
Arthur Soriz
Gramps
08-02-2025, 09:37 PM
Mientras te alejabas del mjodhall, si acaso llegabas a mirar atrás, verías a Torfi parado en el umbral de la puerta, alzando su brazo y saludándote desde lejos, gritándote mil y un cosas cariñosas. Deseándote suerte, y cuánto te quiere. Lo mismo con otros que se paraban a tu lado, un último cálido abrazo desde lejos para que tuvieras, aunque sea, la imagen de la gente que tanto te aprecia aquí en la superficie.
El viaje fue ... bueno, ¿cómo decirlo? Extenso, tenías que dirigirte hasta el Fiordo de Jörmungandr con tal de llegar hasta lo que vendría siendo tu casa, tu antiguo hogar dulce hogar. Veías a los pocos animales marinos nadar de un lado al otro... Focas marinas, pingüinos y otras especies más. Te miraban con cierta curiosidad, como quien ve a alguien conocido pero que ha pasado tanto tiempo que aún no reconocen del todo o les cuesta. Pero lo terminan haciendo, y tan felices parecen de verte que te acompañan en tu viaje. Nadan a tu alrededor, y hablan contigo aunque sus palabras tan solo son "Bienvenida" y "Estás más grande", aunque más que nada son los peces los que te rodean como si fuesen parte de un cardumen, a veces haciéndote cosquillas en el rostro al pasar cerca de ti.
Pero, cuanto más te vas aproximando a lo que fue tu hogar, más y más se alejan. Los más corajudos son los últimos en irse pero incluso ellos prefieren no acercarse. ¿Por qué tan reacios, cuando antes era una convivencia tan amena?
Desde la lejanía veías las casas, cúpulas que dejaban entrar la luz que se colaba por la superficie del agua... aunque ahora en meras penumbras por las tormentas y cielos encapotados invernales de la isla. Los interiores de dichas casas tenían iluminaciones en el interior... probablemente producto de noctilucas atrapadas dentro de recipientes. Algunas de color azul eléctrico, otras con tonos más anaranjados. Algunas medusas flotando cerca de la flora marina, casi pareciendo que disfrutaban de estar allí.
Había un silencio casi lugubre en el lugar, nadie salía a recibirte... no de momento al menos.
No fue hasta que te aproximaste lo suficiente que las primeras sirenas comenzaron a hacer acto de presencia. Una a una, saliendo de sus cabañas marinas y cuevas tranquilas. Una a una te quedaron mirando, ¿nerviosas? O titubeantes. No veías miedo o rechazo en sus miradas, sino incertidumbre. Pero hubo una en particular, un poco más anciana de lo que la recordabas, que primero se asomó, luego nadó entre las demás mirándolas de reojo... titubeó un poco sí, pero luego se fue aproximando cada vez más a ti.
Y a medida que se acercaba no solamente podías ver su expresión de angustia y lo que parecían ser lágrimas perdiéndose en la infinidad del agua salina, pero también una desesperación absoluta al darse cuenta de quién eras. Nadó tan rápido que parecía un torpedo, con su cabellera fluyendo dentro del agua hasta que en un abrir y cerrar de ojos se aferró a ti en un abrazo que solamente podía ser considerado amoroso, posesivo; Maternal.
Escuchabas sus sollozos, como una niña pequeña aguantándose las ganas de gritar de dolor. Era una sensación que acongojaba tu pecho tanto como lo hizo el reencuentro con Torfi, o quizás... incluso más. Varios minutos de ese abrazo, y el aroma inconfundible de su cabello eran suficientes como para darte cuenta de quién era.
Era tu mamá.
No apretaba fuerte como Torfi, pero era capaz de mantenerte en sus brazos cuanto tiempo quisiera. Una mano pasaba por tu nuca casi que acunando tu cabeza, mientras que la otra se paseaba por lo largo y ancho de tu espalda en una caricia más que cariñosa. Si era tu madre, ¿por qué no hablaba? Ni las demás llegaban a hablar, tan solo se iban acercando lentamente a ti, hasta que te rodearon... de la misma forma que lo hicieron la gente del pueblo. Pero era diferente... en vez de vitoreos y felicidad, eran llantos sin voz, eran sollozos sin palabras de por medio.
Como si les hubieran robado la voz...
El viaje fue ... bueno, ¿cómo decirlo? Extenso, tenías que dirigirte hasta el Fiordo de Jörmungandr con tal de llegar hasta lo que vendría siendo tu casa, tu antiguo hogar dulce hogar. Veías a los pocos animales marinos nadar de un lado al otro... Focas marinas, pingüinos y otras especies más. Te miraban con cierta curiosidad, como quien ve a alguien conocido pero que ha pasado tanto tiempo que aún no reconocen del todo o les cuesta. Pero lo terminan haciendo, y tan felices parecen de verte que te acompañan en tu viaje. Nadan a tu alrededor, y hablan contigo aunque sus palabras tan solo son "Bienvenida" y "Estás más grande", aunque más que nada son los peces los que te rodean como si fuesen parte de un cardumen, a veces haciéndote cosquillas en el rostro al pasar cerca de ti.
Pero, cuanto más te vas aproximando a lo que fue tu hogar, más y más se alejan. Los más corajudos son los últimos en irse pero incluso ellos prefieren no acercarse. ¿Por qué tan reacios, cuando antes era una convivencia tan amena?
Desde la lejanía veías las casas, cúpulas que dejaban entrar la luz que se colaba por la superficie del agua... aunque ahora en meras penumbras por las tormentas y cielos encapotados invernales de la isla. Los interiores de dichas casas tenían iluminaciones en el interior... probablemente producto de noctilucas atrapadas dentro de recipientes. Algunas de color azul eléctrico, otras con tonos más anaranjados. Algunas medusas flotando cerca de la flora marina, casi pareciendo que disfrutaban de estar allí.
Había un silencio casi lugubre en el lugar, nadie salía a recibirte... no de momento al menos.
No fue hasta que te aproximaste lo suficiente que las primeras sirenas comenzaron a hacer acto de presencia. Una a una, saliendo de sus cabañas marinas y cuevas tranquilas. Una a una te quedaron mirando, ¿nerviosas? O titubeantes. No veías miedo o rechazo en sus miradas, sino incertidumbre. Pero hubo una en particular, un poco más anciana de lo que la recordabas, que primero se asomó, luego nadó entre las demás mirándolas de reojo... titubeó un poco sí, pero luego se fue aproximando cada vez más a ti.
Y a medida que se acercaba no solamente podías ver su expresión de angustia y lo que parecían ser lágrimas perdiéndose en la infinidad del agua salina, pero también una desesperación absoluta al darse cuenta de quién eras. Nadó tan rápido que parecía un torpedo, con su cabellera fluyendo dentro del agua hasta que en un abrir y cerrar de ojos se aferró a ti en un abrazo que solamente podía ser considerado amoroso, posesivo; Maternal.
Escuchabas sus sollozos, como una niña pequeña aguantándose las ganas de gritar de dolor. Era una sensación que acongojaba tu pecho tanto como lo hizo el reencuentro con Torfi, o quizás... incluso más. Varios minutos de ese abrazo, y el aroma inconfundible de su cabello eran suficientes como para darte cuenta de quién era.
Era tu mamá.
No apretaba fuerte como Torfi, pero era capaz de mantenerte en sus brazos cuanto tiempo quisiera. Una mano pasaba por tu nuca casi que acunando tu cabeza, mientras que la otra se paseaba por lo largo y ancho de tu espalda en una caricia más que cariñosa. Si era tu madre, ¿por qué no hablaba? Ni las demás llegaban a hablar, tan solo se iban acercando lentamente a ti, hasta que te rodearon... de la misma forma que lo hicieron la gente del pueblo. Pero era diferente... en vez de vitoreos y felicidad, eran llantos sin voz, eran sollozos sin palabras de por medio.
Como si les hubieran robado la voz...