
Asradi
Völva
08-02-2025, 07:27 PM
No era solo un enfrentamiento coral lo que allí se estaba suscitando, sino más bien un choque de voluntades. Asradi alzaba cada vez más su tono a medida que el otro también lo hacía. No iba a permitir que aquel hipnótico canto, pérfido, hiciese mella ya no en ella, sino en la gente del pueblo o de aquel salón. La voz de la pelinegra se alzaba, retador y protector para intentar copar todo el lugar en el que estaba y acallar el canto contrario. No reconocía del todo la voz ahora mismo, puesto que estaba más concentrada en que fuese su voz la que mantuviese la cordura de los hombres allí presentes.
En más de una ocasión el temple de Asradi fue puesto a prueba, pero se negaba a flaquear en lo que parecieron ser eternos minutos a medida que el tiempo pasaba. Sabía que no podía estar así eternamente, que tarde o temprano se agotaría, pero pretendía aguantar todo el tiempo posible. Cuando pareció que la tensión se estaba haciendo más grande, entre una y otra voz, la contraria se acalló de repente. Para dar lugar a un estremecedor y chirriante grito frustrado que apagó las antorchas y las brasas que iluminaban y calentaban el interior del salón, azotando las puertas e incluso provocando que la nieve se volviese a colar en el interior. El cabello oscuro de Asradi se agitó con violencia debido a tal suceso. Y los ojos de la sirena se entornaron de manera afilada. Por unos segundos sus pupilas se alargaron más propias a las de un tiburón, casi como si hubiesen activado algo en ella.
Solo cuando sintió la mano de Torfi en su hombro fue que logró relajarse, como si ese contacto fuese suficiente ahora como para calmarla. La mirada de Asradi volvió a la normalidad y lanzó un suspiro breve, dejando que el hombre, que ahora volvía a tener lagrimones en los ojos, le colocase y le anudase bien el cuerno de batalla a la espalda, con las correas y demás.
— No la reconozco, Torfi. — O, al menos, no tenía recuerdos ahora mismo de ese tono, de esa voz. El gesto de Asradi se torció levemente, pensativa, pero pronto negó con la cabeza.
Por mucho que buscaba en sus recuerdos, ahora mismo no caía. Pero de algo sí estaba muy segura: No era de su madre. Ella jamás habría hecho tal cosa. Eso era algo también que le preocupaba en demasía a la joven sirena. ¿Ella estaría bien? Se mordisqueó el labio inferior una vez más, pero asintió suavemente a las palabras y a los consejos de Torfi.
— Tengo que encargarme sola, Torfi, es verdad. No puedo meteros en algo que no os concierne... — Asradi suspiró, pero reformuló. — Perdón. No es que no os concierna, pero no quiero exponeros a más peligro innecesario.
Una de sus manos se posó, cariñosamente, sobre una de las grandes y cálidas del varón, para insuflarle ánimos y que estuviese tranquilo. Aunque entendía que también estuviese preocupado por ella.
— Y no voy a arrastraros más a lo que sea que esté sucediendo. Pero te prometo que si lo necesito, tocaré el cuerno. Estaré bien, me cuidaré. — Lo último lo dijo mirándole directamente a los ojos y regalándole una sonrisa plagada de cariño y seguridad.
No quería preocuparle más de lo que, seguramente, el pobre ya estaría.
— Avisad a los demás, que no salgan al mar hasta nuevo aviso. — Uno que, esperaba, dar ella y que todo saliese bien. Pero si la cosa se torcía... Mejor no le decía nada por ahora, o sería peor para el pobre corazón de pollo de Torfi.
Una vez con todo asegurado, fue ella misma quien salió de la protección y calidez del salón, aventurándose a la tormenta del exterior y, en cuanto llegó al puerto, lanzándose al mar sin pensarlo ni tan siquiera un segundo.
Asradi nadó con presteza hacia cierta dirección. Todavía recordaba bien el camino de regreso a casa.
En más de una ocasión el temple de Asradi fue puesto a prueba, pero se negaba a flaquear en lo que parecieron ser eternos minutos a medida que el tiempo pasaba. Sabía que no podía estar así eternamente, que tarde o temprano se agotaría, pero pretendía aguantar todo el tiempo posible. Cuando pareció que la tensión se estaba haciendo más grande, entre una y otra voz, la contraria se acalló de repente. Para dar lugar a un estremecedor y chirriante grito frustrado que apagó las antorchas y las brasas que iluminaban y calentaban el interior del salón, azotando las puertas e incluso provocando que la nieve se volviese a colar en el interior. El cabello oscuro de Asradi se agitó con violencia debido a tal suceso. Y los ojos de la sirena se entornaron de manera afilada. Por unos segundos sus pupilas se alargaron más propias a las de un tiburón, casi como si hubiesen activado algo en ella.
Solo cuando sintió la mano de Torfi en su hombro fue que logró relajarse, como si ese contacto fuese suficiente ahora como para calmarla. La mirada de Asradi volvió a la normalidad y lanzó un suspiro breve, dejando que el hombre, que ahora volvía a tener lagrimones en los ojos, le colocase y le anudase bien el cuerno de batalla a la espalda, con las correas y demás.
— No la reconozco, Torfi. — O, al menos, no tenía recuerdos ahora mismo de ese tono, de esa voz. El gesto de Asradi se torció levemente, pensativa, pero pronto negó con la cabeza.
Por mucho que buscaba en sus recuerdos, ahora mismo no caía. Pero de algo sí estaba muy segura: No era de su madre. Ella jamás habría hecho tal cosa. Eso era algo también que le preocupaba en demasía a la joven sirena. ¿Ella estaría bien? Se mordisqueó el labio inferior una vez más, pero asintió suavemente a las palabras y a los consejos de Torfi.
— Tengo que encargarme sola, Torfi, es verdad. No puedo meteros en algo que no os concierne... — Asradi suspiró, pero reformuló. — Perdón. No es que no os concierna, pero no quiero exponeros a más peligro innecesario.
Una de sus manos se posó, cariñosamente, sobre una de las grandes y cálidas del varón, para insuflarle ánimos y que estuviese tranquilo. Aunque entendía que también estuviese preocupado por ella.
— Y no voy a arrastraros más a lo que sea que esté sucediendo. Pero te prometo que si lo necesito, tocaré el cuerno. Estaré bien, me cuidaré. — Lo último lo dijo mirándole directamente a los ojos y regalándole una sonrisa plagada de cariño y seguridad.
No quería preocuparle más de lo que, seguramente, el pobre ya estaría.
— Avisad a los demás, que no salgan al mar hasta nuevo aviso. — Uno que, esperaba, dar ella y que todo saliese bien. Pero si la cosa se torcía... Mejor no le decía nada por ahora, o sería peor para el pobre corazón de pollo de Torfi.
Una vez con todo asegurado, fue ella misma quien salió de la protección y calidez del salón, aventurándose a la tormenta del exterior y, en cuanto llegó al puerto, lanzándose al mar sin pensarlo ni tan siquiera un segundo.
Asradi nadó con presteza hacia cierta dirección. Todavía recordaba bien el camino de regreso a casa.