que me he ido ya. — Aunque no hubiese sido por su voluntad. — Y todavía no sé quien es la matriarca. — ¿Sería alguien conocido o, simplemente, alguien de otro lugar? Lo último era lo que más raro sería.
Pero tampoco era algo imposible, y no era la primera vez que sucedía en algún clan cercano dependiendo de las circunstancias. Cuando Torfi comenzó a lagrimear de nuevo, instándole a que tuviese cuidado, Asradi sonríó de manera suave y apoyó su cabeza todavía más contra la del hombre, en un gesto de confianza, cariño y cercanía también.
— No llores, Torfi. Te prometo que estaré bien. — Estrujó y enredó sus dedos en torno a las fuertes y grandes manos contrarias. Entendía que estuviese acongojado. De estar en su lugar, ella estaría en el mismo estado, no iba a mentir al respecto. — Además, he sobrevivido hasta ahora. Y sabes que tengo mucho carácter, aunque no lo parezca.
Asradi le guiñó un ojo con confianza y un deje travieso. Esa misma coquetería innata con la que encandilaba a la gente cuando quería conseguir algo cuando tan solo era una niña. Una risueña y que disfrutaba compartiendo cosas con la gente de la superficie, con quienes había entablado una profunda amistad y entendimiento. Por eso quería, también, que los siglos de disputas entre humanos y gyojin se detuviesen todo lo posible. El estar enfrentados no era ganancia para ninguno, y solo se terminaba sufriendo por ambas partes.
Ese resentimiento debía acabar tarde o temprano.
Tras unos segundos, Torfi se puso en pie, y ella le siguió con la mirada.
— Pero Torfi... — Los ojos celestes de Asradi se abrieron de par en par en cuanto reconoció aquel hermoso cuerno tallado. Lo había visto en más de una ocasión, conocía su historia porque el mismo Torfi y los demás marineros del lugar le habían explicado y se la habían contado.
Una de las manos de Asradi se adelantó para acariciar la estructura, notando las runas y demás adornos que el cuerno tenía. Era no solo un honor, sino que también un deje de congoja le nació en el pecho. Asradi apretó ligeramente los labios pero terminó por asentir.
— Me lo llevaré solo porque me lo pides y si eso te deja también tranquilo. — Lo hacía sobre todo por él, por ello. — Pero espero no tener que utilizarlo, a decir verdad.
Porque eso solo significaría un enfrentamiento inevitable entre los habitantes del mar y los marineros de la superficie, de ese poblado. Y, peor aún, no solo un cisma más grande entre ambas especies, sino también más dolor.
Y ya había habido suficiente dolor. Con cuidado, Asradi sujetó las correas que iban unidas al precioso cuerno ornamentado, y se lo colocó a la espalda. Pesaba lo suficiente y aquella era la manera más cómoda de llevarlo consigo.
Pero antes de que pudiese añadir algo más, un agradecimiento o cualquier otra cosa, de fondo comenzó escucharse. Al principio no era perceptible debido a la música del hall y los murmullos y las conversaciones del resto de hombres. Pero cuando todo esto se fue acallando... Se pudo oír.
Todo se quedó en un sepulcral y tenso silencio. A esa distancia no eran distinguibles las palabras, pero sí la voz, el tono empleado.
— Una sirena. — Musitó Asradi, bajando del taburete y poniéndose en guardia.
Su mandíbula se tensó y acto seguido se dirigió a todos aquellos que se encontraban dentro del salón.
— ¡Tapáos los oídos! Con las manos, con lo que sea. — Advirtió, alzando ligeramente la voz para ser escuchada. Asradi salió abruptamente hacia el umbral de la edificación, escuchando, sintiendo. Abrió ambas puertas dejando que la tormenta y algo de nieve se colase en el interior. — Y si no podéis evitarlo... ¡No la escuchéis a ella! ¡Escuchadme a mi!
No estaba intentando entender el canto, no le hacía falta. Lo que le interesaba era saber desde qué dirección provenía. Frunció el ceño y entonces fue ella misma la que alzó su voz en un canto profundo. Un llamado de atención y una muestra de protección hacia no solo los hombres del salón, sino también hacia la gente del puerto o del pueblo.
La voz de Asradi resonó alta y autoritaria. No iba a permitir que nadie más terminase ahogado o siendo atraído de aquella manera, si es que ese era el motivo y la intención.
Y, al mismo tiempo, serviría también para ubicar su posición. Para hacer saber, nuevamente, a los suyos que ella estaba ahí.
Y que, de momento, no tenía pensado irse.